ID de la obra: 1445

EVOLUCIÓN CONVERGENTE - JJK

Slash
PG-13
Finalizada
3
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
41 páginas, 19.635 palabras, 7 capítulos
Descripción:
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PRÓLOGO

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Fue un día normal y bastante aburrido. Lo único que lograba sacarle una sonrisa, a parte de las desgracias ajenas, era la presencia de su mejor amigo gritando su nombre entre una multitud de estudiantes. Itadori Yuuji corrió entre las personas para llegar a su lado, saltando sobre su brazos para ser bien recibido como lo hacía cada día sin dudar. El pequeño cuerpo de su amigo se acopla perfecto entre sus brazos recibiendo el cariño que le entregó desde que ambos tenían memorias. Mejores amigos de infancia, así lo llamaban los demás, envidiosos y molestos por esa unión inquebrantable que sus familias crearon desde que nacieron con solo cinco días de diferencia. Yuuji era el menor, por lo que el rol de protector cayó sobre sus hombros, especialmente cuando cumplieron los diez años y Yuuji se consagró como omega recesivo y él un auténtico alfa dominante. Muchos veían su amistad como algo prohibido, antinatural y, por sobre todo, asqueroso. Un omega y un alfa amigos eran casi impensables en la sociedad actual. Una gran estupidez. La evolución de la raza humana solo había hecho que todos pensaran y se comportaran como cavernícolas, dividiéndolos en grupos y que fuera socialmente aceptado denigrar a cierta cantidad de personas que su único pecado fuera ser omega. No permitiría eso.Jamás. Pasaron nueve meses desde que la revelación de género se dio inicio y sus respectivos profesores y directores hicieron público los resultados para mostrar el orgullo de tener a una cantidad considerable de alfas y un alfa dominante entre sus estudiantes, pasando a llevar el temor de los que serían atacados. Mantuvo a Yuuji a su lado, no dejó que nadie que no fuera de confianza se acercara a él. Tampoco permitió que ciertos profesores alfas denigraran a su mejor amigo por ser recesivo, su título como dominante ayudó bastante para que mantuvieran su boca cerrada, aunque todo tenía un límite. Cuando entraron a clases, al pasar los minutos pudo notar que las mejillas de Yuuji pasaron de rosas a ser pálidas de un segundo a otro, su respiración fue más rápida y sus ojos estaban desorbitados. Levantó la mano para acariciar su mejilla, pero la repentina aparición de una profesora omega lo golpeó alejandolo. La acción fue tan repentina que no pudo procesar lo ocurrido cuando ella tomó a Yuuji en brazos y se lo llevó sin dar una explicación. —¿Qué hiciste, Gojo? —¿Lo envenenaste? —Tal vez le llegó el celo. —Yo no sentí nada y soy alfa —aquella voz salió orgullosa. Las preguntas de sus compañeros fueron apagándose al pasar los segundos. Su mente comenzaba a divagar sobre lo ocurrido, a trabajar y buscar las posibles causas de lo que había ocurrido. Era imposible que lo hubiera envenenado, tomaba con puntualidad su medicina para controlar las feromonas, dos pastillas a cierta hora del día, ni un segundos antes ni un segundos después, estaba controlado por lo que no podía ser la causa de lo ocurrido. Tampoco era su celo, no sintió ni el más mínimo olor en él, al ser recesivo muy poco podían notarlo, pero conocía a Yuuji era tan responsable como él para tomar sus medicamentos. No había respuesta para su repentina condición y lo mataba no saber. Su mente estuvo dispersa la siguiente clase que fue reemplazada por el profesor de matemáticas, un hombre alfa que ni siquiera se molestó en dar un poco de información sobre la condición de su amigo. Estaba molesto