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Los primeros días en Hogwarts fueron una aventura. Altair no se acostumbraba a las escaleras cambiantes y a los retratos que parecían juzgarle con la mirada, ni a los fantasmas que molestaban a los alumnos. Y, sobre todo, no se acostumbraba a esa mirada que podía sentir sobre él, una mirada intensa que lo hacía estremecer, pero cuando giraba no había nadie, solo alumnos que ignoraban su inquietud. Altair se perdía entre escaleras de espiral y antorchas que guiaban su camino de forma silenciosa. Las sombras danzantes que se proyectaban contra el suelo de piedra daban un aspecto fantasmal e inquietante al lugar. Con tantos alumnos allí no se notaba, tal vez nunca lo notaría, que había alguien acechando. Alguien cautivado por su aspecto y por todos los secretos que pueden envolver a Altair. Esa mirada se volvió una constante silenciosa durante todo su primer año. Entre clases de pociones que salían catastróficas y encantamientos que no salían a la primera, Altair avanzaba con la calma que solo la determinación le otorgaba. Ignoraba las risas, el compañerismo y amistades que se formaban a su alrededor. Se mantenía ajeno, alerta, como si alguien jugara con su control, como is alguien intentara entrar en su mente, pero nunca había nadie, nunca había un sospechoso, una evidencia. Fue a finales del primer año cuando su mirada al fin captó algo, cuando al fin descubrió en parte el misterio, aunque solo era la punta de iceberg. Allí, con la túnica perfectamente colocada con los colores de Slytherin, estaba Regulus Black apoyado a una pared, observando casual a Altair, aunque no había nada de casual en la mirada del chico de tercer año. Regulus tenía algo que agitaba el interior de Altair, no entendía qué, solo estaba seguro de que era esa mirada gris la que lo perseguía. Al principio no sintió miedo. Incluso sintió ganas de acercarse a Regulus, como si algo de él lo atrajese como un imán. Las vacaciones de verano llegaron en un silencio atronador, con el fuego de esa mirada clavada en la piel de Altair, no podía sacarse a Regulus de la cabeza porque una curiosidad infinita crecía en el más joven. Y en algún rincón de Grimauld Place 12, Regulus hablaba con sus amigos, discutía con su hermano o se aburría en las reuniones familiares, pero nunca sacaba de su mente al chico albino con nombre de estrella. Regulus era un apasionado de las constelaciones y su propio nombre era el de una estrella, una costumbre familiar nombrar así a los niños. Quizá por eso Regulus sentía tanta curiosidad por Altair. Se preguntaba si brillarían juntos alguna vez.***
Con el fin del verano que se hizo casi eterno, Altair regresó a al castillo para su segundo año, sin saber las sorpresas que le depararía el año. Regulus comenzando su cuarto año se atrevió a hablar con Altair. Las primeras veces fueron intercambios rápidos, como si el tiempo fuera un regalo. Entre clase se cruzaban y se saludaban, era un intercambio respetuoso al principio. Regulus se dio cuenta de lo puro que era Altair, un ser que merecía amar y tener el mundo a sus pies, que merecía brillar como la estrella que llevaba su nombre. Y en el fondo Regulus comenzó a sentir un anhelo, un deseo de formar parte de la vida de Altair, de estar para él, protegiéndolo como un guardián. Al principio eran emociones pacíficas, un anhelo inocente. El tiempo iba pasando y Regulus sentía cosas que aun no se atrevía a nombrar, pero cada vez que miraba los ojos de Altair se sentía cautivado, casi hipnotizado, una sensación que le estremecía. Al principio no quiso analizarlo, no quiso ser consciente. Con el tiempo fue inevitable que se diera cuenta de que comenzaba a amar al menor. Comenzó a sentir un apego que no podía explicar, solo permanecía al lado de Altair, viendo cómo con los años el chico se volvía más seguro y sociable. Viendo cómo Altair siempre volvía a él, contándole sus logros con alegría, pidiéndole consejo sobre clase y confiando en Regulus cada vez más. Regulus se sentía tentado a expresar lo que sentía, pero sabía que no era el momento y temía ser rechazado, tomado como un idiota. Pero era imposible para Regulus no pensar en lo hermoso que era Altair, en lo adorable que era su ingenuidad y cómo quería tenerlo solo par él.***
