ID de la obra: 341

Un harry diferente

Het
R
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1
El trabajo participa en el concurso «Harry Potter: El Capítulo Perdido»
Fechas del concurso: 26.06.25 - 13.08.25
Inicio de la votación: 12.07.25
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planificada Midi, escritos 192 páginas, 19 capítulos
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Capítulo 6. Primeros días.

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Capítulo 6: Primeros días. El gran comedor estaba iluminado con cientos de velas flotantes, y el techo encantado mostraba un cielo nocturno despejado, estrellado, que contrastaba con el caos que había significado su llegada minutos antes. Mike, Neville y Ron entraron por una de las puertas laterales, intentando pasar desapercibidos mientras la ceremonia de selección seguía su curso en el frente. Sin embargo, no lograron evitar las miradas curiosas, las risitas contenidas y los susurros veloces que se extendían entre las mesas como pólvora. —¿Viste que llegaron volando en un coche? —susurró un estudiante de Hufflepuff. —Dicen que casi se estrellan contra la torre de Astronomía —añadió otro. Hermione los interceptó antes de que llegaran a la mesa de Gryffindor, los brazos cruzados y una ceja arqueada. —¿Dónde demonios estaban? ¡Los busqué por todo el tren! —reclamó con severidad. Ron alzó las manos, como si quisiera calmar a una bestia furiosa. —¡Tuvimos una emergencia! ¡El tren se fue sin nosotros! —Eso no justifica robar un coche encantado y volar por media Inglaterra como si fueran personajes de una novela de aventuras —espetó Hermione, y luego clavó la mirada en Mike—. ¿Y tú? Esperaba más sentido común viniendo de ti. Mike bajó la cabeza un poco, sin responder. Hermione resopló y se fue refunfuñando, murmurando algo sobre "inmadurez masculina". Los tres se sentaron justo cuando el sombrero seleccionador terminaba con el último estudiante. Dumbledore se puso de pie para dar su tradicional discurso de bienvenida. Mike apenas le prestó atención. Su mente estaba en el diario perdido y en cómo ese simple error podría haber alterado todo el rumbo de los eventos. Cuando comenzaron a servirse los platillos, Mike apenas comió. La preocupación y el cansancio se acumulaban. Al menos ya estaban a salvo… por ahora. //// La primera semana del segundo año en Hogwarts inició con una mezcla de emoción, tensión y reajuste para los estudiantes. Los pasillos volvieron a llenarse del murmullo constante de risas, saludos formales entre los jóvenes de sangre pura y quejas de los alumnos más somnolientos. Para Mike, el primer día comenzó con una especie de ensayo mental. Aunque sus recuerdos como estudiante universitario y fan del mundo mágico le daban una ventaja extraña, enfrentarse a un entorno donde los demás lo veían como el niño famoso seguía siendo un reto. Estaba decidido a mantener la discreción, aunque algunas miradas y saludos formales —especialmente de los hijos de familias nobles— eran inevitables tras su presentación durante el Cónclave de Verano. Neville, por su parte, caminaba más erguido que nunca, algo nervioso, pero más seguro gracias a los avances que había hecho durante el verano. Hermione mantenía su habitual eficiencia y Ron… bueno, Ron seguía siendo Ron. El Gran Comedor bullía con la energía típica del primer desayuno del curso. Las largas mesas estaban repletas de estudiantes medio adormilados que charlaban animadamente entre bocados de tostadas, salchichas y mermeladas. Las lechuzas sobrevolaban el salón, dejando caer cartas y paquetes con una precisión sorprendente. El techo encantado mostraba un cielo matutino límpido con algunas nubes dispersas, presagio de un día agitado. Mike, sentado entre Neville y Ron, apenas había empezado a tomar su jugo de calabaza cuando escuchó un chillido familiar acercándose. Una lechuza grande, de plumaje oscuro y mirada severa, descendió como un proyectil y dejó caer un sobre rojo brillante justo frente a Ron. El sobre ya empezaba a humear. —Oh no... —murmuró Ron, empalideciendo. —¿Eso