Una esperanza
23 de noviembre de 2025, 11:15
Prue decidió dejarlos solos, consciente de que era lo único que calmaría a Piper. Cerró la puerta tras de sí, dejando que el silencio envolviera a la pareja.
Leo, con su sonrisa cálida y habitual ternura, se inclinó hacia su esposa, pero al notar sus ojos enrojecidos, su expresión cambió de inmediato.
—¿Estabas llorando? —preguntó, su voz teñida de sincera preocupación.
Piper se apresuró a secarse las lágrimas, componiendo una sonrisa que apenas lograba ocultar su pesar.
—Es solo que… Prue me contaba la triste historia de una pintura que vendió ayer en la tienda de empeños —mintió, modulando el tono de su voz para sonar convincente.
Leo la observó por un instante, luego suspiró con alivio y dejó escapar una pequeña sonrisa, como si el peso de su preocupación se disipara. Se arrodilló frente a ella y, con delicadeza, posó sus manos sobre su abultado vientre, acariciándolo en círculos.
—¿Y tú, pequeño? ¿Cómo estás hoy? —murmuró con ternura, cambiando de pronto a balbuceos bobos, como si ya estuviera conversando con el bebé.
Piper no pudo evitar sonreír, aunque la culpa la atravesaba como un rayo. Su mente la traicionaba, recordándole el beso con Cole, un demonio, el exesposo de su hermana Phoebe. ¿Cómo podía siquiera pensar en alguien más cuando tenía a Leo, el hombre con el que había soñado toda su vida? Un ángel, literalmente. Pero el peso de sus sentimientos no se disipaba, y su corazón parecía dividirse en dos.
—Piper, debo decirte algo… —Leo levantó la mirada, preocupado nuevamente—. ¿Tan triste era esa historia, amor? Estás llorando otra vez.
Ella negó con la cabeza y tragó saliva, obligando a su voz a salir firme.
—Era sobre un cachorro que… murió —improvisó, evitando mirarlo directamente.
Leo exhaló dramáticamente, llevándose una mano al pecho.
—¡Entonces es horrible! —exclamó, envolviéndola en un abrazo suave—. Lo siento tanto, Piper. Eso es terrible.
Piper cerró los ojos, dejando que el calor de su abrazo la consolara. Sabía que Leo intentaba cargar con su tristeza, y eso solo hacía que el dolor de sus pensamientos fuese más insoportable.
—¿Ibas a decirme algo? —preguntó ella, buscando cambiar de tema.
—Ah, sí —Leo se apartó lo suficiente para mirarla a los ojos, y Piper notó un destello de tristeza en ellos. Su tono se volvió serio—. Piper… debo irme.
—¿Qué?
—Los Ancianos me necesitan. Será por un tiempo, tal vez un año… dos como máximo.
—¿Dos años? —repitió Piper en un susurro, sus manos temblando sobre su vientre.
—No, no llores, amor, por favor. Es algo necesario, pero no permanente. Volveré pronto y… —Leo tomó sus manos entre las suyas— siempre te amaré, Piper. Confío en que tú también.
Piper quiso gritar, pero en lugar de eso solo asintió y lo abrazó con fuerza, aferrándose a él como si quisiera detener el tiempo. Las lágrimas volvieron a brotar, silenciosas y dolorosas.
Horas más tarde, Piper estaba sentada frente al Libro de las Sombras en el ático. Sus dedos temblaban al pasar las páginas con una mezcla de desesperación y rabia.
—Tiene que haber algo… Algo… ¡Malditos demonios! —exclamó, golpeando el libro con frustración.
Había pasado más de dos horas buscando un remedio, un hechizo, algo que pudiera erradicar los sentimientos que la atormentaban. Cada vez que cerraba los ojos, el rostro de Cole aparecía en su mente, su sonrisa cargada de oscuridad y tentación. No podía seguir así. No debía.
—Tiene que haber un maldito hechizo —susurró entre sollozos, dejando caer su frente sobre la mesa. Las lágrimas mojaron las páginas y su bata de maternidad, pero no le importó—. No puedo amar a alguien más. No es posible.
De pronto, un viento gélido irrumpió por la ventana, revolviendo las páginas del libro. Piper se sobresaltó, un escalofrío recorriendo su espalda mientras el sonido de las hojas al pasar resonaba en el ático.
—¿Qué demonios…?
Se inclinó hacia el libro, y sus ojos se posaron en un título grabado en letras doradas: Poción de Cura Universal. Piper sintió que su respiración se detenía por un instante.
Cerró la ventana apresuradamente y regresó al libro. Leyó la receta con atención, el corazón latiéndole con fuerza. Los ingredientes parecían simples al principio. Pero luego se volvían extraños, exóticos, como sacados de un libro de Harry Potter.
—Tiene que ser una broma… —murmuró.
Sabía que conseguir algunos de esos ingredientes sería prácticamente imposible. Tendría que salir del continente, quizás arriesgarse más de lo que había imaginado. Pero no le importaba. Si esa poción podía librarla de la culpa, del peso de su engaño, estaba dispuesta a intentarlo.
Cuando terminó de leer la receta, se dio cuenta de algo que no había notado antes, y su cuerpo se tensó de inmediato.
