Hechizos peligrosos
23 de noviembre de 2025, 9:09
La puerta del escondite fue abierta de un potente portazo que hizo temblar el árbol entero. Las miradas de los jóvenes recayeron sobre la nueva llegada, que era un manojo de nervios, que como un rayo llegó hasta el único que podría ayudarla: Robin.
Ella contó con pelos y detalles lo que ocurrió y lloriqueó en el hombro del chico, que esperó pacientemente hasta que ella terminó la conversación para estallar en euforia.
—Pero Marian, ¡eso es maravilloso! —los presentes lo miraron asustados.
—Creo que no has entendido, Robin —opinó el pequeño Juan, llevándose una mano a la nuca.
—Te lo repito yo —saltó Tuck— Marian se casará con el príncipe Juan y no contigo.
—Chicos —exclamó él recostándose en la improvisación de cama y cerrando sus ojos, con total calma. Marian ya se había alejado varios pasos de él, dolida y desconcertada por sus palabras— Los que no entienden son ustedes. Si Marian se casa con el príncipe, será reina y tendrá jurisdicción sobre el oro de la corona.
La chica, y los otros dos compañeros de Robin, lo miraban sin comprender exactamente.
—¡¿Y eso que?!
—Pues... —gruñó él, cansado de dar tantas explicaciones— que en ese caso, ella tendrá tanto poder como el rey Ricardo. Entonces, además de tener acceso libre al castillo por su parte, podremos deshacernos del príncipe Juan. Tengo la firme esperanza de que Marian será una reina justa para Sherwood. Y al príncipe Juan le gustará la cárcel. Después de eso quizás nos casaremos como es debido y gobernaremos con mano de hierro y corazón noble.
Tuck y el pequeño Juan asintieron contentos con esa explicación— Viéndolo de esa manera, parece una gran idea.
Marian se puso en pie— ¿y mi felicidad no importa? ¿Qué será de mi vida en el tiempo en el que esté casada con ese avaro rubio? Por nada del mundo pienso hacer eso, ni siquiera si fuera para desposarme luego contigo, Robin. No seré parte de esto ¡y si no recibo ayuda de ustedes, me valdré por mi misma para salir de esta!
Otro portazo dio el último toque a su huida teatral y el principio del fin de la amistad con ese forajido.
A Marian le encantaba caminar por el bosque todas las noches. Nunca tuvo miedo al hacerlo, porque sabía que Robin siempre estaba atento a ella, tenía un oído en cada árbol y un ojo en cada piedra y que si algo fuera de lo normal le ocurría, no tardaría en estar a salvo entre sus brazos. Además, todos los bandidos del bosque de sherwood se habían terminado yendo. No podrían hacer competencia a Robin, ni en sueños. Por lo mismo, esa noche Marian caminaba por el bosque, entre árboles y setos florales. Entre rocas y estanques, como única compañía a la luna y el canto de los grillos. La calma de la noche siempre la hacía sentir plena, pero en esta ocasión no lograba más que aumentar su pesadumbre. ¿Qué se hace en un caso como ése? ¡La magia era la solución, por supuesto!
El libro de complicados hechizos pareció vibrar en su bolsillo en el momento en el que sus dedos lo tocaron. Sonrió enjugándose las lágrimas de un manotazo. Entonces se encontró con otro problema ¿qué se suponía que tenía que hacer? O sea... La magia era la solución, pero ¿para que?
¿Qué quería hacer?
—Cambiar la opinión del príncipe, por supuesto.
pero, ¿no era ser reina lo que quieras desde pequeña?
—Ya, pero no al lado de ése príncipe.
¿Y si cambias de príncipe?
Inmediatamente se tensó en su lugar
—El único amor en su vida había sido Robin... Pero sin él... No tiene sentido casarse con nadie. Nada importaría.
Sus pensamientos siguieron divagando otro tanto más hasta que dio en el clavo. Se casaría con el príncipe Juan como tan bien le pareció a Robin, pero de regalo de bodas lo ayudaría a apresar a ese bandolero. La venganza se asentó sobre su pecho esa noche, mientras que las estrellas se tornaban rojas por instantes, así como también sus ojos.