Capítulo 6: El Corazón de la Amargura y la Prueba de la Sabiduría
8 de julio de 2025, 12:56
Con un último agradecimiento al mono bailarín transformado, el Señor Búho se lanzó hacia el corazón de la Selva de la Amargura y la Desesperación. Su misión ahora era doble: encontrar la varita del mago oscuro, destruirla para liberar a la bruja de la alegría y, lo más importante, encontrar a Sabrina y advertirle sobre el verdadero peligro de Amargoso. La aventura se había vuelto mucho más oscura y personal de lo que jamás hubiera imaginado. Cada aleteo de sus alas lo acercaba más a un enfrentamiento inminente.
A medida que el Señor Búho se adentraba en la selva, el ambiente se volvía insoportablemente denso y opresivo. Las ramas retorcidas formaban un laberinto casi impenetrable, y las lianas pegajosas colgaban como telarañas gigantes, atrapando el aire y la luz. La mezcla de dulces grotescos y la oscuridad era más pronunciada aquí. Gusanos de gomitas, ahora más grandes y con una baba más agria, se arrastraban por el suelo de barro, dejando un rastro nauseabundo. Las libélulas de aspecto feo zumbaban a su alrededor con ojos sin vida, y los monos bailarines seguían su danza frenética, pero sus movimientos eran más espasmódicos, casi dolorosos.
Los susurros en el viento se hicieron más fuertes, intentando colarse en la mente del Señor Búho. “No confíes... no hay esperanza... estás solo... tu amiga te ha abandonado...” Las voces intentaban sembrar la duda y la amargura en su noble corazón. Él sentía el eco de su discusión con Sabrina, el dolor de sus palabras, pero ahora comprendía que había sido una trampa, una influencia externa. Se aferró a la calidez de su amistad, usando la imagen de la sonrisa de Sabrina para repeler la oscuridad. Su objetivo era la luz, no la desesperación.
El camino se volvió más difícil. El barro se hacía más profundo, y las lianas se enredaban en sus patas. Los monos bailarines, al verlo, saltaban sobre las lianas, intentando distraerlo con sus movimientos grotescos y sus chillidos agrios. Algunos incluso intentaban lanzarle frutas podridas y pegajosas.
“¡Hoo, hoo! ¡No me detendrán!” graznó el Señor Búho, esquivando un ataque de un mono que le arrojó un plátano de caramelo rancio. Su determinación crecía con cada obstáculo. Sabía que Sabrina lo necesitaba.
Finalmente, en el centro de la selva, un claro se abrió. Pero no era un claro de luz, sino de una oscuridad aún más profunda y palpable. El aire aquí era tan pesado que apenas podía respirar. En el centro, sobre una pequeña elevación de tierra cubierta de musgo oscuro, se encontraba lo que el mono había descrito: la piedra en forma de sombrero. Era una gran roca, de un color gris azulado, con la forma inconfundible de un sombrero de bruja, y emitía una tristeza profunda, como si la alegría que contenía estuviera atrapada en su interior.
Junto a la piedra, hincada en el suelo como un monumento a la maldad, estaba la varita mágica de ojos de serpiente y palo de caramelo. Era un objeto perturbador. El palo, de un caramelo endurecido y oscuro, se retorcía como una vid, y en su extremo, dos ojos de serpiente de obsidiana, fríos y sin vida, parecían observarlo. De la varita emanaba una energía oscura, un aura de amargura y desesperación que hacía que el poco aire que quedaba se sintiera espeso.
El Señor Búho se acercó a la varita, sintiendo cómo la oscuridad intentaba envolverlo. Las voces en su cabeza se hicieron más fuertes, susurrándole acerca del poder que tendría si la tomaba, de cómo podría usarla para castigar al León Chismoso, para controlar a las criaturas de la selva, para hacer que Sabrina nunca más dudara de él. Era la tentación de la venganza, de la dominación, de la autosuficiencia sin necesidad de nadie.
Pero el Señor Búho recordó las palabras del mono: “Solo un corazón verdaderamente sabio y libre de amargura puede manejar esa varita.” Y el conjuro: “Debe ser un conjuro que hable de por qué su oscuridad lastima los corazones de los demás, y por qué el mundo necesita más luz, no más sombras.”
