Ideas brillantes
23 de noviembre de 2025, 9:09
—Tres mil cuatrocientos millones y cinco... tres mil cuatrocientos y seis... — contaba sus abundantes piezas de oro bruñido. En eso tocan a la puerta y el príncipe se exaspera por perder la cuenta. —¿Quién es y qué quiere?— graznó hacia la puerta.
Apareció un guardia con un pergamino entre las manos que extendió frente al príncipe. —Su majestad el rey Ricardo que ahora se encuentra en medio de una cruzada, decretó lo siguiente: El príncipe Juan y Lady Marian deberán desposarse al cumplir los dieciocho años de edad para poder esperar su regreso al volver como los futuros reyes—
—Ya sé que debo casarme Hugo,— rezongó con asco —vete quieres? Estoy en medio de una velada con lo que más amo—
El guardia asintió dejando al príncipe con su cofre de oro y la cuenta perdida de nuevo. Pero en lo que contaba otra vez su mente comenzó a divagar. Que asco el matrimonio, pensó, sólo una excusa más para compartir su oro. ¡No! ¡Nunca! Su oro era suyo, deseaba más y porque Robin Hood lo intentara no lograría robárselo todo. Mucho menos su futura esposa. Esposa que a lo mejor no conocía, ¿y si resultaba ser una avariciosa desagradecida... cómo él?
¡Qué horror! Se dijo, ¡me niego a tener a alguien como yo de esposa! Compartir mi oro, que estupidez.
Si siquiera fuera conocida sabría a qué atenerse, alguna aldeana del reino que estuviera dispuesta a hacer lo que él mandara. Como Skarleth... Pero no, ella era una murmuradora que se quejaba de todo y se cansaba rápido. ¡Ja! Pero tampoco deseaba una esclava.
—Uff que complicado todo esto— escupió alzando una pieza de oro frente a sí rostro —Si tan sólo me pudiera casar contigo.
Por otro lado, Lady Marian acababa de recibir la noticia y ya tenía un pretendiente. El único chico que no podía desposarse con ella por ser un ladrón. Robin Hood y Marian se lanzaban indirectas a diario y los demás repetían que serían bonita pareja. Pero Robin parecía tenerle más cariño a Skarleth y darle más atención a la vida del ladrón que a cualquier chica.
—No tengo por que casarme si no quiero— murmuró molesta descartando la idea.
Por otro lado el príncipe Juan bufaba pasando lista a sus doncellas reales entre las cuales estaba Skarleth. Todas eran demasiado... buenas personas.
—Patético— gritó regresando a su cuarto considerando sinceramente casarse con su oro.
Marian entró y vio la fila de doncellas reales muy molestas. —Am, ¿Me perdí de algo?
—El príncipe quiere casarse— suspiró Scarlett con un gesto de extrema molestia. —Por Merlin!— exclamó —pues vámonos de aquí antes de que te escoja a ti.
—No te aflijas Marian, ya nos rechazó a todas.
—¿A todas? Pero son más de cien chicas
—Si lo sé, pero a él no le gustamos.
—¿Ah si?
—Si, lo dijo.
Entonces Marian fue hacia la alcoba del príncipe Juan. Y lo encontró como siempre contando su oro. —¿Cómo se atreve a decirles tales cosas a las doncellas?— inquirió alzando una ceja y colocando sus manos en sus caderas.
—¿Perdón?— cuestionó sin prestarle atención.
—Oh no, no me ignorará ahora— espetó acercándose a él y arrebatándole la bolsa de monedas brillantes —Ahora que tengo su atención, voy a enseñarle modales.
Igual no fue escuchada, el príncipe había comenzado a pensar de nuevo en la chica que debería escoger para esposa. Bufó mirando a Marian señalarlo y decirle quién sabe qué cosas, ella también tendría que casarse e irse con el príncipe que la escogiese. Él no quería casarse, y menos con una extraña... Y fue entonces que tuvo la idea de oro que necesitaba.
—Marian— canturreó entrecerrando los ojos.
La castaña detuvo su gran repertorio para verlo a los ojos. —¿tiene alguna pregunta?
—Mm si... ¿Prefieres una boda al aire libre o dentro del castillo?