ID de la obra: 199

La doncella de las flores.

Het
NC-17
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planificada Mini, escritos 23 páginas, 6 capítulos
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Capítulo 5

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A contrarreloj.

El frio y la humedad del rocío impregno el aire. Las pequeñas gotas brillaban bajo la tenue luz matutina, mientras un manto efímero se formaba en los vidrios. Lentamente la claridad comenzó a deslizarse por cada rincón. Marcando el inicio de un nuevo día. En medio de esta transición, permanecí en la cama, inerte, mirando hacia el techo blanco, con los parpados rojos e hinchados. Hice de todo: deambulé por toda la habitación, leí e incluso me alisté yo sola con la bata, al final no conseguí dormir ni un poco. Como todas las mañanas un ¡Toc! ¡Toc! resonó en la puerta. Seguido, pude oír la voz de la mi doncella desde el pasillo. —Mi señorita, soy Marian. Sin ganas, tomé las cobijas y me cubrí la cabeza. No tenia la mas mínima intención de levantarme u contestar, hoy no lo haría. Hundí la cara contra la almohada y esperé a que se marchara. Contrario a mis expectativas, Marian abrió la puerta y entró con el máximo sigilo posible. Tal vez creía que yo aún estaba dormida. Pese a su cautela, pude escucharla claramente cuando dejo la charola sobre la mesa. Se acercó. A propósito exhalé imitando un ronquido. En un breve, la sombra se superpuso sobre mi. De a poco retiró la manta. Antes de que pudiera revelar mi rostro, me obligue a hablar: —Estoy despierta— contesté rasposa y malhumorada. —¡¿Eh?! ¡L-lo lamentó, mi señorita!— gritó, y dio unos pasos atrás. Ignorando las disculpas de la dama que casi se arrodilló por la vergüenza, me levanté del lecho y le di la espalda para tomar asiento. Apenas me acomodé, Marian se acercó a la mesita, levantó la campana de plata permitiéndome contemplar el menú, que consistía en un jugoso filete, acompañado de una ensalada, un par de panes, varias frutas y té. Aunque no lo pareciera las porciones lo hacían un desayuno ligero. Tan solo verlo, me hizo a salivar. Ayer no comí nada por lo que todo lucia mas apetitoso de lo normal. Sin importar mi voraz hambre, no me quedo mas remedio que esperar a que me sirvieran para poder llevarme algo a la boca. La saliva se acumulo en mi garganta seca. Esperé impaciente; sin embargo, Marian no movió ni un dedo. Sintiendo un dejà vu, voltee a verla y la llamé extrañada:—¿Marian? —… En lugar de responder, esta continuo inmóvil, con los ojos bien agrandados. —¿Pasa algo? Emulando su reacción de ayer, Marian levantó el dedo y me señaló antes de responder:—Sus ojos… «Ahí va de nuevo» Puse los ojos en blanco y sin siquiera ver mi reflejo para confirmar lo obvio. Cambié el tema:—¿Vas a servirme?— cruce los brazos. —¡Ah! ¡Claro!— Marian salió de su estado de shock y sirvió la comida con torpeza. Al terminar, enseguida Marian salió a toda prisa, dejándome a solas. Esto no era algo extraño, mas cualquiera que la hubiera visto salir con esa expresión de horror intuiría lo contrario. Después de acabar con el desayuno, Marian regreso en compañía de las mismas sirvientas de siempre, pero esta vez, cada una traía consigo un estuche. Tan pronto me miraron, pusieron una sonrisa incómoda. Ninguna controlo su reacción. Pese a la grosera actitud Marian le paso por alto y aplaudió con firmeza:—¡Es hora de trabajar! Estas palabras dieron inicio a la tortura. Primero, el baño se demoro, debido a las incontables mascarillas y tratamientos que me pusieron en la cara. Permanecí tanto tiempo en la bañera que por poco me convertí en una pasa. No entendía el por qué de tanta exageración, hasta que empezó el maquillaje y pude ver mi rostro en el espejo del tocador. Pase de un cadáver salido de su ataúd a un fantasma. Realmente era peor de lo que imaginé. Consiente de esto, me disculpe internamente con las criadas, aunque estas no se intimidaron y abrieron los estuches. El maquillaje tardo aun mas, las brochas untaron una a una las capas de corrector y base, para cuando sellaron el polvo mi retaguardia se había entumecido, pero el resultado valió la espera. Cual milagro las ojeras desaparecieron por completo. Al ver concluida la parte mas difícil las sirvientas suspiraron aliviadas y pasaron a lo último: cambio de ropa y peinado. —¡Señorita tiene que descansar!— sermoneó una de las sirvientas mientras ajustaba los cordones del corsé. El parloteo me entro por un oído y me salió por el otro. Lo único que quería era levantarme. Al verme tan indiferente, otra de las jovencitas agregó descontenta:—¡Tiene que cuidarse! ¡El baile será pronto, señorita! Como si me hubieran tirado un balde de agua helada, pregunte con el rostro hecho papel:—¿Un baile? ¿Cuándo? De golpe la habitación se quedó en silencio, las mucamas se miraron entre si, para segundos después gritar al unísono:—¡¡Lo ha olvidado!! Ninguna podía creerlo. La que sostenía el cepillo de plata lo dejo caer al suelo, se me acercó cara a cara, puso su mano en mi frente y agregó:—¿Esta enferma? ¿Quiere que llamemos a un sanador? Este descaró fue el colmo y como ninguna contestó a mi pregunta, alcé la voz y repetí:—¡¿Cual baile?! Finalmente, Marian respondió aturdida:—La fundación del imperio se celebra en dos semanas. «¿Fundación?» Tardeé en procesarlo. «Espera… ¡Ya recuerdo! ¡Fue durante ese evento que Ciel rompió su compromiso!» — ¿Tan pronto?— balbuce en voz alta. Era un gran lío. No sabia bailar, ni mucho menos había participado en una de esas raras ceremonias en mi vida. —¿Y si llamamos al médico del palacio?— agregó con cuidado otra de las criadas. Trague aire y refuté a la defensiva:—¡No lo necesito! ¡Terminen con su trabajo! —… Cada una bajó la cabeza. No hubo mas reclamos ni cuestionamientos.