—No puede ser… —susurró, sintiendo que las esperanzas que había depositado en esa poción se desmoronaban de golpe.
La botella se estrelló contra una roca y los vidrios y el alcohol volaron por doquier, creando un maravilloso juego de colores y brillos con los últimos rayos de luz del moribundo sol en el horizonte. Pero ahora lo que menos importaba era la recién rota botella. Cole se cubrió los ojos con el antebrazo mientras volvía a suspirar pesadamente.
Qué ridículo se veía: un demonio no podía estar sufriendo por una mujer. Y sin embargo, ahí estaba, sintiendo el mismo vacío en su pecho y el mismo dolor que había sentido antes por Phoebe, pero esta vez multiplicado por mil. La intensidad lo abrumaba tanto que apenas podía respirar debido a la presión y al nudo que se enredaba en su garganta.
—¡Maldita bruja!— gritó, lanzando otra botella al aire con los ojos aún cerrados.
Se percató segundos más tarde de que no había escuchado el característico sonido de la botella rompiéndose. Al abrir los ojos, se encontró de frente con aquello que tanto lo había hecho sufrir. Ella. Piper.
Su sonrisa ladeada le congeló el aliento. Literalmente. La botella flotaba suspendida en el aire por un instante antes de continuar su trayecto hacia el suelo y hacerse añicos.
—Ignoraré ese insulto —dijo Piper sarcásticamente—, solo porque tengo algo más importante que decir.
Cole dejó escapar una risa amarga mientras se incorporaba con dificultad, apoyándose en el árbol más cercano. —¿Cómo me encontraste? Estamos a kilómetros de la ciudad.
—Di… discutiremos eso luego —balbuceó suavemente—. Mira, yo... Busqué en el libro y encontré una poción que podría liberarnos de esto.
Cole se atragantó con el líquido que había estado ingiriendo sin importarle el ardor en su garganta. Se limpió los restos del licor de la barbilla con el antebrazo.
—¿A qué te refieres?— preguntó con verdadero interés, alzando una ceja.
Piper se volteó, dándole la espalda mientras un agresivo rubor se expandía por su rostro y orejas. Cole sonrió sinceramente por primera vez en el día. La segunda había sido esa mañana, entre sus furtivos labios cuando la besó.
Pero antes de que pudiera disfrutar de la idea de siquiera ser correspondido, Piper se volvió hacia él con una expresión seria y demasiado dura para su dulce personalidad.
—Mi esposo y mis hermanas no merecen este tipo de traición, y ambos sabemos que no te aceptarían— trató de ser firme, aun cuando el demonio tambaleante se aproximaba hacia ella.
—¿A dónde quieres llegar? —le dijo en cuanto estuvo junto a Piper, a escasos centímetros de su rostro.
—A ningún lado —respondía Piper, esforzándose por mantener la calma. El aliento a alcohol tan cerca de ella comenzaba a hacerle perder el enfoque—. Tengo una cura.
La expresión en el angelical rostro del demonio se lo dijo todo. —¿La cura para...?
—... el amor.
Se miraron a los ojos un segundo mientras la tarde daba paso a la noche, y el sol a la luna. Piper sacó su móvil, mostrandole algo en la pantalla. Cole entornó los ojos y frunció el ceño mientras leía:
**"Si su uso radica en pasiones prohibidas, prepárese e consumase ambas criaturas afectadas."**
Los ojos de Cole se achicaron y luego se abrieron ampliamente varias veces. Su expresión cambió rápidamente de asombro a algo más difícil de descifrar. Abrió la boca para hablar, pero Piper lo interrumpió.
—No es una propuesta.
De nuevo, ella lo estaba sorprendiendo. Era fascinante cuando dejaba su faceta de dulzura para convertirse en esa fuerte y segura mujer que se había robado, completa y legalmente, su demoníaco corazón.
—¿Es una orden?
Ahora sabía que Piper también lo amaba, y eso le daba cierta ventaja. Dio un paso más hacia ella, viéndola retroceder y casi dudar de su cometido. Su sonrisa se tornó diabólica, hasta que su avance se detuvo al tropezar con el tronco del árbol a sus espaldas.
Piper aprovechó el momento para recuperar la compostura. —No te tengo miedo, despojo del infierno.
—Ni yo a ti, bruja.
Sus miradas se encontraron de nuevo, y la llama de pasión que ardía en sus ojos los paralizó. Ambos desviaron la vista al mismo tiempo, como si temieran sucumbir a la fuerza que los atraía.
—¿Cuándo comenzamos?— preguntó Cole, su voz baja y cargada de intención.
—De inmediato, si así lo quieres.
—Solo si tú lo quieres.
No se atrevieron a verse otra vez. Finalmente, Piper suspiró resignada.
—¿En tu casa? ¿Mañana?
Cole tarareó afirmativamente mientras regresaba al árbol en busca de otra botella que pudiese calmar el ardor de su garganta. Piper no dijo nada más; se marchó en silencio, luchando por mantener su expresión estoica mientras un torbellino de emociones se agitaba en su interior. Cole, desde su sitio, observó su figura desvanecerse en la penumbra, sintiendo el mismo caos que ella. Pero ninguno se permitió volver la vista atrás. No todavía.