ID de la obra: 199

La doncella de las flores.

Het
NC-17
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planificada Mini, escritos 23 páginas, 6 capítulos
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Prologo.

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Un episodio inconcluso.

Bajo el cielo gris la primer nevada del año se anunció. Tanto la capital imperial como sus alrededores se cubrieron de un frio manto. La temperatura descendió a tal grado, que toda persona, criatura u animal se vio obligada a resguardarse para sobrevivir. Por un momento, el parámetro quedó desolado, pero, a las afueras, muy al fondo del espeso bosque se divisó una mujer que encarnaba el mismo invierno; de cabello blanco, largo y enmarañado, piel pálida, casi traslúcida e inquietantes ojos azul oscuro, vestida con un viejo ropaje negro que apenas cubrió sus pies desnudos y que entre sus manos temblorosas sostuvo la empuñadura de un estilete. Aún con el viento gélido cortandole la piel, avanzó por el terreno inestable. Aunque, todo esfuerzo se irrumpió cuando un desgarrador relinchido se oyó no muy a lo lejos. ¡Hiiii! De inmediato se detuvo, giro la cabeza de un lado a otro en busca de algún indicio. Lamentablemente, solo fue capaz de distinguir las copas de los pinos en medio de tan densa neblina. Con sus sentidos en alerta máxima, contuvo el aire y retrocedió cautelosa. Tras unos pasos, una raíz oculta bajo los montículos le hizo tropezar, cayendo de espaldas contra el suelo escarchado, mientras el arma a la que tanto se habría aferrado resbaló. —¡Agh! Un gemido se le escapó antes de que pudiera contenerlo. Consiente del error que delató su posición, tardíamente mordió sus descoloridos labios, para enmendarse. Por desgracia, pronto el incesante golpeteo de los cascos y bufidos se mezclaron con el retumbar de su inquietante corazón. Guiada por su instinto, rebuscó entre la nieve a toda prisa, rasco y rascó hasta tomar de regreso la cuchilla enterrada. Después, levantó con gran dificultad su cuerpo ya entumecido y rezó por que no la encontraran. Pese a sus plegarias, una figura se vislumbró en la lejanía. Tenia que huir, pero sus piernas se estancaron. Un nudo se le formo en el estómago, no por la silueta del animal, que parecía ser mas una bestia, sino por el jinete en su lomo, de apariencia casi divina. Montado sobre el majestuoso corcel albino, la cabellera dorada se agitó en compas de la tormenta y unos celestes encendidos por la ira atravesaron la bruma en su dirección, a la velocidad de un demonio. De todos los caballeros con los que pudo encontrarse, el destino cual fuerza caprichosa, les entrelazó y por mucho que quisiese negarlo, solo podría existir una persona en todo el dominio con tales características y ese era… —Ciel—murmuro sin aire. No esperaba enfrentarlo, no a él y tampoco estuvo dispuesta. Sin dudar dio la vuelta y corrió reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban. Ante el patético intento se azotaron violentamente las riendas. El caballo relincho una vez mas y ni ninguno tuvo la intención de detenerse. Pero, quedo claro quien tenia la ventaja. En un santiamen el corcel le habia rebasado, bloqueando su única ruta de escape alzándose sobre sus patas traseras. Bajo temor de ser aplastada, se cubrió con ambos brazos y volvio a caer de rodillas. Acto que dio tiempo suficiente para que este bajara del corcel y la tomara bruscamente. —¡Eira! — llamo furioso, endureciendo su agarré sobre el brazo delgaducho. Casi rompió el hueso, la pobre ni siquiera pudo clamar mientras le arrastraban. El dolor se extendió por toda la extremidad. Cuando se escucho un crujido, esta sin pensar lanzó el filo hacia adelante. La carne se abrió bajo la presión del metal y un hilo caliente brotó desde la mejilla a la camiseta. Confundido, Ciel se tambaleo hacia atrás. Frunció el ceño ante el tardío ardor punzante y, llevándose la mano que antes la habria aprensado al rostro, la humedad le empapó los dedos. Bajó la cabeza y vio sangre. Clavó su mirada de regreso en Eira, quien empuño una larga y fina cuchilla. Entonces, cayó en cuenta de su imprudencia, apretando los puños por la vaina vacía en su cintura. Con todo en contra, Ciel replanteo su accionar e igual a un lobo escondiendo los colmillos ante su presa, relajó su postura e indagó con una calma antinatural: —¿Qué haces? —… Eira retrocedió. Esta vez mantuvo la calma. —¿Por qué haces esto? Nuevamente hubo silencio. Ciel esperó y esperó, mas, a medida que pasaba el tiempo y la brecha entre ellos se hacia mas grande, perdió los estribos. —¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! — alzó la voz sin importar las consecuencias. Continuo clamando repetidamente el “¡¿Por