El hechizo
23 de noviembre de 2025, 11:05
Los separaban solo unos días de la noche de luna exacta que los centauros les habían indicado. Por lo que pasaron ese tiempo en resguardo con los centauros. Luna les enseñó los métodos de vida de estos, los alimentos que consumían y sus ritos. Toda la historia que ella había consumido cuando fue el sacrificio por el sacrilegio, se lo reservó para ella misma, por lo que Hermione y los demás conservaron sus ropas y el cabello tal cual. Ajenos a los detalles más oscuros de aquellos rituales.
Myrtle, en tanto, dedicó esos días a prepararse con disciplina meticulosa. Su cuerpo, después de tanto tiempo vacío, era frágil, como un vaso de cristal a punto de romperse. Cada baño en el estanque, donde el agua reflejaba su tenue brillo fantasmal, era un acto de purificación. Los centauros le ofrecieron un jugo especial, preparado con raíces y frutos mágicos; debía beberlo en pequeños sorbos, como si cada gota tuviera el poder de rehacerla desde adentro. Cada gesto de cuidado era un recordatorio del inminente momento en que dejaría de ser un espíritu. Según le dijeron los centauros estatua, todo esto fortalecería el cuerpo para que pudiese resistir después de tanto tiempo vacío.
Draco y Luna fueron clandestinamente a la mansión de los Malfoy, donde estaban las mandrágoras que lograrían des petrificar a la adolescente. Mientras, Hermione, Krum y Harry se dedicaron a descansar y a hablar entre ellos, ayudando a los centauros en sus tareas.
Una mañana antes del día indicado, se hallaban tejiendo canastas de mimbre, que servirían a los centauros viajeros que iban y venían por el bosque prohibido recolectando provisiones y caza. Harry le daba los toques finales con las cintas de cuero de venado, mientras Hermione se levantaba para ir al encuentro de Krum que había ido a casar con los fornidos centauros cazadores. Solo se quedó Myrtle a su lado cuando Harry se quedó solo.
—Quiero darte las gracias... otra vez... —le murmuró ella.
Harry levantó la mirada de la canasta que estaba terminando. Esbozó una sonrisa leve, casi resignada. Ella se veía más transparente ahora que nunca con la luz del sol compitiendo con su platinado brillo fantasmal. Pero sus contornos eran comprensibles a la vista y Harry podía adivinarla en ese rincón más allá.
—Ya me lo has dicho muchas veces —semi sonrió él— no hace falta que lo vuelvas a hacer.
—Lo sé, pero... —se quedó callada unos segundos, pensando.
—No importa, en serio —la tranquilizó— realmente, McGonagall tenía razón en algunas... cosas.
Ella lo miró con atención, incitándole a que siguiera. Aunque no comprendía a qué se refería.
—Si es cierto que acepté ayudarte por mi propio beneficio —desvió la mirada mientras Myrtle trataba de entender esa cuestión, su honestidad fue tan abrupta que ella quedó en silencio, mirándolo con curiosidad y desconcierto.
—¿Qué quieres decir? —preguntó ella, con un rastro de tristeza en el tono.
—Fui a tus baños sin esperar mucho, y cuando descubrí ese secreto, que no estabas muerta, me emocioné por la aventura que representaba, no por el hecho de ayudarte...
La fantasma guardó silencio mientras lo contemplaba, herida— Pensé que lo habías hecho por mi —murmuró con una sonrisa triste.
—Lo terminé haciendo por ti, Myrtle, —se apresuró a decir Harry, la miró directo a los ojos, con una intensidad que ella no esperaba— al principio no, lo admito. Al principio creía que simplemente era un problema que nos llevaría algunas semanas y que serviría para matar el tiempo. Cuando entendí lo que habías sufrido y quién eras, ya no se trataba de una aventura. Era por ti. Porque merecías vivir.
Myrtle bajó la mirada, sus labios curvándose en una sonrisa pequeña, pero cargada de emociones. Se incorporó lentamente mientras Harry seguía hablando y se acercó a él con suavidad.
—Quiero que sepas que, si hice todo eso, fue por que te considero una amiga de verdad. Como el resto de los demás. Si arriesgamos nuestras vidas, fue por el aprecio que te tomamos al conocerte de verdad… creíamos que eras un fantasma llorica sin chiste. —Myrtle estalló en risas ante esto— No, en serio, eso pensábamos. Básicamente queríamos exorcizar los baños.