es un aullador? —preguntó Mike, aunque ya conocía la respuesta por experiencia ajena. —Corre, ábrelo tú antes de que lo haga —le apuró Neville. Ron temblorosamente lo abrió... y entonces explotó con un grito que hizo eco en todo el Gran Comedor. —¡RONALD WEASLEY! ¡¿TE HAS VUELTO COMPLETAMENTE LOCO?! ¡UN COCHE VOLADOR! ¡PODRÍAS HABER MUERTO! ¡NO PUEDO CREER QUE TE ATREVISTE A ROBARLO! La voz de la señora Weasley resonó como un trueno, haciendo que los cuchillos y tenedores se detuvieran en el aire. Las conversaciones cesaron al instante. Mike agachó la cabeza, deseando volverse invisible. Y entonces, otra voz surgió del aullador, esta vez más cálida, masculina y curiosamente tranquila: —¿Cómo estuvo el viaje, Harry? ¿No te costó trabajo con las curvas? Espero que el embrague no fallara como la última vez... ¡Ah! Y asegúrate de revisar el aceite. Hubo un segundo de silencio total. Luego, una carcajada colectiva recorrió el comedor. Incluso algunos profesores en la mesa alta no pudieron evitar sonreír. Mike se permitió reír también, aunque por dentro estaba tenso. Hermione se acercó con una bandeja y se sentó frente a ellos con expresión seria. —Entonces... ¿era cierto lo del coche volador? —preguntó sin rodeos, aunque sus labios temblaban con la contención de una sonrisa. —Ya todo el colegio lo sabe —dijo Neville, resignado. —No es como si quisiéramos hacerlo así —explicó Mike—. El andén no nos dejó pasar. No teníamos muchas opciones. Hermione cruzó los brazos. —Aun así, fue una completa irresponsabilidad. Podrían haber sido vistos por muggles. —No lo fuimos —replicó Ron rápidamente. —Por muy poco —dijo Hermione, fulminándolo con la mirada. Entonces, la profesora McGonagall se acercó con paso firme y colocó frente a ellos unos pergaminos enrollados. —Aquí están sus horarios. Y por supuesto, por esa pequeña... exhibición aérea, tendrán una semana completa de castigo. Los espero en mi despacho cada noche después de la cena. —Sí, profesora —respondieron los tres al unísono, cabizbajos. Mientras la profesora se alejaba, Mike desató su horario y lo examinó con atención. Varias clases compartidas con Slytherin, algunas con Hufflepuff y bastantes con Ravenclaw. Sería una semana llena de magia, pero también de vigilancia. //// La primer clase del día fue Transformaciones. El aula de Transformaciones olía a madera pulida y a magia antigua. Las ventanas dejaban entrar una luz suave que se filtraba por las motas de polvo flotantes, y cada pupitre tenía encima una caja con cerillas y copas metálicas. La profesora McGonagall, de pie junto al escritorio con su túnica verde esmeralda perfectamente planchada, los observaba con la misma expresión severa de siempre. Cuando habló, su tono no dejó lugar a dudas. —Bienvenidos al segundo año. Comenzaremos con una revisión rápida. Quiero ver cerillas transformadas en agujas. Luego pasaremos a objetos animados: copas que caminen —anunció, mientras hacía un gesto con la varita para que una copa en su escritorio diera unos pasos ágiles y elegantes. Mike se preparó mentalmente. Aunque había repasado teoría durante el verano y practicado un poco gracias a la ayuda de Daphne y Neville, aún sentía algo de tensión en el aula. Aun así, logró completar la transfiguración con éxito tras dos intentos. La cerilla se alargó, endureció y tomó un brillo metálico perfectamente reconocible. Neville, sentado a su lado, fruncía el ceño con concentración. Aunque al principio su cerilla tembló y se dobló de forma irregular, terminó por convertirse en una aguja decente. Era evidente que había mejorado desde el año anterior, aunque su mano todavía temblaba ligeramente bajo la mirada estricta de la profesora. Ron, por otro lado, murmuró maldiciones por lo bajo cuando su copa apenas vibró sin moverse del sitio. Golpeó el escritorio con frustración. —Sr. Weasley —dijo McGonagall con calma, pero con una mirada que podía congelar el fuego—, si quiere resultados, necesitará más que entusiasmo. Pruebe con enfoque. Hermione, por supuesto, había hecho caminar su copa con una precisión casi teatral. La pequeña