¿Estás aquí?
23 de noviembre de 2025, 9:09
Parpadeó, una, dos, tres veces. A sus ojos les tomó mucho más el acostumbrarse lentamente a la falta de luz del ambiente, respirando con dificultad, ordenando sus pensamientos uno a uno mientras asimilaba su situación. La oscuridad era casi tangible ahora que el agua había apagado la mayoría del fuego mágico, las antorchas parpadeaban con lúgubre brillo, pero el vapor de agua hacía el ambiente pesado y la visibilidad nula.
El suelo se destrozó bajo su peso, pero al caer el agua mágica amortiguó su caída y apagó la mayor parte del fuego, que se recuperaba a paso récord, ganando terreno y volviendo a iluminar la estancia, gracias a esto Mariam cayó en la cuenta de donde se encontraba: Las mazmorras.
Claro ¿Cómo no se le había ocurrido antes?
Sin perder el tiempo se puso en pie, para darse cuenta de que la protección mágica había desparecido por completo. Optó esta vez por una ráfaga de aire helado, un hechizo más complejo, pero más efectivo. Como tenía ahora el poder de crear hechizos en su idioma de la nada sin tener que recordar palabrerías sin sentido, hacer magia nunca le resultó más fácil.
El fuego retrocedió otro tanto más, lo suficiente para correr hasta el primer calabozo y echar un vistazo rápido. Por ahora eso era lo único que podía hacer, retrasar el avance del fuego, hace rato que había comprendido que no podía apagarlo, que por ahora lo que debía hacer era encontrar a Juan y sacarlo antes de que se quemase vivo. Si descartaba que no estuviese muerto ya.
El primer calabozo: Vacío. Segundo calabozo, lo mismo. Tercero, había un agujero en la ventana por el cual el prisionero debió escapar antes de que el fuego lo consumiera, ¿habría sido Juan? Todavía quedaban tres celdas por abrir, no perdía la esperanza. Cuarto calabozo. Se quedó petrificada en su sitio.
Desde una esquina, titilando débilmente, algo llamó su atención. Antes de adentrarse en medio de ese callejón sin salida, lanzó una oportuna ráfaga helada hacia las llamas que la asediaban, para luego precipitarse al interior. Tomó el objeto entre sus dedos, rescatándolo de entre las múltiples cenizas que llenaban hasta el último recoveco, se hallaba la joya más pequeña del collar de rubíes del príncipe. Esto era tanto buen como mal presagio.
Por un lado significaba que Juan había estado en ese calabozo, pero por otro, que había sido encerrado ahí antes del comienzo del incendio. La piedra preciosa aún se conservaba cálida al contacto de la blancura virginal de sus manos, lo mismo que las cenizas que la rodeaban.
Sintiéndose devastada por el dolor de la pérdida de Juan, comenzó a llorar. Todo su cuerpo empezó a emanar una energía incandescente mientras sus lágrimas caían al suelo. El golpe de su corazón empezó a resonar con mayor fuerza. La piedra se deslizó en el interior de su puño cuando se puso en pie, ahora más que nunca, lo buscaría sin descanso.
Todo se detuvo. Sus oídos se agudizaron.
¿Qué había sido eso? ¿El fuego mágico hablando de nuevo? No, era un sonido húmedo el que llenaba el recinto. Mariam se volvió en redondo, mirando aquí y allá, aterrada de que ahora tuviese que pelear con algún ser acuático. Pero nada parecido había en ese oscuro calabozo. Solo un barril chamuscado en una esquina que quizá se había salvado de las llamas por el líquido en su contenido.
Con una nueva esperanza palpitando en el lugar de su corazón, Marian se acercó al barril. Efectivamente, estaba lleno de agua oscura que reflejaba el movimiento de las llamas y su propio reflejo. Marian no deseaba verse, estaba horrible y no soportaba pensar que ese mismo día iba a ser su boda.
Cuando estaba por voltearse para buscar en los otros calabozos, el sonido regresó. Un chapoteo. Entonces regresó su mirada de nuevo al agua justo en el momento preciso para ver a Juan emerger del mismo.
Por un instante, quedaron a la misma altura, sus ojos al mismo punto, los ojos del otro. Azul y verde grisáceo chocándose de nuevo.
—Marian...
—Juan...