Respiró hondo, cerró sus grandes ojos redondos, y dejó que la imagen de Sabrina, de Merlín, de la Abuela Elara, y de la alegría recién restaurada del Bosque de las Sonrisas y los Abrazos, llenara su mente. Recordó su propia equivocación al gritarle a Sabrina, la amargura que había sentido, y cómo la oscuridad de la selva había manipulado sus emociones.
Abrió los ojos. La varita seguía allí, ominosa, pero su determinación era más fuerte. Se acercó a la varita, y con cuidado, la tomó con una de sus garras. Sintió un escalofrío de energía oscura, pero se aferró a la bondad en su corazón. Levantó la varita hacia el cielo oscuro de la selva, y con una voz clara y profunda que resonó a través de la amargura, comenzó a entonar un conjuro:
“¡Oh, varita de sombra y mentira, que el dolor siembras con tu mirar! Tu oscuridad engaña, tu amargura desgarra, los hilos de la amistad y la confianza deshilachas sin pensar. Por eso, tu poder, que al corazón lacera y el espíritu amarga, debe cesar, pues no hay fuerza en la noche si la luz se esparce y se ensancha.
Tu esencia es un veneno, un lamento sin fin, que busca en la tristeza ajena su triste festín. Mas la verdadera fuerza no habita en la penumbra, sino en el abrazo que une, en la bondad que alumbra. Por cada corazón que tu sombra quiso tocar, la luz de mil sonrisas se alzará sin dudar. No más dolor, no más engaño ni pesar, ¡que la amargura se disuelva y la luz vuelva a reinar!”
Al terminar el conjuro, la varita mágica de ojos de serpiente y palo de caramelo comenzó a vibrar violentamente. Los ojos de obsidiana se agrietaron, y el palo de caramelo se retorció y se contrajo. La oscuridad que emanaba de ella se intensificó por un instante, como un último lamento de la maldad, y luego, con un estallido de luz brillante y purificadora, la varita se rompió en mil pedazos, disolviéndose en el aire como una nube de polvo brillante y sin amargura.
En el mismo instante en que la varita se deshizo, una ola de energía positiva barrió toda la Selva de la Amargura y la Desesperación. El suelo de barro se transformó en un suave musgo verde esmeralda. Las ramas retorcidas de los árboles se enderezaron, y sus hojas brillaron con un verde vibrante, cubiertas de flores de colores pastel que se abrían al instante. Las lianas pegajosas se volvieron hilos de seda brillantes, y el aire se llenó de un aroma a flores frescas y lluvia. Los susurros de desesperación desaparecieron, reemplazados por el suave murmullo de un viento que cantaba melodías alegres.
Los monos bailarines, liberados de su frenesí, se convirtieron en monos de gomitas de verdad, con pelaje suave y ojos de caramelo brillante, que saltaban juguetones entre las lianas. Los gusanos de gomitas, ya no babosos, se transformaron en pequeñas y adorables criaturas que se retorcían con felicidad. Las libélulas de aspecto feo se volvieron criaturas elegantes y translúcidas, con alas de cristal y cuerpos de jalea brillante. La selva entera, antes un lugar de oscuridad y malestar, se había transformado en un exuberante y alegre bosque, lleno de vida y color.
Y la piedra en forma de sombrero... la tristeza que la envolvía se desvaneció. Comenzó a vibrar y a emitir una luz dorada. La forma de sombrero se suavizó, y la piedra creció y se transformó, revelando lentamente la figura de una gran bruja. Tenía el cabello brillante como el sol y ojos que irradiaban pura alegría y bondad. Al despertarse, miró a su alrededor con una expresión de asombro y luego vio al Señor Búho.
“¡Estoy libre! ¡La selva está libre!” exclamó la bruja, su voz era como el sonido de mil cascabeles. “¡Lo has logrado, noble búho! ¡La maldición se ha roto! ¡Yo soy la Bruja de la Alegría, la que derrotó al mago oscuro y fui atrapada aquí!”
El Señor Búho no perdió tiempo. “¡Sabrina! ¡Debo encontrar a Sabrina! ¡El mago oscuro, Amargoso, está con ella y le está engañando!”