copa se desplazaba por el escritorio como si tuviera pies invisibles, y su expresión denotaba una mezcla de satisfacción y hambre de nuevos desafíos. Mike sonrió apenas. Sabía que aún le faltaba mucho, pero al menos no estaba detrás del resto. McGonagall les pidió que repitieran el hechizo varias veces antes de dar por concluida la revisión, observando a cada alumno con su mirada crítica y anotando mentalmente el desempeño de todos. Cuando sonó la campana, los estudiantes se levantaron rápidamente, algunos aliviados de haber sobrevivido a la primera clase del año. Mike salió del aula junto a Neville y Hermione, con Ron rezongando todavía por lo injusto que era que la copa no hubiera querido moverse. //// Después tuvieron clase de Pociones con el Profesor Snape. La mazmorra estaba igual de fría que siempre, con una humedad que se metía hasta los huesos y hacía que las mesas de piedra estuvieran ligeramente resbaladizas. El ambiente se impregnaba con el olor de ingredientes fermentados y líquidos burbujeantes. Snape apareció como una sombra entre los estantes, su túnica ondeando ligeramente mientras avanzaba con paso lento y calculado. Sus ojos oscuros recorrieron la sala con desdén. —Parece que algunos decidieron que llegar al castillo en un automóvil volador era una idea brillante —comentó con voz suave pero cortante, su mirada fija en Mike. Mike lo sostuvo con la mirada por un breve instante antes de agachar la cabeza. No respondió. Sabía que no ganaría nada enfrentándolo en su propio territorio. Snape comenzó la clase con una receta simple para una poción vigorizante, ideal para una primera sesión. Caminaba entre los alumnos como un halcón acechando a su presa. Cuando llegó a la mesa de Neville, su voz se volvió más incisiva. —Sorprendente que aún no haya hecho estallar su caldero. ¿Alguna mejora o simplemente suerte, Longbottom? Neville, que había preparado cuidadosamente sus ingredientes y seguía cada paso con diligencia, derramó un poco de su poción por los nervios. Su expresión era de frustración silenciosa. —Lo siento, profesor —murmuró. —Menos disculpas y más competencia —gruñó Snape antes de girarse hacia otro alumno. Mike, por su parte, logró seguir las instrucciones sin mayores complicaciones. Su poción no era la más brillante ni la más densa, pero tampoco tenía errores visibles. Sabía que llamar la atención en esta clase no era lo más sabio, y se sintió satisfecho con un resultado funcional. Cuando la clase terminó, los estudiantes salieron en silencio, como si el aire mismo los empujara fuera de la mazmorra. Ron bufó al pasar junto a Mike. —Ese hombre tiene algo contra todos nosotros. Y más contra Neville. Mike no dijo nada. Solo puso una mano en el hombro de Neville, que caminaba cabizbajo. Sabía que, a pesar de los nervios, su amigo lo había hecho bastante bien. Y eso era lo que realmente importaba. //// El aula de Defensa Contra las Artes Oscuras olía a polvo viejo y naftalina. Las ventanas estaban abiertas de par en par, dejando entrar una brisa fresca que apenas movía las capas de los estudiantes. Mike entró junto a Hermione, Neville y Ron, observando con atención al nuevo profesor: Gilderoy Lockhart, ataviado con una túnica color turquesa brillante y una sonrisa que parecía permanentemente pegada a su rostro. —¡Bienvenidos, bienvenidos! —exclamó Lockhart, alzando los brazos con teatralidad—. Soy el profesor Gilderoy Lockhart, Orden de Merlín, tercera clase, miembro honorario de la Liga de Defensa contra las Artes Oscuras, y cinco veces ganador del premio Sonrisa Más Encantadora de la revista Corazón de Bruja. Hermione aplaudió entusiasmada. Mike alzó una ceja, intercambiando una mirada con Neville que decía todo lo que pensaban sin palabras. Ron bufó con disimulo. —Hoy vamos a tener una clase muy especial —continuó Lockhart, sacando una gran jaula cubierta por un paño púrpura del escritorio—. Pero antes, un pequeño test para ver cuánto saben sobre mí. ¡Veamos quién ha hecho la tarea! Mike hojeó la hoja que les repartieron y frunció el ceño. Las preguntas no eran sobre defensa, sino