ID de la obra: 199

La doncella de las flores.

Het
R
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1
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planificada Midi, escritos 30 páginas, 12.935 palabras, 8 capítulos
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Capítulo 7

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Bastardo.

Con el telón estrellado y bajo el suave fulgor de las farolas las carretas seguían llegando a palacio una tras otra, envolviendo los almacenes en un caos contradictoriamente organizado. Las filas se volvieron un bucle de nunca acabar. Cientos, por no decir miles de sirvientes, esperando en las partes traseras, donde los comerciantes, que limitados por la seguridad del palacio repartían el cargamento; carnes ahumadas, quesos, especias, barriles de vino, sacos de grano o harina y cajas llenas conservas u aceites que se usarían en el banquete venidero. Necesitaron tantas manos que las lavanderas se vieron obligadas a actuar. Aquí y allá se vocearon las indicaciones, mientras los mozos arreaban fuera a los caballos. El revoltijo de aromas se mezclo con el estiércol de los corceles y pudor de los empleados. En medio de la multitud atolondrada Cael fue alejándose con avidez. Quería llegar lo antes posible a sus aposentos. Pero, faltándole poco un fuerte llamando le detuvo. —¡Oye tu! La piel se le puso de gallina. Dudo en girarse por momento. ¿Un guarda quizá? Cuando se animo a mirar al hombre el nerviosismo no desapareció. Era uno de los jefe de cocina. De chaqueta blanca y recta de mangas cortas. La piel morena, su barba y cejas tupidas, cuerpo robusto, los brazos velludos. —¿No piensas ayudar niño? —la voz también era grave.— o ¿Piensas dejárselo todo a las damas? No dijo nada, no aclaro nada, ni siquiera se disculpo. Aferrado a la actuación se limito a obedecer. De dos en dos fueron bajando los barriles llenos de alcohol a las bodegas subterráneas, el lugar se percibía seco y lúgubre, cubierto por una ligera capa de polvo dispersada en el aire, unas cuantas telarañas se colaron entre las esquinas de la pared. Realmente sucio. Pese a que en principio Cael busco el momento adecuado para escabullirse, luego de un par de cargas dejaría de sentir los pies, todo daba vueltas. Dolía, desde los hombros a las plantas. No por que fuese débil en condición, mas bien por el vació y la sed, finalmente habían alcanzado un punto irredimible. Como pudo se arrastro hacia arriba. En el área de quesos decidió no salir mas y hacerse el tonto. Vagó entre los pasillos, palmeando el estomago mientras fingía inspeccionar las ruedas perfectamente almacenadas. En tal caso la supuesta ayuda termino al encontrarse apartado de toda vista. Recargado contra unos de los estantes, por fin se permitió jadear y soplar aunque fuese en voz baja. Cuando el mareo disminuyo un parloteo no muy lejano capto su atención. La voz de una mujer demasiado mayor como para andar difundiendo chismes refuto indignada:—¡Es verdad, puedo jugarlo! —Em… Las otras voces—igual femeninas— permanecieron escépticas. Cualquiera podría apostar que el grupo estaba conformado por las mismas mucamas que justo ahora deberían de estar sacudiendo el subterráneo. Cael rodo los ojos, no tenia la mas mínima intención de escuchar tales rumores sin fundamento, mucho menos quería meterse en mas problemas o al menos eso fue al principio. Dio un solo paso, entonces… —¿Estas segura? —otra de las voces pregono sin moderar el tono—No ha puesto un pie en el palacio desde hace… —se tomo un tiempo para contar— ¿Diez años? … se detuvo. Fue la conjetura y la traición de su propio ser lo que le hizo esperar. No podía, no debió de escucharles. Apretó ambos puños, las uñas se enterraron bajo la piel, rompiendo capa por capa pero, sin hacerlo sangrar. —Quizá te confundiste y… —¡Ya se los he dicho! ¡Era el príncipe! ¡El príncipe Rigel ha vuelto hoy!