Fue en el quinto año de Altair, el séptimo de Regulus, cuando se hicieron más cercanos después de años cocinando a fuego lento su amistad o lo que fuera aquello. Altair sentía admiración por Regulus. El Hufflepuff sentía que su lealtad estaba junto a ese mago que siempre lo cuidó, a pesar de que su mirada seguía inquietándolo, formando preguntas que no obtenía respuesta y que se enredaban en su mente para morir. Altair sentía que Regulus era su escudo para un mundo que era demasiado cruel con los mestizos como él. Regulus era un sangre pura, pero uno que no lo juzgó. Al menos creyó que podía confiar en él. — Entonces… ¿Cómo te va con las clases? — Preguntó Regulus con suavidad, como siempre que estaban juntos. Altair levantó su mirada del pergamino a Regulus. Estaba estudiando en la habitación del mayor. — Bien, la verdad, me va mejor en pociones gracias a tu ayuda. — Dijo. Regulus sonrió sutilmente sintiéndose orgulloso. Se inclinó más cerca de Altair pudiendo oler su perfume a lavanda y su olor natural. Para Regulus era agradable estar cerca de Altair, pero cada vez necesitaba más. Y la idea de pronto graduarse y alejarse de Altair lo atormentaba. Tomarían caminos distintos, era lo natural, pero Regulus no podía concebir eso. — Me alegra serte de ayuda. — Dijo Regulus invadiendo el espacio de Altair inconscientemente. Altair, acostumbrado a la cercanía del mayor, no sintió nada más que comodidad, oliendo el aroma varonil de Regulus y ese perfume de vainilla. Le gustaba y pensarlo le aterraba, sentía cosas por el mayor que no entendía y sin saberlo, Regulus se agarraba a esas señales, a ese sentimiento para alimentar su propio amor y… obsesión. Porque sí, Regulus no sentía un amor puro, no, era enfermizo o comenzaba a serlo, alimentándose de lo dulce que era Altair, de lo brillante que era su pequeña estrella. Con ese cabello blanco y ojos grises que lo observaban con afecto, ajenos a lo que Regulus sentía. Tal vez fue en ese momento que Regulus decidió llevar todo más allá, Que decidió asegurarse de que Altair sería suyo. — Reggie ¿Puedes prometerme algo? — Preguntó Altair. Regulus notó el leve sonrojo en las mejillas de Altair y cómo clavaba su mirada en el pergamino. — Sí, puedes confiar en mí. — Promete que cuando te gradúes seguiremos en contacto. No quiero tenerte tan lejos que no podamos comunicarnos. — Dijo en apenas un susurro Altair. Regulus sonrió conmovido, se acercó más abrazando por los hombros a Altair. — Lo prometo. No lo dudes. Altair sonrió como si esa promesa pudiera ser un ancla al que aferrarse. No quería perder a Regulus, no quería que los deberes como futuro Lord Black alejaran a Regulus de él. Quería ser egoísta y tenerlo a su lado siempre. Tal vez fue en ese momento en que Regulus decidió ser más extremo. Realmente Altair nunca lo supo. Regulus acarició la mano ajena proporcionándole apoyo y también un escalofrío, como advertencia de que lago grande estaba por suceder, de que en sus ojos plateados se escondía algo profundo, oscuro. Pero Altair en ese entonces no era capaz de verlo.***
