Capítulo 2 : Fuera de rutina
23 de noviembre de 2025, 23:24
Es curioso cómo los días se acortan o se alargan en relación a como los estés viviendo. Hay ocasiones en el que un día se va rápido y no te das cuenta de a qué hora se hizo de noche. Pero hay días en los que un minuto se alarga lo mismo que diez y diez lo mismo que media hora.
Nexus sentía eso último en las rondas de servidumbre.
Mientras servía la comida, un chico de otro equipo soltó una carcajada demasiado alta. Era Koz, el chico de pelo azul y piel bronceada que al parecer era hermano de la princesa, la rubia mimada.
—¿No se te caen las piezas al levantar esa olla, lata? —bromeó, señalando su brazo con descaro.
Nexus no dijo nada, pero apretó el cucharón. Tan fuerte, que por un momento pensó que el metal cedería antes que su paciencia. Se prometió escupir en el plato de comida de ese chico la próxima vez que le sirviera. Era una táctica que los otros humanos usaban generalmente con el equipo Radikor y Battacor.
Cuando les servía la comida a los demás equipos procuraba apretar los labios para no decir todas las groserías que quería decirles a los chicos que empezaban con sus burlas. Entre la servidumbre sólo había humanos, como Marisa, que era la jefe de cocina, o Don-don el guardia de la puerta. Él era el único con ese tipo de piel y esa forma de ser tan extraña.
Su jornada tenía dieciséis horas y después tenía la desagradable tarea de lavar la ropa, además. Sin embargo, se estaba acostumbrando. Se estaba acostumbrando a cocinar, a servir la comida, a las burlas de los chicos de los demás equipos, a ser ignorado por sus hermanos y a regresar a su cuarto mugriento con dolor en todo el cuerpo.
Un mes después de su degradación, una constante sucesión de días idénticos con finales iguales y resultados idénticos, llegó Dexus. Una creación prototipo de Lokar: su reemplazo. Era en teoría idéntico a él y a sus hermanos con la salvedad de que sus ojos eran amarillos y el distintivo en su pecho era una representación abstracta de la cara de un búho del mismo color que sus ojos.
Nexus lo miró con envidia el día en el que Lokar lo presentó a sus hermanos y estos le entregaron el chip de conexión mental y la armadura que le perteneció a él. Pero por supuesto, nadie reparó en Nexus, trapeador en mano y una mancha de grasa en la frente y parte de la camiseta.
El nuevo pasó cerca de Nexus, quien fregaba el suelo para evitar pensar. La armadura reluciente de su sucesor emitía un zumbido bajo, familiar pero ajeno.
—Cuidado con lo que haces, sirviente. —dijo Dexus, con una sonrisa apenas perceptible— No querrás ensuciar algo que nunca podrás volver a usar.
Nexus bajó la cabeza, pero sus puños ya estaban temblando. Entonces supo que la degradación era definitiva, que no habría forma de salirse de esta situación y que, por más que hiciera berrinche, las cosas no cambiarían.
Quizá, inconscientemente, había estado albergando alguna esperanza estúpida de que Lokar cambiase de opinión. Pero ni él sabía porqué había esperado semejante cosa, su lógica y su inteligencia le decían que ante un error como el suyo, reiterado y su insubordinación, estaba más que claro que nunca lo iban a dejar regresar a su equipo.
Para empeorar su situación, Nexus empezó a entender lo que era la verdadera soledad.
Antes, le bastaba simplemente estar despierto y consciente para sentir a sus hermanos con él de alguna forma. El chip, en sus implantes robóticos, unía su red neuronal con la de ellos, de manera que no solo podían hablar telepáticamente sino comunicarse el uno al otro imágenes, sonidos, olores, sensaciones e impresiones. Incluso podían saber lo que uno pensaba sin que este se lo dijese.
Antes, siempre había un murmullo suave en su mente. Como el eco de una sala llena de vida, con risas, respiraciones y pensamientos ajenos. Ahora, todo era silencio.
Esta compañía le había fortalecido siempre en batalla y en todo momento, a decir verdad. Y ahora, sentía el vacío como algo tangible que nunca se llenaba. Era avasallador y, a veces, doloroso.
