Capítulo 1 : Rebajado
23 de noviembre de 2025, 23:23
Todos contemplaban sin siquiera respirar a su maestro. El espacio, normalmente vasto y solemne, ahora parecía reducido por la presión de su ira que forzaba a los adolescentes a guardar silencio.
La única fuente de luz era un torbellino de energía kairu, suspendido en el aire como una llama fantástica. La sala estaba completamente oscura a excepción del torbellino de energía eléctrica en forma de fuego que oscilaba en medio de todos pintando todo a su alcance de un débil tono azulado, apenas ya que el fuego se había vuelto escaso por la culpa de alguien en específico.
El responsable estaba allí, con la cabeza baja. Sus puños temblaban a los costados, no de arrepentimiento, sino de una furia abrasadora que amenazaba con consumirlo. No había lugar para la culpa en su corazón, no sabía si en algún momento había sentido algo parecido. Ahora solo se sentía bastante molesto consigo mismo.
Sus hermanos y él habían jurado compartir la carga del castigo entre los tres. Lo habían prometido en un pacto mental apenas unas horas antes. Pero, como todo lo demás en su vida, esa promesa se estaba desmoronando.
El maestro Lokar se movió desde las sombras, y su sola presencia parecía hacer temblar cualquier firmeza que los adolescentes tuvieran. Bajo su manto color vino y su rostro de piel grisácea, sus movimientos eran lentos, casi se podría decir que carentes de vida. Sus ojos, tan fríos y afilados como dagas, los estudiaban desde una distancia que se sentía altiva.
No había rabia en su expresión, solo una decepción profunda.
Cuando levantó la mano, los equipos restantes entendieron la orden al instante. Abandonaron la sala en un silencio reverencial. Nexus percibió las miradas de todos ellos llenas de curiosidad. No se preocupaban por él, solo sentía curiosidad por saber qué había hecho mal un ser aparentemente hecho para ser perfecto.
Ellos sabían lo que estaba pasando, lo habían sentido en el aire y en los murmullos de los sirvientes de la guarida. Los Hiverax habían cometido un error imperdonable, garrafal. Pero no sabían qué exactamente y era una lástima porque varios de ellos se habrían gozado burlándose de esos tres.
A los e-teens biológicos siempre sintieron que los adolescentes electrónicos se sentían superiores a ellos. Y para su molestia, lo eran. Quizá por el hecho de ser más biónicos que orgánicos, simplemente existían para el propósito que su maestro les diese y ese era justo el asunto que habían roto.
Los Hiverax habían perdido una gran cantidad de Kairu por concentrarse en destruir definitivamente al equipo de ky Stax.
Zane, el que a su juicio era el más capacitado de todos como guerrero, echó una ojeada por encima del hombro para mirar a los tres acusados. Lo que más deseaba era saber qué estaba pasando y qué castigo les darían. Los castigos de Lokar siempre eran desproporcionados a la causa, pero esta ocasión era diferente, él podía sentirlo.
Tuvo que salir, muy a su pesar, antes de ganarse un castigo para si mismo.
—No necesito explicaciones ni excusas —dijo al fin el maestro, cuando la sala estuvo vacía y solo los trillizos Hiverax se habían quedado frente a él. Su voz sonaba como un susurro helado, tanto o más que los pensamientos de los tres chicos.
Los trillizos cayeron de rodillas, inclinándose hasta que sus frentes rozaron el suelo de piedra. A pesar del frío, el sudor perlaba sus frentes. Para los demás E-teens, Lokar era un amo y un maestro, para los Hiverax, Lokar era su creador. Un creador que disponía de sus juguetes cómo le apetecía y eso incluía romperlos si no servían.
El dios creador los observó con una calma que era peor que la furia, una quietud que anticipaba algo irreversible. Los tres sabían que de esta, probablemente no saldrían indemnes.
—Sé exactamente quién provocó este desastre. —continuó Lokar.
El hecho de que las palabras sonaran tan cercanas, le hizo a Nexus darse cuenta de que él ya lo sabía. ¿Cómo ocultarle al creador algo que él podía averiguar solo viendo a sus creaciones? Un nudo se formó en su garganta, pero Nexus se obligó a tragárselo.
