Capítulo 7. Sombras del otoño.
4 de julio de 2025, 21:45
Capítulo 7: Sombras del otoño.
Las semanas comenzaron a deslizarse con la suavidad de hojas otoñales cayendo sobre los jardines de Hogwarts, mecidas por la brisa que descendía de las colinas del norte. Las sombras se alargaban más temprano cada día, y el ambiente en el castillo se impregnaba de un aroma particular, mezcla de pergamino viejo, madera húmeda y tierra mojada. El cielo amanecía con brumas persistentes que se aferraban a los campos como un susurro de lo que estaba por venir. Septiembre dio paso a octubre como un suspiro contenido, y con él, Hogwarts se sumergió en una rutina que, aunque aparentemente pacífica, tenía ecos de transformación.
Mike y sus amigos se adaptaban con rapidez a los días que ahora amanecían fríos y se volvían aún más fríos por las noches. Las primeras madrugadas eran exigentes. A menudo se levantaban antes del alba, envueltos aún en la neblina del sueño y la niebla literal que llenaba los pasillos de piedra. El campo de Quidditch se convertía en su primera estación del día cuando entrenaban con Oliver Wood, cuyo entusiasmo y perfeccionismo rayaban en la obsesión. Las sesiones eran intensas, físicas y mentales: ejercicios de vuelo, maniobras evasivas, resistencia aérea y simulacros de partidos. Mike aprendía rápidamente, descubriendo que había algo liberador en lanzarse al aire sin más red que su propio equilibrio. Neville, aunque más torpe al principio, progresaba gracias a una voluntad firme y al constante apoyo de Mike y Wood. Cada sesión terminaba con el cuerpo agotado y el corazón latiendo fuerte, pero con la mente despierta y despejada para afrontar el día.
Los días sin entrenamiento aéreo los dedicaban a la Sala de los Menesteres. Aquella sala mágica era ahora un segundo hogar para ellos, un espacio que no solo respondía a sus necesidades, sino que parecía anticiparlas. En sus paredes siempre se proyectaba una luz cálida y constante, y el ambiente olía a cuero, madera encerada y una pizca de ozono, como si la magia flotara en el aire. Allí entrenaban hechizos de duelo, estudiaban teoría, realizaban ejercicios de resistencia y combatían contra maniquíes encantados que imitaban movimientos humanos. Incluso contaban con un rincón reservado para ejercicios físicos muggles que Mike había adaptado: sacos de arena, pesas animadas que se movían si no las sujetabas bien, y un circuito mágico de agilidad que Daphne había ayudado a encantar. Daphne, si bien se mantenía alejada de los ejercicios físicos más intensos, tomaba el rol de observadora y guía, haciendo anotaciones, corrigiendo posturas mágicas y repasando la teoría mientras Mike practicaba lanzamientos con movimientos fluidos y pronunciación perfecta.
Daphne Greengrass, siempre elegante y precisa, continuaba sus reuniones discretas con el grupo. Su estilo era completamente distinto: nada de rugidos, ni de golpes de varita. Ella enseñaba con suavidad, explicando más con una ceja alzada o un gesto medido que con largos discursos. Sus lecciones incluían encantamientos de protección disimulada, métodos de desaparición momentánea, señales en clave para comunicación silenciosa, y usos creativos de hechizos comunes en contextos de sigilo o defensa. Su conocimiento de la magia más refinada y su visión táctica empezaban a influir en la forma de pensar de Mike, que empezaba a valorar tanto la estrategia como la fuerza bruta.
Las duchas posteriores a los entrenamientos se habían vuelto casi rituales, necesarias para sacudirse el cansancio antes de bajar al Gran Comedor, donde los elfos domésticos, siempre atentos, preparaban desayunos energéticos y reconfortantes. Los vitalizantes mágicos que preparaban, hechos con frutas encantadas y tónicos herbales, se volvieron tan populares que incluso algunos profesores comenzaron a solicitarlos. La comida no solo restauraba el cuerpo, sino que fortalecía la moral de todo el grupo.