Ella lo abrazó ahí mismo, con los brazos todavía repletos de hollín, sin reparar en que su príncipe estaba casi ahogado, con la ropa humeante aún más que mojada y que al contacto, la tela chamuscada crujió.
—Estas aquí... —se separó de él un instante para después mirarlo directamente a los ojos, tomándolo de ambos lados del rostro— ¿Realmente estás aquí... Mi príncipe?
Juan se rió— sé que no fue la forma más caballeresca de sobrevivir pero...
Marian lo calló a besos, nada le importaba ahora. Él estaba vivo, todo hubiese desaparecido si él hubiera muerto, la vida, la existencia misma, no tendrían ningún sentido. Lo estrujó entre sus brazos.
—Creí que te perdería...
—Yo pensé lo mismo de ti... Desapareciste antes de la boda, y cuando vinieron esos soldados... Creí que...
El silencio los envolvió así como las llamas que aún seguían acercándose peligrosamente a ambos. Marian, de un momento a otro, comenzó a resplandecer de pura alegría. Juan lo notó, pero no quiso deshacer el abrazo, después habría tiempo. Después...
—¿Dónde estuviste?
—Estuve con Therkie —cuando entendió que Juan no sabía quien era, se apresuró a aclarar— el dragón.
Ahora que había recuperado al chico, se dio cuenta de que muy a pesar del tan repentino y rápido enamoramiento que ambos habían tenido, ella en ningún momento se detuvo a introducirlo a su vida. Es decir, nunca se molestó por hablarle de sus amigos, ni de Robin. Siempre tuvo que mantener todo en silencio y aun ahora sentía que debía mantener ese secreto.
—Te contaré todo luego —le prometió dándole un ultimo apretón antes de soltarlo a completo para mirarlo a los ojos— ¿estás seguro de que estás bien?
—No es nada que no termine estando bien después. —le restó importancia— salgamos de aquí.
Mariam había olvidado que estaban en un incendio, había dejado de escuchar hasta el sonido de la madera quemándose y las piedras cayendo. Todo el castillo se caería en cualquier momento con ellos dentro si ella no hacía algo. Se volvió a la pared y alzó ambas manos a su superficie.
Las piedras temblaron, polvo, hollín y pequeñas partículas incandescentes volaron de todos lados mientras una brecha se creaba en la pared. Pero la escena que los recibió afuera, era casi tan devastadora como la que casi los consumió antes. El Bosque de sherwood se estaba incendiando lo mismo que el castillo. Mariam salió primero y el príncipe tras ella al exterior.
—Mi reino —musitó quedamente.
Mariam no dijo nada al respecto, solo conjuró un hechizo que sin necesidad de tocar al príncipe, curó sus heridas y reparó su ropa al estado de antes. Lo mismo que las suyas, creando un vestido nuevo a partir de su ropa interior de antes. Juan no notó nada, tan embelesado como estaba con la destrucción que se orquestaba delante de sus ojos.
—Ahora Ricardo tendrá bien fundamentadas sus razones al no quererme cerca del trono.
Marian lo observó en silencio. El castillo aún ardía tras ellos, con el pueblo entero, en la lejanía. Y tanto ella como él lo veían de cuando en cuando.
—El rey entenderá —murmuró con dulzura— es más, es probable que quizá nunca se entere.
Juan la miró a los ojos, después de semejante día, una pequeña broma nunca hubiera sido capaz de contrarrestar la ira, impotencia y tristeza que los invadía a ambos. No obstante, compartieron una sonrisa cómplice.
—Estoy seguro de que escuchará algo de esto. Nothingham, la ciudad de las cenizas. Eso lo convertirá a él en el medio rey de las cenizas ¿no?
Esto hizo reír a Mariam.
—¿Reconstruirás el pueblo?
—Y el castillo también, si te parece —rió ampliamente— a menos de que desees vivir en el pueblo en alguna casa normal.
—Si mi rey me acompaña, no me importa vivir en el bosque.
Juan se acercó a ella y le plantó un beso dulce y suave en los labios al tiempo en el que estrechaba sus manos entre las suyas con una ternura que hizo que el corazón de Mariam se oprimiera dulcemente. Cuando se separaron, ella vio en él un aire de valentía que no tenía antes, era claro que estaba decidido a hacer pagar al rey enemigo por esto.