El sol de medio día era tan vibrante que me seco los ojos. Los trinados que se oían aquí y allá me mantenían despierta, centrada en el rumbo. Por fuera seguí con una fachada indiferente y la espalda recta, aunque dentro me acojonaba. «¿Qué mierda voy a hacer ahora?» La paz duro poco y la catástrofe estaba a unos pocos días. Ya veía venir, el escenario de la ruptura. Ciel encima del estrado enfrentando a los nobles. Debajo de los volantes en las mangas, pellizque ambas manos. Ya solo faltaba subir las gradas. Sin tiempo para respirar, Ciel quién ya me esperaba en el pabellón, me saludo con su habitual formalidad. Respondí de igual manera y ambos tomamos asiento. La comida no tardo en llegar y luego de ser servida, Marian y los demás presentes, me abandonaron. Mostré una sonrisa e hice mi mayor esfuerzo por continuar, centrándome en comerme el estofado. Ya tenia suficiente, solo por hoy quería un almuerzo pacifico. Aunque la actitud del príncipe no me era de ayuda. Ni volteo a ver la plato, observo fijo cada uno de mis movimientos, tenia cara de póker y los labios apretados. Como si estuviera a punto de decir algo. Fingir que él no estaba ahí me sirvió de poco. El ambiente se volvió tan asfixiante, que ni siquiera podía tragarme el caldo. «¿Estará molesto por que lo evite ayer?» No había otra explicación. «¿Debería disculparme? o ¿Espero y no hago nada?» La segunda opción a mi punto fue la mas lógica, el compromiso terminaría pronto y siendo honesta no tenía nada que decir. Me ahorre la saliva, deje la cuchara a un lado y tomé una tostada. Ciel resolló ante mi indiferencia, se levantó de su asiento, y peino con brusquedad su flequillo. —No tiene caso—escupió con desdén lo suficientemente bajo como para que el creyera que no le había escuchado. Tras las frívolas palabras soltó una vaga excusa:—Lo lamentó, lady Aspen, tengo unos asuntos pendientes. Era tan obvia la mentira que ni un niño se la creería, pero no me ofendí y solo mire su espalda alejarse. —¿Adiós?—murmuré al aire y dejé la cuchara sobre el plato. Al parecer el problema se había resuelto por si solo. Con el mocoso lejos de mis preocupaciones decidí enfocarme en lo mas importante. Pasé directo a la biblioteca. Necesitaba varios libros si quería hacerlo bien y tras perderme en el laberinto me encontré al viejo calvo, de barba larga y encrespada, espalda ligeramente encorvada, vestía una característica sotana blanca y se sostenía por el no muy original báculo con una gema apenas pulida en la punta. Quien revisaba los estantes era Aldo, mago retirado y bibliotecario imperial. Tan pronto me vio presento sus respetos. —Un placer, Lady Aspen— apoyo su peso sobre el mango de metal e inclino la cabeza. —El placer es mío. Por costumbre respondí siguiendo su ejemplo. Cumplida la formalidad mencionó, curioso:—¿Busca otro libro de magia? —Bueno… —me rasque la cabeza— Tendrá algo sobre… ¿Baile? Siendo el hombre silencioso que era apenas reacciono y dijo en breve:—Por su puesto, permítame. El anciano arrastró los pies, y me guio hasta topar con la sección. —Aquí están— levantó el bastón y dio un ligero golpe al piso. ¡Tac! La piedra se iluminó, los símbolos tallados descuidadamente ardieron cual oro fundido y se desprendieron de la roca hasta ascender a lo mas alto de la repisa, adhiriéndose a las cubiertas de cuero como tatuajes. Cientos de libros cayeron uno a uno de los estantes, desplegaron sus hojas, revolotearon en el aire e intercambiaron lugares, quedando en zonas mas cercanas. El mágico resplandor se desvaneció como la aurora. Realmente era como un sueño. Por mas que quise contener mi reacción apenas pude tartamudear un:—G‐gracias —Fue un placer. Aldo se retiró con una sonrisa arrugada. Cuando ya no pude oír el taqueteo de su bastón agarre el primer tomo que tenia enfrente: “Danza y protocolo en la alta sociedad” El volumen era pesado y contenía varias páginas que ilustraban el paso a paso. Era un buen material. Busqué un rincón tranquilo para estudiar cuanto antes.
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