Epílogo Final – La Diosa del Amor se llama Hermione Granger. Y firma papeles como Hermione Granger Malfoy.
1 de julio de 2025, 16:39
Todo comenzó con una firma.
Bueno, varias.
Primero la del matrimonio, luego la del contrato de sucesión empresarial, después la de la carta para el colegio de los niños (“Sí, los Malfoy también llenamos formularios, no todo es magia”, decía Draco mientras la pluma se escapaba de sus dedos y él se rendía en mi regazo como siempre).
El matrimonio fue explosivo. En todos los sentidos.
—¿Blanco? ¿Rosas? ¿Dragones? —preguntó Lucius.
—Todo —respondió Cissy—. Y que no falte el champán encantado que hace llorar a los ex.
Harry lloró.
Ron también, pero lo negó.
Ginny dijo que si no parábamos de besarnos en el altar, iba a lanzar un Petrificus Totalus.
Y Pansy gritó desde el fondo:
—¡¿Y si lo hacen en cámara lenta, que quiero disfrutarlo?!
Mis papás…
Mi papá aún no superaba que su hija se casara con un Malfoy (”¿Y los nietos se apellidarán cómo?” —“Granger-Malfoy, papá. Ya firmamos eso también”).
Mi mamá… se reía desde la primera propuesta, y cuando Lucius le preguntó qué opinaba de la ceremonia, respondió:
—Que mi hija no se casó con un hombre. Se casó con un trofeo que cocina y obedece.
¡Aplausos!
Lucius y yo firmamos todos los papeles.
Toda la fortuna Malfoy, bajo mi control.
Porque Draco decía que trabajaba, pero lo suyo era más bien ser sexy, rebelde y venir por detrás mientras yo planificaba presupuestos y decirme al oído:
—¿No preferirías planificar una noche llena de orgasmos con tu esposo?
Draco se dedicó a seguirme la corriente.
En todo.
Desde las decisiones estratégicas hasta los menús de la casa (“¡Hermione! ¡Otra vez quinoa mágica no!”).
Él decía que me había robado la cabeza.
Yo sabía que le robé el corazón, la voluntad, el apellido y la fortuna.
Y así llegaron los niños.
Dos pequeños seres mágicos con triple nacionalidad, miradas intensas y un humor ácido que a veces asustaba a los retratos de la mansión.
El mayor, Scorpius, sacó mi orden obsesivo pero físicamente era su padre.
La menor, Cassiopea, heredó el sarcasmo Malfoy y la capacidad de manipular a todos, incluido al elfo doméstico, pero lo único que físicamente sacó de Draco fue el color de pelo (si tenía otro mini Draco iba a terminar más loca que Bellatrix)
Harry es el padrino de Scorp. Ron el de Cass.
Ginny es la tía que grita “¡VIVA EL CAOS!” y lanza fuegos artificiales en el desayuno.
Cissy Malfoy los visita todas las semanas.
Les lleva túnicas a medida, cuentos con moralejas elegantes y dulces que elfos traen desde Viena.
A mí me llama “mi nuera brillante”, y a Draco lo mira con un:
—¿Ves por qué te dije que era ella o ninguna?
Lucius me respeta.
A su modo.
Me ofreció su despacho y cuando vio que lo redecoré con libros muggles y frases motivacionales en latín, murmuró:
—Al menos tiene buen gusto. Aunque ese cojín con lentejuelas que cambia de color me ofende.
Pansy es la tía glam de los niños.
Siempre en tacones, siempre con un escándalo nuevo, siempre con una nueva historia del club social más exclusivo (o más prohibido) del mes.
Ella fue la que dijo:
—Herms, tú ganaste. Te llevaste el Malfoy y el imperio. Y sin dejar de ser tú.
Y Draco…
Él sigue llamándome “Granger” cuando se burla.
Sabe que eso me activa una mezcla peligrosa entre querer matarlo y besarlo contra la pared.
Y lo sabe.
Siempre lo supo.
Vivimos entre Londres, Hamburgo, Nueva York, Lima y La Coruña.
Los niños dicen “meigas” con naturalidad.
Yo firmo contratos.
Y Draco se aparece en bata de seda preguntando si quiero escaparme con él a una isla donde no haya ni informes ni niños.
Spoiler: siempre quiero.
Así fue.
Mi historia de amor.
Con exes, con whisky de fuego, con finales catastróficos y encuentros explosivos.
Narrador: ella decía que no creía en mariposas.
Ahora las cría en el jardín.
Junto a dos hijos, una fortuna maldita y el Malfoy más sexy del planeta.
Yo gané.
Fui la diosa del amor.
Y terminé con mi trofeo.
Soy Hermione Jane Granger Malfoy.
CEO, mamá, amante, bruja.
Y aún así… sigo buscando el conjuro perfecto para no reírme como idiota cada vez que Draco me dice:
—Siempre fuiste la única, ratón de biblioteca.