Un inocente adiós
23 de noviembre de 2025, 11:15
No pretendía irse, no por ahora. Cole estaba constantemente en vilo, observando la puerta que daba al pasillo, con los sentidos alerta, preparado para no ser sorprendido. Pero aun con esa precaución, no tenía intención de marcharse. Quería respuestas, y sabía que no las conseguiría hasta que Piper despertara.
Maldecía en silencio el trabajo de ella en el club. Las noches interminables sirviendo bebidas parecían absorber toda su energía, dejándola exhausta día tras día. Era un cansancio que él no comprendía del todo, pero que lo molestaba más de lo que quería admitir. ¿Por qué esa preocupación repentina? ¿Por qué le importaba tanto algo tan trivial? Ni siquiera sabía cómo abordar esas preguntas sin sentirse expuesto. Pero ese sería el tema que enfrentaría en cuanto ella abriera los ojos.
Por fin, Piper comenzó a removerse en el colchón. Antes de que lo viera, Cole se inclinó rápidamente hacia ella, cubriéndole la boca y apresando sus muñecas con una firmeza calculada. No quería que ella usara sus poderes, esos que conocía demasiado bien.
—Sabes por qué estoy aquí, Piper. No te hagas la desentendida —murmuró en un tono frío y bajo, cerca de su oído.
Ella lo miró con furia, sin un rastro de miedo en su expresión. Piper Halliwell hacía mucho tiempo había aprendido a mantener sus nervios bajo control. La mujer dulce y titubeante de años atrás había dado paso a alguien que no retrocedía ante nada ni nadie. Por eso, aunque sabía que Cole podía ser peligroso, también sabía que jamás le haría daño a ella o a sus hermanas. No sin graves consecuencias, por lo menos.
—Me debes una larga explicación —gruñó él, soltándola bruscamente, aunque con un dejo de falsa ira que no pudo ocultar del todo.
Piper se sentó con calma, ignorando su mirada intensa. Sin decir una palabra, trabajosamente, se puso de pie y fue a cerrar la puerta. Lo último que quería era que Phoebe o Prue la encontraran en esa situación tan comprometida. Volvió hacia él con pasos decididos y una expresión que mostraba claramente que no iba a ceder terreno.
—Acordamos que no volverías a poner un pie en esta casa, Cole.
Él soltó una risa seca, cargada de ironía.
—Claro, empieza a la defensiva —espetó, poniéndose de pie para encarar a la mujer que ahora lo retaba con la mirada—. Contesta, bruja. ¿Qué me hiciste?
—Yo no te he hecho nada, despojo del infierno —replicó ella con la misma furia. Sus palabras cortaron el aire como un cuchillo.
—Entonces, ¿por qué no puedo sacarte de mi mente? —gritó Cole, desesperado, la voz cargada de una frustración que apenas podía contener—. Día y noche eres lo único en lo que pienso. ¡No quiero esto! No voy a aceptar estar dependiendo de otra Halliwell.
El silencio que siguió fue pesado, como una nube cargada de tormenta que ninguno de los dos sabía cómo disipar. Piper lo miró, aturdida por la intensidad de su confesión. No sabía cómo reaccionar. ¿Rechazarlo? ¿Correr hacia sus brazos? ¿Qué debía hacer con los sentimientos que siempre había guardado en secreto? Había soñado con este momento, pero no así, no con él tan vulnerable y furioso, no con su corazón latiendo tan fuerte que parecía romperle las costillas.
—No me malinterpretes —añadió Cole, desviando la mirada como si no pudiera sostenerla por más tiempo—. No quiero estar contigo… No, no quiero —su voz tembló ligeramente al decirlo, pero se recompuso enseguida—. Sólo quiero que me quites este hechizo, porque no puede ser otra cosa.
El rostro de Piper se endureció al instante. Si había tenido algún atisbo de emoción por su confesión, lo escondió con rapidez tras una máscara de indignación.
—¿Hechizo? ¡Por favor, Cole! Usa esa cosa que llamas cerebro y piensa —dijo con sarcasmo, clavándole los ojos como dagas—. ¿Por qué querría yo que me amaras? ¿Qué ganaría con eso? Ya tengo a Leo y a este bebé —añadió, acariciándose instintivamente el vientre abultado.