Había compartido miradas con sus hermanos un par de veces, pero siempre rehusó mirarlos por mucho tiempo. Ellos tampoco insistían. Seguían con lo suyo, como si él ya no existiera.
Y quizás, pensó, así era mejor.
No obstante, su nueva posición tenía ciertas ventajas. Ahora tenía acceso a más áreas de la guarida que antes, aunque su propósito fuera únicamente limpiarlas. Aun así, eso no le impedía aprovechar la oportunidad para echar vistazos a lugares que previamente le estaban prohibidos. Fue así como descubrió un sótano donde mantenían prisioneros, cámaras repletas de artefactos y armas de todas las épocas, así como documentos en idiomas que no lograba identificar.
La primera vez que lo enviaron a limpiar los cuartos de algunos guerreros, Nexus no pudo evitar sentir un retorcido placer al penetrar en la intimidad de esos idiotas y descubrir los secretos que intentaban ocultar.
Además, sus rondas nocturnas lo llevaban a caminar por pasillos a oscuras, donde tuvo la oportunidad de ser testigo de otros secretos. Por ejemplo, que Teeny y Zane se encontraban algunas noches en el cuarto del chico para actividades que, claramente, no tenían nada que ver con el entrenamiento. O que Techris solía bajar sigilosamente a la cocina para robarse algunos pudines, creyendo que nadie lo notaba.
Eso le daba ciertas distracciones a su día a día.
Pero la tarde en que más salió de su rutina, todo se torció para mal. Fue alrededor de las cinco, mientras Nexus limpiaba encimeras y entarimados en las áreas de las naves. Para ese momento, dos meses después de su degradación, había alcanzado tal nivel de automatismo que su cuerpo biónico realizaba las tareas con una precisión mecánica. La repetición tenía algo de reconfortante.
La puerta se abrió de golpe y Nexus sintió el cambio en el ambiente antes de escuchar una voz. Zylus. Reconoció la firma kairu al instante, vibrante y arrogante. No necesitaba girarse para saber que venía acompañado.
—Les dije que aquí estaría nuestra Cenicienta —se mofó Zylus, su voz impregnada de una falsa dulzura que lo ponía de los nervios. Nexus siguió limpiando, aunque sus manos ya no se movían tan distraídamente.
Suspiró internamente, sintiendo que la situación escalaba de manera predecible. Su mirada seguía fija en la superficie que limpiaba, aunque una chispa de irritación le cruzó el semblante.
—¿Me buscaban, señoritas? —masculló con sarcasmo, finalmente rompiendo el silencio. La necesidad acuciante de largarse de allí le quemaba en el pecho, pero se obligó a mantener la compostura. Aún tenía que medirlos.
—Se nos ha roto el saco de boxeo en el gimnasio —se encogió de hombros Bash, con una sonrisa que parecía mitad despreocupada, mitad predatoria.
—Dirás que tú lo has roto —corrigió Rynoh, con un resoplido de fastidio.
—Como sea, —respondió Bash, rodando los ojos y cruzándose de brazos— está roto.
Zylus dio un paso adelante, su sonrisa torcida ampliándose, como si saboreara la tensión en el aire.
—En resumen —dijo, deteniéndose justo detrás de Nexus—, nos hace falta uno nuevo.
Nexus sintió el frío de la piedra bajo sus manos y cerró los ojos un instante, respirando hondo para mantener la calma. Cuando volvió a abrirlos, su mirada estaba afilada y su expresión, pétrea.
—¿Y pensaron que yo podría reemplazarlo? —soltó con sequedad, erigiéndose un poco más alto.
—No lo pensamos, lo decidimos —espetó Zylus. La orden implícita en sus palabras fue suficiente para que Nexus sintiera el primer movimiento a sus espaldas.
Rynoh avanzó rápido, buscando aferrarse a su hombro. Pero Nexus no se lo permitió. En el último segundo, giró con un movimiento seco y preciso, esquivando las manos del chico y poniéndose de pie en un solo impulso. La sorpresa iluminó los rostros de los tres por apenas un par de segundos, pero se disipó rápidamente.
