ID de la obra: 240

Sólo dos semanas

Slash
NC-17
En progreso
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autor
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 35 páginas, 5 capítulos
Descripción:
Notas:
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Capítulo 1

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Skipper lanzó un gruñido y miró el archivero enorme donde almacenaba los reportes sobre los inventos fallidos de Kowalski. Los había clasificado de acuerdo a su peligrosidad y, si no hubiese sido por el escandaloso accidente de esa mañana, el gelatinoso monstruo Jiggles habría encabezado la lista de inventos desastrosos por años. –Kowalski –dijo con una voz que pretendió ser calmada, pero que destilaba irritación, mientras apartaba la vista del archivero– tengo hambre. El mencionado tardó en reaccionar, pues estaba ensimismado mirándolo, pero cuando lo hizo se rió nervioso. –Private y Rico no tardarán, ir y volver del almacén no debe ser complicado. Como respuesta Skipper chocó la planta de su pie contra el piso del cuartel una y otra vez. Haciendo que ese largo minuto en silencio que se instaló entre ellos pareciera eterno. Entonces la escotilla para ingresar al cuartel se abrió y los otros dos miembros del equipo bajaron por la escalera que conectaba la entrada con el suelo. Ambos cargaban entre las aletas una caja de madera rebosando con fruta. –¡Por fin! –exclamó Skipper –¿por qué tardaron tanto? –Lo siento –contestó Private. –Alice estaba vigilando el almacén y no sabíamos qué te podría gustar. –Él y Rico dejaron la carga sobre la mesa al centro del cuartel.    –Mmm –Skipper analizó el contenido de la caja con ojo crítico, después la olisqueó y al escuchar su estómago gruñir decidió tomar un mango. –Supongo que… ¿debo pelarlo o comerlo así? –miró a Kowalski buscando una respuesta, pero el científico se encogió de hombros, así que Skipper lanzó un suspiro y le dio una mordida a la fruta. Private jugueteó las aletas sobando la izquierda contra la derecha mientras lo veía masticar –¿te gusta Skipper? –No está mal –respondió. Después comió el resto del mango hasta que llegó a la semilla. Volvió a la caja e iba a seleccionar otro mango cuando vio una manzana –tal vez ahora pueda comerla –murmuró. Se llevó la fruta a la boca y la engulló con rapidez. –Skipper –Kowalski hizo un ademán que le impidió hincar el diente a la siguiente fruta que sacó de la caja, un plátano. –Tal vez no sea buena idea que comas tanto. No he realizado todas las pruebas necesarias y aún no sabemos qué reacciones tendrá tu cuerpo… Skipper lanzó un gruñido de exasperación, pero desechó la idea de seguir comiendo. Regresó el plátano a la caja con desgano. –Está bien. ¿Qué viene ahora? –¡Ultrasonido! –respondió Kowalski más animado de lo que debería y a causa de eso recibió una mala mirada del capitán. –Eeh, voy a prepararme. Acompáñame Rico –se llevó al mencionado a su laboratorio. Skipper fue hasta su silla en el comedor para dejarse caer en ella. –Estoy seguro que esto sólo será temporal. –Private se acercó a él y lo miró con una pequeña sonrisa –Kowalski va a encontrar una solución. Skipper entrecerró los ojos e iba a volver a protestar, pero prefirió sonreír de vuelta al pequeño. Le agradecia que intentara animarlo y deseaba que tuviera la razón. –Skipper –Private titubeó al tiempo que se acercaba un poco más a él. – ¿Puedo tocarte? –preguntó como si estuviera hipnotizado mientras lo señalaba. El mayor dejó caer la cabeza sobre la mesa y gruñó por lo que parecía la milésima vez en el día. –Ahm –Private comenzó a caminar hacia atrás, como si supiera que acababa de activar una bomba que explotaría en cualquier momento. – Voy a ver cómo... cómo... qué hacen los chicos. –Después de decir eso desapareció.   Skipper sabía que Kowalski no era el único excitado por su nuevo aspecto, Private y Rico también estaban fascinados, pero en un intento por no alterarlo se habían contenido a hacer comentarios. A decir verdad, si no fuera como una patada en el trasero, él también estaría encantado con la cantidad de cosas que podía hacer con su cuerpo “nuevo”. Miró la parte de su anatomía que Private había señalado y no resistió la tentación de tocarla. Era una cola, cubierta de pelaje negro con vetas blancas; esponjada y larga. Sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras se acariciaba. – Si no fuera… – pensó – si no fuera la cola de un lémur, no sería tan malo tenerla. Esa mañana todo pasó muy rápido y, como siempre, los causantes del problema que ahora tenía entre las aletas – manos – se corrigió mentalmente; fueron el científico loco de su equipo y la amenaza andante que se hacía llamar rey del zoológico, Julien. Kowalski tenía trabajando todo el mes en un invento que les permitiera hacer misiones de espionaje de manera más eficaz y supuestamente menos peligrosa. Un spray camuflaje. Spraje. Aquel invento que