Un viajero.
“Príncipes, Magia y Romance” Enamora a cada uno de nuestros protagonistas y vive el sueño de convertirte en la heroína. ¡Aventúrate en un viaje lleno de amor y fantasía! ¡Juega ahora!♡
La doncella de las flores es una Novela Visual del género Otome. A pesar de solo tener una demo, obtuvo gran recepción del público. Aunque la historia me pareció un cliché, decidí probarlo debido a lo relativamente corto que era. La protagonista es Dalia, una plebeya huérfana, quien, tras regresar a la capital, encuentra trabajo en el palacio como criada. Es allí donde su destino se entrelaza con el de los tres intereses masculinos, los cuales son: el príncipe heredero Ciel, el segundo príncipe Rigel y el joven marqués y hechicero Liam. La mecánica principal recae en el diálogo, tomar decisiones o dar regalos, con el fin de subir la favorabilidad del objetivo en cuestión. Al alcanzar el cien porciento se obtiene una declaración y desbloquea un final. Pero, si lo dejamos de lado, toda narrativa requiere un conflicto, villano u antagonista. Es aquí donde entra la prometida de Ciel, Eira de Aspen y si bien, su relevancia varía en cuanto a la ruta, el desenlace se mantuvo igual de trágico. En lo personal, encontré justo cada uno de sus finales. No obstante, mi perspectiva ha cambiado, y la razón es… complicada. Aquella noche salí de trabajar un poco mas tarde. Tome el ultimo tren y me dirigí a mi departamento. Me encontraba algo distraída por... un asunto. Caminé por la calle desierta hasta llegar a la avenida y en cuanto di un paso al frente para bajar de la acera. Los faros de un auto me nublaron al instante. El impacto fue tan rápido que ni siquiera pude reaccionar. Pese a que en ese instante creí que moriría, como una desdichada casualidad o burla recobré el sentido en el cuerpo de la mismísima villana. Al principio, me aferre a la idea de que todo era una maldita pesadilla. Aunque, por mas que quise despertar… ¡Toc! ¡Toc! Un súbito golpe me sacó de mi ensimismo, encontrándome sentada sobre un sofá forrado en terciopelo. —Mi señorita, la tina ya esta lista— anunció una voz desde el otro lado. Cerré los ojos e inhalé profundo. Como no di respuesta, la puerta se abrió ligeramente, unas lunas color miel se asomaron. La cofia blanca contrasto con los mechones castaños. —¿Se encuentra bien?— expresó con delicadeza. —Estoy bien, Marian— respondí, aparentando normalidad. No muy convencida, esta torció los labios y arrugó la nariz. De inmediato, me levanté y me dirigí al supuesto “baño”. El cual era ridículamente espacioso, casi no había diferencia entre este y la habitación principal, salvo la letrina y bañera, los mismos grabados en la pared y las largas cortinas traslucidas se mantuvieron. Tan pronto entre, un grupo de mucamas me rodearon. Sin oponer resistencia, deje que me quitaran el camisón y la ropa interior para que pudiera adentrarme en el agua. Durante todo el proceso, no hice nada más que enjuagarme. Una vez terminado, me secaron de pies a cabeza, cubrieron con una bata y trajeron una gran variedad de vestidos; unos hechos enteramente de seda, otros con múltiples bordados, vuelo y encajes, y unos cuantos mas llenos de joyas incrustadas. Cada uno llevaba su respectivo juego de tacones y accesorios. Inclinándome a lo mas sencillo, opté por un vestido liso de un verde obscuro, unos tacones bajos color crema y un par de aretes de esmeralda. Ya escogida mi ropa, continuo la tortura con el peinado y maquillaje. Aunque me mantuve serena, a menudo me exasperaba el excesivo tiempo de preparación. —No se preocupe, mi señorita— aseguró Marian al notar mi estado. —Ya casi acabamos. —Claro…— busque mi tono más comprensivo y esperé. Después de sellar el maquillaje y de ajustar una última vez el corsé, tal y como prometió Marian el trabajo fue concluido. Orgullosas las empleadas me condujeron frente al espejo del tocador. A regañadientes, me obligué a avanzar, hasta topar con el cristal. Allí estaban, los ojos azul oscuro con su característica expresión fría. La piel pálida y tersa. El cabello albino y rizado idéntico a una cascada congelada. He de admitir que a pesar del sencillo atuendo, las facciones de Eira eran lo suficientemente hermosas como para robarle el aliento a cualquiera. Lo que me incluyo de manera literal. De la nada una intensa presión se me cerró en la garganta. Mi pecho subió y bajo mientras abría ligeramente la boca para tragar un poco de aire. Las pupilas temblaron antes de apartar la mirada y todo volvió a la normalidad. —¡Vamos señorita sonría!