qué?!” hasta que la rabia se convirtió en tristeza, y cual hombre asfixiado preguntó una última vez. —¿Por qué… Dalia? “Dalia…Dalia…” El nombre se repitió infinitamente en la cabeza de Eira como una maldición. Transportándola de nuevo a aquella celda oscura y vacía, donde la tenue luz filtrada por las grietas de la opresiva pared de hormigón era su única compañía. Como no había mucho por hacer en un lugar tan restringido, se limitó a sentarse en una esquina a escuchar lo que había detrás de los muros: el trinar de los pájaros, el choque metalico de las armaduras y el barbullo lejano de un río. Oír se convirtió en su actividad favorita, o mejor dicho, en lo único que la mantenía cuerda. Así, permanecía hasta que un guardia entraba a dejarle la escasa comida correspondiente, tras lo cual, repetía el proceso una y otra vez. El día transcurrió con normalidad, más al caer el anochecer, un hombre encapuchado entró en lugar del vigía. Empujo la bandeja con un objeto envuelto y antes de que esta pudiera interrogarle, abandonó la estancia. Al principio, tardó en examinarlo, no parecía ser algo bueno. Sin embargo, al acariciar la tela áspera, el patrón bordado le resultó familiar: un árbol Aspen, símbolo perteneciente a su linaje. Un destello de esperanza ilumino su rostro. Retiro el manto con emoción, revelando el brillo acerado y la empuñadura negra. No era lo que esperaba, aunque no se desanimó. Alzó la pieza y una inscripción grabada en la hoja, relució: “Es tiempo de redimir a los pecadores”. Toda ilusión desapareció. Las lágrimas se acumularon en los bordes. Sabía lo que querían, aunque, al observarse en el filo, se dio cuenta que no podría hacerlo. Aguanto un sollozo y arrojó tanto el arma como el pañuelo a uno de los rincones sombríos de la habitación. No quería verlo, si tuviera la suficiente valía se arrancaría las córneas. Incapaz de encontrar tranquilidad, se acurrucó en el suelo, sello sus párpados y se obligó a dormir lo antes posible. Por un breve instante obtuvo paz, mas en la madrugada, el frágil eco de un tacón en el pasillo la despertó. Extrañada, se arrastró sigilosamente hacia los barrotes que la separaban de la salida y observó como una pequeña sombra acompañada de un cálido fulgor se posó detrás de la pesada puerta de hierro, y tras unos segundos llenos de intriga, la entrada se abrió. ¡Chiiik! El lugar se alumbro con destello flameante, revelando al intruso. Se trataba de una tierna joven, de ojos verde azulado y un precioso vestido rosa pálido que pareciese hilado a partir de pétalos. Su cabello del mismo tono, lacio y suave como un tallo. Embellecida con un par de pendientes largos en forma de la flor que le daba nombre, y que en una mano firme sujetó el asa de un farol. Pese a la inofensiva apariencia, un escalofrió le recorrió la espalda: —¿Dalia? No existía manera… ella no podía estar ahí. La vio morir, ahogarse en su propia sangre. Entonces ¿Cómo? En lo que Eira luchaba por encontrar respuesta, Dalia, ignorante del caos, cerró la puerta sin miedo alguno y se acercó a los barrotes. Una vez ambas se encontraron frente a frente, se arrodilló, puso la linterna de cobre a un lado y saco una llave de su bolsillo. Luego, tomo tímidamente la mano de Eira y deposito la llave sobre su palma. Acto seguido, le cerró el puño, obligándole a aceptarla: —Por favor úsala— enfatizó. —… Aunque no obtuvo ni una palabra, Dalia dio por terminado su objetivo. Recogió la lámpara, se levantó y dio la vuelta dispuesta a irse. Antes de siquiera dar un paso, Eira dejó caer la llave y se colgó de su muñeca. —¿Qué es esto? El súbito cuestionamiento, la tomó por sorpresa. Enseguida, Dalia, dejo la linterna y volvió a hincarse. —Es la llave de tu celda— explicó. —¿La llave? ¿Por qué? —Te perdono… Expresó sincera. Con lo que no conto fue que su misericordia, no alcanzara el ya herido corazón de Eira. —¿Tu perdonarme? ¡Tiene que ser una puta broma! Independiente de la blasfemia, Dalia se mantuvo serena y aclaró: —Se que tu no me perdonaras aunque te lo diga, pero yo… si te perdono. ¿Era ingenua o estúpida? La línea era delgada. Tanto que solo pudo burlase. —¡Ja! ¡ja! ¡ja! Cada carcajada, resonó mas intensa y forzada que la anterior. La risa duro un par de minutos hasta desinflarse. Agachó la cabeza y se agarró el estómago, jadeando como loca mientras intentaba recuperar el aliento. Esta actitud en definitiva desconcertó a Dalia, su corazón tembló para advertirle del peligro. Trato de apartase. Por desgracia Eira la aprisionaba. En ningún momento la había soltado. No le quedo mas opción que hablar: —Eir… Repentinamente, un escabroso silencio se trago sus palabras. La respiración de Eira se cortó, hundió la cabeza aun mas abajo para que los