Fueron cambios sutiles. Al inicio, Altair sintió cómo su necesidad de estar con Regulus crecía, cómo su amor aumentaba, su mente se nublaba y siempre empeoraba cuando tomaba los tés que Regulus le preparaba. No sospechó, no al principio. Creyó firme en Regulus, en que él jamás lo dañaría. A mitad de año se entregó a Regulus, dejando que su amor fluyera. Los besos, las caricias, fueron demasiado dulces, le hacía sentir al borde del éxtasis. Se alejó de sus amistades porque ya no sentía alegría con ellos, su mundo era Regulus, de una manera que lo asustaba, que no entendía, pero lo amaba. No tenía ni idea de que era más que eso. Cada vez que Regulus lo hacia suyo, cada vez que tomaba su cuerpo, que lo besaba y se hundía dentro de él Altair se sentía en la gloria, era como si su mente dejara de darle vueltas a los problemas, el estrés se esfumaba y solo existía Regulus. Pero eso no era lo único que estaba pasando. Su mente a veces estaba alerta, muy alerta. Un día no pudo más, se sintió tan aturdido, como si algo dentro de él se removiera de manera violenta. Fue a la enfermería, solo para descartar algo. Sus miedos se hicieron realidad: su núcleo mágico estaba dañado. No sabía por qué, pero comenzó a atar cabos. El té de Regulus, la manera en que se sentía tan atraído a él de manera antinatural casi, todo cobraba un sentido que lo aterraba. Confrontó a Regulus. — Sé lo que has hecho. Pero Regulus sonrió de manera inocente como si no entendiera a qué se refería. — ¿Qué le has hecho a mi núcleo mágico? — Exigió saber Altair. La expresión de Regulus se ensombreció. — Así que ya lo sabes. — Dijo con simpleza. — ¿Por qué…? — Preguntó con la voz rota Altair. Regulus se acercó a Altair, posando una de sus manos en la mejilla del contrario, un toque que ahora quemaba. — Sé que no lo entiendes ahora, pero lo hice por ti, por nosotros. Su voz melosa, persuasiva. Altair lo odiaba y amaba a partes iguales. No lo soportó más, se alejó, salió corriendo de allí, Regulus no lo siguió. ¿Cómo podía decir que lo hizo por ellos? No lo entendía, no podía. Altair se sentía traicionado, una sensación que le rompía por dentro, que desgarraba el alma. No pensó en lo que hacía, solo actuó, necesitaba huir, dejar todo atrás. Necesitaba dejar a Regulus Black atrás. Hizo todo rápido, impulsivamente, llevado por el sentimiento de traición. Se alejó de Hogwarts, se fue a otro país para seguir sus estudios, desapareció por años mientras sentía que su núcleo mágico mutaba, que escuchaba la voz de un lobo en su mente, un lobo que pertenecía a él. No sabía qué mierda había hecho Regulus, pero se sentía roto. Su parte animal necesitaba a Regulus, incluso su magia parecía tirar hacia él, lo amaba. Pero no podía regresar y por años no lo hizo. Se formó para ser sanador en un hospital. Siguió adelante, pero en su interior sentía un vacío enorme que solo podría ser llenado por alguien y, aunque le dolía, sabía quién anhelaba su cuerpo. Sin saberlo, el experimento de Regulus había sido un éxito.***
Doce años habían pasado. Altair podía sentirse orgulloso de sí mismo, de haber seguido adelante, más o menos. No pudo amar a alguien más, lo intentó, pero dolía demasiado, como si su propia magia rechazara aquella idea. Era primavera cuando Altair se vio obligado a regresar al Londres mágico. Un tema de trabajo, se requería de sus habilidades como sanador en San Mungo y no podía decir que no, su juramento y moral no se lo permitían, pero una parte de él tenía miedo de volver a encontrarse con Regulus después tanto tiempo. Prefería no pensarlo demasiado. Y así hizo sus maletas y preparó su residencia en Londres. La inquietud llenaba el ser de Altair, como si se mantuviera expectante a lo que pasaría a continuación. Esperaba no encontrarse con Regulus, pero sabía que tarde o temprano ocurriría y no sabía qué pasaría entonces. Nunca logró entender qué le hizo exactamente a su magia, solo que el lobo en su interior era real y que los doctores que lo trataron confirmaron que Altair