— incitó una de las sirvientas al observar mi negativa. Sin querer arruinar el animo, forcé una ligera sonrisa y les felicité: —Buen trabajo. Por obvias razones, tanta planificación tenia un propósito. Una vez llegó la hora, todas las criadas se retiraron, excepto Marian, quien me acompañó afuera. Siguiendo la norma de cualquier palacio, los pasillos eran inmensos, los elegantes arcos enmarcaron ventanales cuadriculados. Las paredes, adornadas de diversos paisajes al oleo. En los muebles pulidos reposaron jarrones, pequeñas esculturas y candeleros. Por último el piso marmoleado se cubrió por una tersa alfombra roja que al parecer no tenia fin. A continuación, traspasamos el umbral y el jardín se desplegó ante nosotros. Todo era magnificencia. Desde el aroma; húmedo y terroso, hasta los robles con sus troncos desnudos y hojas puntiagudas, desteñidas en tonos verdes u amarillos. Tras un corto instante de duda, me arme de valor y bajé el escalonado. —Mi señorita… No obstante, Marian irrumpió mi camino. —Le aseguro que vendrá hoy— habló con un tono cálido como si quisiera animarme. —Eso espero—. Respondí a secas y continué por el sendero empedrado. No mucho después, llegue a mi destino: un elegante pabellón de piedra pulida en medio del panorama. Al entrar, fui recibida con una reverencia por un grupo de sirvientes. Con desinterés, ocupe uno de los asientos en la mesa ya preparada. Aunque ya tenía hambre, observé la charola llena de galletas y pasteles recién horneados. El olor era tentador, pero todavía faltaba un invitado. « Uno, dos, tres…» Me dispuse a contar y luego de quince minutos, tal como el resto de días, mi “prometido” no apareció. Ya sin paciencia, levanté la campanilla. Con el tintineo, los incómodos empleados comenzaron a servir los platillos, y tan pronto terminaron les pedí a todos incluida mi doncella: —Retírense. No hubo queja. Ya sola, contemplé la silla vacía frente a mi y mientras bebía un sorbo de té, suspiré de alivio. Ha pasado casi un mes desde que llegué aquí y, todavía no me había topado con ninguno de los protagonistas, ni siquiera con aquel que tenía más probabilidades. Mi único contacto diario era un mozo cualquiera, que siempre se acercaba después del almuerzo para darme la misma excusa: —E-el príncipe está ocupado. Si, muy ocupado, pensé en tono irónico. Aunque a decir verdad, esto no era tan malo, mis días habrían sido peores si el estuviera aquí. Deje la delicada taza sobre el plato de porcelana. Mire los pétalos rojizos y arrugados flotando sobre el ámbar, sin expresión. Solo… esperó que esto pueda mantenerse. Cuanto menos, el tiempo suficiente para que encuentre una manera de volver a casa. Me lleve unos cuantos bocados mas y concluí. Como aún era temprano pasé por la biblioteca, con un solo objetivo: centrarme en la búsqueda de alguna información o alguna pista que pudiera ayudarme a regresar. Una hazaña que parecía imposible, dentro de las laberínticas y gigantes estanterías que parecían tocar el cielo. Luego de ojear títulos un rato, seleccione los mas prometedores y los llevé a la recámara, donde pude leerlos con calma… o esa era la intención. —¡Mierda!— grité furiosa y arroje uno de los tomos al piso. Me levanté de la silla, caminé de un lado a otro con las manos en la cabeza. Esos malditos libros no tenían más que cuentos sobre criaturas místicas, sin embargo nada de lo que buscaba estaba ahí. «¡A este paso jamás voy a salir de aquí!» Di un pisotón y finalmente, me detuve. Sintiendo el peso del mundo sobre mis hombros, fui hasta el sillón y me dejé caer con profunda impotencia. —Aun tengo tiempo— me dije como una autoayuda, pero por más que traté de ser positiva no pude tranquilizarme. «Haa… demos un paseo» Quizás podría despejarme. Salí nuevamente y me dedique a deambular por los corredores. Luego de varias vueltas, me alejé tanto que termine cerca de las lavanderías. A lo lejos, en un verdoso y extenso prado, un puñado de criadas con sus faldas negras y mandiles claros, recogieron las sabanas de los tendederos y llenaron los cestos a toda prisa. Miré con atención, aunque no vi ni un rastro de la pelirosa. Tal vez este en otro lado, fue lo primero que se vino a la mente. El campo no tardo en quedarse vacío, junto a ello el atardecer llego a su fin. Era hora de irme. Me dolían los pies, pero lejos de ponerme en marcha me apoyé en uno de los pilares, decidida a contemplar el ocaso. El sol se despidió paulatinamente en el horizonte, desapareciendo detrás del imponente muro. Las cuerdas, el pasto y los pequeños capullos bailaron con el aullido del viento. El azul se cubrió de rojo y violeta y unos últimos destellos dorados se colaron entre las nubes. Este sereno y colorido escenario reconforto mi ansioso corazón. No obstante, poco duro la paz. De entre la maleza un sirviente se escabulló hasta esconderse detrás de una columna e inmediatamente una fugaz luz rojiza le envolvió. El cabello pardo paso a una melena rubia cual hebras de oro pálido y los ojos grises al inconfundible celeste, símbolo de la familia imperial. «No puede ser ¿El es…?» Di un paso atrás. —¿Ciel? El corredor se inundó en un silencio incómodo. Este volteó a verme con los ojos bien abiertos, como si me hubiese materializado frente a el. —¿Lady… Aspen? ¿Cómo.. es que-? —¡Lo siento! Giré en dirección contraria y comencé a caminar lo más rápido que pude. «¡Carajo!»