Las clases mantenían su ritmo exigente. En Pociones, Snape no perdía oportunidad de intimidar, aunque Mike comenzaba a intuir los patrones detrás de su método. Sabía que el secreto del aula del sótano no era el miedo, sino la disciplina. En Transformaciones, McGonagall los desafiaba con ejercicios más complejos cada semana, y era frecuente que Mike, Hermione y hasta Neville lograran transformaciones parciales antes de la fecha límite. En Encantamientos, Flitwick los introdujo a la sinergia de efectos mágicos, permitiéndoles combinar hechizos simples para crear reacciones encadenadas, algo que a Mike le recordaba las fórmulas químicas o sistemas automatizados del mundo muggle. En Defensa Contra las Artes Oscuras, Lockhart seguía siendo una farsa: más preocupado por firmar autógrafos que por enseñar, dejaba grandes vacíos que Mike suplía con sus lecturas nocturnas y la práctica extra.
Las tardes eran más libres, pero igual de valiosas. En la biblioteca, Hermione organizaba sesiones intensas con horarios estrictos, y aunque Mike encontraba sus métodos algo rígidos, admitía que eran efectivos. Otros días preferían estudiar bajo un árbol en el jardín interior, en uno de los salones vacíos del cuarto piso, o incluso entre los asientos del aula de Adivinación, donde la luz filtrada por las cortinas creaba una atmósfera acogedora. También dedicaban tiempo a reír, jugar al ajedrez mágico, o simplemente hablar sobre la vida más allá del castillo. En esos momentos, el peso del pasado —y el del futuro— se desvanecía, al menos por un rato.
Las noches, sin embargo, tenían algo especial. Muchas veces, guiados por la Capa de Invisibilidad, recorrían pasillos olvidados del castillo, descubrían cámaras ocultas, compartían historias antiguas contadas por retratos adormilados, o simplemente se tumbaban en el patio de piedra aún caliente por el sol del día. Veían el cielo, hablaban poco, y sentían esa unión que solo la noche y el secreto podían tejer entre amigos.
Así transcurrió el primer mes y medio del curso, marcado por el rigor, la magia y la camaradería. Hogwarts parecía en calma, pero bajo la superficie, como un lago inmóvil que oculta corrientes invisibles, algo más se movía. Mike no podía nombrarlo, pero lo sentía: en las escaleras que se movían un segundo antes de lo esperado, en los cuadros que guardaban silencio cuando él pasaba, en los ecos en los pasillos vacíos. No había pruebas, ni eventos concretos, pero sí una certeza creciente: el castillo respiraba con una tensión latente. Algo se acercaba. Y él, consciente o no, se estaba preparando para enfrentarlo.
………
La Sala de los Menesteres se había adaptado una vez más a las necesidades de quienes la buscaban. Aquella mañana, con el castillo aún silencioso y el sol apenas asomando tras las nubes, la sala había tomado la forma de un pequeño gimnasio improvisado. Alfombras gruesas cubrían el suelo, pesas rústicas flotaban suavemente en rincones designados y una cuerda colgaba del techo encantado. Una ventana mágica dejaba entrar la luz dorada y cálida del amanecer, pese a que en realidad no existía ninguna abertura en la piedra circundante.
Mike respiraba con dificultad, los músculos tensos por el esfuerzo. Vestía una camiseta vieja y unos pantalones deportivos de algodón. Estaba tendido en el suelo tras completar otra serie de abdominales. A su lado, Neville se dejaba caer de espaldas, igualmente exhausto, con el rostro enrojecido y la respiración agitada. Ambos compartían un silencio cómodo, interrumpido solo por el leve zumbido de un hechizo musical que reproducía un ritmo motivador a bajo volumen.
Sentada a unos metros de distancia, Daphne Greengrass observaba la escena desde un banco de madera pulida. Tenía un libro de Runas Antiguas abierto sobre las piernas, pero apenas había avanzado en la lectura. Sus ojos, serenos y curiosos, iban de Mike a Neville, y de regreso a Mike. Finalmente, como si su pregunta hubiera estado madurando en su interior desde hacía días, habló.
—Mike... ¿por qué dejaste tu mundo?
Mike giró el rostro hacia ella, sin incorporarse aún. Por un momento, pareció sorprendido por la pregunta. Luego se sentó, cogió una toalla flotante que se le acercó obediente y se secó el sudor del rostro.
—Buena pregunta —dijo, tras un largo suspiro. Miró al suelo unos segundos antes de levantar la vista y mirar a Daphne—. Supongo que nunca lo conté, ¿verdad?
Neville se incorporó también, cruzando los brazos sobre las rodillas. No dijo nada, pero claramente quería escuchar la respuesta.
Mike apoyó los codos en los muslos, frotándose las manos.
—Mi mundo... es complicado. O tal vez soy yo el complicado. Teníamos avances increíbles: podíamos hablar con personas al otro lado del planeta en segundos, movernos en autos, volar en aviones. Pero también estábamos más solos que nunca.