ahora era un hombre lobo sin maldición de la luna. Un ejemplar especial. Pero eso no explicaba por qué ni qué tan dañado estaba su núcleo mágico. Pensaba que era un daño, algo irreversible y malo, pero tal vez se equivocaba, tal vez las intenciones de Regulus fueron… bueno, no sabía exactamente cuáles eran sus intenciones y no le interesaba. Lo odiaba. Juraba que lo odiaba. Llegó a Londres sin mucho alboroto, sin comunicárselo a nadie. No había alguien en quien confiara, no realmente y era mejor así. Tantos años sin pisar esta tierra le revolvía el estómago y le llenaba de nostalgia. Le hacía sentir tonto, vulnerable, triste. Pero no podía evitarlo, dejó todo atrás por miedo sin dejar que Regulus se explicara. No necesitaba explicaciones, todo lo que necesitaba lo vio en su mirada, en esos ojos plateados que lo miraron con posesión, obsesión y algo mucho más profundo. Recordarlo le hacía temblar. Llegó a la casa que le dejaron como herencia a través de la red flu. Sus maletas ya estaban allí y el lugar se sentía vacío, quizá solo era su percepción, quizás solo era un reflejo de cómo se sentía por dentro. Los primeros días los tomó para instalarse y adaptarse a su nuevo hogar, aunque no fuera del todo nuevo. Volver a moverse por las calles londinenses era refrescante. No se había dado cuenta de cuánto echaba de menos el cielo nublado y la sensación de nostalgia que le inspiraba hasta ahora. Caminó hasta llegar al callejón Diagon. Algunas compras antes de que comenzara su trabajo en San Mungo el siguiente lunes. Todo iba bien, demasiado bien y Altair se sentía inquieto.***
Regulus Black era ya un hombre de 30 años, Lord Black y un mago oscuro reconocido. Trabajando para el ministerio era alguien importante. Pero se sentía insignificante, vacío. Su obsesión con Altair no menguó con los años, sino que aumentó con la distancia, siempre esperando el momento en que este regresara a él, porque solo era cuestión de tiempo que Altair lo necesitara. El tirón en su propio núcleo mágico se lo confirmó: Altair estaba cerca. Lo suficiente cerca como para alterarlo, como para sentirlo. Una sonrisa se formó en sus labios, porque al fin podría hacer real su deseo, que Altair fuera completamente suyo, incluso con el pasar de los años en su contra, debía comprobar si el experimento resultó como él quería. Regulus esperó paciente hasta que una tarde estando en un café del callejón Diagon, lo vio. Altair pasaba por la calle con elegancia felina como si el mundo fuera suyo, los años no había jugado en su contra y se seguía viendo tan hermoso como siempre, tan frágil y listo para Regulus. Sin pensarlo mucho Regulus salió de la cafetería y siguió a una distancia prudencial a Altair. Altair pronto sintió como su magia se agitaba y frunció el ceño. Esto solo hizo sonreír a Regulus, porque después de tanto tiempo aún reaccionaba a su cercanía incluso sin siquiera saberlo. Altair sintió como su cuerpo se debilitaba y desesperaba por algo, no entendía qué, o no quería entender. Volvía de un día largo de trabajo en el hospital y no quería lidiar con esto, pero tenía que hacerlo. Se apoyó contra la pared de un callejón cercano y respiró profundo intentando calmarse, pero solo consiguió que la vista se le nublara al captar el aroma varonil tan familiar. Se tensó. No podía ser cierto, Regulus no podía estar tan cerca. Pero lo estaba. Regulus avanzó hasta dejar de esconderse y se paró frente a Altair. Altair de 28 años sintió que volvía a ser adolescente por un segundo, que volvía a sentir todo lo que alguna vez trató de enterrar. Tenía a Regulus frente a él, con una sonrisa arrogante y un brillo intenso en los ojos plateados. Altair sintió escalofrío y se llevó una mano a la cabeza, dolía, dolía tanto. — Regulus… — Dijo en un susurro solo para