consistía en ADN de camaleón y lavanda, les iba a otorgar la habilidad de mimetizarse durante un par de horas e ir en una misión para conseguir la información que necesitaran sin que pudieran verlos. Lo único que debían hacer era rociarse el spray y tomar ventaja de sus efectos. Sin embargo, mientras Kowlaski afinaba los últimos detalles de su fórmula, Julien invadió el cuartel, y el laboratorio, demandando que el genio le fabricara una goma de mascar con sabor mango que durara todo el día y creó un desastre que contaminó el trabajo de Kowalski. Julien, siendo el maleducado que era, dejó su chicle masticado, sin sabor y cubierto de saliva, sobre la muestra del ADN de camaleón. Sobraba decir que Kowalski no se dio cuenta de aquello y que, cuando roció a Skipper con el spray, boqueó sorprendido porque en lugar de adquirir las habilidades de un camaleón, su capitán se convirtió en un lémur. Lémur. Con cola y pulgares incluidos. El pelaje sobre el resto del cuerpo de Skipper, salvo su rostro, era similar al de su cola: negro con pequeños mechones blancos en el pecho. Su boca estaba cubierta por pelaje amarillo oscuro, casi café.  Skipper volvió a observar su cola. Era larga, con cabellos mucho más largos y tupidos que los de Julien. Desde que apareció quería moverla de un lado a otro sin parar y, ahora que estaba solo, por fin pudo hacerlo. –¿Skipper? –Kowalski regresó a la cocina y lo miró de manera extraña pues lo descubrió balanceándose de un lado a otro. –¿Qué? –el líder dejó de moverse y cruzó los brazos sobre su pecho en pose defensiva. –Na-da –Kowalski negó con la cabeza y las aletas, antes de aclararse la garganta –estamos listos para los análisis.   Ser el conejillo de indias de Kowalski no era placentero. Skipper no era alguien paciente y, por una extraña razón, sentía que quería saltar de un lado a otro. Tenía demasiada energía acumulada a pesar de lo poco que había comido y necesitaba quemarla de alguna manera. El problema era que el cuartel le parecía muy pequeño y bajo ninguna circunstancia podía salir de él. En primer lugar porque Kowalski quería mantenerlo vigilado, para asistirlo en el caso de que sufriera algún efecto secundario; y, en segundo lugar, porque Skipper no quería arriesgarse a que alguien lo viera con ese absurdo y vergonzoso aspecto. Para su desgracia el científico concluyó que permanecería así dos semanas. Ese era el tiempo que tomaría en estar listo el antídoto.   Cuando llegó la noche y el resto de sus compañeros roncaban sobre sus camas como si el mundo no les preocupara en absoluto, Skipper estaba recostado mirando al techo, con los ojos bien abiertos. Pensando en todo y nada. Desde lo incómoda que resultaba su cama ahora que su cuerpo era diferente, hasta preguntarse por primera vez en la vida si los lémures eran mamíferos nocturnos. Si era así, eso explicaba por qué Ring-tail, Maurice y Sad eyes siempre hacían desastres durante la noche y por qué él sentía un cosquilleo en la punta de los dedos. Quería armar una revolución contra la versión más actual de los hippies, los dichosos hipsters; ir tras Hans o darle su merecido de una vez por todas a Blowhole. Necesitaba hacer algo para quemar toda la energía acumulada. De pronto, como ocurría todos los domingos a la media noche, su vecino prendió su infernal reproductor de casetes y subiendo la música lo más alto posible, con los tonos graves al máximo, comenzó la fiesta. No era sorpresa que hiciera aquello. En una de las tantas juntas de zoológico, que incluyó una larga discusión entre Skipper y Julien, se le permitió al escandaloso rey de los lémures organizar una fiesta a media noche cada domingo a cambio de que los dejara descansar el resto de los días y jamás asaltara ningún hábitat alegando que los espíritus del cielo se lo habían comandado. Eligieron los domingos por la noche porque al día siguiente el zoológico estaría parcialmente vacío, como cada Funday. Skipper se acurrucó y utilizó la almohada para cubrirse los oídos. Había olvidado llevar las orejeras a la cama y ahora, cuando por fin pudo encontrar una pose no tan incómoda para dormir, no quería ir a buscarlas. Cuando se rindió y decidió levantarse, en lugar de tomar las orejeras, se paró frente a las escaleras que daban a la salida del cuartel. Las miró un largo minuto y tomó una decisión basada en sus instintos primarios. No tenía sueño y aunque cada parte racional de su cerebro gritaba que volviera a la cama, su cuerpo le pedía que saliera a balancearse en algún árbol. Claro, iba a evitar el hábitat de los lémures. Sin importar que la música lo estuviera invitando a acercarse, era el último lugar al que iría. Miró a sus tres compañeros de equipo, quienes aún dormían ajenos a la música y a sus movimientos, y trepó las escaleras dando varios saltos antes de levantar la trampilla y salir del cuartel lo más rápido posible.
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