ID de la obra: 1417

Un hechizo de oro

Het
G
Finalizada
1
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
33 páginas, 15.028 palabras, 15 capítulos
Descripción:
Notas:
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Mar sin viento

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Sus ojos recayeron en el pequeño hamster que la miraba azorado. Lo siguiente que pasó la hizo retroceder de un salto y ahogar un grito. Cuando su mano se acercaba a la pared, la aparentemente sólida, aburrida y fría piedra resplandecía en tonos turquesas y dorados. —¡Therkie! —exclamó saltando de euforia. Podía ser que estuviera a pocas horas de casarse con un príncipe y gobernar un reino, pero situaciones como ésta no dejaban lugar a su seriedad.  Las cejas grises del minúsculo roedor se alzaban a niveles exorbitantes. —Eres realmente la elegida, Marian. Tenía mis dudas, pero ahora las has roto todas.  Ella volteó a la pared de nuevo —¿Qué quieres decir? ¿Que la elegida puede hacer esto?  —Ordénale a la pared que nos deje pasar —sugirió dando varios pasos hacia atrás en un breve suspiro— no es necesario que uses tu varita.  Marian alargó sus dedos hacia la roca y con severas preocupaciones tocó la superficie resplandeciente. Algo le decía que debía concentrarse enteramente en lo que deseaba que ocurriera. Respiró hondo y dijo mentalmente «ábrete» e inmediatamente la roca se separó por la mitad y ambos trozos se dividieron lo suficientemente para que ambos pasaran.  La doncella prometida sonrió eufórica apretando su libro de hechizos contra su pecho y su varita en su puño —¡Andando!  Therkie recordaba vagamente la dirección que debían tomar, pero aún así estuvieron rebotando de túnel en túnel y de pasadizo en pasadizo hasta encontrar una enorme puerta de piedra oscura.  —La recordaba más pequeña...  —¿Aquí es... ?  Su interlocutor asintió— me temo que yo no he pasado más allá de aquí así que...  —¿Qué? No me digas que tendré que ir sola.  Therkie se encogió de hombros con un gesto algo patoso— Lo más probable es que yo sea vaporizado si entro ahí. Pero no te preocupes, según recuerdo, solo debes entrar y escoger el contenedor correcto.  —¿Contenedor...?  —Si... Además de las riquezas también se te concede el acceso a los contenedores que han guardado toda la magia de las antiguas brujas. Pero apresúrate, no es de buen augurio que la novia llegue tarde en su propia boda.  Marian resopló, presa del terror más extraño. Pues quería con su alma atravesar esa puerta, pero también tenía miedo de lo que podría esperarla al otro lado.  De la misma forma que antes, pero esta vez sin ningún tipo de contacto físico, Marian repitió la orden a la puerta «ábrete» y lenta y solemnemente las placas de piedra se separaron y una cegadora luz dorada los envolvió.  ************************************ Las cosas habían pasado demasiado rápido. Casi parecía como si el dique de aparente paz se hubiera desplomado y torrentes de fuego cruzaran el reino. Imágenes borrosas y turbias lo acechaban en la oscuridad y el silencio de su soledad. ¿Qué ocurre? ¿Dónde estoy? Preguntas y más preguntas sin respuesta.  Poco a poco, el príncipe fue abriendo sus ojos, no los abrió del todo, solo lo suficiente para poder enfocar el lugar en donde estaba. Era una especie de sótano muy sucio y polvoriento: un calabozo de su propio castillo.  Trató de separar sus labios para formular una aunque fuera de sus preguntas pero se dio cuenta de que algo en su boca, algo como un calcetín sucio, le impide articular cualquier palabra.  No solo se da cuenta de esto sino también de que estaba fuertemente atado.  Su cuello lo estaba matando debido a la posición que su cuerpo había mantenido por tanto tiempo. Gimió de dolor sintiendo el roce de la cuerda con sus heridas en las manos por la misma fricción de sus ataduras.  