y a punto de gritar cuando la puerta fue golpeada y segundos después el director apareció con un gesto serio y duro. —Gojo Satoru —llamó con solemnidad—, ven conmigo. No quiso apresurarse a los hechos. Debía haber una explicación; tal vez dolor de estómago, o dolores de cabeza a causa de los supresores, algo así. Camino detrás del gran hombre que era el único en ser alfa dominante en aquella escuela a parte de él. Sus pasos eran largos y precisos intimidando a cada uno que pasaba a su lado. Al llegar a la oficina principal, se encontró a la mujer que se había llevado a Yuuji junto a sus padres quienes lucían afligidos al verlo. —¿Dónde está? —exigió saber mirando a cada uno. —Satoru —inició su madre, acercándose—, el director necesita saber sobre Yuuji. —¿Él está bien? Su madre sonrió dolida, acariciándole el cabello. —Claro que sí, cariño —intercambió miradas con su padre—. Yuuji está en el hospital, se quedará ahí esta noche. —¿Cuándo volverá? —Satoru, el director quiere hacerte unas preguntas sobre Yuuji —intervino su padre, un tanto inquieto. Observó al director que tenía las manos juntas, evaluando la situación. —Del tiempo que pasas junto a Itadori —inició con una ronca y marcada voz, más intimidante que su caminar—, ¿has notado algún cambio en él que pueda parecer relevante? Negó sin pensarlo demasiado. Yuuji siempre actuó como el amigo que era; sociable, confiado y alegre, nada en él había cambiado. —¿Estás seguro? Asintió. —Satoru, cariño —su madre se acuclillo mirando directo a sus ojos, unos que ambos compartían. Ambos de sus padres eran alfas de renombre, pero ninguno dominante y el que saliera superior a ellos las expectativas que antes eran elevadas ahora habían empeorado—, ¿de casualidad has visto que alguien le haga daño a Yuuji? ¿Tal vez unos compañeros de clase, o profesores? Dio un paso atrás, confundido. ¿Por qué le hacían ese tipo de preguntas? ¿Acaso se enfermó porque alguien lo molestaba? Negó fervientemente. Era imposible, las únicas veces que lo perdía de vista era cuando él se iba a su clase especial de omegas. Si algo hubiera sucedido sería en aquella clase. —Nadie se le acerca cuando está conmigo —aclaró con seguridad—. No dejo que otros los molesten, pero… no sé qué pasa en su clase omega. Apretó las manos en puños, impotente al no cuidarlo como se prometió. Su madre se puso de pie para enfrentar de alguna forma la mirada acusatoria del director. —Ahí lo tiene —arremetió con fiereza—. Mi hijo no está intimidando a Itadori Yuuji. Ni siquiera pudo pensar con claridad cuando la mirada del alfa dominante en la oficina ya había dado por hecho su culpabilidad sin importar las palabras de su madre. —¡Yo no hice nada para lastimar a Yuuji! —se acercó al escritorio—. ¡He protegido a Yuuji desde pequeño y lo seguiré haciendo! El golpe que dio sobre los papeles del escritorio fue lo que aplacó un poco la molestia en el director. —Gojo —comenzó ignorando a los demás presentes—, eres un alfa dominante y aquello no todo el mundo puede soportarlo, menos un omega recesivo. Junto las cejas sin comprender la profundidad de unas palabras que con el tiempo se quedarían grabadas en su memoria. —Si ya todo está arreglado, nos iremos —no tuvo tiempo de seguir haciendo preguntas cuando fue tomado del brazo por su padre—. ¿Quieres visitar a Yuuji, Satoru? —Sí quiero. Se fue a lado de sus padres confundido y con la incertidumbre clavada en su mente. Fue muy notorio el malestar del director ante la situación de Yuuji y su repentina condición. —¿Papá, qué quiso decir el director con que no todo el mundo puede soportar a un alfa dominante? La curiosidad había ganado y temía la respuesta ante el gesto