La Bruja de la Alegría asintió con seriedad. “No temas, noble búho. Tu acto de bondad ha limpiado este lugar. Tu amiga no está lejos. El poder de la varita te ha dado una visión. Sígueme.”
Guiado por la Bruja de la Alegría, el Señor Búho voló a toda velocidad. El bosque, ahora rebosante de vida, era un lugar fácil de navegar. No pasó mucho tiempo antes de que divisaran a Sabrina. Estaba sentada junto a un árbol de gomita gigante, y a su lado, la serpiente Amargoso le susurraba al oído, su voz aún dulce pero con un tono ahora claramente manipulador.
“¡Ya ves, Sabrina! El búho no es tu amigo. Él te dejó, ¡te abandonó! Yo soy el único que te entiende, el único que te guiará,” siseaba Amargoso, sus ojos de cereza brillando con una satisfacción maliciosa.
“¡Sabrina! ¡Cuidado! ¡Amargoso es el mago oscuro!” graznó el Señor Búho, aterrizando bruscamente a su lado, sus ojos llenos de preocupación.
Sabrina se levantó de golpe, sorprendida por la aparición del Señor Búho. “¡Señor Búho! ¡Has vuelto! Pero... ¿qué dices?”
Amargoso se erigió, su cuerpo de caramelo de fresa tensándose. Sus ojos de cereza se fijaron en el Señor Búho con odio. “¡Entrometido búho! ¡No dejaré que arruines mi plan!”
Pero antes de que Amargoso pudiera hacer algo, la Bruja de la Alegría apareció. Su presencia era como la de un sol radiante, llenando el claro con una luz cálida y poderosa.
“¡Tu tiempo ha terminado, Mago de la Amargura!” exclamó la Bruja de la Alegría, extendiendo su mano. “¡La varita ha sido destruida, y tu oscuridad ya no tiene poder aquí!”
Amargoso intentó huir, deslizándose rápidamente, pero la Bruja de la Alegría extendió su mano y un rayo de luz dorada lo envolvió. La serpiente de caramelo de fresa comenzó a encogerse, y su brillo se volvió menos maligno y más... suave. Sus ojos de cereza, antes llenos de malicia, se suavizaron, y el olor amargo desapareció por completo, dejando solo el dulce aroma de la fresa.
Con un último suspiro, Amargoso se transformó. Ya no era una serpiente, sino una pequeña y regordeta gomita con forma de serpiente, brillante y deliciosamente inofensiva, que se posó suavemente en el suelo. La maldición había sido revertida, no con destrucción, sino con la transformación en su esencia más inofensiva y, a la vez, deliciosa.
Sabrina miró al Señor Búho, las lágrimas asomando en sus ojos. “¡Señor Búho! ¡Lo siento mucho! ¡No quise gritarte! ¡La selva... me hizo sentir cosas horribles!”
“¡Hoo, hoo, Sabrina! ¡Yo también lo siento!” graznó el Señor Búho, volando hacia ella y frotando suavemente su cabeza contra su mejilla. “La selva nos engañó a los dos. Pero lo importante es que estamos juntos de nuevo, y hemos aprendido la lección.”
La Bruja de la Alegría sonrió cálidamente al ver la reconciliación. “La oscuridad siempre intenta dividirnos, pero la amistad verdadera y la bondad son los conjuros más poderosos,” dijo. “Ahora que esta selva ha regresado a su verdadera naturaleza de pura alegría, y Amargoso ha sido transformado en algo que ya no puede dañar, podéis continuar vuestro camino.”
“Todavía necesitamos encontrar el Árbol Parlante para que nos diga cómo llegar a Dulce y Agonía,” dijo Sabrina.
La Bruja de la Alegría asintió. “El Árbol Parlante no está lejos de aquí, ahora que el camino está despejado. Yo os guiaré.”
Y así, con la alegría restaurada en la selva y la amistad de Sabrina y el Señor Búho más fuerte que nunca, se prepararon para encontrar al Árbol Parlante, listos para la próxima etapa de su valiente aventura hacia Dulce y Agonía y la búsqueda de Matilda.