—No lo dudo, Harry, —siguió riéndose ella— yo también lo creía... Gracias… de verdad. Pero... No te preocupes por eso… igual, si lo piensas bien, saldré de sus vidas tan pronto despierte. Trataré de volver a Suiza y a la casa de mis padres, el Ministerio de Magia me buscará como a una delincuente sin haber hecho nada. Así que piénsalo, cuando vuelva a la vida, no volverás a verme nunca más… Habrás conseguido lo que querías, deshacerte de mí.
Eso, por el contrario, le cayó como un balde de agua fría a Harry, que dejó de arreglar la canasta que tenía entre las manos para concentrarse en esa idea que ella le planteaba. Sin embargo, no tuvo que pensar demasiado, porque Myrtle se lanzó a abrazarlo.
Harry no sabía si era el poder y la fuerza con la que ella se había conectado, pero sintió perfectamente los brazos enroscados al cuello. Cuando quiso tocarla para devolverle el abrazo, no pudo lograr sentirla. Ella se había desvanecido instantáneamente y, si él no se equivocaba, creía haberla escuchado sollozar.
Ese día pasó más lento que los demás, mientras todos hacían los preparativos para la ceremonia y Luna y Draco volvían con la poción de mandrágoras lista para dársela al cuerpo de la niña petrificada. Los centauros les dieron de comer esa noche algo liviano para empezar el ayuno lo antes posible, la ceremonia se debía hacer en abstinencia total, tanto de agua como de comida.
La biblioteca de los centauros de piedra estaba sobre una línea ley, perfecta para realizar el hechizo porque la magia que ya de por si existía en ese sitio, amplificaría la efectividad de todo lo que se hiciera. Pero era de hacerlo al modo de los centauros, no como ellos acostumbraban. Por eso tuvieron que desnudarse y colocarse los taparrabos de hojas y cueros. Las chicas adornaron sus cabellos con flores de colores vibrantes, mientras los hombres sujetaban pequeños amuletos de madera en torno a sus muñecas.
La gran noche, al día siguiente, fue recibida con canticos en la biblioteca, donde los centauros de piedra y los de carne y hueso entonaban canticos y hacían sonar sus cascos contra el césped mientras Myrtle traía flotando su cuerpo al centro del mismo. También habían tenido que desnudar el cuerpo de la adolescente y vestirla con la falda de enredaderas de Luna y las mismas flores en el cabello mientras se abría la cúpula del techo de la biblioteca.
El centauro jefe, el gran chamán, sostenía su báculo y su tocado de plantas mágicas sobre la cabeza. Los centauros de piedra a su alrededor alzaban las manos para tocar su lomo equino mientras él daba inicio a los canticos de adoración.
Luna tenía los ojos cerrados y alzaba los brazos, y los demás la imitaron de la misma forma. Este era una especie de culto al universo, que los contemplaba por encima de sus cabezas en la vía láctea. La infinidad de estrellas y el resonar de los tambores, combinado con la privación a la que estaban sometidos, los hacía sentirse muy cansados, casi a punto de dormirse.
Myrtle se acercó a su cuerpo en el centro, recostado boca arriba, con los ojos fijos en el cielo estrellado. Había incienso y música, como si fuera realmente toda una celebración. Cuando Myrtle atravesó su cuerpo para quedarse dentro de él mientras durara el rito, volteó una ultima vez a Harry, antes de consumar ese momento. Entonces, Luna y Hermione se acercaron con la poción de la mandrágora, para verterla por la garganta de la chica, hasta la última gota, mientras los canticos, la música de los tambores y el resonar de los cascos contra el suelo se sucedían en un momento cósmico. Todo acorde al despertar de una figura aparentemente poderosa como se suponía que era esa adolescente.
Harry volvió a abrir los ojos innumerables veces, a la espera de que pasase algo que demostrara que estaba funcionando, que Myrtle volvería de verdad a la vida. Que todo lo que habían hecho no había sido en vano. Pero el rito continuaba y continuaba y Luna y Hermione vertían más y más poción en la boca de Myrtle, que no despertaba.
Los cánticos cesaron de manera gradual, dejando que el sonido del viento tomara protagonismo. El grupo se miró entre sí, buscando respuestas en los ojos del otro. Harry no apartó la vista del cuerpo de Myrtle, sus manos temblando ligeramente.
—¿Qué está pasando? —murmuró Hermione, su voz apenas audible.
El chamán centauro alzó la vista hacia las estrellas y murmuró algo en su lengua ancestral. En ese momento, un rayo de luz lunar atravesó la cúpula y cayó directamente sobre el rostro de Myrtle. Su cuerpo pareció absorberlo, su piel volviéndose cálida y vibrante.
Los ojos de Myrtle se abrieron de golpe.