complicado de su padre al no responder de inmediato. —Las feromonas de un alfa común son muy distintas a las de un dominante, hijo. Es muy probable que tu alrededor se vea afectado si no logras controlar bien tus ciclos. —¿Podría dañar a Yuuji? Su madre lo rodeó con un brazo antes de subir al auto. —Para alguien como tú sería imposible dañarlo, ¿no crees? —le sonrió—. Lo amas demasiado. Hasta temes jugar luchas con él porque piensas que lo puedes lastimar. Se encogió de hombros, avergonzado. —Es débil. —Vamos, campeón. Hay que ir al hospital —su padre lo ayudó a subir y le colocó el cinturón de seguridad antes de partir. El viaje fue más tranquilo ante la charla monótona que sus padres tenían. Tal vez lo estaba pensando demasiado y solo era una afección externa a su condición omega lo que lo llevó a estar internado por una noche. Además, debía buscar los nombres de los responsables que lo intimidaron, fuera alumno o profesor. En el hospital el olor a antiséptico y químicos de limpieza lo recibió, pero no fue lo que hizo que sus gestos se contrajeran, sino un constante olor a dulce, frutas y en ciertas ocasiones la presencia de algún tipo de esencia amarga todo combinado. Las náuseas llegaron, pero no tan marcadas como para decirlas en voz alta. —Es un hospital especializado, Satoru —advirtió su padre tomándolo de la mano con fuerza, igual que su madre—. Si te sientes mal, me lo informas. En cuanto dieron un paso más dentro del inmenso lugar, un guardia de seguridad se les acercól y les entregó unas máscaras de color negro que destacaban a donde miraras marcandolos como alfas dentro del territorio omega. La miradas intensas y llenas de resentimiento fue extraña y confusa para su corta edad, pero no le importó porque lo que predominaba en su cabeza era el bienestar de Yuuji. Avanzaron con dos guardias siguiendoles el paso, en la recepción una enfermera preguntó su motivo de ingreso, fueron cinco minutos de consentimientos firmados y la entrega de supresores inyectables en caso de alguna emergencia. Los guardias no los dejaron de seguir en ningún momento incluso al llegar al sexto piso en el ala pediátrica. Era la habitación compartida 309 cama 10 donde lo encontraría según la información que previamente le había entregado la enfermera del mesón pediátrico. El cabello canoso del abuelo de Yuuji le sacó una sonrisa, corrió para saltar a la espalda del anciano. —¿Cómo estás, abuelo Wasuke? El gruñido y la rabiosa mirada del abuelo lo hizo sonreír con mayor intensidad, sacándole una carcajada. —Malditos mocosos y su imprudencia. —Perdónelo, señor Itadori —su padre fue quien lo arrastró hacia abajo—. Aún no entiende que a los ancianos se les trata con respeto. Aguantó otra sonrisa ante la burla de su padre. —Es suficiente —cortó su madre golpeandolos a ambos mientras se acercaba a Wasuke—. ¿Cómo está? ¿Ha dicho algo el doctor? —Traerán a un psiquiatra. ¿Psiquiatra? ¿Por qué? —¿Puedo verlo? —interrumpió tomando a Wasuke de la camisa para llamar su atención. El anciano agachó un poco su cabeza y con una sonrisa imperceptible lo miró. —No ha dejado de preguntar por ti, Satoru. Sonrió. Soltó la mano de su padre para correr y entrar sin golpear a la habitación 309, sus ojos pararon en menos de un segundo en el cabello castaño de su mejor amigo postrado con una mirada débil, pero con una labios curvados cuando lo notó. —¡Satoru! —¡Yuuji! Antes de saltar en sus brazos que esperaba con ansias, se acercó a los pies de la cama para leer la tabla de cuidado. Debía ser precavido y saber cuáles serían los cuidados que tendría que atender a futuro, sabía muy poco de la condición omega a profundidad, solo lo básico y al parecer no