Su cuerpo a veces hacía eso, reaccionar. Esa opresión significaba miedo, significaba una advertencia en todo su ser electrónico. Sabía que la acción de levantar la cabeza para replicar o siquiera pedir clemencia era una tentación. Lokar les había dado la vida con su kairu oscuro, le debían obediencia ciega y él, Nexus, había roto esa consigna sin pensarlo demasiado.
A su lado, sus hermanos intercambiaron miradas rápidas, cargadas de pánico. A través de su sala mental, Nexus percibió las oleadas de tensión que electrizaban los miembros de sus hermanos. Uno de ellos abrió la boca para hablar, pero un gesto severo de Lokar lo detuvo.
—No necesito que me mientan —continuó el maestro, zanjando la orden en tono seco y definitivo—. Fue un error titánico, y no puede quedar sin castigo... Pero ustedes dos han sido mis guerreros más leales, sería una insensatez deshacerme de ustedes.
Por un instante, Nexus sintió una chispa de esperanza, tenue como la luz moribunda que llenaba la sala. Pero esa chispa murió al escuchar lo que siguió.
—El problema no son ustedes, Hexus y Vexus. Eres tú, Nexus.
El aludido alzó la vista apenas un poco, lo suficiente para ver la pena reflejada en los rostros de sus hermanos. También podía sentirla. El chip que lo conectaba a ellos le permitía sentir su rabia por igual y el temor al castigo, aunque este recayera solo sobre él.
Lokar avanzó hacia ellos. Nexus no alzó la vista, no lo necesitaba para saber que había severidad en sus facciones. Permanecer sumiso a su creador era la mejor alternativa. Su mente trabajaba rápido, buscando la mejor manera de girar las tornas sin parecer desafiante. Sus hermanos no hablaban en la sala mental, cuando el maestro estaba cerca, ellos guardaban silencio por temor a él.
Cuando Lokar se detuvo frente a Nexus, él inhaló profundamente y habló.
—Maestro, yo acepto la responsabilidad... —sintió el impacto que esa única frase produjo en sus hermanos. Después de todo ¿no habían jurado echarse la culpa todos juntos?— pero no actué solo por mi.
Hubo un silencio pesado en el que Nexus sintió el barullo de los sentimientos de sus hermanos gritando sin palabras. Lokar no respondió de inmediato, lo que le dio a Nexus el tiempo justo para continuar.
—Me disculpo, porque sé que mis acciones nos han traído aquí. —buscó que sus palabras fueran lentas pero entendibles— Pero tampoco actuaría sin una causa, maestro. Todo lo que hice fue por el Kairu y por usted.
La osadía velada de esas palabras hizo que Lokar se enderezara en su posición. Hablar sin permiso, hablar sin que hubiera de por medio una pregunta que justificara su intervención ¿se le había zafado un tornillo?
—¿Qué estás haciendo? —Hexus silabeó con apremio en la sala mental, su voz sonó trémula por la ira dentro de sus mentes— Te estás entregando a él. Eso no fue lo que decidimos...
Durante un instante, Nexus pensó que quizá había ido demasiado lejos. Los ojos de Lokar, duros y penetrantes, parecían buscar en su interior como lo había hecho innumerables veces con él y con sus hermanos, analizando cada palabra.
—¿Por mí? —repitió Lokar con una calma que hacía vibrar la electricidad en la piel, como la sensación antes de que cayese un rayo— ¿Estás diciendo que lo que hiciste lo hiciste pensando en mis ideales?
—Siempre —respondió Nexus, inclinando más la cabeza en un gesto de obediencia—. Si me equivoqué, fue porque pensé que un riesgo valía la pena para complacerlo, maestro. Si ese juicio fue erróneo, entonces merece castigo.
Los otros dos trillizos lo miraron con alarma, pero Nexus mantuvo su postura dócil. Dentro, la sala mental había enmudecido. Hablaba con un tono demasiado sereno, humilde, casi zalamero. Eso intrigó a sus hermanos, pero no intervinieron, su miedo era agrio y Nexus lo percibía casi como propio.
