Incluso cuando ya no quedaba esperanza,
seguí creyendo que podía vencerme a mí mismo.
(c) Stray Kids – Side Effects
Cuatro. Cuatro miserables días fue todo lo que duró la resolución de Jimin de no volver a usar jamás la lista de precios del maldito condón humano de Slytherin. Pero ni en sueños conseguía olvidarlo. Las líneas sobre sexo oral lo acosaban incluso dormido, y su vena veela —esa zorra interior que no sabía callarse— se dedicaba a proyectar imágenes mentales de Jimin arrodillado, tragándose hasta el fondo el espléndido y generosamente proporcionado miembro del rubio. Lo peor de todo es que esa idea, que antes le habría dado asco al hetero que alguna vez fue, ahora lo excitaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Lo deseaba. Con desesperación. Aun así, decidió que iba a portarse bien. Por ahora. Solo un apretón de manos, quizás una caricia… Estaba cansado, había vuelto de una misión jodida como auror. Bueno, tal vez un masaje… ¡No, basta! Envió una nota formal por lechuza. Min respondió afirmativamente, y fijaron la cita a una respetable hora: cinco de la tarde. En la mansión Min. Para su desgracia, quien lo recibió en la entrada no fue el amo del lugar, sino un elfo doméstico particularmente feo, cuya expresión de asco dejaba claro lo mucho que “disfrutaba” la visita de Park. Lo dejó esperando en una sala decorada con exceso, que no se sabía si era un comedor secundario o una biblioteca con pretensiones. Min Yoongi apareció veintisiete minutos tarde (sí, Jimin los contó —así de desesperado estaba), con el aire altivo de un aristócrata británico con el ego hipertrofiado. —Tengo el día bastante ocupado, Park. Toma lo tuyo y lárgate. Jimin, de verdad, planeaba conformarse con lo básico. Después de todo, no había pasado tanto desde su última noche juntos, y todavía no se moría. Pero la altanería de Yoongi le tocó los cojones con tanta precisión, que sintió la imperiosa necesidad de bajarle los humos de la manera más deliciosa posible. —Un beso —masculló Jimin entre dientes—. Con lengua. Y me vale verga que me cueste un riñón, pensó. Y por la mirada que le lanzó Yoongi, supo que había captado el mensaje completo. —Perfecto —asintió el rubio, como si cerrara un trato—. Ten tu chequera lista. —¿Eh? —Jimin titubeó, esperando que Yoongi se acercara. —Pff, como si fuera a mover un dedo por ti. Adelante. Viola mi pobre boca con tus labios de mochi y lárgate. —De hecho, estoy pagando por ella. Por adelantado —sonrió Jimin mientras acortaba la distancia con pasos decididos. Ya tenía el consentimiento oficial. Luz verde. Y esta vez fue distinto. Nada como ese primer beso en el piso de Park. Esta vez Yoongi estaba quieto, receptivo, incluso relajado, y eso casi provocó un infarto en Jimin. La suavidad de sus labios rosados, la energía que lo atravesó como una descarga bendita, lo dejaron al borde del colapso. Al ver que no había resistencia (ni tampoco una respuesta inmediata), Jimin suavizó el contacto, sujetando con más ternura la nuca del rubio. Y fue entonces que Yoongi inclinó un poco la cabeza, entreabrió los labios, y permitió la entrada de su lengua. Jimin soltó un gemido gutural. Nunca antes había sentido un placer tan abrumador. Saboreó el momento, alternando entre el labio superior e inferior, mientras su sangre veela rugía en sus oídos. Y justo cuando el mundo se disolvía en una llamarada blanca… se desmayó. Yoongi se sentó con calma en una butaca cercana, observando a Jimin tendido en el suelo, inconsciente pero con cara de paz absoluta. Las ojeras casi desaparecidas, las mejillas rosadas, e incluso un poco más de volumen en ese rostro que días atrás parecía demacrado. Vaya, lo que puede hacer un beso de dos minutos con lengua. Jimin despertó pronto, justo cuando el elfo doméstico cruzaba la puerta con una bandeja de firewhisky para su amo. —¿Tan bien beso que te desmayaste? —preguntó Yoongi, seco, pero divertido. Vergüenza. Como si todo el puto mundo mágico conspirara para hacer quedar a Park Jimin como un idiota, siempre frente al jodido —y jodidamente atractivo— Min Yoongi. —Quizá debí empezar por los primeros puntos del tarifario —el rubio saboreó cada palabra con sonrisa de villano. —Tienes razón. Creo que ya es hora de irme. Me he humillado lo suficiente… otra vez. —No será la última —replicó Yoongi con una ceja levantada. Jimin se sentía demasiado bien como para molestarse por la pulla. —Gracias por tu tiempo. Espero no haberte interrumpido nada importante. —Más bien me entretuviste —remató el dueño del castillo, aún burlón. —En cualquier caso, gracias… y no olvides enviarme la… ya sabes… la cuenta. —No lo olvidaré, Park. Puedes estar seguro —sonrió el maldito Min Yoongi con suficiencia.