Estaba por comenzar a hacer algo para escapar cuando escuchó el rechinar de la puerta del sótano y unos pares de apresurados pasos. Y pudo escuchar y caer en la cuenta de que eran dos distintos y a velocidades diferentes. Los que se oían más fuertes parecían despreocupados y más pausados. Mientras que los otros parecían el eco de los primeros, más suaves y más rápidos como si tuvieran el miedo de quedarse atrás.  Levantó su cabeza percibiendo un horrendo pinchazo en su cuello de nuevo. Pero el tiempo que mantuvo en alto sus ojos, pudo retener en su memoria algo de los dos sujetos que estaban observándolo.  Uno era un adulto, su postura demostraba seguridad y sus brazos, ejercicio. Ataviado en trajes reales. Pudo ver sus ojos que parecían reflejar más frialdad y crueldad que los del mismo demonio.  A su lado, unos cuantos centímetros más abajo, se encontraba un joven más pequeño y menos trabajado. Tenía un aspecto pálido y casi marmoreo. Su mirada, altiva y burlona no podría ser otra que la de Robin.  —Su alteza no se ve tan dorado como de costumbre —rió una sardónica voz juvenil. —Robin...—Quiso hablar, pero a lo único que llegó fue a balbucear algo sin sentido alguno.  —Me alegra que siga recordándome, Príncipe tirano. Puede que todo el mundo haya aceptado dejar en el pasado sus transgresiones... Pero yo no lo haré.  —Quítale la mordaza —habló el hombre al lado de Robin. Pronto las manos nada cuidadosas del bandolero sacaron eso que le impedía hablar de su boca.  Para su suerte, no, no era un calcetín. Era una masa de telas comunes.  Tosió unas cuantas veces antes de poder hablar normalmente. —Te arrepentirás de lo que hiciste.  La sonrisa de Robin se ensanchó— Nunca me arrepentiré de haberte secuestrado y quemado el castillo... —Me refiero a lo que hiciste con el pueblo — le escupió con el primer atisbo del anterior odio que una vez le profesó.  Los ojos fulgurantes del chico parecieron apagarse lentamente hasta que su sonrisa desapareció también. El hombre a su lado tomó la palabra— las personas están bien, si eso te preocupa. Pero el reino entero está en llamas hoy y seguirá así por varios días.  El hombre, que reconoció como el más grande enemigo de su hermano el rey Ricardo, hizo una señal a alguien en el pasillo que se apresuró a entrar en el campo de visión del príncipe. Un chico que en comparación con Robin, era lo mismo que poner un trebol con un árbol.  El niño parecía asustado y hasta desnutrido. Sus ojos mostraban igual confusión que los de Juan. Pero por el parecido, era evidente que era el hijo del rey enemigo de Ricardo. El hombre chasqueó los dedos y el niño conjuró una pequeña bola de fuego mágico por unos cortos segundos hasta que terminó por evaporarse entre sus dedos.  —Fuego mágico, mi lord —rió con burla el rey —no se extinguirá hasta que haya consumido todo el reino de Nottingham y los alrededores.  Robin volvió a acercarse con paso ligero hasta el príncipe y, tomando la cadena que lo mantenía unido a la pared, lo obligó a levantarse.  —Príncipe Juan —siguió diciendo el rey enemigo— Supongo que querrá ver su reino por última vez, por lo que nosotros nos iremos con el pueblo para que tenga algo de privacidad. Imagino que querrá despedirse, pero apresúrese, al fuego no le tomará más de una hora llegar hasta estos calabozos.  El bandolero volvió la cabeza por última vez hacia el príncipe cuando el rey salió. Algo en los ojos, pacíficos y tranquilos como un mar sin viento, lo hicieron reconsiderar sus planes. Pero ya era muy tarde y ese fue el mensaje que Juan comprendió, que Robin no era el que estaba haciendo esto, no todo por lo menos.  En silencio, se pidieron perdón y a la vez se perdonaron. Sea como fuere el final, sería la última vez que se verían.  «Marian» pensó «ojalá estés bien»
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