Las noticias se esparcían tan rápido como caudal desbordante en un rio. Así pues, una vez llego a oídos del viejo mayordomo este de inmediato corrió a la recepción. Aunque lo mas adecuado fuese echarlo por la hora y el poco aviso, ordenes eran ordenes. Tras cruzar el acceso, ni el yelmo pudo ocultar la incomodidad en los caballeros imperiales que rodeaban el vestíbulo. En postura rígida igual que estatuas de acero. Pese al contagioso ambiente Ulfred se mantuvo profesional ofreciendo una cálida y ensayada bienvenida —Es un placer tenerlo de vuelta, su alteza. Su majestad el emperador lo espera en su oficina. La respuesta fue tardía y secuencial, aun de espaldas se agacho a recoger el poco equipaje, luego se giro sobre sus talones, mirándole directo, inclino la cabeza aun lado antes de agregar con desdén absolutista: —¿Es necesario?— Una provocación no muy directa. La mandíbula del viejo se tenso. Pudo sentir su voluntad tambalearse. La inocente figura que alguna vez se plasmo sobre el lienzo hoy, mas que arrogante encarno la desdicha en una replica casi exacta y mas joven del emperador. —Permítame— Ulfred volvió a inclinarse, esta vez sin la costumbre. Lo hizo para eludir su responsabilidad. — Por favor, permítame guiarlo —insistió. Por gracia no hubo mas desafío, aunque Rigel no dio directamente el ‘si’ tan pronto Ulfred se puso en marcha las pisadas siguieron detrás de el.

En el pasillo, frente a la oficina el portón ancestral fue abierto. ¡Boom! El estallido similar al de un trueno, el inicio de una tormenta. Ulfred se hizo a un lado. Dentro se hayo el abismo. En adelante Rigel guardo con recelo esa expresión afilada, antes de atreverse a dar un solo paso sus dedos se crisparon alrededor de las asas, resoplo hondo e ingreso. El lugar estaba sumido en una oscuridad casi total; las gruesas cortinas bloquearon el paso. Apenas un halo de luz se filtraba, iluminando parcialmente la estantería. Bajo esta el amplio escritorio de madera oscura repleto de papeles dominaba la habitación, y sentado tras el, él emperador se encontraba absorto en la documentación. La puerta se cerró en un eco final amplificado por el eco en el espacio casi vacío. Sin sillón, o banco en el cual se pudiera descansar, aunque esa tampoco era la intención, Rigel permaneció en el medio, marcando de forma considerable su distancia. El joven tampoco desperdicio su aliento, no se presento, no saludo, sus manos siguieron firmemente cerradas en torno a las maletas, como si estuviese preparado para salir en cualquier momento. Los segundos transcurrían en tortuoso silencio, Rigel por su parte no despego su atención de la puerta. Así cuando llego la voz del monarca el suplicio no desapareció. —Has crecido. Rigel se trago el desagrado, y volvió su atención hacia el hombre, decidido a terminar el encuentro de una maldita vez: —He vuelto, majestad— su voz tan fría como el ambiente en la sala. El titulo y el tono habían sido tan formales. La comisura en los labios del emperador se curvó en una ligera sonrisa que no llego a romper su concentración, agrupo varias hojas, formando lo que después usaría de base para apilar el papeleo, lo puso en la esquina, todo en calma, sin prisa, sin levantar la mirada. —¿Te han ascendido? — añadió casual.

—Hmn.

Por el contrario las respuestas de Rigel eran cortas sin emoción y al punto.

—¿Por cuanto tiempo…?

—Antes de la próxima estación retomare el puesto.— no tomo ni un espacio para respirar entre cada oración.

El emperador dejó escapar un suspiro. Realmente lo había subestimado. Rendido y por la paz finalmente le dejo ir: —Un sirviente te guiara a nueva habitación— retomo la pluma, hundiendo la punta de metal en el tintero, casi ahogándola.

Rigel no espero mas, abrió el mismo la puerta y salió murmurando: —Un placer— el desprecio esta vez no pudo ocultarse.

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