Daphne ladeó la cabeza ligeramente. Mike continuó.
—Cuando tenía diecisiete, una pandemia arrasó con todo. Fue una enfermedad muy contagiosa, un virus que se propagó por todo el planeta. De un día para otro, nos encerraron en nuestras casas. Colegios cerrados, trabajos detenidos, nadie salía si no era absolutamente necesario. Dos años duró eso. Dos años donde el único contacto con el mundo era a través de una pantalla.
Neville frunció el ceño, horrorizado en silencio.
—Perdí a mis amigos —continuó Mike—. No murieron, pero fue como si lo hicieran. Dejamos de hablar, de vernos. Cada uno cayó en su propia espiral de ansiedad, miedo o desconexión. Mis padres trabajaban todo el tiempo. Cuando estaban en casa, discutían. Nunca fuimos cercanos. Así que yo me refugié en... cosas. Videojuegos, películas. Libros como los de este mundo. Harry Potter... Hogwarts… eran mi escape. Una fantasía donde todo tenía sentido, donde había amigos de verdad, donde el bien y el mal estaban claramente definidos.
Mike hizo una pausa. Se pasó las manos por el rostro, sin vergüenza.
—Cuando la pandemia acabó, yo tenía veinte. Y no sabía quién era. Todos mis conocidos estaban ya estudiando, trabajando, avanzando. Yo me sentía congelado, como si los años se hubieran ido sin que pudiera hacer nada. Tenía una carrera universitaria, sí, pero no tenía rumbo. Ni sueños. Sólo rutina. Me levantaba, comía, respiraba… pero no vivía.
Silencio.
—Y entonces… la Muerte me ofreció esto. Una oportunidad. Aquí, al menos, tengo un propósito. No tengo que pensar qué voy a hacer con mi vida. Ya lo sé. Debo vencer al Señor Oscuro. Ayudar a los demás. Y aunque suene egoísta… eso me da paz. Aquí puedo dejar de flotar sin rumbo.
Daphne lo miró un largo rato, con la expresión suave, casi maternal. Cerró lentamente su libro.
—Entonces preferiste un mundo con un destino ya trazado… a uno donde podías escribir el tuyo —dijo, sin juicio, con genuina curiosidad.
Mike asintió con una pequeña sonrisa amarga.
—Tal vez. O tal vez sólo no confiaba en que fuera capaz de escribirlo bien.
Neville bajó la vista, pensativo. Luego, con voz tranquila, comentó:
—A veces, elegir un camino trazado no es rendirse. Es encontrar suelo firme cuando todo lo demás es aire.
Mike lo miró y, por primera vez en toda la conversación, sonrió con calidez. Luego se levantó, estiró los brazos y se acercó a las pesas flotantes. Daphne los observó a ambos unos segundos más, pensativa, antes de abrir su libro nuevamente. Aunque sus ojos estaban clavados en las páginas, no leyó una sola palabra durante los siguientes minutos.
Y en la Sala de los Menesteres, mientras la luz del amanecer se filtraba cálida e irreal, tres jóvenes diferentes —pero iguales en su necesidad de pertenecer— compartían un momento de sincera conexión.
…………
Los fines de semana se habían vuelto un respiro necesario en medio del torbellino académico de Hogwarts. Mientras otros estudiantes se quedaban en la sala común, disfrutaban del lago o jugaban en los patios, Mike, Ron y Neville se escabullían del castillo con un propósito muy distinto: restaurar el viejo Ford Anglia que habían escondido en el Bosque Prohibido.
La iniciativa había surgido de Mike, con su amor por la mecánica y la necesidad de una válvula de escape práctica y tangible. A través de Hedwig, había enviado una carta discreta a Andromeda Tonks, pidiéndole ayuda para conseguir repuestos muggles encantados. La bruja, aunque intrigada por el pedido, respondió con eficiencia, y en el transcurso de dos semanas, una caja encantada con piezas de automóvil y herramientas de precisión llegó flotando hasta la ventana del dormitorio de Gryffindor, envuelta con un hechizo de ocultación y un elegante lazo verde.
Los tres chicos trasladaban con disimulo las piezas hacia el bosque cada sábado por la mañana, protegidos por la Capa de Invisibilidad y un par de ilusiones que Daphne les había enseñado a Mike y Neville. Ocultaron el coche en un claro escondido, cubierto de musgo, ramas y telarañas. A pesar del accidente, seguía funcionando, aunque de forma errática: la carrocería temblaba cuando arrancaba.