era suficiente porque Yuuji había terminado hospitalizado por su irresponsabilidad. Lo primero que llamó su atención fueron una palabras en mayusculas y marcadas en negro:Vigilancia 24 horas. Intiento de suicidio. Apretó con fuerza la tabla tratando de romperla para que aquellas letras desaparecieran, o fueran una equivocación, pero el nombre de Yuuji estaba marcado junto a su información personal necesaria para sus cuidados. Ahora todo tenía más sentido. El enojo de la profesora, la ira del director, las preguntas de sus padres y el psiquiatra. —¿Satoru? —Yuuji ladeó su cabeza al no verlo reaccionar. Dejó la tabla donde estaba cuando sus ojos leyeronlavado de estómago. Avanzó con más prisa, saltó a la cama y lo abrazó con más fuerza de la que usualmente le entregaba. Una vida sin Yuuji no podría soportarlo. Se aferró a su cuerpo desordenando la camisola blanca que traía puesta, la máscara le dificultaba poder respirar con naturalidad sobre todo ahora que estaba a punto de llorar. —¿Por qué lo hiciste? —su voz salió débil y entrecortada—. ¿Por qué no hablaste conmigo? —¿Qué? —Yuuji palmeó su espalda tratando de calmarlo—. Yo no he hecho nada. Se alejó inquieto de que tratara de mentirle en la cara. Sus ojos humedecidos parecieron hacer reaccionar a Yuuji porque se arrodilló sobre la cama en pánico sujetándolo de su uniforme para evitar su huida. —Trataste de suicidarte —las nauseas aumentaron al decir las palabras en alto. Bajó la mirada por miedo a perder el control. —¡No es así! ¡No hice eso! —Yuuji volvió a aferrarse a su cuerpo inerte, esperando que sus palabras fueran recibidas—. Yo no podría hacerlo, no quiero dejar a mi abuelo solo. Tampoco quiero dejar de ser tu amigo. Se retiró buscando mentiras en sus gestos, algo que lo delatara, pero no había nada. Yuuji era fácil de leer, no era el tipo de persona que mintiera a cada segundos. —Ellos dicen que lo hiciste —dijo más calmado, limpiándose los ojos—. Todos lo dicen. —¡Mienten! ¡Lo que pasó fue que cometí un error! —¿Error? ¿Cuál error? Yuuji parecía no querer hablar, sus mejillas aún pálidas se tornaron de un muy leve rosa. —Por favor, Yuuji, dime. La sensación opresiva en su pecho era muy fuerte, la paciencia con que siempre trataba a Yuuji estaba terminando por temor a lo que fuera decir. No puede ser tan malo, ¿cierto? Debía tener una explicación razonable. —En la clase de omegas —inició juntando sus manos, inquieto—, la profesora dijo que eventualmente tendríamos que tomar distancia de los alfas. Las palabras del director volvieron a su mente. —Los omegas no están hechos para vivir con los alfas. —Es mentira, Yuuji. —Eso fue lo que dijo y los demás la apoyaron —se miró las manos temblorosas—. Tuve miedo de que me separaran de ti, Satoru. Junto las cejas. —¿Qué hiciste? Yuuji apretó sus finos labios, tomándose unos segundos. —Los primeros días agregue un segundo supresor a mi medicina. —¿Agregaste? —se reprimió cuando su voz salió dura, asustandolo. —Use la tarjeta del abuelo para comprar más supresores —parecía a punto de llorar—. No preguntan mucho cuando lo haces por internet. Una sonrisa carente de diversión salió de su garganta. —¿Dijiste los primeros días? Asintió. —Bueno, al pasar el tiempo no fue suficiente —se limpió el rostro, ahora más tranquilo—. Cuando estaba a tu lado, mis feromonas comenzaban a descontrolarse. Se encogió de hombros restándole importancia. —Tuve que aumentar la dosis —se lamentó con una sonrisa, la usaba cada vez que buscaba el perdón de su abuelo o él—. Hoy creo que tomé demasiadas y tuve una sobredosis, es lo que escuche de las enfermeras. —¿Lo hiciste por mi? ¿Todo esto fue por mi? —Solo quería estar a tu lado, pero