rulos grasientos le cubrieran la cara por completo. Solo así, pudo rectificar de reojo en la orilla. Allí el brillante aceró se asomó a unos centímetros. Una gota de sudor resbaló en su rostro ante la idea de usarla. Pero, en un arranque de lucidez, levanto la vista y encontró a Dalia paralizada. El pavor era innegable y de cierta forma confirmó el papel que no eligió en su historia. Era ironico. Pues Dalia yacia del otro lado de las barras, adornada con joyas y un vestido a la medida, lujo imposible para una simple lavandera sin estatus. Sin más dilación, la jaló hacia los barrotes estampándola. ¡Pum! Se escucho un estallido. — ¡Suéltame! — Dalia forcejeó salvajemente, chocando contra la lámpara. El cristal se rompió al instante y la cera ardió un poco mas antes de apagarse. —¡¿Qué es lo que tratas de hacer?! ¡¿Eh?! ¡¿Qué mierda?! Aunque la oscuridad habia vuelto Eira estiro el brazo, encontro el mango y con una gran sonrisa torcida, levanto la punta y se la clavo directo en el pecho. De vuelta en el presente, Eira confesó sin una pizca de remordimiento: —Ella… me arrebato todo. —¿Arrebatarte? — las pupilas de Ciel temblaron, frunció el ceño e indignado recalcó—¡Ella jamás te quito algo! —¡Ella es la única culpable! ¡Soy yo quien debería ser la emperatriz! — refutó aun mas ofendida que el.—¡O dime! ¡¿Por qué ella?! —La amo… “¿Amor?” Eira no pudo, ni quiso comprenderlo. —¿La amas? —repitió con la voz temblorosa y un dolor agudo en el pecho, queria burlarse de el. En su lugar una solitaria lágrima cayo por su mejilla. —Eira. —¡Cállate! — no quería oírlo, ni mucho menos admitir que todo por lo que alguna vez se habría esforzado, no tenía valor por que el no la amaba. Por algo tan estupido… tan infantil. —... El corazón de Ciel se encogió ante la visión lastimera del monstruo que lloraba como una niña, no obstante en lugar de consolarla imploró ya hartó.—¡Detente! , Por favor… Eira, quien hasta ese momento permaneció herrada, se dio el tiempo de observarle, encontrándolo con la mirada perdida. Triste y desolado. Un expresion que jamas vio en él. Sin darse cuenta bajo la guardia. Ciel aprecho esta abertura y avanzó hacia ella. —¡Aléjate! — apuntó desesperada, pero sus advertencias no tuvieron el mismo efecto.—¡Si te acercas yo-! —Te dejare ir— susurro con suavidad, se detuvo a una distancia segura y ofreció un intercambio: —Solo dame la daga. —¿Qué? —Toma mi caballo —… Entre la incredulidad y la sospecha, Eira se aferró al mango. Su actuar era tan ilógico, pero ignorar tal oferta… Aun si lograba escapar, moriría de hipotermia tarde o temprano. No solo ella, Ciel tampoco sobreviviría, sus ropas eran ligeras y por muy fuerte que se hiciera, el frio le caló en los huesos. Parecía un buen trato, el único fallo fue que solo la beneficio a ella. Realmente, ¿Podría confiar en el? Al fin y al cabo atravesó toda una ventisca para traerla de regreso. No, era imposible que el hombre que tuvo la osadía de abandonarla, despreciarla y encerrarla, pudiera tener compasión justo ahora. La odiaba, tanto que ni siquiera fue capaz de traer un arma… Esta contradicción la descolocó. Miro la mano flotando en el aire y tras reconsiderarlo, Eira se aferro a esa posible libertad. Extendiendo el puñal, sin percatarse que este simple gesto, terminaría por sellar su destino. Con la daga en su posesión, Ciel, en un abrir y cerrar de ojo, evaporo la distancia que habia entre ellos. El frágil cuerpo chocó contra el hierro, perforando el vientre. Un gemido agonico le fue arrancado de los pulmones junto al aire, pero no hubo mas reacción, ni pelea. Simplemente se quedó inmóvil. Aturdida por el calor emanado de su interior, que se derramó profanando la impoluta capa de nieve. Iba a morir y no había nada que hacer, las lagrimas, las quejas, los sueños, el odio, el pasado, no importaban… tampoco el dolor. Segundo despues. El punzon de acero salio de su estomago y Eira se precipito hacia el suelo, sin embargo, Ciel, en un ultimo gesto, abrazó su cintura y la acostó sobre el nevado. Por primera vez el frio fue mucho mas soportable, parecía reconfortarla. Eira, le miró a los ojos, despues de todo Ciel seria testigo de su ultimo aliento, esperó lagrimas, ira, tal vez arrepentimiento, encontrando solo absoluta indiferencia. Así, con este ultimo recuerdo pronto se desvaneció en la obscuridad. No obstante, Eira y el escenario cambio, en un parpadeo. En su lugar una extraña llena de heridas, apareció. Yacía tirada sobre el asfalto, inconsciente. Las pocas pertenencias, esparcidas, entre ellas un teléfono con la pantalla rota y parpadeante mostró la imagen de Eira muerta tras la opción: [¿Deseas salvar la partida?] [Si / No]
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