Lokar lo observó en silencio. Nexus esperó el momento en el que él respondiese a esas justificaciones.
—Hablas bien, Nexus —dijo finalmente, con una voz que apenas contenía el filo de su enojo—. Casi logras hacerme dudar. Pero conozco la diferencia entre la lealtad verdadera y una lengua astuta. Yo te puse ambas, después de todo, creé hasta el último de tus órganos semi sintéticos y semi biológicos. ¿De verdad piensas que puedes manipularme con palabras que yo mismo te enseñé? ¿Qué tus juegos de palabras me harán ignorar lo evidente? Tu mayor error no fue fallar en la misión, hacer lo que hiciste a espaldas de mi o de tus hermanos... tu error fue olvidar quién soy.
La quietud se rompió cuando Lokar continuó avanzando, acercándose aún más a Nexus.
—Sé exactamente lo que hiciste, y por qué lo hiciste. —Nexus lo escuchó justo frente a él, al menos un palmo de distancia— Eres un guerrero hábil, pero también eres egoísta, Nexus. En eso te pareces más a mi de lo que imaginas. No puedes ocultar esa mancha en tu alma oscura porque tu kairu es igual al mío.
Nexus tragó en seco. Sabía que cualquier réplica podía empeorar la situación, pero el impulso de salvar su posición lo empujó a intentarlo una vez más.
—Maestro —trataba de sonar lo más dócil que se pudiera, sin dejar de mostrarse útil como guerrero—, mi único deseo es ser útil para usted. Si hay una forma de enmendar este error, haré lo que sea necesario para ganarme su perdón. Pero castígueme solo a mi, mis hermanos no tuvieron nada que ver...
Pulsos cálidos llegaron desde los extremos de la sala mental que compartía con Hexus y Vexus. Ellos sentían gratitud, pero aún pensaban que Nexus estaba loco, su desconcierto seguía inundando sus mentes. Él les respondió con un pulso idéntico, para tranquilizarlos.
Lokar solo negó con la cabeza.
—No hay enmienda posible para alguien que ya ha cruzado la línea —dijo Lokar finalmente, cada palabra cargada de desprecio—. No te destruiré, si es lo que piensas, pero tampoco te permitiré hundir al equipo Hiverax contigo. A partir de ahora, tu lugar no será entre los guerreros. Yo no tolero los estorbos.
El silencio que siguió era tan vivo que Nexus casi podía oír el ritmo irregular de su propio corazón mecánico. Él se halló pensando que hubiera preferido por mucho una destrucción lenta y dolorosa que ser rebajado. Hubiera preferido que le extirparan una a una sus partes robóticas con un escalpelo sin filo, hasta volver a ser biológico por completo a la fuerza, sin calmantes para el dolor ni la posibilidad de desmayarse.
Esperó su sentencia con la vista fija en el suelo, resignado.
—Desde ahora, limpiarás y cocinarás mientras ellos luchan contra el equipo Stax.
Esa orden no era solo una degradación, era un escarnio.
No hace falta mencionar que el Nexus estaba ahora consternado con esa respuesta. ¿Cocinar? Ni siquiera sabía quién cocinaba hasta ese momento y tampoco cómo se hacía, con lo de limpiar estaba cómodo ya que ya lo hacían entre todos, ahora sería él el encargado de esa tarea.
Nexus sintió cómo su rabia hervía bajo su piel, golpeando contra las paredes de su autocontrol. Sintió emociones parecidas en sus hermanos que literalmente se deshacían en indignación ante esa idea. Los tres compartieron una mirada cómplice mientras asimilaban la ridícula y denigrante situación.
Los otros dos entendían el castigo y sufrían por su hermano, pero por nada del mundo pensaban compartir su destino. Y Nexus lo entendía, les hizo saber que no lo necesitaba. Él también haría lo mismo si los roles estuvieran intercambiados. No los culpaba, pero tampoco tenía lugar para el arrepentimiento.
Si se había concentrado en intentar asesinar a Ky antes que en conseguir más kairu, era algo que debía premiarse, a su juicio. Pero el código kairu indicaba muchas cosas diferentes a sus ideas, algo concerniente a la moral o algo así. El honor... Nexus no entendía porqué era más importante.