Mike lideraba la reparación con un entusiasmo contagioso. Con la varita en una mano y una llave inglesa en la otra, les iba explicando cómo funcionaba cada parte. Ron, conociendo el coche por dentro debido a su padre, era una ayuda valiosa. Neville, aunque menos experimentado, ponía atención y aprendía rápido. Entre risas, grasa y chispas mágicas, el Ford Anglia comenzó a recuperar su brillo original.
Durante una de esas tardes, ya cerca del anochecer, se quedaron más tiempo del habitual ajustando el sistema de levitación. Cuando el último rayo de sol desapareció, un frío repentino envolvió el claro. Los árboles crujieron, y un susurro como de ramas frotándose flotó en el aire. Los tres se detuvieron en seco. Ron alzó su varita; Mike entrecerró los ojos. Entonces se oyó un arrastre leve, como si algo pesado y envuelto en telas húmedas se deslizara por el suelo del bosque. Pero no era sólo eso: había un zumbido bajo, casi imperceptible, como si una barrera mágica estuviera siendo manipulada a la distancia.
Se asomaron entre los arbustos con cautela. Nada visible se movía, pero el aire estaba cargado de una tensión mágica extraña, con un olor metálico mezclado con humo. Mike sintió un escalofrío recorrerle la columna.
—¿Escucharon eso? —susurró Ron. —Sí —respondió Mike, más serio de lo habitual—.
Neville tragó saliva. —¿Crees que sean centauros… o algo peor?
Mike negó con la cabeza lentamente. —No lo sé. No suena como ellos ademas no se acercarían tanto al castillo.
Durante varios minutos, se quedaron en silencio, agazapados entre las raíces de un roble gigante. Se oyó un chasquido seco en la distancia, seguido de un destello verde entre los árboles, y después, nada más. El sonido se desvaneció tan pronto como había aparecido. Justo antes de que se apagara, Mike creyó oír un silbido tenue, demasiado rítmico y deliberado para ser natural, como si alguien estuviera activando una trampa.
—Mejor venimos más temprano la próxima vez —murmuró Mike.
Guardaron las herramientas con rapidez y regresaron al castillo, lanzando hechizos de limpieza para ocultar huellas y grasa. Ninguno lo dijo en voz alta, pero todos sabían que algo más vivía en ese bosque… y que la próxima vez tal vez no se iría sin mostrarse.
Aun así, al llegar a la sala común, cubiertos de hollín y con los dedos entumidos por el frío, se miraron con sonrisas cómplices. Aquel coche, y sus secretos, se había convertido en un lazo inesperado entre ellos, y cada tornillo ajustado era también una vuelta más en su amistad.
—La próxima semana —dijo Mike, mientras se desplomaba en un sillón—, instalamos el sistema de escape mágico.
Ron soltó una carcajada. —¿Y piensas que no va a explotar?
—Probablemente sí —respondió Mike con una sonrisa torcida—. Pero eso lo hace más divertido.
………
La noticia del Club de Duelo se extendió por el castillo como una corriente eléctrica. Alumnos curiosos y emocionados se agolparon en el gran salón, ahora transformado en un espacio ceremonial: antorchas flotantes, una tarima elevada y dos largas mesas a los costados. Mike, junto a Ron, Hermione y Neville, observó el montaje con interés.
—¿Qué crees que busca Lockhart con esto? —preguntó Ron, escéptico. —Lucirse —respondió Hermione sin dudar—. Como siempre.
Gilderoy Lockhart apareció, vestido con una túnica color ciruela con bordados dorados, y una sonrisa que deslumbraba tanto como su anillo de topacio.
La mayoría de los estudiantes acudió por pura curiosidad, otros por el deseo de aprender a defenderse. Mike, sin embargo, asistió por una razón más práctica: necesitaba medir el progreso de sus entrenamientos con Neville, y observar el nivel real de los demás.
El Gran Comedor había sido despejado para la ocasión. Las mesas desaparecieron, y una tarima larga y estrecha se extendía a lo largo del salón, adornada con banderines flotantes que llevaban el emblema del club recién formado. Lockhart apareció con una capa violeta brillante y una sonrisa blanqueada, recibiendo aplausos tibios mientras se dirigía al centro de la plataforma.