trivialidades absurdas: ¿Cuál es el color favorito de Lockhart? ¿Cuál es su tipo de flor preferida? ¿Cuál era el título exacto de su autobiografía? Hermione fue la única que respondió todo con precisión. Al final, Lockhart la felicitó con una sonrisa reluciente. —Diez puntos para Gryffindor por tu admirable dedicación, señorita Granger. —Gracias, profesor —dijo ella, sonrojada. —¡Ahora lo importante! —anunció Lockhart mientras retiraba el paño con un golpe dramático—. ¡Duendecillos de Cornualles! La jaula vibraba ligeramente antes de abrirse, y de ella salieron volando unas diminutas criaturas azules de dientes afilados y alas como de insecto. En cuestión de segundos, el caos reinó en el aula: chillaban, tiraban libros, jalaban el cabello de los alumnos y lanzaban tinteros por los aires. —¡Atrápenlos! ¡Vamos, demuestren su iniciativa! —gritó Lockhart, retrocediendo con una expresión incómoda. Mike se puso de pie rápidamente, esquivando un tintero que se estrelló contra el pizarrón. Sacó su varita y gritó: —¡Petrificus Totalus! Uno de los duendecillos cayó rígido al suelo. —¡Stupefy! —añadió Neville, logrando derribar a otro. Hermione y Ron se unieron a la defensa. Lockhart agitaba su varita sin éxito, lanzando hechizos descoordinados que no hacían más que aumentar el alboroto. Finalmente, entre los cuatro, encerraron a los duendecillos de nuevo en la jaula. Lockhart les dirigió una sonrisa nerviosa. —Bueno, eh… así se aprende mejor, ¿no? La práctica hace al maestro. Hermione parecía menos impresionada. Neville tenía una tinta azul chorreando por la túnica. Ron murmuró: —Sí, claro. Gran clase, profesor. Mike no dijo nada. Solo observó a Lockhart con una mezcla de sospecha y resignación. Si ese era el nivel del profesor, tendrían que valerse por sí mismos para aprender defensa real. Y así, con una clase que pareció más una función de comedia mágica, comenzó su año en Defensa Contra las Artes Oscuras. //// La última clase del primer día fue Historia de la Magia con el Profesor Binns. La voz monótona del profesor Binns flotaba en el aire como una niebla somnolienta. El aula, con sus paredes de piedra cubiertas de tapices descoloridos por el tiempo y el murmullo constante del viento colándose por los ventanales altos, parecía conspirar con la rutina para arrullar a los estudiantes en un sopor irresistible. A pesar del ambiente adormecedor, Mike se mantenía despierto con esfuerzo. Tenía su manual de Historia de la Magia abierto frente a él, pero oculto detrás del voluminoso libro se encontraba otro mucho más útil para su situación: "Fundamentos del Duelo Mágico". Aprovechaba cada frase repetitiva del profesor Binns para repasar con discreción los encantamientos ofensivos básicos. Concentrado, deslizaba los dedos por las ilustraciones que mostraban el movimiento correcto de varita para ejecutar hechizos como Expelliarmus, Stupefy y Protego. No podía permitirse distracciones; sabía que cualquier error podía costar caro si las cosas empeoraban este año. Estudiar era su forma de tener algo de control. Hermione, sentada a su lado, alzó la vista de sus apuntes y frunció ligeramente el ceño al notar que Mike hojeaba otro libro. No dijo nada, aunque sus ojos transmitían una mezcla de desaprobación y curiosidad. Tras un suspiro, volvió a sumergirse en su caligrafía impecable, decidiendo ignorarlo por ahora. A su otro lado, Neville ya había perdido la batalla contra el sueño. Cabeceaba con lentitud, hasta que finalmente apoyó la frente contra la mesa, emitiendo un suave ronquido y dejando un hilo de baba sobre su pergamino. ///// Al día siguiente un silbido agudo lo arrancó del sueño. —¡Vamos, Potter! ¡Hora de entrenar! —exclamó Oliver Wood, encendiendo las velas con un chasquido de su varita. Mike se incorporó con los ojos entrecerrados, todavía atrapado entre el mundo de los sueños y la realidad. Parpadeó varias veces antes de gruñir algo ininteligible y arrastrarse fuera de la cama. —¿De verdad es legal entrenar a esta hora? —masculló, calzándose con torpeza. El campo de Quidditch estaba envuelto en una neblina