En la sombra.
Llego el tiempo para la cosecha. El trigo y la avena se encontraban secos, pálidos e inclinados. Las olivas por fin alcanzaron el tono. La brisa soplo discreta. Los grillos murmuraban. Cayo el atardecer. Los jornaleros se retiraron a sus cabañas para descansar aunque unos cuantos pequeños se quedaron atrás. Con o sin el permiso de sus padres corrieron de un lado a otro, persiguiéndose. De pies a cabeza arropados del lino, el sembradío llegándoles a la cintura. Los niños tenían los cabellos alborados, mientras las niñas, se aferraban al dobladillo de sus faldas para no tropezarse. Las risotadas y huellas traviesas de sus botas cubrieron el llano. Tal fue el escandalo que llego a oídos del joven Ciel, no Cael, quien yacía recostado a los pies del muy lejano y viejo olivo. Tenia la espalda y cabeza apoyadas contra el tronco. Los hilos marrones de su cabellera se enredaron entre las grietas de la corteza. Detenidamente observo las copas griseas, donde colgaban los frutos. Como respuesta instintiva sus intestinos vacíos se contrajeron. Enarco las cejas y se agarro el estomago. De inmediato se arrepintió de no haber comido nada durante el día. Podría excusarse, decir que no valía la pena poner tanta atención a ello, ya tenia suficiente con sentarse en la mesa del pabellón y verle la cara a la mujer que llamaban “su prometida”. Pero y tras unos retortijones mas, considero la opción de atosigarse con lo tenia en frente. No importaba si solo eran aceitunas, hojas o el pasto. Al menos eso creyó él, la sola idea le revolvió el estomago. Tanto la sonrisa como su saliva se tornaron amargas. «Que molesta.» Relamió sus labios secos. Se despego de la madera inclinándose hacia el frente. Tuvo la vaga esperanza de que en esta posición el dolor se mitigaría. Le vendría mejor comer algo que de verdad pudiera digerir. Si se apresuraba llegaria justo antes de que se sirva la cena. Lo tuvo en cuenta. Sin embargo, prefirio hacerse de oídos sordos ante la sinfonía de su estomago, por lo menos hasta que esta sola logro apaciguarse. Un poco mas, solo un poco. Repetía en cada suspiro. Mas tranquilo volvió acomodarse, sus dedos subieron lentamente hacia el pecho rozaron ligeramente el rubí roto del colgante. Pequeños símbolos destellaron. El brillo rojizo no era imperceptible, aunque el velo ardiente posado en el cielo lo enmascaro. El paisaje y los cultivós se bañaron en ocre. Las pequeñas figuras en horizonte contrastaron. Sus rostros empezaron a desdibujarse transformándose en meras siluetas. Esta vez Cael se vio hipnotizado. Aunque ya no era un niño, en el fondo quiso unírseles. Querría correr en el pastizal sin miedo ser picado por las espigas o a entierrarse. Reiría a carcajadas. Una vez terminaran de jugar descansaría bajo este mismo árbol y antes de irse a casa, entrelazaria los meñiques, sellando una vieja promesa: —¡Te espero en el festival!— la voz fue un dulce eco y junto a las sombras la pequeña flor se alejaria, agitando su preciosa melena rosada. —Nos vemos— murmuro entre dientes una respuesta tardia.♡
Bien dicen que el otoño suele tener las noches mas largas. Un par de horas en la biblioteca y estaba a punto de ennegrecerse. Las estrellas salpicadas podían contemplarse a través de las cúpulas de cristal. A duras penas contuve el bostezo, las lagrimas humedecieron la retina irritada. Decidí salir antes de que terminara de anochecerse. En secuencia me levanté del sillón, cerré el libro y me dirigí a la entrada. Atravesé el laberinto de repisas hacia la puerta. No había manija. Levante la aldaba dorada y toque. ¡Tum! ¡Tum! El monumental portón blanco fue abierto desde fuera. Los guardias cubiertos de pies a cabeza por el frio acero se abrieron paso saludándome sin dejar de lado sus lanzas puntiagudas. Asentí en respuesta y me encamine por los pasillos de regreso con el libro en brazos. Mi cabeza se sentía pesada, quizá por estrés, quizá por el sueño. No podía distinguirlo. Quedaba tanto por ver y tan poco tiempo. Creí tener la ligera noción del como se comportaría una noble gracias a las series, novelas y videojuegos que consumía regularmente. Aunque