—¡Bienvenidos, bienvenidos! —exclamó, levantando los brazos—. ¡Hoy aprenderán el noble arte del duelo mágico, tal como lo dominé durante mi enfrentamiento con el conde vampírico de Transilvania! —dijo con énfasis, mientras su capa ondulaba dramáticamente con un hechizo disimulado.
A su lado, el profesor Snape cruzaba los brazos, con una mueca que oscilaba entre el desdén y el hastío.
—Y para demostrarlo —continuó Lockhart, ignorando por completo a su colega—, el profesor Snape ha accedido amablemente a un duelo amistoso conmigo. ¿Preparado, Severus?
Snape no respondió. Subió al estrado con lentitud, sacó su varita con un giro pulcro y se colocó en posición. Lockhart hizo lo mismo, aunque con algo más de floritura.
—¡Haced una reverencia! —ordenó Lockhart, y ambos la realizaron, aunque la de Snape fue apenas una inclinación burlona.
—¡Uno, dos, tres! —gritó Lockhart.
—¡Expelliarmus! —rugió Snape.
El hechizo impactó de lleno. Lockhart salió disparado por el aire y aterrizó con estrépito al pie del estrado. Algunos estudiantes se rieron; otros miraron en silencio, asombrados. Mike no se movió, observando con atención la técnica limpia de Snape.
—Gracias, Severus —farfulló Lockhart mientras se levantaba con torpeza—. Una demostración... eh... muy enérgica.
Risas disimuladas recorrieron el salón. Mike no se rió, pero intercambió una mirada divertida con Neville.
—Ahora, ¡voluntarios! —anunció Lockhart.
Draco Malfoy fue el primero en subir. Mike, tras un breve silencio, también lo hizo después de que el profesor Snape se lo ordenara. Un murmullo recorrió la sala.
—¿Seguros de que están listos? —dijo Lockhart.
Snape bajó de la tarima y se acercó a supervisar. —Comiencen cuando diga "ya". Sin maleficios graves.
El joven Slytherin sonrió con arrogancia.
—¿Asustado, Potter?
Mike le devolvió una sonrisa serena.
—Ni un poco.
El profesor Flitwick, que había llegado para supervisar desde la esquina del salón, dio la señal con una campanilla encantada. El duelo comenzó.
Draco fue rápido, lanzando un hechizo de aturdimiento apenas dieron la señal. Mike rodó hacia un lado, esquivando el rayo rojo, y contraatacó con un Protego para ganar espacio. Los dos se movían por la plataforma con agilidad, usando los bordes como cobertura improvisada. Algunos hechizos fallaban, otros chispeaban al chocar en el aire. El público estaba hipnotizado.
Mike usó un encantamiento de niebla para enturbiar el campo, y mientras Draco giraba en busca de una figura entre el humo lanzó un "Serpensortia", pero la serpiente nunca apareció: Mike lo interrumpió con un Expelliarmus bien dirigido, desarmándolo limpiamente. La varita de Draco giró en el aire antes de caer con un chasquido seco.
. La varita de Draco voló por los aires y aterrizó a los pies de Flitwick, quien la recogió con una ceja alzada.
—¡Punto para Gryffindor! Excelente técnica, señor Potter —comentó el pequeño profesor con una sonrisa.
Draco bajó con el ceño fruncido, murmurando algo por lo bajo. Mike descendió sin vanagloriarse, pero recibió algunos aplausos de estudiantes de diversas casas.
Neville también se enfrentó a su oponente. Aunque más lento, su concentración era evidente. Ganó con un hechizo de agarre que dejó al otro chico atado por los tobillos, provocando aplausos inesperados de parte de varios Hufflepuffs.
Hermione aplaudió a ambos con entusiasmo, y Daphne, desde la segunda fila, observó con una expresión pensativa que no pasó desapercibida para Mike. Algo en su mirada había cambiado: una mezcla de orgullo y aprobación.
Para el final de la sesión, otros estudiantes de diversas casas comenzaron a agruparse en pequeños círculos, practicando y comentando lo visto. El Club de Duelo, lejos de ser una idea fugaz de Lockhart, parecía empezar a germinar como un semillero de habilidades y aspiraciones nuevas.
En lo alto de la torre más lejana, desde su despacho, Albus Dumbledore observaba los informes de sus profesores sobre los avances de los alumnos. No habló en voz alta, pero sus pensamientos eran claros.
Harry estaba cambiando. Ya no era el muchacho impulsivo que había llegado en primer año. Había estructura en su forma de actuar, estrategia en sus decisiones, y una madurez impropia de su edad. Dumbledore entrecerró los ojos.
