ID de la obra: 171

¡El gato de mi vecino es un vampiro!

Slash
G
Finalizada
2
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24 páginas, 8 capítulos
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Huele delicioso

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Tricia, una niña de siete años, estaba escondida tras un árbol en el bosque, en tanto su madre terminaba de contar hasta diez, cubriendo su rostro con ambas manos. Mientras esperaba a ser encontrada, un maullido lamentoso entre unos arbustos llamó su atención.   Se acercó procurando no asustarlo y llamó a su madre de inmediato al ver sobre la ligera capa de nieve a un pequeño gato de pelaje completamente negro, respirando con dificultad, que alzó un poco la cabeza para ver a Tricia.   Lo tomó entre sus brazos y con lágrimas en los ojos, le pidió a su madre llevarlo a un veterinario, al que fueron sin dudarlo.   En tanto la veterinaria lo revisaba, ya que no parecía estar herido, pudo notar dos pequeños agujeros en el cuello del gato. —No está herido, solo está débil —explicó con la intención de calmar a Tricia—. Parece haber sido mordido por un murciélago. —Entonces... ¿Se está transformando en vampiro? —preguntó Tricia, emocionada. —No, no, esas son fantasías. Hay murciélagos que se alimentan de insectos, frutas, polen y otros de sangre. Supongo que este gatito tuvo la mala suerte de encontrarse con uno de esos. —¿Y se pondrá bien? —preguntó su madre. —Solo dele este medicamento —dijo entregándole una caja—. En unos días debería estar bien. —Oh, no, no es nuestro, lo encontramos en el bosque. —Pero me lo quiero quedar —lloriqueó Tricia, acercándose a acariciar la cabeza del gato. —No, Tricia, nada de mascotas. —¡Por favor! Craig se va a morir si se queda solito. —¿Craig? —Así se va a llamar.   Su madre soltó un suspiró y recibió el medicamento, ganándose una sonrisa de la veterinaria. —¿Quieres un collar para Craig? Te lo regalo —dijo a Tricia, mostrándole con su mano una pared tras ella con accesorios para mascotas—. Ven a elegir uno.   En tanto Tricia veía los collares, un pequeño chullo azul llamó su atención. —¡Quiero eso! —dijo señalándolo. —No creo que le guste, ningún gato se lo ha dejado puesto, es mejor un collar.   Con decepción, eligió un collar azul, el que la veterinaria le puso a Craig, que, aunque estaba aún débil, comenzó a forcejear con sus patas delanteras para quitárselo. —No le gusta —comentó Tricia, tratando de calmarlo. —Solo se tiene que acostumbrar. —Yo creo que quiere el gorrito, porque tiene sus orejitas frías. —Voy a intentar —dijo quitándole el collar.   La veterinaria le puso el chullo al pequeño gatito, quien al sentirse más cálido, no hizo esfuerzo alguno por quitárselo. —Bueno, quizá cuando se le pase el frío se lo quiera sacar, tápalo bien de camino a casa.   Tricia se quitó su abrigo y envolvió a Craig mientras lo tomaba en brazos, lista para llevarlo a casa.   De camino, su madre decidió pasar a la cafetería del pueblo y se sentaron en una de las mesas, donde fueron atendidos por Helen, esposa del dueño. —¡Tengo un gatito! —anunció Tricia mientras le tomaban su pedido. —¡Qué bonito!   Curioso, Tweek, un niño rubio de diez años que ayudaba a sus padres limpiando algunas mesas, se acercó a ver, asomándose tras su madre. —¡Mira mi gatito! Tiene un gorrito porque está frío —explicó Tricia.   Tweek se acercó temeroso a verlo. —No te va a hacer nada —dijo Helen, acercándolo de golpe.   En tanto Craig dormía, el aroma de Tweek lo despertó de inmediato, abrió sus ojos y movió la nariz, olfateando a su alrededor, siguiendo aquella envolvente fragancia, que comenzaba a hacerlo salivar y se volteó a verlo, con sus enormes ojos amarillos. —Sí, es bonito —dijo un poco temeroso. —Se está transformando en un vampiro —susurró Tricia. —¡¿Qué?! —Tweek dio unos pasos atrás, hasta esconderse tras su madre. —Jaja. No le hagas caso, Tweek —dijo la madre de Tricia—. Solo está herido. Lo mordió un murciélago, pero no se va a transformar, tranquilo.   Tweek se asomó a verlo, mientras Craig no le que quitaba la mirada de encima y en ese momento, supo que algo no andaba bien con la nueva mascota de sus vecinos.   Días más tarde, Tweek salió a jugar a casa de alguno de sus amigos, como hacía de costumbre, pero procuraba regresar antes del anochecer, evitando encontrarse con el gato de sus vecinos, que acostumbraba observarlo a través de la ventana por las noches. Aquel día, se entretuvieron más de la cuenta jugando y se oscureció antes de que Tweek lo notara.   Caminaba a paso rápido y ya cerca de casa, el chillido de una rata entre los arbustos llamó su atención y se acercó con cautela. Temeroso, se asomó lentamente entre los arbustos, donde estaba el gato de su vecino, enterrando sus colmillos en la rata, bebiendo su sangre. Tweek soltó un pequeño grito que calló de inmediato cubriéndose la boca con ambas manos y dio unos pasos atrás.   Craig salió de entre los arbustos, le sonrió y se relamió los labios, limpiando un poco de sangre de su boca, por lo que Tweek corrió despavorido a casa. Cerró la puerta y se apoyó en esta, asomándose lentamente por la ventana, mientras Craig lo veía sentado desde la acera, lamiendo su pata delantera. Cerró las cortinas y se encerró en su habitación, resguardándose en la seguridad que le brindaba el edredón de su cama.   Craig solo rio en voz baja, vigilando su ventana desde la acera. —¿Cuándo te lo vas a comer? —preguntó un murciélago colgado de cabeza en un árbol. —Ya vete —reclamó con fastidio, dándose la vuelta para regresar a casa. —¿Por qué me odias tanto? Te dejé vivir. —Yo no quería ser un vampiro —regañó sin detener su andar. —Oh, vamos, gatito —dijo sobrevolándolo—, solo quería un amigo. —Pues vete a buscar un perro, ellos son más estúpidos.   El murciélago aterrizó sobre el lomo de Craig, acercándose a susurrarle al oído. —Eso no es lo que ellos dicen de ti. —Quítate. —Dicen que eres tan idiota, que persigues punteros láser. —¡No es cierto! —regañó sacudiéndose para quitárselo, pero Clyde se aferró a su lomo—. ¡Quítate, polilla! —Ya te dije que no soy una polilla. Soy Clyde, el emperador de los murciélagos vampiro. Amo y señor de la noche. ¡Gobernador de los vamp...! —No me importa.   Craig se lo quitó de encima con una enérgica sacudida y corrió hasta su casa, donde saltó a una ventana que estaba abierta y se volteó a hablarle antes de entrar. —Deja de venir a molestar —advirtió sacando las garras de una de sus patas—. Quizá no puedes morir, polilla, pero te aseguro que va a doler muchísimo.   Clyde alzó su vuelo y se volteó a gritarle mientras se alejaba. —¡Las pulgas te tienen de mal humor, gatito!   Craig lo ignoró, mientras vigilaba la ventana de la habitación de Tweek. —Ya te vas a descuidar, Tweek —advirtió para sí mientras movía su cola de un lado a otro.   Así pasaron los años, un juego interminable en el que Tweek se mantenía en estado de alerta, mientras Craig se limitaba a vigilarlo desde su ventana, noche tras noche, esperando el momento perfecto para atacar.
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