Cole miró su vientre por un largo segundo antes de bufar con frustración. Su expresión cambió, la ira dio paso a una súplica silenciosa, una mezcla de culpa y desesperación que Piper nunca antes había visto en él.
—Por favor, Piper. Haz algo.
Ella cerró los ojos con fuerza y dejó escapar un suspiro exasperado.
—¡Maldición, Cole! —gruñó, girándose para darle la espalda. Las palabras salieron de su boca como si no pudiera contenerlas—. ¡Yo no he hecho nada! Estás necesitado, y ya. Haz lo que hacen las personas normales: busca compañía pasajera, invierte tu tiempo en tu trabajo y… ¡sólo aléjate de nosotras!
Con esas palabras, se dirigió a la puerta con la intención de irse o de llamar a sus hermanas. Pero antes de que pudiera hacerlo, Cole la tomó de los hombros, obligándola a girarse y enfrentarlo.
—¡No te atrevas a marcharte, Piper! —rugió, con los ojos encendidos de furia y desesperación—. Necesito respuestas, y no me iré hasta conseguirlas.
Piper lo fulminó con la mirada, apartándose bruscamente de su agarre. Dio un paso atrás y alzó las manos, lista para usar sus poderes si era necesario.
—¡No vuelvas a tocarme! —advirtió, con una voz firme que hizo que Cole retrocediera ligeramente, aunque no apartó su mirada de ella—. Ya te dije que yo no tengo nada que ver con lo que te pasa. Pero si sigues insistiendo, te juro que acabaré contigo aquí mismo.
—No me vengas con amenazas, Piper —replicó él, burlándose, aunque su tono tenía un matiz menos seguro—. Sabes que no me destruirías. No cuando sabes que aun poseo esa conexión con Phoebe.
Ella chasqueó la lengua, frustrada, y avanzó hacia él con determinación. La cercanía entre ambos era casi intimidante, pero Piper se mantuvo firme.
—Escucha bien, Cole —dijo, con cada palabra cortante como una daga—. No tengo idea de por qué sientes lo que sientes, pero te aseguro algo: no es magia. No tengo tiempo para gastar en tonterías como manipular a un demonio caído que ya no nos importa. ¿De verdad crees que quiero complicar mi vida aún más contigo?
Cole la miró en silencio, con el ceño fruncido. Parecía querer replicar, pero Piper no le dio la oportunidad.
—¡Por Dios, Cole! —exclamó, levantando las manos en un gesto exasperado—. Quizá te duele porque, por primera vez en tu existencia, estás sintiendo algo real. Tal vez es culpa tuya. ¿Has pensado en eso?
—¿Algo real? —repitió él, incrédulo. Su tono se volvió más amargo, más acusador—. ¿Y qué sentido tiene? ¿Qué haría con eso? Tú no estás disponible, no quieres nada conmigo, y yo… —Se interrumpió, cerrando los ojos como si buscara palabras que no llegaban. Finalmente, continuó en un susurro—. No quiero sentir esto, Piper.
Ella lo observó, midiendo sus palabras con cuidado. Su enojo seguía ahí, pero ahora comenzaba a vislumbrar algo más profundo en su mirada: un dolor que lo estaba consumiendo desde dentro. ¿Cuánto tiempo llevaría sintiendo esto como para que ahora fuese insoportable?
—Lo sé, Cole —dijo ella, más tranquila, aunque aún con firmeza—. Pero deja de culparme por tus sentimientos. Si te obsesionas con ellos, es tu problema, no mío. No permitiré que vuelvas a venir a lastimar a Phoebe o a mis hermanas. Y si no puedes controlarte, entonces será mejor que regreses al infierno de donde viniste.
El comentario encendió algo en Cole, pero antes de que pudiera replicar, Piper levantó un dedo, cortándolo en seco.
—Si vuelves a insinuar que puse un hechizo en ti, te lo advierto: te destruiré. Y esta vez, no habrá una segunda oportunidad para ti.