Quizás había subestimado la influencia de Augusta Longbottom… y de Andromeda Tonks. Tal vez incluso había subestimado al propio muchacho. Aún era moldeable, sí… pero sería necesario un control más sutil, más cuidadoso.
—Aún puede moldearse —dijo en voz baja—. Solo necesito… encontrar la forma adecuada de influir.
Pero en el fondo, algo le decía que esa influencia sería más difícil de lo que había anticipado.
………
Hogwarts siempre tenía una forma especial de vestir sus noches festivas, pero Halloween era distinto. Aquella tarde, el Gran Comedor parecía haber sido arrancado de un cuento de otoño: cientos de calabazas encantadas flotaban sobre las cabezas de los estudiantes, iluminadas desde dentro con luces cálidas y titilantes. Murciélagos reales revoloteaban entre los candelabros flotantes, mientras hojas secas danzaban en espirales gracias a una suave brisa mágica. El aire olía a canela, manzana caliente y cera derretida.
Mike llegó con Hermione, Neville y Ron, todos con expresiones encantadas por la decoración. Ron, con los ojos clavados en los pasteles de calabaza, murmuró:
—Me voy a comer por lo menos seis de esos. Tal vez ocho. —Y sin esperar respuesta, se lanzó a la mesa de Gryffindor.
—¿No es increíble? —comentó Hermione, admirando los murciélagos con los ojos brillantes.
—Sí… parece sacado de una postal —dijo Mike, aunque en el fondo no se sentía del todo cómodo. Había estado esperando este momento, o al menos algo como esto. Sabía que la calma de octubre no duraría.
La comida era espectacular. El banquete incluía platos típicos de otoño: guisos espesos, tartas calientes, buñuelos flotantes y golosinas que cambiaban de sabor con cada mordida. El ambiente era cálido, casi hipnótico. Las conversaciones fluían. Incluso Percy parecía menos estirado de lo normal, riendo con unos alumnos de quinto.
Mientras Mike terminaba su tercer pastel de calabaza, un niño de primer año se acercó con pasos tímidos. Tenía el cabello castaño claro, una cámara colgando del cuello y una sonrisa nerviosa.
—¿Harry Potter?
Mike giró la cabeza, encontrándose con los ojos brillantes de Colin Creevey.
—Sí, soy yo. ¿Tú eres…?
—¡Colin! Colin Creevey. De Gryffindor. Bueno, también soy hijo de muggles. Y… ¿puedo tomarte una foto?
—¿Con la boca llena o sin pastel? —dijo Mike con una sonrisa.
Colin rió, aliviado. Ron se volvió para mirarlos con interés.
—Dale, sácala —dijo Mike, y tomó una servilleta—. Pero avísame si salgo con cara de tonto. No quiero que me persigan fans con carteles de “Te amo, Harry”.
Hermione bufó. Ron rodó los ojos. Colin disparó el flash mágico.
—¡Gracias! —exclamó, emocionado—. ¡Mi papá no va a creerlo!
—Seguro pensará que le hiciste un montaje —bromeó Ron.
—¡Por eso tengo otra cámara! ¡Una normal! —Colin se alejó corriendo con energía.
Poco después, la música se detuvo. Dumbledore se puso de pie y con voz clara agradeció a los elfos y deseó buenas noches. Las mesas comenzaron a vaciarse, y los alumnos salieron en grupos rumbo a sus salas comunes.
Mike, Hermione, Neville y Ron caminaban por un pasillo lateral en el primer piso, riendo por una anécdota que Ron contaba sobre una vez que Fred encantó su almohada para que cantara villancicos.
—…Y entonces, cuando la puse en la cara, empezó a gritar "¡Campana sobre campana!" —dijo Ron entre carcajadas.
Pero la risa murió pronto.
En cuanto doblaron la esquina, el ambiente cambió. Las antorchas ardían con menos intensidad. Un silencio espeso reinaba en el pasillo. Había un olor extraño en el aire: humedad, metal, algo ácido.
—¿Sienten eso? —dijo Mike en voz baja, su mirada afilándose.
—¿Qué es ese olor? —preguntó Neville, inquieto.
Entonces la vieron.
La señora Norris, el gato de Filch, colgaba rígida de una lámpara de gas sobre la pared. Su cuerpo estaba petrificado, los ojos fijos y sin vida. Abajo de ella, escrito con un líquido oscuro y pegajoso, se leía un mensaje:
«LA CÁMARA DE LOS SECRETOS HA SIDO ABIERTA. ENEMIGOS DEL HEREDERO… TEMED.»
