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Bastardo. — ¡¡¡CEDRIC DIGGORY, QUE SALAZAR TE MALDIGA!!! Mañana siguiente. Espejo. Yo. Chupetón. Del tamaño del escudo de Hufflepuff. En el cuello, claro. A la izquierda. Justo donde la bufanda de Slytherin no tapa nada. — ¿Qué gritas, Draco? — entró Cedric al baño brillando como si fuera el rostro oficial de los ambientadores mágicos. Y me dio un beso en la mejilla. — ¡¿Por qué me dejaste una marca?! ¡Tenemos uniforme, gilipollas! — Pensé que no te importaba — dijo, encogiéndose de hombros como si fuera inocente. El muy hijo de puff. — En pleno orgasmo habría firmado contrato vitalicio para compartir habitación con tres trols. ¡Claro que no me importó en ese momento! — Lo tendré en cuenta. La próxima vez te dejo tarjeta de visita. — ¿¡Próxima vez!? No va a haber próxima vez. — Okey. Pero si necesitas corrector, tengo uno. Aunque te queda bien ese tono de índigo cadáver. Pasé todo el día con una capa gruesa de maquillaje color beige, que según Cedric “camufla pasiones”. Mentira. Camuflaba mi dignidad. — Malfoy, ¿qué es eso en tu cuello? — preguntó el profesor Black en Aritmancia, con voz grave. — Un mosquito, señor —contesté con mi tono más virginal. Y Cedric tosió. Tosió, joder, como quien recuerda la escena de “me vengo, Diggory” con la banda sonora de Titanic de fondo. Más tarde, el conserje apareció en la habitación con una caja de velas encantadas y una expresión de ternura. — Nos informaron de una picadura — dijo, dejando la caja con gesto solidario —. Úsenlas, por favor. Sé lo molestos que pueden ser... Cabrones. Las velas no eran para mosquitos. Eran para no matar a tu compañero de cuarto. Cuando cerró la puerta, me giré hacia Cedric con mirada de basilisco. — Desnúdate. Te voy a follar tan fuerte que la próxima vez que quieras dejarme un chupetón, vas a tener que explicar dos agujeros en el culo como “mordida de basilisco”. Cedric se levantó al instante. Camiseta al suelo. Mirada de hipogrifo en celo. — Ten en cuenta una cosa, Draco — susurró —. Primero yo. Luego tú. Recuerda que no somos novios. Y ahí, justo ahí, perdí el control. Sobre mí mismo, sobre la situación, y sobre el orden en que se supone que ocurren las cosas en este jodido Hogwarts.Capítulo 2: Mordisco de medianoche
27 de junio de 2025, 5:43
Mira, Cedric Diggory no es precisamente el Messi de la masturbación mágica, ¿vale? Siendo honestos, su talento para hacerse una pajilla manual a otro no va a entrar en los anales de Hogwarts. Pero en ausencia total de encantos lubricantes y con la atmósfera más seca que el discurso de Binns, su mano… se sentía bastante bien. En algunos momentos, jodidamente gloriosa. Sobre todo si cerrabas los ojos y fingías que no estabas en la habitación 713 de la Sección de Reeducación para Magos Desorientados de Hogwarts, sino en el prostíbulo de “Las Tres Escobas”, tercer piso, acceso con contraseña.
— Tienes más de lo que esperaba, por cierto — susurró el muy cabrón con sonrisa de anuncio dental, mientras me meneaba el dragón como si intentara despertarlo de la hibernación—. Especialmente de circunferencia. Como un hipogrifo que recibe elogios del profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas.
— Menos mal que tienes dedos largos… — gemí, ya peligrosamente cerca de explotar —. Joder, Cedric, me vengo...
Y el maldito elfo doméstico con abdominales... se detiene.
¡Por Merlín! Por un momento quise lanzarle un Levicorpus directo a las pelotas y, al mismo tiempo, rogarle que continuara, antes de que mi dragón se escondiera para siempre en su cueva de la vergüenza.
— Tranquilo, tranquilo —dijo él con un tonito de ternura falsa que me hizo picar los puños —. Ni siquiera nos hemos besado. Y tú lo pedías tanto.
— Te odio, Cedric.
— Mientes — susurró, y me selló con esa sonrisa blanca como si estuviéramos en un anuncio de pasta de dientes gay.
Le agarré del pelo y le atraje para callarle con un beso que casi le parte el cuello. Menos mal que no le reventé los labios, aunque ganas no me faltaron.
— Piensas insultos demasiado alto, Draco — murmuró, mientras volvía a mover la mano. Y yo… no me resistí.
Su lengua era magia. Sus dedos, aún más. Sus labios, una tragedia griega con final feliz. Me corrí como si fuera la primera vez en mi vida, con sonido, con fuegos artificiales, con expresión. Y justo en el clímax, mientras yo gimoteaba como un elfo borracho, el muy cabrón me mordió el cuello. Jugoso. Sonoro. Como vampiro en excursión de verano.
Notas:
[Nota: en ese preciso instante, el Mapa del Merodeador se enrolló solo por la vergüenza.]