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Era una noche nublada. Un fuerte viento soplaba en la calle. La luna se escondía detrás de las nubes negras, pero su luz era visible incluso detrás de ellas. A través de la purga de cristal del jardín, el viento movía las cortinas largas y blancas a través de las cuales un niño se paró delante de la puerta y miró adentro. Tenía tanta curiosidad que cuando vio a alguien allí dentro, corrió para ver. "Mamá...?" Abrió la puerta y entró al jardín. El viento le sopló inmediatamente a la cara y las nubes empezaron a ir más rápido. "Mamá ..." El niño se dirigió al lugar donde vio cómo algo se movía hace un par de segundos. Pero sintió que sus pies descalzos pisaron algo caliente. Líquido y caliente, igual que la leche. El viento aulló y las nubes se despejaron, obligando la luna a iluminar el cielo y todo a su alrededor. El niño encerró los ojos por esa luz tan repentina, pero, mirando hacia abajo, sus pupilas se dilataron . Estaba parado en algo rojo. Extendió sus manos y olió esa "leche" roja ... parecía hierro. Sus ojos siguieron la dirección por donde pasaba la sangre. A un metro y medio, había un gran charco y en el centro yacía, una mujer inmóvil, con el pelo negro, callendo por su cara y tapando sus descoloridos ojos. El niño sintió el aliento frío detrás de su cuello y un escalofrío seguido. Se giró sobresaltado pero no vio nada aparte de recibir una ola fuerte de viento en su cara. Desde ese mismo momento, mirando el frío y azul cuerpo, sintió como lágrimas calientes rodaban lentamente por sus mejillas y algo dentro de él se rompió a la vez con ellos. Grietas. Primero ellas y luego trozos más y más grandes. Lento, muy lento pero doloroso; Como un cuchillo atravesando primero su garganta y luego el corazón que se queda allí metido profundamente sin poder sacarlo nunca más.***