Una imagen condensada
23 de noviembre de 2025, 9:09
—¿Sabes siquiera en dónde puede tenerlos? —le preguntó ella.
Juan se llevó una mano a la barbilla, dispuesto a pensar por un momento. Mariam lo contempló sin disimular mientras las llamas en el fondo consumían el bosque y se extendían más allá.
—Al rey Reginald le encantan estas situaciones trampa ¿sabes? es posible que tenga todo planeado y haya buscado la forma de divertirse a costa del pueblo, de la gente. Talvez los haya tomado por esclavos y los use para crear pozos o grandes castillos en su país. Pero si hizo eso, posiblemente no estén muy lejos, su reino está cruzando el desierto... Pero realmente podría tenerlos en cualquier sitio.
Mariam pensó a su vez. Therkie dijo que él iría a ayudar al pueblo, pero ¿habría dado con él? a lo mejor así era, desde el aire, era mil veces más fácil dar con una población que camina a pie por el desierto. ¿Pero como se suponía que ellos dos dieran con el pueblo?
Las llamas mágicas se agolparon cerca de sus pies, con un movimiento de mano lo obligó a retroceder de nuevo. El fuego mágico era peligroso, realmente parecía tener algún tipo de vida inteligente que se arrastraba hambriento hacia adelante, hacia ellos, cada vez que Mariam se distraía. Tras ellos el castillo terminó por derrumbarse por fin. El fuego consumía con un calor poderoso hasta el metal y el oro, todo sería en poco tiempo mucho menos que escombros. Se veía que además de robarse a la gente, también habían saqueado todo lo de valor que encontraron, así que todo no estaba perdido. Si lograban rescatar a las personas quizá también lo pudiesen hacer con las cosas robadas.
Si Juan hubiera sido la mitad del avaro que había sido antes, estaría ahora histérico y encolerizado por su oro o el castillo destruido y consumido por las llamas antes que por el pueblo. Pero éste no era el caso. Mariam lo observaba desde su posición, y veía que en él ya no quedaba un solo indicio de sí mismo. Había cambiado totalmente, y a pesar de todo, Mariam no podía evitar amar ese nuevo él.
Mariam se preguntó si en algún momento se apagaría el fuego cuando se acabara el combustible o si solo migraría por los arboles hasta algún otro reino.
—Robin tiene que estar feliz ahora. —masculló el príncipe.
—¿Robin? ¿Robin Hood? —preguntó ella, sorprendida de que Juan lo mencionase y sorprendida aún más de haberlo olvidado hasta éste momento— ¿Qué tiene que ver ese bufón en todo esto?
Ella no estaba en muy buenos términos con ese chico por como se había portado. Primero hacía de todo por dejar en vergüenza al príncipe, luego no acudía a la boda y por ultimo causaba todo ese alboroto. Mariam sintió un pinchazo de ira en su pecho, nunca pensó poder molestarse realmente con Robin, antes era más como un castigo por el despecho infantil que le produjo el desinterés, pero ahora estaba claro que ella también, de alguna forma, quizá con esa nueva magia milenaria que corría por sus venas, había de alguna forma madurado. Y ahora lo veía tal cual era y sentía sus agravios de otra forma.
—Él tiene algo que ver. —dijo Juan, aun meditabundo, le contó lo ocurrido antes de que tuviese que meterse a aquel barril— No estoy aun seguro de en qué tiene que ver. No hubo tiempo para que intercambiásemos más de tres o cuatro frases superficiales. Pero estoy seguro de que es él la clave de todo esto.
—¿Es un traidor?
—Estaba siguiendo ordenes del rey Reginald. Como si le debiera algo o todo esto efectivamente hubiera sido parte de un plan urdido con antelación. —resopló con frustración, llevándose las manos a la cabeza— me gustaría ser más listo, tengo la impresión de haber malgastado mi vida contando oro en vez de nutrir mi mente como se debe.
—¿Quién es exactamente ese rey? —intentó ayudar Mariam— Lo vi en el espejo antes de saber que estabas en peligro, pero apenas y fui capaz de entender lo que pasó.
—No hay mucho que decir al respecto de él —murmuró el príncipe con vaguedad— es otro enemigo más de mi hermano. Y puedo decirte que tiene más enemigos que aliados. Ser un rey bueno no es bien visto. Y Reginald ha tenido muchos roces con Ricardo, llegó a amenazarlo con la guerra en incontables ocasiones.
—¿Esto es la guerra?
—No, ya no tenemos fuerza para eso. Nos ha invadido, saqueado y capturado al pueblo. No hay forma de devolver el golpe. Si Ricardo estuviera aquí, estaría conmocionado y probablemente gritándome que soy un príncipe mediocre.