Hermione se tapó la boca.
—Es horrible, mataron a la gata de Filch.
Ron tragó saliva—. ¿La Cámara de los Secretos? ¿Qué significa eso?
Mike no respondió de inmediato. Dio un paso adelante. Sus ojos recorrieron el entorno: el ángulo del cuerpo de la gata, la textura del líquido, los rastros de humedad que venían del pasillo lateral. El suelo tenía marcas delgadas, como si algo viscoso se hubiera arrastrado.
—¿Por qué alguien haría algo así? —susurró Hermione, mirando hacia otro lado—. Qué tipo de magia puede hacer eso…
Mike entrecerró los ojos. Luego miró a Neville. Sus miradas se cruzaron. No dijeron nada, pero ambos sabían lo que el otro pensaba:
«Alguien encontró el diario.»
Neville asintió imperceptiblemente, con los labios apretados.
Mike inspiró profundo. Había esperado algo así, pero no con este nivel de teatralidad. El ataque no le sorprendía. Lo que le interesaba era el método. Las pistas. Quería saber quién lo había hecho para detenerlo antes Tom lo poseyera por completo.
Un sonido de pasos rompió el silencio.
—¿Qué le han hecho a mi gata?! —gritó Filch, apareciendo al final del pasillo. Al ver a la señora Norris, su rostro se desfiguró—. ¡NOOO! ¡señora Norris!
Se arrodilló con un gemido largo y desgarrado.
—¡Ustedes! ¡Ustedes la mataron!
—¡No fuimos nosotros! —dijo Ron de inmediato—. ¡La encontramos así!
Pronto llegaron otros estudiantes, empujados por la curiosidad. Luego, los profesores: Snape, McGonagall, Sprout y el profesor Flitwick. Éste último se adelantó, observando el mensaje con sus ojos brillantes.
—Esto… esto no puede ser —murmuró—. No puede estar pasando otra vez…
McGonagall levantó la varita, hizo un gesto sutil, y una barrera invisible rodeó la escena. Snape se acercó lentamente a Mike, su rostro inescrutable.
—Parece que Potter vuelve a meterse en problemas.
Mike sostuvo la mirada sin responder. Porque en el fondo, lo que Snape decía era cierto.
/////
El aire del castillo no era tan tenso como Mike pensaba. Parece que a muchos alumnos no les importaba lo que le había pasado a Filch. Las clases transcurrían en silencio inusual, y los pasillos estaban plagados de cuchicheos. A veces, los alumnos reducían el paso al pasar frente a la escena del crimen, aunque los profesores ya habían retirado a la petrificada Señora Norris y borrado el mensaje con magia. Aun así, muchos estaban interesados por el morbo.
Hermione, inquieta como siempre, se refugió en la biblioteca desde el día siguiente. Con el ceño fruncido y el cabello más alborotado que nunca, hojeaba volúmenes polvorientos sobre maldiciones, monstruos y fundadores de Hogwarts.
—Esto no fue un simple susto —les dijo a Mike y Neville una tarde, mientras les mostraba un pasaje sobre la Cámara de los Secretos en un libro tan antiguo que crujía al abrirse—. ¿Y si la leyenda de Slytherin es real? ¿Y si de verdad liberaron algo?
Mike intercambió una mirada con Neville. Ambos sabían exactamente qué se había liberado… pero no estaban dispuestos a hablar de eso con ella aún. No sabían quién tenía el diario, y si hablaban antes de tiempo, podía ir a parar a las manos equivocadas.
—Hermione —dijo Mike con tono paciente—, no es que no te creamos. Solo… no tenemos mucho tiempo libre ahora mismo. El partido contra Slytherin se acerca y Oliver nos tiene en entrenamientos eternos.
—Y yo apenas sobrevivo a Pociones —añadió Neville, encogiéndose de hombros.
Hermione frunció los labios, decepcionada, pero asintió.
Mike se limitó a sonreír. Ya estaban tras la pista. Solo no querían asustarla antes de tiempo.
……….
El día del partido llegó con un cielo grisáceo pero despejado. El viento era fresco, el tipo de clima que obligaba a moverse para no quedarse congelado. Las gradas estaban atestadas; parecía que todo Hogwarts se había reunido para ver a Gryffindor enfrentarse con Slytherin. No era solo un juego, era una batalla simbólica. Y esa vez, los ánimos estaban más polarizados que nunca tras el ataque.
