Fuego azul
23 de noviembre de 2025, 9:09
— ...sólo es que me gustaría saber como es posible que usted, príncipe, sea capaz de descubrirme cuando lo espío.
Su interlocutor no le estaba prestando tanta atención como ella creía, sus manos enguantadas se movían para desatar la cesta del picnic de la montura de su caballo, pero sus ojos estaban fijos y algo entrecerrados. Pasó un largo silencio antes de que Juan respondiese, antes de que siquiera la mirase a la cara. Marian había preferido no verlo, porque era cierto que parecía sacado de una pintura renacentista.
—La próxima vez que decidas espiar a tu príncipe, ten la decencia de asegurarte de que los bajos de tu falda estén también escondidos. —la frase terminó en un tilde de sonrisa que alivió la presión que la joven Lady había estado sintiendo desde que llegaron al claro del bosque.
—No tendría que hacerlo si el príncipe no se comportara tan raro últimamente.
El ceño del rubio se frunció ligeramente mientras tomaba asiento al lado de Marian.
—Explícate.
—Bueno... como su repentino repudio hacia el oro.
Marian esperaba que el príncipe se estremeciera, o que diese señales de notar que algo andaba mal, o lo que fuera. No esperaba que su gesto se suavizara y que él se dejase caer hacia atrás, sobre la fina y mullida alfombra de césped. Ella, sin mucho más que hacer o decir se tumbó a su lado, aunque francamente no estaba viendo el cielo ni nada de eso, más bien se podría decir que sus ojos traspasaban el azul de la cúpula que los cubría, y llegaba hasta un sitio en el cual nada de lo que estaba ocurriendo era real.
—¿Quiere que le diga un secreto, Lady Marian? —mencionó de pronto. Marian puso los pies en la tierra, y como quien no quiere la cosa tarareó afirmativamente.— Hace unos días caminaba por este bosque. Pensamientos arrogantes y codiciosos inundaban mi cabeza, tenían una fuerza de violenta magnitud que opacaban totalmente la de la razón. La que me decía que si me casaba solo terminaría enredado en más problemas de los que podía manejar.
Él cambió de posición, se colocó de lado, de modo que pudiera verla de perfil mientras hablaba. Marian estaba siendo atacada por un barullo de los peores y más traicioneros nervios. Sin embargo se decidió a mirarlo mientras hablaba, porque así vería si lo que decía era o no una broma o burla más. Contrario a todo pronostico, Juan le sonreía. Sus zafiros refulgentes brillaban a la luz del brillante sol de esa mañana.
Pero antes de que Marian se decidiera a bajar la vista, por lo irrespetuosa que estaba siendo, Juan volvió a quedarse con la vista fija en el cielo, boca arriba. Y lo que soltó fue algo así como un suspiro de recuerdo— Nunca creí que podrías esconder la magia entre tus dotes, Marian.
Al verla estática y aturdida, no pudo menos que echarse a reír ahí mismo. Su mano se entrelazó a la suya, antes de que ella reaccionase.— Te amo, Marian.
Lo que ocurrió en ese instante fue de lo más peculiar, ahí en medio de ese campo, los labios del joven príncipe se estrellaron con dulzura sobre los suyos. Por extraño que pueda sonar, Marian se echó hacia atrás. Huyendo por inercia de esa boca que no era la del príncipe que esperaba. Sus ojos se encontraron, y el mar turqueza se encontró con el azul de un basto océano de emociones dulces.
—Necesito que me diga el resto de la historia—se excusó atropelladamente alejándose un palmo de él e incorporándose lentamente. Sus ojos bajaban al suelo, prefería mil veces el común suelo tapizado de hierva, a aceptar lo que realmente le sucedió en ese corto acto.
Juan, sin mas muestras de molestia que una seriedad más prudente en sus palabras, se sentó de igual forma con la vista en el suelo al hablar. —Recuerdo todo, si eso es lo que te preguntas, Marian. Pero no siento que tu hechizo me hay cambiado realmente —se apresuró a decir— Al contrario, no hizo más que hacerme ver cosas que ya estaban en mí. El afecto que siento por ti no es nuevo tampoco.
No mentiré. El oro siempre me pareció de lo más bello del mundo. El poder embriagante que representaba su color... su brillo... nunca imaginé que hallaría aun más belleza en una joven mujer que siempre había estado a mi lado. Entonces supe que había sido un idiota por mucho tiempo. No hablo del no amarte, porque ya lo hacía, sino de no darte el lugar que te merecías en mis prioridades. Si quieres saber realmente lo que ocurrió, simplemente despejaste mi mente... y ya está.
Ella mantenía los ojos en el suelo hasta que él la enfrentó por segunda vez, tomándola del rostro y atrayéndola a él con extrema dulzura. Hasta que la inminente colisión se llevó a cabo y sus bocas se encontraron con la pasión del primer beso que se da con la persona correcta.
—Príncipe...
—Marian —él sonreía con travesura, parecía que disfrutaba realmente de la impresión y el temblor que se habían asentado en la joven que seguía besando— No te lo pregunté realmente como Dios manda. Lady Marian, ¿Serías mi esposa?
Entonces fue ella quien lo besó, mil veces más apasionadamente de lo que nunca pudo haberlo hecho con ningún otro de sus novios, ni Robin disfrutó de un fuego parecido al que el principe Juan degustaba en ese instante.