tranquilo ya se cual es mi límite. ¿Límite? —¿De qué hablas? —Solo tengo que consumir cuatro un día y al siguiente dos, si se complica puedo subir a tres, pero a la semana no deben sumar más de veinticuatro, o sino terminaré de vuelta aquí. Él rió. Él acaba de reír. No logró responder, sus pensamientos eran un torbellino de temores y enojos que luchaban entre sí. La esencia de su madre tranquilizó parte de su corazón al entrar a la habitación, saludo a Yuuji con una sonrisa y lo abrazó como si se tratara de un segundo hijo. El abuelo y su padre llegaron después acompañado de un doctor de ojos suaves y una sonrisa carismática. El psiquiatra. —Tenemos que volver, cariño —su madre lo bajó de la camilla. —¿Vendrás a verme a la casa? —Yuuji tomó su mano, ahora helada—. Me dieron reposo por una semana. Asintió sin conseguir sacar la voz. Todos se despidieron con una sonrisa en sus rostros, menos él. Después de todo, sí había sido el culpable de la dolencia de su mejor y único amigo. Su padre pareció notar su cambio de humor porque lo tomó en brazos y una vez fuera de la habitación las lágrimas que estuvo conteniendo por demasiado tiempo llegaron. La enorme mano de su padre cubrió su espalda, entregando una seguridad que no sabía que necesitaba. No tuvo uso de razón las siguientes horas; la escuela, el hospital, la mezcla de feromonas, Yuuji… golpeó con fuerza su sentido de conciencia. Despertó con un leve dolor de cabeza para ir a clases, una rutina que duró tres días como máximo. Las visitas que le hacía a Yuuji, la escuela y las constantes clases sobre la línea que separaba a los alfas de los omegas. Fue en todo ese tiempo que tomó una decisión, una de la que no estaba seguro. Antes de entrar a clases esa mañana, fue directo a la oficina del director. No tocó tampoco pidió permiso antes de abrir la puerta. —¿Necesita algo, señor Gojo? No había molestia ni reproche en su voz, solo curiosidad. —Eres alfa dominante, ¿cierto? —Lo soy. —¿Crees que un alfa pueda convivir con un omega? —Lo creo. Sonrió. Tal vez no todo estaba perdido. —Sin embargo, si hablamos de un alfa dominante y un omega, no creo que sea posible. —¿Por qué? —Tus feromonas —se puso de pie para ir hacia la ventana—, lo terminarían envenenando. —Debe haber una solución… —No la hay —cortó sin suavizar las palabras—. Eres dominante, Gojo. Eventualmente terminarás asesinando a Itadori y jamás te lo perdonaras. No pude seguir viendo aquellos ojos llenos de tristeza y arrepentimiento. Se negaba a vivir una vida donde Yuuji resultara lastimado por sus feromonas, no cuando tenía la posibilidad de salvarlo. El día transcurre sin emoción donde en su mente solo predomina un pensamiento que cambiaría todo a su alrededor, su manera de pensar, de actuar y la alegría que sentía por ver a Yuuji todos los días. Antes de entrar a la casa del abuelo Wasuke acompañado de su madre, se puso la máscara negra como forma preventiva en caso de cualquier accidente. Las feromonas de Yuuji se comenzaban a estabilizar por lo que su esencia sería bastante notoria en su habitación y gran parte de la casa. Saludó al abuelo y camino con pies pesados a la recamara de Yuuji, él aún estaba en reposo con su pijama de monos sosteniendo un plátano mientras se colgaban de algunas lianas. —Hoy podríamos jugar al ajedrez —sonrió—. Escuche del abuelo que eras muy bueno en ese juego. —¿Y tú lo eres? —preguntó tomando asiento en la cama—. Es un juego de estrategias e inteligencia, dos cosas que no tienes. El golpe que recibió casi lo hizo perder la fuerza que ponía para evitar dejar salir sus lágrimas. —Me puedes enseñar. Bajó la mirada. No podría aguantar toda la tarde. Fue arrogante y