tenue. Las gradas vacías y el cielo aún oscuro daban al ambiente una sensación de otro mundo. Wood, en cambio, rebosaba energía, organizando formaciones y simulacros con entusiasmo ferviente. —¡Si no practicamos con niebla y viento, no estaremos listos para los partidos de verdad! —gritaba mientras lanzaba una Bludger al aire. A pesar de todo, Mike admitía para sí mismo que no lo odiaba. Había algo en la pasión incansable de Wood que resultaba... contagioso. Volar le gustaba, y las prácticas eran exigentes, pero también liberadoras. Esa noche, ya de regreso en la sala común, después de las clases del dia, Mike relató los detalles a Neville mientras se frotaba el hombro adolorido por una caída mal calculada. —Wood está loco —dijo con una sonrisa cansada—. Pero no me molesta tanto. Es como si esa locura te empujara a dar más de ti. Neville lo escuchó con atención y, tras unos segundos de reflexión, se decidió. —Mañana iré contigo. Si vas a volverte mejor, yo también quiero hacerlo. Cuando extendieron la invitación a Ron, su respuesta fue tajante. —¿A esa hora? Están locos. Prefiero una clase de pociones con Snape... Mike soltó una carcajada. Sabía que no todos estaban dispuestos a sacrificar horas de sueño por volar entre aros, pero él ya había decidido que este año, dormir sería un lujo. —Entonces nos vemos en el desayuno, Ron. Intenta no comerte mis tostadas otra vez. Y con eso, se despidió para dormir unas pocas horas antes de que sonara el silbato de Wood una vez más. //// La sala común de Gryffindor estaba en silencio, iluminada únicamente por las brasas tenues de la chimenea. Mike, solo y con el corazón latiendo rápido, desplegó con cuidado la capa de invisibilidad que había encontrado entre las pertenencias de Harry que ahora eran suyas. Era suave, ligera como el humo, y reflejaba la luz con un extraño fulgor plateado. Desde que la vio supo lo que era, pero necesitaba comprobarlo por sí mismo. Intentó cubrirse envolviéndose torpemente como si fuera una manta, como en una película. Dio un paso y se tropezó con una silla baja, que cayó con un estrépito seco. Se quedó helado, mirando hacia la escalera del dormitorio. No se escuchó ningún movimiento. Aliviado pero frustrado, pensó en otro enfoque. Recordó una parte del videojuego, donde el protagonista usaba la reliquia como una prenda de vestir. Inspirado, se la colocó como una túnica, y al subir la capucha... desapareció. Completamente. —No puede ser... —susurró, alzando las manos. No veía nada. Ni su piel, ni sus dedos, ni su pijama. Dio un giro sobre sí mismo. Era como si no existiera y lo mejor de todo, su movilidad no se veía afectada. Subió con sigilo al dormitorio y despertó a Neville con un leve codazo. —¿Eh? ¿Ya es hora del entrenamiento? —farfulló Neville, medio dormido. —No. Mira esto —dijo Mike, quitándose la capucha y apareciendo ante sus ojos como un fantasma. Neville se incorporó de golpe. —¡Por las barbas de Merlín! ¿Cómo hiciste eso? —Es una capa de invisibilidad. Era de Harry. Y funciona. Mira... Ambos se cubrieron con ella. Desaparecieron juntos. —¡Esto es increíble! —susurró Neville—. ¿Podemos usarla para salir del castillo sin que nadie nos vea? —Exactamente. Y desde hoy, la llevaré puesta todo el tiempo, debajo del uniforme. Nunca se sabe cuándo será útil. Desde esa noche, Mike decidió que llevaría la capa siempre consigo, como si fuera una chaqueta más. Era liviana, fácil de ocultar y absolutamente útil. Así comenzó una serie de exploraciones nocturnas junto a Neville, moviéndose como sombras por los pasillos del castillo. —Quiero encontrar la cocina —le explicó Mike mientras avanzaban una noche por el ala oeste del castillo—. Me niego a seguir tomando solo jugo de calabaza todos los días. No entiendo cómo sobreviven los demás. —¿Sabes dónde está? —preguntó Neville en voz baja. —Sé que está detrás de un retrato de frutas. Y que hay que hacerle cosquillas a una pera para entrar. Pero no sé exactamente dónde cuelga ese cuadro. Tardaron varias noches en dar con él. Finalmente, en una de sus patrullas silenciosas, vieron una pintura