Aun así, Lokar no había terminado, el golpe final lo dejó sintiéndose aun más prescindible de lo que se había sentido nunca.
—Ya que tenían otro hermano —los tres chicos evocaron mentalmente al cuarto hermano, el mayor de ellos que se hallaba viajando por otras esferas—, Dexus, él tomará tu lugar. Y ustedes, Vexus y Hexus, tendrán que aceptar que Nexus es ahora un sirviente. No podrán llamarlo hermano, no podrán tratarlo como tal. Su castigo debe ser completo, no quiero verlos cerca de él en las comidas o en el entrenamiento, quiero que sienta la soledad que se merece por sus actos... Ahora, llamen a Dexus y desaparezcan de mi vista.
El sonido de los pasos de sus hermanos alejándose fue peor que un insulto. Nexus permaneció de rodillas, clavando la mirada en el suelo de piedra, incapaz de enfrentar las expresiones de quienes una vez lo habían llamado su igual. No quería ver la lástima en sus rostros... ni el alivio que sabía y sentía que estaba allí.
—Y tú —añadió, con un veneno nuevo y más frívolo— más te vale no volver a hacerme enojar.
Los trillizos permanecían en silencio, sentados en el borde de sus camas. La habitación, fría y austera, no ayudaba a calmar la sensación de incomodidad que los envolvía. Las paredes de piedra, las ventanas de madera, todo parecía estar diseñado para reflejar la soledad que ahora los rodeaba. Ninguno de ellos se atrevía a hablar, aunque la tensión era evidente.
No se necesitaba decir nada para saber que ya no eran lo que fueron.
—No debiste... —habló Hexus, cruzado de brazos y con una expresión de disgusto— fuiste muy idiota.
—Muy idiota —asintió Vexus, con media sonrisa—, pero muy valiente.
—Ya está hecho —murmuró Nexus, sin mirarlos—. Haremos lo que él quiere.
Los otros dos asintieron, sin sonreír.
Nexus, el hermano azul, suspiró y se llevó una mano a la sien para extraer una tarjeta pequeña, un chip que lo unía mentalmente con sus dos hermanos y lo dejó sobre el cobertor de la cama antes de irse. La conexión mental se rompió, y él no sabía exactamente qué sentía al respecto.
El silencio que sintió fue abrumador. Nunca desde su creación se había sentido más solo que en el vacío de su propia mente. Solo sabía que ya no tenía un lugar entre ellos, y esa sensación se arrastraba por su pecho como algo pesado.
Sin mirar atrás, enfiló hacia la puerta, sus hermanos no se lo impidieron.
Mientras caminaba por el pasillo, su mente seguía en otra parte. La realidad de lo que había sucedido no le cuadraba, pero tampoco sabía qué hacer al respecto. Entonces, tropezó con Zane, que apareció de repente, con su habitual sonrisa burlona.
—¡Pero bueno, pero bueno, pero bueno! —exclamó Zane, alzando las manos con dramatismo—. ¡Mira quién tenemos aquí! Si no es el gran Don Errores, ¿Ya te dieron la condena que deberás cumplir, o te dejaron ir con el rabo entre las piernas como el fracasado que eres?
Nexus no se detuvo. Sus pasos siguieron, pesados, en dirección contraria a Zane, ignorando el veneno en sus palabras. La rabia se acumulaba dentro de él, y la tentación de lanzarse sobre Zane y golpearlo hasta callarlo era fuerte, pero Nexus estaba demasiado agotado, emocionalmente drenado, para ceder. Pasó de largo sin decir una sola palabra, sin perder el ritmo.
Zane, sin embargo, no estaba dispuesto a dejarlo ir tan fácilmente. Con una risa burlona, lo siguió un par de pasos, lanzando más comentarios mordaces:
—¡No me ignores, lata! —gritó, su voz llenándose de veneno—. ¿Sabes quién soy? ¡Claro que lo sabes! Soy el que tiene los agallas para decirte lo que eres. ¡Una carga! ¡Un estorbo! Los demás te habrían dejado atrás hace tiempo, pero bueno, ¿Qué se le va a hacer? ¡Es lo que pasa cuando tienes tanta electricidad en la cabeza que se te olvida cómo ser un buen guerrero kairu!