Mariam colocó una mano sobre el hombro de su príncipe. A veces se sentía muy lejana a él. Juan observaba el fuego a su alrededor, incapaz de tocarlos por la magia de la bruja pero amenazante en todo momento. Al sentir su mano él la tomó con la suya y la estrechó con suavidad, aceptando su consuelo.
—Salgamos de aquí —le dijo él, depositando un beso suave sobre su mano— no es seguro. Aunque si te soy sincero no tengo idea de si habrá un lugar seguro para nosotros.
—¿A qué te refieres? Reginald cree que has muerto consumido por el incendio.
—Pero él no es un rey de suposiciones. Traerá a gente para que esculquen las ruinas y saquen hasta lo ultimo que encuentren, y cuando vea que no hay rastros de mi cadáver en el calabozo...
Mariam se estremeció ante eso, visiblemente preocupada. Al príncipe no le pasaba inadvertido, por lo que la envolvió en sus brazos para reconfortarla.
—¿Puedes sacarnos de aquí? —le murmuró al oído— puedo asegurarte que estando conmigo nada malo te pasará, pero deberíamos alejarnos del peligro.
—Hay un sitio... las ruinas del dragón.
Mariam pensó que con sus nuevos poderes recién conseguidos, quizá solo bastase con pensarlo con suficiente fuerza para estar ahí. Justo antes de que la esfera de aire que había creado a su alrededor se disiparse y el fuego conquistase ese círculo de yerba aún verde, ellos habían dejado de estar ahí.
Un segundo después, estaban sobre una de las torres de piedra grisácea de las ruinas del dragón.
—Eso fue más rápido de lo que pensé —dejó escapar una risa, Juan— ahora, tenemos que pensar en como bajar de aquí.
No había terminado de decir eso cuando ambos empezaron a flotar en el aire y a bajar muy lentamente hasta el suelo. Antes de poner los pies en el suelo, la gravedad volvió a actuar y ambos cayeron al suelo. Tuvieron la suerte de hacerlo de pie.
—Aun tengo que acostumbrarme. —jadeó Mariam.
—Tendrás tiempo para ello. Ahora, pensemos.
—¿Sigues creyendo que Robin tiene algo que ver?
—Todo es posible —se encogió de hombros.
—Robin no haría eso... —dejó escapar ella— es decir... no es el estilo de un bandolero. Ellos buscan ante todo libertad, no sirven a ningún rey, ni siquiera en situaciones desesperadas. Normalmente es muy original, como todo bandido, pero no a estas escalas. No dañaría a nadie si tiene la oportunidad de impedirlo.
—Pues parece que hoy se ha tomado en serio lo de ser original. —bufó con sarcasmo el príncipe— No sabemos qué va a hacer ni qué está haciendo.
—Creo que tengo una idea —murmuró ella.
Mariam trazó en el aire un óvalo pronunciado mientras murmuraba palabras que curiosamente le estaban viniendo solas a la mente para conjurar un hechizo que nunca antes había probado. Enseguida el óvalo hizo que la imagen del bosque se empañara, como si alguien hubiera respirado sobre un cristal traslucido, gotitas de condensación se quedaron suspendidas en el aire por unos segundos.
Cuando ella pasó una mano para retirar esa capa de humedad y se halló mirando directamente a su reflejo.
—Funcionó. —jadeó, sorprendida. Ni ella misma se lo creía. Esta nueva magia que funcionaba sin varita ni libro de hechizos eran realmente más poderosa de lo que podía imaginar. P
Tras Mariam, en su reflejo, Juan apareció al acercarse a mirar. En su mirada se leía el desconcierto más absoluto.
—Esto es autentica brujería.
—Pero benigna. —se defendió ella, aunque no supo porqué.
—Lo sé, nada malo podría ser conjurado por ti —le acarició la mejilla y Mariam sintió el calor del rubor coloreando sus mejillas— ¿puedes decirme qué es?
—Es el espejo del tIq —recordó que eso ponía en una inscripción en la base— por lo que decía, solo la gran bruja puede usarlo, convocarlo y poseerlo. Estaba en la cueva en donde se me dieron los poderes. Puede mostrarme lo que yo quiera.
—¿Puede mostrarte al pueblo? —murmuró Juan, con las cejas enarcadas de sorpresa y admiración.
—Puede mostrarme al último ser viviente del universo si así lo deseo. Y ya sé a quien debemos ver para que nos guíe al pueblo —asintió ella, se volvió al espejo— muéstrame a Robin Hood.