algo escondida detrás de una armadura oxidada. Mike hizo cosquillas a la pera, que se rió y se convirtió en una manija. Entraron. Las cocinas eran enormes, con hornos calientes, mesas llenas de frutas, pan y platos flotantes en el aire. Decenas de elfos domésticos se detuvieron al verlos, pero al notar su insignia de Hogwarts, se inclinaron respetuosamente. —Disculpen —dijo Mike—. Sé que ustedes preparan la comida para todo el castillo... pero, ¿podrían hacer algunas cosas diferentes? Comidas muggles de mi país, por ejemplo. Y bebidas distintas. Estoy harto del jugo de calabaza. Los elfos cuchichearon entre ellos. Uno con un gorro de cocina más alto que los demás asintió. —Podemos investigar. ¿Qué le gustaría, señor? —Jugos de frutas. Naranja, piña, mango. También agua de horchata. Y... ¿sería mucho pedir una Coca Cola? —¡Oh! ¡Eso podemos intentar! ¡Nos informaremos sobre las bebidas muggles populares! A la mañana siguiente, Mike recibió una jarra de jugo de naranja en el desayuno, y pronto otros jugos comenzaron a aparecer discretamente en la mesa de Gryffindor, cerca de su sitio. Los demás se sorprendían, pero no preguntaban demasiado. Excepto Hermione, que lo observaba con una ceja levantada. Más adelante, él y Neville descubrieron en que parte del séptimo piso estaba la Sala de los Menesteres. Luego de caminar tres veces frente a una pared con una necesidad en mente, se abrió ante ellos una estancia ideal: llena de cojines, estanterías, pergaminos, y hasta maniquíes para practicar hechizos. —Este lugar es perfecto —dijo Mike, admirado. —¿Y si alguien entra? —preguntó Neville. Mike alzó la capa y sonrió.— Para eso tenemos esto. También encontraron una armadura encantada que los saludó educadamente, y un retrato de un mago tuerto que les dio pistas para llegar a un pasadizo oculto que conectaba la torre de Gryffindor con la biblioteca. Había rincones del castillo que parecían tener voluntad propia. —Esto es mejor que cualquier juego de mundo abierto —murmuró Mike. —Mejor que Historia de la Magia, seguro —rió Neville. Cada descubrimiento les daba una sensación de libertad y emoción. Hogwarts, en sus sombras y secretos, se convertía en su campo de entrenamiento. Y Mike, cada vez más, sentía que se estaba adaptando, comprendiendo, y preparándose para algo más grande. ///// La rutina diaria de Mike y sus amigos se volvió cada vez más intensa y estructurada. Algunas mañanas, muy temprano, entrenaban con Oliver Wood en el campo de Quidditch. Wood, apasionado hasta lo obsesivo por ganar la copa, los despertaba antes del amanecer y exigía lo mejor de cada jugador. Aunque al principio Mike gruñía al levantarse, comenzó a disfrutar de la sensación de volar con el aire frío de la mañana golpeando su rostro, y ver cómo sus reflejos y maniobras mejoraban con el tiempo. Neville, decidido a superarse, también se unía a los entrenamientos y sorprendía a todos con su persistencia. Los días que no tenían entrenamiento con Wood, aprovechaban para acudir a la Sala de los Menesteres. La habitación mágica les proporcionaba un entorno ideal para entrenamientos físicos y mágicos. Aparecían maniquíes encantados para practicar hechizos de defensa y ataque, blancos móviles para afinar la puntería y escudos mágicos que devolvían impactos si fallaban. Además, incluía una zona de entrenamiento físico con pesas, sacos, cuerdas para escalar, colchonetas, y hasta una bicicleta mágica que flotaba en el aire. Mike, con su mentalidad de ingeniero, diseñó una rutina de entrenamiento que combinaba magia y resistencia corporal, convencido de que un mago debía ser fuerte en cuerpo y mente. Después de entrenar, se duchaban rápidamente y bajaban a desayunar. Mike estaba muy agradecido con los elfos domésticos de la cocina ya que cumplieron con su promesa de investigar recetas muggles y comenzaron a servir otras opciones: jugo de naranja, piña, agua de horchata y, con algo más de esfuerzo, hasta botellas de Coca-Cola aparecieron en la mesa de Gryffindor. Varios estudiantes pronto adoptaron esas bebidas con entusiasmo, y los elfos, encantados