Hubo un momento de silencio absoluto. Cole respiraba con dificultad, mirando los ojos determinados de Piper como si intentara encontrar alguna mentira en sus palabras. Pero no la encontró. Sabía que hablaba en serio. Finalmente, dejó caer los hombros, derrotado. Un suspiro cansado escapó de sus labios, y desvió la mirada hacia el suelo. Piper dejó caer las manos, aliviada, pero no bajó del todo la guardia.
—Eso pensé —contestó con frialdad—. Ahora vete, Cole. Y no vuelvas.
Pero él no se movió de inmediato. Parecía dudar, como si quisiera decir algo más. Finalmente, alzó la mirada y la sostuvo con intensidad.
—Esto no cambia nada, Piper —dijo, con un tono más bajo pero igual de cargado de emociones—. Tú no pusiste un hechizo, lo entiendo. Pero seguro alguien lo hizo, porque esto surgió de la nada, de un día para otro sin explicación. Pero eso no significa que pueda dejar de sentirlo. No significa que pueda dejarte ir.
Ella no respondió. Había algo en sus palabras que la desarmaba, algo que no quería admitir ni siquiera para sí misma. Pero no le iba a dar el gusto de decirlo en voz alta. No esta vez. Con esas palabras, ella decidió dirigirse a la puerta con la intención de irse a de llamar a sus hermanas. Antes de que pudiera hacerlo, Cole la tomó de los hombros, obligándola a girarse y mirarlo directamente.
—Entonces concédeme este último deseo, y juro que no me verás jamás.
Ella lo miró con incredulidad. Sabía perfectamente lo que estaba pidiendo, pero aquello iba en contra de todo lo que creía correcto. Sin embargo, había algo en sus ojos, una vulnerabilidad que no podía ignorar, que le hacía pensar que quizás este sí sería un adiós definitivo.
Asintió débilmente.
Cole no mostró emoción alguna mientras se acercaba a ella, pero cuando sus labios se encontraron, todo cambió. Fue un beso suave al principio, lleno de caricias que parecían explorar territorios prohibidos. Piper sintió que cada fibra de su ser se encendía, como si el roce de sus labios despertara emociones que había guardado bajo llave durante años. Pudo sentir en ese beso, que lo que decía ese demonio era cierto, que de verdad sentía algo por ella. Piper conocía cómo sabían los besos de un hombre apasionado.
El beso duró apenas unos segundos, pero el tiempo pareció detenerse para ambos. Entonces, Piper se apartó, rompiendo el contacto con un movimiento firme y decidido.
—Adiós —dijo con frialdad, dándole la espalda y bajando las escaleras mientras intentaba controlar la agitación que sentía en su pecho.
Cole se quedó quieto un momento, con una mano sobre sus labios y la mirada perdida. Sabía que lo que acababa de suceder sólo empeoraría las cosas. Pero también sabía algo más: no podría olvidarla. No ahora.
Suspiró pesadamente sin entender lo que había pasado o lo que debería entender por esa situación sin salida. Todo indicaba que era una venganza de alguna exnovia o algo así, porque él había sentido el poder de el sentimiento nacer de la nada de un día para otro y, con ese beso, ahora lo tenía más claro que nunca. No era esto alguna atracción sexual típica, porque Piper estaba embarazada, no tenía la gracia de Phoebe o su deseo oscuro.
Lo que ella le inspiraba era una ternura y a la vez un deseo de protegerla que no entendía. Piper podía tener razón, realmente podía ser algo real por lo nuevo que era.
Cole sacudió la cabeza, hastiado de tantas emociones que no comprendía y, sin mirar atrás, sus formas se desvanecieron en un ligero destello oscuro, decidido a dejar la ciudad de una vez por todas.
Piper bajó las escaleras, exaltada y con la respiración entrecortada. Su piel estaba pálida, y un leve temblor recorría sus manos mientras se apoyaba en la barandilla. Había soñado con demonios, con susurros oscuros y miradas ardientes, y como si eso no fuera suficiente, por la mañana uno de ellos se le había aparecido en carne y hueso.
Prue, la mayor de las Halliwell, ya estaba abajo, de pie junto a la mesa del comedor, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Siempre vigilante, siempre lista para protegerlas. Al ver a Piper bajar tambaleante, sosteniéndose el vientre abultado, su expresión pasó de preocupación a alarma.
