Capitulo 1: Sabrina y su Abuela
3 de julio de 2025, 12:28
Capitulo 1: Sabrina y su Abuela
En su pequeña y acogedora casita, entre estantes llenos de frascos burbujeantes y libros de hechizos con tapas de cuero, Sabrina se preparaba para un día soleado. Su mamá, la bruja Luna, con una sonrisa amable, le sugirió: "Sabrina, mi cielo, ¿por qué no vas a visitar a la Abuela Elara hoy? Seguro le encantaría verte, y quizás puedas llevarle alguna de tus galletas de luna". La idea le encantó a Sabrina, y con su capa favorita ondeando suavemente, salió de casa con una canasta de galletas recién horneadas. El sendero del bosque estaba lleno de luz y los pájaros cantaban melodías alegres.
Mientras caminaba, un suave aleteo se escuchó sobre su cabeza, y de una rama cercana, un majestuoso búho de grandes ojos redondos descendió con elegancia. Era el Señor Búho, su fiel compañero y amigo de muchas aventuras. Se posó sobre una rama que llevaba como bastón y juntos continuaron su camino, sus grandes ojos parpadeando con sabiduría mientras observaban los destellos de luz que se filtraban entre las hojas. Iban de visita a casa de la Abuela Elara, y Sabrina ya se imaginaba los cuentos y las galletas que la esperaban. Sin embargo, al llegar a la acogedora cabaña, un silencio inusual los recibió.
Dentro, la Abuela Elara estaba recostada en su cama, con la frente un poco pálida, sus mejillas sin el color rosado de siempre, y un suspiro débil que le salía del pecho, muy diferente a su risa contagiosa. Todo esto preocupó profundamente a la pequeña bruja.
Con el corazón encogido, sintiendo un nudo en la garganta, Sabrina intentó preparar la poción de té de manzanilla favorita de su abuela, añadiendo un poco de magia para que fuera más reconfortante y brillara con un suave resplandor dorado
El Señor Búho revoloteaba a su alrededor con tiernos "¡Hoo, hoo!", ofreciendo consejos sabios y acercándole las hierbas adecuadas. Pero a pesar de sus esfuerzos y del aroma dulce de las hierbas que llenaba la habitación, la Abuela Elara no mejoraba, y sus ojos seguían cerrados con cansancio. Las lágrimas comenzaron a asomar en los ojos de Sabrina, brillantes como pequeñas perlas, y una pequeña gota resbaló por su mejilla, cayendo sobre la manta. El Señor Búho, viendo la tristeza de su amiga, se posó suavemente en su hombro y con su patita le dio un pequeño empujón. "Ánimo, pequeña bruja," graznó con su voz grave, pero llena de ternura. "Recuerda lo valiente que eres. Siempre hay una solución, y tu magia es fuerte." La abuela, con una sonrisa débil y reuniendo todas sus fuerzas, tomó la mano temblorosa de su nieta. "Mi querida Sabrina," susurró con voz apenas audible, "para que me recupere, debes ir a la Cueva del Drago. Pero ten cuidado, el camino pasa por el Bosque de los Ojos y Esqueletos. No temas, eres una bruja valiente y el Señor Búho te guiará. Confía en tu corazón y en tus habilidades."
Sabrina secó sus lágrimas, su rostro pequeño se llenó de una mezcla de preocupación y una recién encontrada determinación. El Señor Búho, notando su inquietud, revoloteó hasta su hombro. "La Cueva del Drago... y el Bosque de los Ojos y Esqueletos," pensó Sabrina en voz alta, su voz aún un poco quebrada pero firme, "suena muy peligroso para ir sin más." Sabía que el Drago era una criatura poderosa, y su abuela necesitaba una poción especial de la cueva. Con una chispa en sus ojos, se giró hacia su amigo. "Señor Búho, debemos ir al pueblo de Lectonia. Allí seguro encontraremos herramientas mágicas para enfrentarnos a cualquier cosa. Pero para llegar al pueblo, tendremos que cruzar el Cementerio de los Dedos." El Señor Búho asintió con seriedad, sus grandes ojos reflejando la misma valentía que el corazón de Sabrina.
Decididos a no perder un momento, Sabrina y el Señor Búho se despidieron de la Abuela Elara, prometiéndole regresar pronto con la cura. Se adentraron de nuevo en el bosque, y a medida que el sol comenzaba a ocultarse, los árboles se volvieron más densos y las sombras se alargaron, creando formas caprichosas. Pronto, llegaron a la entrada del Cementerio de los Dedos.
No era un lugar aterrador como en los cuentos, sino más bien un sitio extraño y un poco enigmático. En lugar de lápidas comunes, el suelo estaba salpicado de curiosas formaciones rocosas que, al igual que dedos gigantes y huesudos, sobresalían de la tierra en diferentes ángulos. Algunos eran delgados y puntiagudos, otros anchos y redondos, y todos parecían apuntar en direcciones distintas, confundiendo el camino.
El viento silbaba suavemente entre las "manos" de piedra, produciendo un sonido que Sabrina imaginó como el de viejos murmullos. El Señor Búho, que siempre tenía una mente curiosa, revoloteó un poco más alto para observar el peculiar paisaje. "Estos dedos no son para asustar, pequeña bruja," graznó con su voz grave, "parecen más bien... ¡jugar a las escondidas!" Sabrina sonrió ligeramente, apreciando el buen humor de su amigo. Sin embargo, no era fácil orientarse. Los senderos se bifurcaban una y otra vez, y cada "dedo" parecía indicar un camino diferente. La pequeña bruja intentó usar su brújula mágica, pero la aguja giraba sin control, confundida por la energía del lugar.
"¡Necesitamos una guía!" exclamó Sabrina, levantando su varita. Con un pequeño movimiento y un susurro de palabras mágicas, una pequeña luciérnaga brillante apareció sobre la punta de su varita. No era una luciérnaga común; esta parpadeaba con una luz mágica que solo se encendía más fuerte cuando estaban en la dirección correcta. "¡Sígueme, Señor Búho!" dijo ella, con renovada energía. La luciérnaga los guio entre los dedos de piedra, a veces zigzagueando, a veces haciendo que dieran una pequeña vuelta para evitar un "dedo" especialmente grande que bloqueaba el paso.
En un momento, escucharon un sonido peculiar: un ligero tintineo, como el de pequeñas campanas. Se detuvieron, y un pequeño ser, no más grande que la mano de Sabrina, apareció de detrás de uno de los dedos de piedra. Tenía ojos grandes y brillantes y parecía hecho de hojas secas y pequeñas ramas. "¡Hola! ¿Están perdidos?" chirrió la criatura, que se presentó como Hojitas. "Este cementerio es un poco tramposo si no sabes el camino. A veces los dedos se mueven un poco por las noches de luna llena, ¡es parte de su juego!" Hojitas, resultaba ser el guardián juguetón del lugar, y se ofreció a guiarlos a cambio de una historia de aventura.
Sabrina, encantada de haber encontrado un amigo en lugar de un peligro, le contó sobre su misión para curar a su abuela. Hojitas, conmovido, los guio directamente al borde del cementerio, donde se divisaba el camino hacia Lectonia. Despidiéndose con un tintineo, el pequeño ser desapareció entre las piedras.
Finalmente, el último dedo de piedra quedó atrás, y el aire se sintió más ligero y normal. Habían logrado cruzar el Cementerio de los Dedos sin mayores sustos, gracias a la magia de Sabrina, la astucia del Señor Búho y la ayuda inesperada de Hojitas. Ahora, el pueblo de Lectonia, con sus luces distantes, se alzaba como una promesa de esperanza.