estupido, jamás podría aparentar felicidad frente aquellos ojos que tanto amaba. El futuro que tenía planeado con Yuuji como su pareja se habían quebrado en un día y solo basto un maldito examen de especie. Su amor por él era tan grande que estaba dispuesto a dejarlo ir para que otro humano tuviera la fortuna de hacerlo feliz. —Yuuji —su voz se quebró cuando bajó de la cama—, tengo algo que decirte. —¿Qué pasa? No había tiempo que perder, pero su voz no lograba salir con la confianza que poseía. Siempre quiso ser el héroe de Yuuji y que sus ojos lo vieran solo a él, pero fue el bastardo suertudo de nacer como el TOP de la cadena alimenticia. —Tenemos que dejar de ser amigos. La primera reacción que vio en él fue confusa a una divertida. —¿A eso quieres jugar? Negó. —Hablo en serio, Yuuji. Hay que dejar de juntarnos, ahora y en la escuela. La diversión en sus ojos se desvaneció muy lentamente, tomando el peso de la situación. —Si es porque soy omega, puedo arreglarlo. Ahora conozco mejor los efectos de los inhibidores… —Yuuji, para. —Estamos probando nuevas marcas y… —¡Ya detente! Él saltó y esa reacción lo hizo retroceder un paso.¿Desde cuándo le gritaba? Levantó las manos para tranquilizarlo, pero su cerebro le ordenó que no lo hiciera, que era mejor que Yuuji sintiera miedo de él, así podrían separarse sin conflictos a largo plazo. Una salida fácil. —Detesto a los omegas —susurró odiando cada palabra—. Son débiles, dependientes y manipulables. —Satoru…—Su voz quebradiza y ahogada apretaron su corazón—,no digas eso. —¡Es la verdad! ¿Quién querría cuidar a un omega toda su vida? —escupió con furia, no hacia Yuuji tampoco hacia los omegas, sino a él mismo—. ¿De verdad creíste que me mantendría a tu lado por siempre? Levantó la mirada para recibir las consecuencias de sus palabras y se sintió como si se estuviera ahogando; imposible respirar, imposible luchar contra toneladas de agua hundiéndolo hasta el fondo del mar, oscuro y frío. —Tú no crees eso. Ahí estaba de nuevo, una voz baja, temblorosa y llena de dolor. —Lo hago, Yuuji. El pequeño en pijamas negó. —Tienes que juntarte con tu clase —le dio la espalda, evitando que él presenciara las lágrimas que no logró contener—. Tu especie entenderá lo que te estoy diciendo. —¡No quiero! ¡Yo solo quiero a Satoru! No se quedó a escuchar el llanto desconsolado de Yuuji. Recordaba haber tomado la mano de su madre aquel día para irse sin dar explicaciones, el trayecto a casa se desahogó sin importarle la preocupación de su madre ante la crisis que vivía. Todo su cuerpo había caído rendido en el miedo que más temía: una vida sin Itadori Yuuji. Lo único que lo mantenía con vida era saber que después pasada la semana de reposo podría verlo desde lejos en la escuela junto a sus nuevos amigos omegas, o tal vez alfas. Ardió de ira, pero su cerebro le decía que era lo correcto para su futuro y debía aceptarlo. Y con el tiempo creyó que eso era lo mejor. Que era suficiente. Pero a la semana siguiente, él no regresó, tampoco a la siguiente ni al mes, él solo desapareció. Tiempo después descubrió que el abuelo Wasuke había tomado la decisión de cambiarse de hogar a un lugar más centralizado para omegas, uno donde su nieto podría vivir en paz. Los días pasaron, luego las semanas hasta que los meses se convirtieron en años. Y su pesadilla de no vivir junto a Itadori Yuuji había sido cumplida. Nota del autor: Lamento si no logro proyectar bien las personalidades de dos niños de diez años, me complica demasiado porque yo no me relaciono con niños muy seguido. Mi alrededor son todos adultos, ni siquiera tengo sobrinos o primos pequeños.
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