Zane dio un paso más hacia él, asegurándose de que Nexus lo escuchara bien, con la intención de que las palabras calaran hondo, más hondo que cualquier golpe físico.
—No te hagas el sordo. Ya no eres uno de los Hiverax, ¿verdad? —su risa se alzó, como si el sufrimiento de Nexus fuera su combustible—. Y lo peor de todo es que ahora ni siquiera puedes culpar a nadie más. ¿Te das cuenta? El maestro Lokar te lo dijo claro, eres una lata que no va a superar a un ser biológico nunca, y el único que no lo veías eras tú.
Nexus cerró los ojos un momento, deseando que Zane se callara, que todo desapareciera, pero lo peor era que, en lo más profundo, sentía que ese Radikor tenía razón. El error era suyo. Todo había sido por su culpa. Él había fallado, y ahora el peso de esa responsabilidad lo aplastaba aún más. Pero en lugar de hacerle frente a Zane, se obligó a seguir caminando, apretando los dientes, ignorando las risas del adolescente que seguían resonando en su cabeza.
A lo lejos, el eco de las palabras de Zane seguía flotando en el aire, pero para Nexus ya no existían. Su mente estaba ensordecida por algo mucho más pesado que las burlas de aquel idiota.
El cuartucho que le habían asignado era menos que un trastero. Paredes desnudas y frías, apenas iluminadas por una bombilla parpadeante que parecía estar tan cansada como él. Una escoba y un trapeador se erguían en un rincón como si fueran los nuevos centinelas de su vida, cosa que le parecía muy perturbadora.
Entre cajas apiladas y estanterías desvencijadas, se encontraba un par de mudas de ropa simple, las que ahora debía usar. Ropa color suave de trabajo, uniformes de sirviente. Nada de tecnología, nada que sugiriera que alguna vez fue algo más que una sombra entre los esclavos de Lokar.
Su armadura estaba allí, todavía abrazando su cuerpo como un último vestigio de lo que fue. Esa armadura había sido su segunda piel, la barrera entre él y el mundo, la que lo había hecho sentir invencible. Ahora, debía quitársela.
Con dedos temblorosos y movimientos mecánicos, comenzó a desabrochar las piezas, una por una. Cada clic que rompía el ajuste perfecto le dolía casi fisicamente. Cuando terminó, quedó de pie en el cuarto, con las manos colgando a los lados, mirando la armadura que yacía sobre una mesa improvisada.
Era más que metal, era su identidad, la última conexión con una vida que ya no le pertenecía.
No podía creer el nivel de humillación al que lo habían reducido. Y lo peor era que esto apenas comenzaba. Su trabajo, su “nueva función”, ni siquiera había iniciado. Lo esperaba una cocina llena de grasa, órdenes que debía obedecer sin cuestionar, y miradas condescendientes de aquellos que, hasta hacía poco, temían incluso cruzar palabras con él.
¿Quién lo habría imaginado?
De ser uno de los seres más temidos, con un poder que podía hacer temblar muros y apagar vidas, a convertirse en un pinche de cocina. Un pinche. De cocina.
Un ardor creció en su pecho, un fuego que, en lugar de consumirlo, comenzó a alimentarlo. Esto no terminaría así, no podía terminar así. Talvez fuese su culpa por intentar matar a Ky para conseguir el kairu, pero eso no significaba que merecía tal humillación.
Tal vez no esa misma tarde, ni mañana, pero encontraría una forma de recuperar lo que había perdido, o de crear algo nuevo a partir de las cenizas. Si no era junto a sus hermanos, entonces sería sin ellos. Porque si algo no estaba dispuesto a aceptar, era ser olvidado.
Con esa última promesa hecha a sí mismo, Nexus agarró la ropa simple que lo esperaba, alisó el lienzo áspero de la camisa con manos firmes y comenzó a vestirse. Había perdido casi todo, pero no su voluntad.