mi actitud se acercó mas a la de una mocosa engreída que una mujer de alto estrato. Entre a suite, camine a la cama y me deje caer sobre el acolchado. ¿Por donde debería empezar? La pregunta reboto una y otra vez. Gire la cabeza, el tomo descansaba justo a mi lado, al fondo se asomo la suave luz azul de la luna por el balcón. La postura… tengo que corregirla… Un tenue calor subió por la espalda. Divague un rato entre la preocupación y mi propia incapacidad por mantenerme alerta. Intente levantar el brazo. El parpadeo se volvió cada vez mas lento y pausado. La respiración también bajo junto a mis latidos. Forzarme apenas sirvió de algo, las desveladas acumuladas fueron mas pesadas que cualquier inquietud. Sabia que me arrepentiría pero, en aquel momento solo pude cerrar los ojos. Después de un tiempo indeterminado una voz ansiosa y el toque suave en el hombro me despertó:—Mi señorita… ¿Tiene hambre? He traído la cena. Como siempre era Marian. —¿Cena?— pregunte aun somnolienta. Esta asintió rápidamente y encendió la pequeña vela que posaba en la mesita de noche. El espacio se ilumino de apoco. Antes de pudiera levantarme se volvió hacia mi con una suave bata de algodón doblada entré sus manos. En automático me senté al borde y levante mi cabello para que esta pudiera desatar el corsé. Fue en santiamén. Con el pijama ya puesto fui a la mesa. Ahí la bajilla y los cubiertos estaban posicionados. Marian no me hizo esperar, saco una cesta de pan, sirvió la sopa y vertió el té. —L-la… lamento llegar tarde— titubeo una disculpa. En verdad no estaba molesta, no es como si comiera mucho para empezar, el único problema fue verla tan incomoda, me hizo reflexionar en mi actitud de mierda estos días. Me rasque la cabeza y respondí:—Esta bien. Esperaba que se apaciguara con ello, aunque su expresión no mostro cambio. Bajo la tetera y la puso en la charola casi temblando. Fue extraño. Antes de que se marchara como era costumbre abrí la boca:—¿Paso algo Esta se detuvo. —Mi señorita… el—hablo en un suspiro, sin atreverse a mirarme directamente. La flama del candelero titilo cuando su aliento le alcanzo, mas y como si tuviera miedo de apagarla sus labios volvieron a sellarse. —¿El?—insistí. —¡Llego una carta del ducado!—escupió de golpe. —La Duquesa… —vaciló— quería confirmar su asistencia y la de la señorita Analía el día del baile. —… El breve silencio fue cubierto con el sonido incomodo y bajo de ambas respiraciones. «Mierda.» —La costurera… La voz de Marian continuo, llenando el vació, sin embargo fui perdiéndola igual que un soplido distante. Me quede helada mientras observaba mi reflejo distorsionado en la superficie plateada de los cubiertos. Había olvidado por completo ese detalle. Retuve el aire unos segundos para calmar la creciente inquietud en el pecho, aunque la sola idea de tener que enfrentarme a esa bruja fue lo suficientemente fuerte como para que mi corazón temblará. —... la mantendré al tanto, mi señorita. —… —¿Mi señorita? —¿…? Sus palabras apenas alcanzaron mi conciencia. En automático asentí, sin tener idea de lo anterior dicho. —C-con su permiso. Marian por su lado no insistió en mas respuesta, no tardo mucho en despedirse. El carrito salió junto a la doncella. La puerta se cerro en un crujido. Cuando solo quedamos la cena el candelero y yo me levanté de golpe, jadee, expulsando todo el aire retenido. Mis manos temblaban, podía sentir el pulso en las yemas. Tenía que calmarme y respirar. Eso ya la sabia. Arrugue la nariz, me recline hacia delante, apoyando ambas manos sobre la mesa. Inhale y exhale un par de veces. Dos semanas, a partir de mañana me quedarian dos semanas. Tuve que auto convencerme de que eso era suficiente. —Bien… — me enderecé sin apartar la vista del parpadeante resplandor de la vela. La cera resbalo cayendo sobre el mantel. Aunque el hambre recién despertó y la habitación seguía envuelta en la deliciosa mezcla de los aromas que acompañaban cada platillo, deje la comida intacta, ahora no podía llevarme un bocado. En seguida regrese a la cama, revolví las sabanas arrugadas hasta tomar de nuevo aquel libro y me aferré el.