por la variedad, se mostraban creativos en sus preparaciones. Las clases llenaban el resto del día. Pociones con Snape seguía siendo un desafío constante, Encantamientos con Flitwick ofrecía momentos brillantes, y Transformaciones con McGonagall exigía precisión. Herbología, Defensa contra las artes oscuras y astronomía completaban el horario, manteniéndolos ocupados y a veces exhaustos. Después del almuerzo, pasaban tiempo con sus amigos. Jugaban a Exploding Snap, bromeaban, o simplemente descansaban en la sala común. Hermione lideraba sesiones de estudio a las que Mike se unía con dedicación. Ron a veces participaba, otras veces prefería relajarse. Algunas noches, Neville, Mike y en ocasiones Ron, exploraban el castillo bajo la protección de la capa de invisibilidad tratando de descubrir atajos o simplemente divertirse explorando el gran castillo medieval. Cuando llegó el fin de semana, Mike y Neville lograron pasar discretamente un mensaje a Daphne Greengrass. Se citaron en la Sala de los Menesteres, en una zona que la habitación había convertido en una especie de biblioteca privada, con cojines cómodos, té caliente y mapas esparcidos por una mesa baja. Mike fue directo y sincero al narrar los eventos del año. —Perdí el diario —admitió—. Fue un error, y ahora no sabemos quién lo tiene ni cómo detenerlo. Daphne lo observó con atención, sin interrumpirlo. Cuando Mike terminó, ella respondió con serenidad: —No soy tan Gryffindor como para enfrentarme a un peligro directamente. Pero los ayudaré a mi manera... a la manera Slytherin. Se ofreció a apoyar desde las sombras, usando su influencia, inteligencia y discreción. —Flitwick fue campeón de duelos en su juventud —dijo Daphne—. Si logramos impresionarlo, quizá acepte entrenarlos. Además, reveló que comenzaría un aprendizaje privado con Madame Pomfrey. —Saber sanar nos dará una ventaja si las cosas salen mal —afirmó. Mike y Neville se comprometieron a practicar diariamente. Usarían la Sala de los Menesteres como su base secreta de entrenamiento, esperando el momento adecuado para acercarse al profesor y pedir su guía. A partir de ahí, comenzaron a planear con más detalle. Enumeraron las tareas por delante. Primero, lograr que Flitwick aceptara darles clases particulares de duelos. Para ello, Mike y Neville debían demostrar talento y disciplina excepcionales. Segundo, buscar una manera de encontrar el diario perdido. Acordaron estar atentos a cualquier comportamiento extraño en los estudiantes, pistas sutiles que revelaran su posesión. Tercero, hablaron sobre la Cámara de los Secretos. Mike confesó que conocía la ubicación, pero no sabía si podía abrirla. —No sé si puedo hablar pársel. Harry podía porque tenía un pedazo del alma de Voldemort dentro... no sé si eso venía del alma, del cuerpo, o de ambos. Si era de su alma, entonces yo no podré hacerlo. —Entonces debemos encontrar otra forma de entrar —dijo Daphne—, o abrirla con ayuda externa. Y por supuesto, evitar un enfrentamiento directo con el basilisco. Debemos idear un método para matarlo sin mirarlo, sin luchar cara a cara. También consideraron la amenaza de Dobby. Mike explicó que el elfo quería protegerlo, pero podía atacarlo durante un partido de Quidditch o en otro momento peligroso con tal de hacerlo abandonar Hogwarts. —No es malvado —dijo Mike—, solo... torpemente leal. —Entonces debemos estar preparados para interferencias suyas —añadió Daphne. Finalmente, establecieron un calendario fijo para sus reuniones secretas. Tres veces por semana se encontrarían en la Sala de los Menesteres para compartir avances, organizar estrategias y entrenar. Daphne, además, conseguiría ingredientes o libros útiles a través de medios sutiles. La reunión terminó con una sensación de determinación silenciosa. Gryffindor, Slytherin y un puñado de estudiantes unidos por una amenaza invisible. Una alianza tejida entre confianza y necesidad, firme como las antiguas casas, pero dispuesta a saltarse las reglas para proteger lo que les importaba. Fin del capítulo.
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