Capítulo 16 - Nunca digas nunca… a menos que se trate de volver con tu ex Malfoy por cuarta vez
1 de julio de 2025, 16:33
Narrado por Hermione Granger
Había decidido estar sola.
No tipo “sola y empoderada”.
No.
Sola tipo: si alguien más me dice “estás lista para conocer al indicado” voy a transformarme en un boggart gigante que vomita declaraciones de amor melosas.
Estaba feliz.
Leía.
Dormía.
Me bañaba en calma sin mensajes de “¿dónde estás?”
Y no pensaba en Draco Malfoy.
Nunca. Jamás.
Solo… una vez al día. Tal vez dos. OK, cinco.
Narrador: más. Mucho más.
Esa noche, Ginny me arrastró a una fiesta en casa de Pansy.
Fui porque dijo que iba a haber sushi.
Mentira. Solo había whisky de fuego, risas sospechosas y gente demasiado bonita para estar soltera.
Y ahí estaba él.
Draco Malfoy.
El primer hombre que me hizo pensar en hijos con doble pasaporte.
El mismo que besa como si te leyera el alma con la lengua.
Con ese traje negro, ese peinado a medio desorden y esa mirada de “te vas a rendir… como siempre”.
—Hola, Granger —me dijo.
Su voz me golpeó el pecho y bajó por mi columna como si conociera el camino de memoria.
Spoiler: lo conocía.
—Hola, Malfoy —le dije con mi mejor tono de “no me afecta nada”.
Narrador: se le durmieron las rodillas.
Pasaron cinco minutos antes de que cayera en la trampa más básica de todas:
“Verdad o reto.”
—Reto —dije, porque soy valiente pero estúpida.
—Bésalo —dijo Blaise, que solo vive para el caos.
—¿A quién? —pregunté, aún con esperanzas.
—A Draco.
Y lo besé.
Dioses.
Malditos.
Dragones.
Lo besé y fue como si todas las versiones de mí misma de cada año dijeran al unísono: “ya era hora, idiota.”
Él me agarró de la cintura, sus labios me atraparon y yo dejé de respirar, de pensar, de existir por cuenta propia.
Cuando salimos al jardín “a tomar aire”, nos miramos.
Él con esa expresión de “tú y yo no tenemos remedio”.
Y yo con la de “mátame, pero hazlo otra vez, hasta que no quede nada de los dos.”
—Siempre vuelvo a ti —me dijo.
—Yo soy la que siempre te deja volver —le respondí, todavía fingiendo que podía con él.
Narrador: no podía.
Me besó de nuevo.
Y ese segundo beso fue diferente.
No era nostalgia.
Era deseo.
Era “ya crecimos y ahora sí sé lo que quiero”.
Fuimos a su casa.
No, a su mansión.
Misma biblioteca. Mismo piano.
Mismo Draco.
Me desvistió como si cada prenda fuese un acertijo que solo él podía resolver.
Me tocó como si recordara cada centímetro de mi cuerpo.
Y cuando hizo lo que hizo (que no voy a describir porque esto no es literatura erótica pero por Merlín, qué forma de lamer el cuello), me dije a mí misma:
Este hombre me va a romper el alma… otra vez.
Narrador: lo hizo. Pero esta vez, para volver a unirla.
Pasaron días.
Meses.
Pasaron comidas donde nuestros pies se tocaban bajo la mesa.
Conversaciones con Lucius, donde me tomaba tres copas de vino para no gritarle.
Y besos. Muchos besos.
Malfoy era un artista del contacto humano.
Y por fin, después de tanto, me sentí en casa.