ID de la obra: 1383

El jardín de la usurpadora

Het
G
En progreso
3
autor
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planificada Mini, escritos 7 páginas, 2.906 palabras, 3 capítulos
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Capítulo 3

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La campanilla de la puerta de «Slug & Jiggers Apothecary» sonó con un tintineo. El interior era aún más abrumador que el callejón; frascos de vidrio con cosas que se retorcían, flotaban o emitían un tenue resplandor llenaban estanterías hasta el techo. El aire era denso, cargado con el olor de hierbas secas, tierra húmeda y algo metálico, como cobre. Detrás del mostrador, un hombre regordete y calvo, con unos anteojos enormes que aumentaban desproporcionadamente sus ojos, miraba con curiosidad a Petunia. Era el señor Slug, y su expresión dejaba claro que los clientes muggle no eran comunes. Petunia se aferró a su bolso. Avanzó con determinación, enderezando la espalda. —Buenos días —dijo, con la voz lo más firme que pudo—. Necesito unos… ingredientes específicos. —¿Sí? —preguntó Slug, limpiándose las manos en un delantal manchado de sustancias de colores desconocidos—. ¿Para qué tipo de poción? ¿Remedio para el resfriado? ¿Fortalecedor de uñas? Tenemos una promoción en escamas de dragón para la artritis… —No —lo interrumpió Petunia, desplegando su papel—. Necesito esto: polvo de cuerno de occamy, raíz de mandrágora y… lágrimas de fénix. El silencio que siguió fue tan denso como el aire de la tienda. Los ojos del señor Slug, ya de por sí grandes, se abrieron como platos detrás de sus lentes. —Vaya —masculló, bajando la voz—. Eso es… material avanzado. Muy avanzado. Y caro. Especialmente las lágrimas. ¿Está segura? —Completamente —afirmó Petunia, con un tono que no admitía réplica—. Es para… mi sobrino. Un proyecto de Hogwarts. De alquimia. Slug frunció el ceño, pero asintió lentamente. Se dio la vuelta y comenzó a buscar en los estantes más altos, usando una pequeña escalera de mano. Volvió con tres frascos: uno con un polvo plateado que centelleaba, otro con una raíz pequeña y retorcida que parecía un bebé durmiente, y un tercero, mucho más pequeño, de cristal tallado, que contenía unas gotas de un líquido dorado que emitía su propia luz. —Aquí tiene —dijo, alineándolos en el mostrador—. Polvo de occamy, mandrágora adulta (con tapones para los oídos, por supuesto), y las lágrimas de fénix. Una fortuna en este frasquito, se lo digo yo. Petunia contuvo la respiración. —¿El precio? Slug tomó un ábaco extraño con cuentas que se movían solas y comenzó a calcular. —Hmm… el occamy… la mandrágora… y las lágrimas… Eso serán… ciento ochenta y cinco galeones. Petunia palideció. Abrió su bolsita y contó las monedas que había cambiado. Solo tenía ciento veinte. El corazón se le hundió. Había subestimado el costo de la magia. —Yo… —tragó saliva, sintiendo el fracaso acechar—. No traje suficiente. ¿Podría… quedarme con el polvo y la mandrágora? Las lágrimas… las recogeré otro día. Slug la miró con curiosidad renovada. —Claro. Eso serían setenta galeones. Petunia pagó las monedas de oro, que desaparecieron bajo el mostrador con un cling que sonó a derrota. Tomó los dos frascos, guardándolos con cuidado en su bolso. —Volveré —dijo, con más convicción de la que sentía—. En unos días. Tal vez mañana. Solo debo… hablar con mi esposo para conseguir más fondos para el proyecto. Slug asintió, pero no apartaba la mirada de ella. Sus dedos regordetes jugueteaban con el frasquito de las lágrimas de fénix. —Señora… —comenzó, con una cautela que no tenía antes—. Perdone mi impertinencia, pero… uno nota estas cosas. Usted es muggle, ¿verdad? No lleva la magia consigo. Es raro que una muggle compre estos componentes. Muy raro. Y más para un… proyecto escolar. Petunia sintió que el pánico se apoderaba de ella, pero su rostro se congeló en una máscara de indignación maternal. —¿Y qué quiere decir con eso? —preguntó, poniendo sus manos en las caderas—. ¿Que por no tener magia no puedo apoyar a mi propio sobrino? ¡Es un niño brillantísimo! El mejor de su clase en Pociones! El profesor mismo lo ha elogiado —improvisó—. Solo quiere experimentar, innovar! ¿O es que en su mundo discriminan a los familiares que quieren ayudar? Slug retrocedió, sorprendido por el arranque. Levantó las manos en un gesto apaciguador. —¡No, no, para nada! Lo siento, señora, no era mi intención ofender. Es solo… curiosidad de viejo. Son ingredientes peligrosos. Uno se preocupa. —Pues preocúpese por sus clientes habituales —espetó Petunia, girando sobre sus talones—. Yo me preocupo por mi familia. Volveré por las lágrimas mañana. Y sin esperar respuesta, salió de la tienda, haciendo sonar la campanilla con fuerza. El aire fresco del callejón le golpeó el rostro, pero no logró enfriar el rubor de la mentira y la furia que ardía en sus mejillas. Camino a la salida, apretó el bolso contra su costado. Tenía la mayor parte de lo que necesitaba. Las lágrimas de fénix serían suyas pronto. Solo necesitaba conseguir más dinero. Y Vernon, aunque se pusiera colorado y gritara, se lo daría. Siempre lo hacía. Una vez fuera, al volver a la grisura de Londres muggle, miró hacia el lugar donde estaba el Caldero Chorreante. Un nuevo plan, más audaz y desesperado, comenzaba a formarse en su mente. La mentira había funcionado. La había salvado. Y estaba dispuesta a mentir cuantas veces fuera necesario, a quien fuera necesario, para arrebatarle el futuro que siempre debió ser suyo. Comenta y vota 💠Jade💠
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