—¡Piper! —corrió hacia ella, con el corazón latiéndole con fuerza— Siéntate, siéntate ahora mismo.
Piper dejó que su hermana la guiara hasta una silla. Sus piernas parecían de gelatina, y su mente aún seguía atrapada en las imágenes de la habitación de arriba. Su respiración era errática, y gotas de sudor perlaban su frente.
—¿Qué ocurrió allá arriba? —insistió Prue, arrodillándose frente a ella y sujetándole las manos con fuerza—. Piper, mírame.
Piper desvió la mirada, su mente corriendo en círculos. ¿Cómo podía explicarle lo que había pasado? Que había despertado con Cole, el exesposo demoníaco de Phoebe, rodeándola con sus brazos como si el mundo se hubiese detenido. Que él la había mirado con esos ojos tan intensos que casi podía jurar que eran humanos, y que, contra toda lógica, lo había besado. Y que había sido... perfecto.
No. No podía decirle eso.
—Solo fue una pesadilla... —susurró, su voz más débil de lo que pretendía—. No dormí bien y... estoy agotada.
Prue entrecerró los ojos, claramente sospechando que había algo más. Antes de que pudiera responder, Paige apareció en las escaleras con una expresión de fastidio y el cabello revuelto. Había un leve destello mágico a su alrededor, como si no hubiese descansado del todo en el plano terrenal.
—¿Qué está pasando aquí tan temprano? —gruñó, frotándose los ojos.
—Paige, sube. Necesito hablar con Piper a solas —ordenó Prue, su tono firme y sin lugar a discusión.
—¿Por qué? ¿Qué están tramando? —replicó con irritación, cruzándose de brazos como una adolescente desobediente.
—No discutas. Ve a la cocina. Ahora.
Murmurando una letanía de quejas, Paige dio media vuelta y se fue a regañadientes. Su figura desapareció tras la puerta, y Prue se giró de nuevo hacia Piper, su expresión endurecida.
—Ahora, dime la verdad. ¿Qué fue lo que pasó? —La mirada penetrante de Prue era casi insoportable, cargada de una mezcla de rabia y miedo—. No me mientas. Te vi con Cole. Puedes ocultarlo de Paige, de Phoebe, pero no de mí.
El rostro de Piper se desmoronó. Sus hombros se encorvaron, y por un momento pareció más pequeña, como una niña atrapada en medio de una travesura. Apretó los labios, pero finalmente asintió.
—Él... él apareció de repente —confesó en un hilo de voz—. Dijo que solo quería despedirse... que era la última vez. Y yo... lo besé. No sé por qué lo hice. Fue... fue estúpido.
Prue respiró hondo, cerrando los ojos por un instante para calmarse.
—Piper... es Cole. Es un demonio. Sabes lo que eso significa. ¿Cómo pudiste?
—¡Lo sé! ¡Lo sé! —estalló Piper, con lágrimas comenzando a brotar de sus ojos—. Pero también es humano, Prue. Algo dentro de él todavía lo es. Y... por un momento, no sé... sentí lástima por él.
Prue se quedó callada, procesando lo que había escuchado. Al final, suspiró y abrazó a su hermana, apretándola con fuerza.
—Esto no puede volver a pasar, Piper. Por tu bien, por el bebé, por Phoebe. No se lo podemos decir. Ella... no lo entendería.
—No se lo diré —prometió Piper, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Tienes razón. Fue un error, y no volverá a ocurrir. Él prometió irse.
—Eso no quiere decir que lo hará —suspiró ella— lo mejor será buscar la forma de ayudarlo y sacárnoslo de encima.
Antes de que pudiera responder, un destello brillante llenó la habitación, y una esfera de luces blancas apareció flotando frente a ellas. Piper parpadeó, confundida, mientras las luces se materializaban en la figura de un hombre rubio, de cabello cenizo, con una sonrisa radiante y un ramo de rosas blancas en las manos.
—Buenos días, Piper. Prue —dijo Leo, con una mirada llena de ternura que parecía iluminar la habitación.