confirmar algo que ya podía ver. — Sí, soy yo, cariño. Altair se estremeció ante la voz grave de Regulus. Sintió su magia agitarse aún más y su lobo interno suplicar porque se rindiera ante su “dueño”. No entendía, no quería entender. — Aléjate de mí. — Ordenó Altair. — No puedo hacer eso, mi querido lobo. — Dijo Regulus, su sonrisa ensanchándose aún más al ver la confusión en los ojos ajenos. Regulus pasó sus dedos por el cabello blanco de Altair, siempre le había gustado y en este momento era un gesto posesivo, marcando un territorio que era suyo por derecho. —Veo que mi experimento salió mejor de lo esperado. — Dijo Regulus notando cómo Altair tenía una lucha interna y era incapaz de no estremecerse ante el roce de sus dedos. —Por qué… — Susurró Altair. — Porque eres mío, siempre debiste serlo, mi querido lobo. — Sentenció Regulus. — ¿Lobo? Tú… — Sí, sé que eres un hombre lobo inmune a la luna llena y que puedes transformarte a voluntad, también que tu magia está conectada a mí, siempre fue mi plan y funcionó. — Confesó Regulus con orgullo, ni una pizca de arrepentimiento en su voz. Altair quiso huir, pero estaba atrapado entre la pared y el cuerpo de Regulus. Podía sentir su calor y eso lo estaba volviendo loco. — Deja de resistirte, cariño. — Dijo Regulus acercándose más, su cuerpo ahora prácticamente pegado a Altair. Altair respiró profundo sintiendo que su autocontrol pendía de un hilo. Se sentía tan pequeño y vulnerable ante Regulus y una parte de sí mismo lo disfrutaba y se odiaba por ello. Regulus despertaba en Altair sensaciones que no entendía, que sabía que no sentiría con nadie más, nunca. Se mordió el labio inferior con la lucha interna en su interior, su mente luchando contra su instinto y contra esos sentimientos que creía olvidados. — Vamos, cariño, sé que me necesitas. — Susurró bajo Regulus mientras se atrevía a posar su mano en la cadera de Altair y con la otra seguía acariciando su cabello. — No es justo, te lo habría dado todo si lo hubieras pedido, pero me hiciste esto. — Murmuró Altair. — Lo sé. Pero ya no hay vuelta atrás. — La voz de Regulus era una sentencia firme. Altair comenzó a ceder sabiendo que no podía resistirse mucho más o quizá solo era obra de su lobo. Como fuera, se sintió una presa bajo los ojos de Regulus, bajo su tacto, impregnado de su aroma y perfume. Altair comenzó a sentir que sus sentidos se nublaban, que su cuerpo cedía a un deseo y un amor que aún sentía y que se amplificaba ante la magia de Regulus que parecía fluir también a través de su cuerpo. Había una conexión implícita, algo inamovible. Regulus sonrió de manera más salvaje ahora, su arrogancia creciendo ahora que veía a Altair justo donde él quería. Era consciente de que podría haberlo pedido y él habría sido suyo siempre, pero qué gracia tenía eso. Regulus quería tener verdadero poder sobre Altair, quería que su pequeña estrella dependiera de él, que lo necesitara y se sentía orgulloso de su obra. Con un movimiento los hizo aparecer en su mansión, un lugar más privado para los dos y sobre todo, un lugar donde podría disfrutar de Altair. Sabía que su lobo lo necesitaba y lo estaba disfrutando. Altair no discutió más, en cambio se aferró a la túnica de Regulus, sintiéndose aturdido por la aparición y vulnerable por la situación en general. — Eres hermoso así, tan necesitado. — Murmuró Regulus. — Sigue sin ser justo y sigo odiándote. — Dijo Altair, pero siguió aferrado a Regulus. — Lo sé. Eso lo hace divertido. — Dijo Regulus antes de acorralar a Altair contra la puerta y besarlo. El besó estuvo cargado de pasión emociones contenidas por años, de deseo y frustración. Regulus no fue gentil, el beso era una premisa: Iba a devorar a Altair hasta que solo quedara amor y obediencia de él. Altair sintió que toda su defensa