Preludio
23 de noviembre de 2025, 9:32
Hasta ese momento la había tenido en vilo la tensión de la aventura, pero cuando se vio frente a la última puerta, con el candado abierto en la argolla, sabiendo lo que podría ocultar tras de sí, el corazón se le salió de quicio. Empujó la puerta con la punta de los dedos y dejó de vivir mientras duró el chillido de los goznes.
La sala estaba tan oscura que Rachel tuvo que entrecerrar los ojos. No obstante, la figura era inconfundible: había un hombre en el suelo, en medio de todo. Era él, lo sabía. No había más hombres en todo este pueblo y ninguno como él. La emoción le acalambró sus miembros y por unos instantes que parecieron una eternidad, Rachel se quedó contemplandolo indecida. Debía estar inconsciente porque cuando ella lo llamó en susurros él ni siquiera dio señales de oírla. Rachel no se dejó desmoralizar tan rápido, se fue colando con cuidado entre los barrotes, como había hecho en su propia celda empujándose para poder pasar adentro. Tenía que averiguar si no era demasiado tarde, si el corazón seguía en su pecho y si aún había vida en él.
Se acercó con cautela, sus pies, sin los zapatos, no hacían ni un solo ruido y si hubiese habido un solo oyente en esa celda, no habría oído a Rachel caminar hasta Tony. Él se encontraba encadenado al suelo, de haber estado despierto no habría podido hacer mucho más que voltear en su dirección y responder verbalmente.
Rachel se dejó caer de rodillas a un lado de él. Si había tenido dudas al principio sobre la identidad del hombre en el suelo, ahora podía estar segura de que era Tony. Podía ser que hace años que ni siquiera se miraban a los ojos, pero podría reconocerlo aun en la noche más profunda. Los brazos de él estaban estirados a ambos lados de su cuerpo y las cadenas estaban sujetas al suelo, realmente estaba totalmente inmovilizado. Su pecho no se movía perceptiblemente, por lo que no podía saber a simple vista si respiraba o no. Rachel sintió un acceso de pánico. Ella llevó su mano hasta la muñeca derecha de Tony, buscando bajo el grueso brazalete de metal el pulso de su sangre a través de las venas. Se sorprendió al sentirlo tan frío.
Las manos de ella temblaban visiblemente, no podía presionar como debía y el latido, suponiendo que lo hubiese, era demasiado débil para estar segura que fuera real y que no se lo hubiese imaginado por la desesperación. Un sollozo se abrió paso en su garganta y de nuevo sintió la pena por no poder llorar, el dolor en su alma era apabullante y ella no podía exteriorizarlo de ninguna forma, solo sentir la angustia. Tomó una decisión apresurada, porque debía saberlo, tenía que decírselo al resto de los chicos, ellos debían saber si estaba vivo o no. Sin detenerse a considerar si era licito que una mujer casada hiciese algo como esto, se inclinó sobre él y colocó su oído sobre el pecho de Tony. En el sitio en donde su corazón debía latir.
Los siguientes segundos fueron de atroz incertidumbre. Su piel estaba fría y tan sucia como la suya, pero nada importaba ahora. Cuando fue recompensada al escuchar el latido bajo la piel, su propio corazón ralentizó su ritmo y al cabo de un instante, se sincronizó con el suyo. Se detuvo ahí, enternecida, agradecida, loca de felicidad porque la vida no hubiera abandonado a su amigo. El latido era constante, calmado, fuerte, normal para alguien que duerme después de una borrachera como la que se había puesto él la otra noche. Debió quedarse más tiempo del debido, escuchando el relajante sonido, porque cuando lo sintió moverse, se dio cuenta de que se había quedado dormida como él al despertarse sobresaltada.
Despegó la oreja de su pecho y lo miró directo al rostro. Tony le devolvió la mirada con sus ojos hipnóticos y claros como lunas verdosas. Por un momento, Rachel olvidó su aspecto y mientras él la miraba tan atentamente como ella a él, pensó con inocencia que su asombro era por ella y no por el ser en el que se había convertido por su culpa.
Cuando Tony habló, su voz sonó rasposa y debilitada.
—Rachel... estás aquí...