—¿Tienes algún problema, saco de chatarra? —gruñó Bash, con la sonrisa todavía pintada en el rostro.
—Solo el hecho de tener que tratar con seres inferiores —respondió Nexus, su tono cargado de desprecio.
La sorpresa cruzó fugazmente los rostros de los dos chicos, pero no les duró mucho. En un parpadeo, Zylus hizo una seña y los tres se lanzaron sobre él. Nexus esquivó el primer golpe y retrocedió un paso, con el pulso acelerado.
Bash fue el primero en atacarlo, con un gancho directo al vientre. Nexus alcanzó a bloquear parcialmente el golpe, pero la fuerza lo hizo tambalearse hacia atrás. No tuvo tiempo de recuperar el equilibrio cuando Zylus apareció por su lado y le asestó un golpe en la barbilla. La vista de Nexus chisporroteó por un segundo y cayó de rodillas, aturdido.
—¿Qué pasa, Cenicienta? ¿Ya no bailas? —se burló Bash, avanzando con su sonrisa burlona.
Pero Nexus no pensaba quedarse abajo. Respiró hondo y, con un gruñido, se impulsó hacia arriba. Su pierna voló en un arco preciso, impactando en el estómago de Bash y haciendo que se doblara. Sin perder el impulso, giró sobre sí mismo y propinó una patada a Rynoh en la pierna, obligándolo a retroceder con una maldición. Zylus, que había intentado atraparlo por detrás, recibió un cabezazo que lo hizo gruñir de dolor y llevarse las manos al rostro.
—Qué decepcionante que no les enseñaran combate cuerpo a cuerpo, chicos —soltó Nexus entre jadeos—. En eso, esta Cenicienta les lleva ventaja.
—¡Cállate! —espetó Zylus con furia, lanzándose hacia él.
El codazo llegó sin previo aviso, un movimiento rápido y brutal que impactó en la mejilla de Nexus y lo hizo girar el rostro. Antes de que pudiera recuperarse, sintió un brazo cerrándose como un torno alrededor de su cuello. Rynoh había conseguido atraparlo por la espalda y lo inmovilizó con una llave que le cortaba la respiración.
—¿No decías que eras mejor que nosotros, basura? —susurró Rynoh en su oído, con una voz venenosa.
Bash no perdió el tiempo. Se acercó, con los ojos entrecerrados por el dolor pero el orgullo intacto, y comenzó a golpearlo. Un golpe al estómago que lo dejó sin aire. Otro al costado del rostro que lo hizo ver chispas de colores. De la nada una sonora interferencia se coló en sus oídos, lo que en los seres humanos normales sería el equivalente al pitido agudo en los oídos, en Nexus se traducía como la estática de una radio con la antena averiada. Y sintió cómo el suelo comenzaba a perder estabilidad bajo sus pies.
—¿Dónde quedó toda esa arrogancia, lata? —Zylus se inclinó frente a él, su voz distante, como si hablara desde el otro lado de un túnel.
Nexus intentó responder, pero apenas podía respirar. La llave de Rynoh se apretaba más con cada segundo, como si quisiera partirle el cuello. Sintió el sabor metálico de la sangre en la boca y los latidos frenético de la estática en las sienes. El mundo se oscurecía a su alrededor, pero Nexus apretó los dientes y luchó por no perder la conciencia.
—No... se... atrevan...—gruñó entre dientes, más para sí mismo que para ellos— o los destruiré...
El desafío aún brillaba en sus ojos, aunque su cuerpo empezaba a ceder. Una sonrisa manchada de sangre, torcida y desafiante, les confirmó a los Battacor que este tipo no se dejaría vencer tan fácilmente. Era un gesto de resistencia, aunque ahora no tuviera fuerzas para más.
—Eres un maldito masoquista—espetó el líder del equipo, proyectando toda su frustración y burla por no poder hacerlo rogar clemencia—. Dos meses de sirviente no te han servido para aprender tu lugar. Pero esto... esto te hará recapacitar.