caía, que cedía completamente ante el dominio de Regulus, que ya no podía seguir luchando porque su magia, su lobo e incluso su mente le pertenecían, aunque en un inicio no quisiera. Se entregó al beso, se dejó devorar por el depredador que era Regulus. — Regulus… — Murmuró Altair contra los labios del contrario, sintiendo que su lujuria y deseo hablaban por él. Regulus sintió un escalofrío al escuchar cómo Altair lo nombraba con tanta necesidad. — Dime, mi querido lobo… ¿Qué quieres? — Hazme tuyo. — Las palabras salieron de Altair sin pensarlas, solo cautivado por Regulus, sus sentidos concentrados en él. Regulus perdió todo el autocontrol que tenía. — Como desees, mi amor. — Dijo para después cargar a Altair hacia el dormitorio principal. Dejó a Altair sobre la cama y se posicionó encima de él para besarlo nuevamente. Las manos de Regulus recorrieron el cuerpo de Altair por encima de la ropa, tomándose todo con una calma que resultaba tortuosa para el albino. Regulus estaba dispuesto a disfrutar de esto, de tenerlo otra vez, de hacerlo suyo otra vez. Comenzó a desnudarlo revelando la piel pálida y suave poco a poco. Regulus observó el cuerpo desnudo de Altair, admirándolo como si fuera la primera vez. Regulus se desvistió dejando a la vista su cuerpo tonificado. Su erección ya esta dura y palpitante, preparado para entrar en Altair, pero aún jugaría un poco más. Comenzó a frotar su erección con la de Altair haciendo que este se estremeciera y gimiera ante el contacto. Mientras e fritaba, Regulus besó a Altair con necesidad. Continuó así, tragándose los gemidos del contrario y sintiendo cómo el vínculo entre ambos se fortalecía con el placer de la piel contra piel. Regulus notó cuándo Altair estaba al borde del clímax y entonces cesó sus movimientos ganando un quejido de este. Quejido que se convirtió en un gemido cuando Regulus entró en Altair sin previo aviso. La polla de Regulus parecía hecha para Altair, llenándolo por completo, haciéndole sentir completo. Y Regulus sentía que Altair estaba hecho para él, que sus paredes se apretaban perfectamente contra su polla. Regulus comenzó a embestirlo de forma precisa golpeando la próstata de Altair con cada empuje. Altair era un desastre de gemidos, de amor y necesidad, su mente estaba nublada y su lobo interno aullaba por el placer. Regulus podía sentir el caos de emociones de Altair. Lo sentía y lod isfrutaba, ahor atenía lo que quería. Altair se corrió manchando su propio abdomen, Regulus no pudo más ante esa vista y se corrió dentro de Altair marcándolo como suyo otra vez. Regulus se desplomó encima de Altair sin importar que se manchara con los fluidos. — Te amo. — Murmuró Regulus. Altair sintió a su lobo ronronear. — Te amo también, pero aún te odio. — Dijo. Que hubiera cedido a sus instintos no cambiaba que aún no perdonaba del todo a Regulus por haberlo usado de experimento. Pero también sabía que no podía negar que lo amaba. Regulus se rio contra la piel de su cuello. — Lo sé, mi lobo. No serías tú de otro modo. — Dijo.***
El tiempo no se detuvo. Altair se convirtió en el esposo de Regulus, en su amado ante la magia y la ley. Ninguno de los dos esperaba que esto acabara así, pero eran felices. Altair tuvo que aceptar su condición. No podía hacer nada para recuperar el flujo normal de su magia ni podía deshacerse de su parte lobo. Así que lo aceptó con el tiempo. También perdonó a Regulus. El amor de Regulus era enfermizo, pero se estabilizó al sentir que Altair ya era suyo, que ya no había quien se interpusiera entre ellos. Altair era como la marioneta de Regulus, como su trofeo, el amor de su vida, sí, pero también algo más oscuro, algo que alimentaba su obsesión y lo mantenía al borde de un abismo de control y dominancia. Altair era su querido experimento.