Amistad de oro
23 de noviembre de 2025, 9:09
—¡Deja de comer, tragón!
—No puedo evitarlo —se disculpó con la boca llena— Es culpa tuya por no cocinar nada.
—No es mi culpa para nada. Recuerda que en el escondite no hay comida, porque el pueblo nos odia. ¿Sabes como están los precios de una triste manzana en el mercado?
—Da igual —suspiró Tuck llevándose un trozo de pay a la boca— esto que hacemos es lo más inteligente que se nos ha ocurrido.
—Es porque no se les ocurrió a ustedes —rió Therkie desde la bolsa de viaje del pequeño Juan— Marian está haciendo un trabajo ejemplar al resolver los problemas que ustedes mismos ocasionaron en el pueblo.
La susodicha los esperaba más a delante, a caballo y con una expresión de desasosiego tatuada en el rostro. Como ella sospechaba, Robin no había accedido a presentarse a la boda y eso la lastimaba en sobre manera. Aunque, tanto mejor, no se imaginaría en medio de semejante momento con los ojos acusadores del bandolero en su nuca todo el tiempo.
No la malinterpreten, ella estaba feliz y era muy dichosa amando al príncipe, y lo era mucho más al ser correspondida con el mismo y hasta más afecto. Pero el dolor de que esto era ocasionado por un hechizo le dolía aún como una espina clavada en su pecho. Y luego estaba aquel sueño que había tenido en una ocasión. Ceniza, muerte, dolor y tristeza y la espada del príncipe que atravesaba su corazón. Todo era muy extraño.
Tuck y el pequeño Juan montaron también en dos corceles a sus lados. El primero le sonrió— Estoy seguro de que serás una buena reina, Marian.
—Gracias Tuck, pero espero ser mejor esposa.
—Con que no le niegues al princesito el oro de la corona, todo estará bien.
Los tres rieron y Therkie salió de su escondite— Marian, necesito hablar contigo a solas.
La joven prometida, aturdida asintió sin preguntas— Adelántense, Juan dijo que deseaba hablar con ustedes de todas formas.
—Upps —se lamentó el menor— y yo que apenas y me vestí para la cena. Si me hubieran dicho que veríamos al príncipe...
—¿Te habrías lavado la cara? —rió el pequeño Juan y todos sonrieron, hasta Tuck.
—Nos vemos allá, entonces.
Therkie le indicó a Marian que fueran a las ruinas en las que él había vivido toda su existencia de dragón. Al llegar a una de las torres más derruidas, el hamster bajó de su mano para corretear por entre las piedras y hierbas. Marian apretaba su mano sobre su corazón, aún se sentía atenazada por una gran preocupación y, a pesar de todo, le era imposible ver la luz del asunto con la creciente oscuridad que sentía venir.
El dragón/hamster salió de entre las rocas y le indicó con señas que bajara también de su caballo y le siguiera.
—Sólo espero que sea importante. —se quejó caminando entre rocas y pedruscos, alzando los bajos de su falda.
—Si no lo fuera, ¿crees que recurriría a ti para hablarlo?
Ella frunció el ceño— Cuando sea reina te haré un par de guantes.
—No harás eso.
—¿Como estás tan seguro, eh?
—Porque después de esto no te querrás deshacer de mi. —se burló la criaturita.
Marian entró por la abertura de la torre, había un largo camino oscuro adentro que ambos recorrieron en casi total silencio. La prometida no perdía oportunidad para quejarse y Therkie de burlarse, pero de igual forma esta situación logró hacerla olvidar sus preocupaciones por unos minutos. Era divertido pelear con el animalillo, siempre sabía que decir.
Al llegar a un callejón sin salida Therkie se detuvo frente a una pared de roca solida y se volteó hacia ella. Marian había encendido una pequeña luz portátil mágica con un hechizo sencillo, y a su luz ambarina, ella vio la perplejidad retratada en el dragón/hamster.
—¿Que ocurre? ¿Acaso me trajiste aquí para ver una pared de piedra?
No bien estuvo acabada la frase una segunda pared de piedra subió desde el suelo con un sonido de rocas sobre rocas, cerrando la salida del túnel por el que venían caminando. Marian parpadeó en la nueva oscuridad que los invadió, volvió a pronunciar el hechizo y la luz volvió a refulgir para revelarles su nuevo problema.
—¿Me trajiste aquí para hacerme una broma pesada?
Therkie bufó iracundo —¡No! ¿porqué se te ocurren cosas tan...? olvídalo. Mira, veremos la forma de salir de aquí.
—O sea que no es una broma.
—¡Obviamente que no! —chilló el hamster fuera de sí y una nube de polvo se desprendió del techo.
—Pues habrá que hacer un hechizo de revelación —suspiró ella— La boda es al atardecer, tenemos unas dos horas.
—Eso no hará falta. Yo quería darte una sorpresa, un regalo de bodas —los ojos de Marian se iluminaron— Estuve cuidando este tesoro por tanto tiempo... que cuando apareciste tuve enormes dudas sobre si eras o no la elegida...
Marian dio un salto en su lugar y un grito ahogado.
—¿Un tesoro?
—Si ¿no has oído hablar de los tesoros de los dragones?
—Pues francamente nunca tomé en serio esas historias medievales...
El hamster se acercó a la pared para inspeccionarla más de cerca mientras hablaba.
—Pues eso, que junto al libro y la magia estaba también la riqueza de la anterior bruja. Según recordaba, estaba por este pasadizo y al parecer...
Therkie no pudo seguir hablando porque Marian lo abrazaba con emoción mientras reía.
—¡Gracias! pensé que no me querías.
El animalillo escapó de sus brazos entre forcejeos y risas.
—¿Y que esperabas, niña tonta? ¿Que no estuviera feliz y orgulloso de ti, siendo lo que soy, tu maestro?
—Realmente no me esperaba este tipo de obsequios.
—La verdad es simplemente devolverte lo que siempre fue tuyo. Es suficiente para que el reino que gobernarás sea mil veces más prospero y feliz que ahora, mi reina. Pero... debemos salir de aquí si deseas gastarlo.
Marian se sonrió ante esto nerviosamente llevándose una mano al corazón: el presentimiento volvía con mayor intensidad. Ella también se acercó a la pared.
—Veré si puedo hacer algo.