Antes de que Nexus pudiera replicar, un sonido le heló la sangre: gritos en el exterior. Al principio, apenas los escuchó, amortiguados por el zumbido en sus oídos y la presión de los golpes. Pero pronto las voces se hicieron claras. Voces idénticas a la suya.
Sus hermanos.
Por un segundo, en medio del caos y el dolor, pensó que venían a salvarlo. Como antes, cuando todo estaba bien. Cuando no había traición, ni servidumbre, ni derrotas. La confusión cruzó el rostro de los Battacor al unísono. Un atisbo de pánico.
De inmediato, lo soltaron. Rynoh apartó su brazo, liberando el cuello de Nexus con un gruñido frustrado, y Bash detuvo su puño a medio camino, el impacto contenido en el aire. Nexus apenas percibía sus rostros a través de la neblina roja que empañaba su visión, pero sí sintió, como un alivio gélido, cuando el suelo volvió a recibirlo. El frío bajo su cuerpo lastimado fue lo más parecido a la paz que no había sentido en horas.
—¿Qué es lo que dicen? —chilló Zylus, girándose hacia la puerta como si esperara que alguien irrumpiera de un momento a otro.
—Están llamando al maestro Lokar —dijo Rynoh, aún recuperando el aliento—. Dicen que tienen algo para él.
—Vamos a ver qué es —murmuró Bash, tronándose los nudillos ensangrentados, una sonrisa todavía dibujada en su rostro— Esta chatarra no se irá de aquí, y a sus hermanos ni les importa.
—Viendo cómo lo dejaste, ahora les importará menos —se burló Rynoh, llevándose una mano a la pierna que Nexus había alcanzado a patear en un último intento por defenderse.
—Te salvaste por esta noche ¿me oyes? —le asestó una ultima patada en las costillas, eliminando por completo cualquier posibilidad de incorporarse en los próximos minutos— pero esto ha sido divertido y estoy seguro de que lo repetiremos en cuanto podamos.
Las risas de los tres se desvanecieron por el pasillo, sus pasos apurados dejando claro que lo que sea que estuviera ocurriendo afuera lo superaba en importancia. Nexus permaneció tendido un momento más, escuchando el eco de sus voces hasta que desaparecieron por completo. Agradeció en silencio aquella circunstancia inesperada, aunque le escociera la humillación.
Respiró hondo, el movimiento hizo que un dolor punzante recorriera su torso como un rayo ardiente. Nexus gruñó y, poco a poco, consiguió semi incorporarse sobre un codo. Un hilo de sangre goteó de su sien, cayendo con un sonido sordo sobre su hombro.
—Malditos... Si tuviera mi Neurax... si pudiera machacarlos como a semillas... —pensó. Pero la fantasía se desvaneció al instante. Ahora mismo, apenas podía mantenerse en pie.
Se apoyó en una de las paredes, respirando con dificultad, y obligó a su cuerpo a enderezarse. Lo siguiente fue un gesto automático: mirar al suelo, asegurándose de no haber dejado manchas de sangre. Porque esa era su vida ahora. Sangrar en silencio. Limpiar lo que ensuciara.
Sin embargo, algo llamó su atención. El sonido seguía llegando desde afuera. Las voces persistían. Algo en ellas despertó su instinto, esa chispa de curiosidad tan intrínseca, tan natural, incluso en un ciborg extraterrestre. Se desplazó hacia la habitación contigua, ignorando el dolor que cada paso provocaba, y se dirigió directo a las ventanas. Desde ahí, tendría una vista clara del exterior.
El viento ahora nocturno soplaba frío, cargado de un silencio extraño. Nexus entrecerró los ojos para enfocar mejor y entonces los vio: sus hermanos, de pie en círculo, con Dexus, el nuevo, en el centro. Pero había algo más.
Una cuarta figura.
La figura estaba de rodillas en el suelo, su cuerpo inmóvil pero firme. La reconoció al instante, a pesar de la penumbra y la distancia. Su cabello azul, los hombros tensos, y la manera en que mantenía la cabeza erguida incluso en esa posición lo confirmaron. Estaba atada con cuerdas dobles y reforzadas en muñecas y tobillos, una gruesa mordaza cubría su boca, como si incluso su respiración debiera ser contenida.
Maya.