—¡Vamos, Gryffindor! —gritaba Ron desde lo alto de las gradas, envuelto en rojo y dorado—. ¡Aplástalos, Harry!
En el centro del campo, los dos equipos se alinearon. Draco Malfoy, recién nombrado buscador de Slytherin por su padre tras una generosa "donación" de escobas, sonreía con suficiencia desde su Nimbus 2001. Su escoba brillaba bajo la luz tenue, como si se jactara sola de su origen elitista.
—¿Listo para que te enseñe cómo juega la élite, Potter? —bufó Draco.
—Si vas a volar como hablas, ya gané —respondió Mike con calma, subiendo a su Nimbus 2000.
—Silencio, por favor —dijo Snape con su típica voz gélida. Era el árbitro. Por supuesto que lo era. McGonagall protestó, pero él ya había bajado el brazo.
El silbato sonó.
Y el cielo estalló.
Las escobas salieron disparadas como cometas liberadas. Alicia Spinnet y Katie Bell se movían en formación, pasando la quaffle con precisión, mientras los golpeadores de Slytherin intentaban interrumpir con violencia. Mike se mantuvo alto al principio, girando en círculos, atento a la Snitch… y a Draco.
En un momento, bajó en picado no por la Snitch, sino para ayudar a Wood. Vio a un cazador de Slytherin arremeter con su hombro justo cuando Oliver atrapaba la quaffle. Mike descendió como un rayo y bloqueó al atacante con su propio cuerpo, desviándolo lo justo para que Wood saliera ileso.
—¡Gracias, Potter! —gritó el capitán.
—¡Regresa arriba, Harry! ¡Malfoy va por la Snitch! —chilló Angelina desde el flanco.
Mike alzó vuelo como una bala. Draco iba varios metros adelante, la Snitch brillando justo frente a él. Mike bajó el cuerpo, recortó el viento y usó la estela del mismo Draco para ganar velocidad. Se emparejaron.
—¿Quieres jugar a esto? —le gritó Draco—. ¡Te vas a estrellar!
—Solo si me alcanzas —respondió Mike, empujando su escoba hacia adelante.
Y justo en ese momento, un sonido sordo retumbó por el campo. Una bludger voló como una exhalación, rompiendo el ritmo del juego.
—¿Esa bludger… no va contra todos? —preguntó Lee Jordan desde la cabina—. ¡Está persiguiendo a Potter exclusivamente!
Mike apenas logró esquivarla con un giro lateral. Draco rió.
—¡Vamos, Potter! ¡Hasta las bludgers te odian!
—O me admiran mucho —murmuró Mike, concentrado.
Desde ese punto, el juego cambió.
La bludger encantada lo perseguía con furia. Cada intento por acercarse a la Snitch se interrumpía por su silbido asesino. Mike comenzó a usar su entorno: pasaba entre los aros, rozaba las torres, hacía bucles, todo con tal de despistarla. En una ocasión, bajó en picado al lado de Fred y George para que ambos la golpearan al unísono y le dieran unos segundos de respiro.
—¡Gracias, chicos!
—¡Cuando quieras Harry! —gritó George—. ¡Gana esa maldita Snitch!
Mike volvió a ascender. Draco iba nuevamente delante, confiado. Pero ahora él estaba más concentrado. Aprovechó un giro amplio de su rival, se deslizó por debajo, aceleró al máximo y vio la Snitch dirigirse hacia el centro del campo. Y allí estaba Snape, en el suelo, observando cada movimiento.
Mike supo qué hacer.
La bludger volvió, cortando el aire como una guadaña.
Mike aceleró… directo hacia el profesor.
—¡¿Está loco?! —gritó Hermione desde las gradas.
Snape se giró apenas a tiempo. Mike se dejó caer desde su escoba, giró el cuerpo en el aire para frenar el impulso, y la bludger pasó… directo hacia Snape.
Con un gesto rápido y frío, el profesor conjuró un hechizo defensivo. La bludger estalló en una lluvia de fragmentos metálicos.
Snape se giró hacia Mike. Su expresión no mostraba rabia, ni sorpresa. Solo una mirada letal.
Mike sonrió con serenidad.
—Confiaba en que lo detendría, profesor.
—No me provoques, Potter.
En ese mismo instante, un destello dorado rozó el campo.
Mike montó de nuevo en su escoba con agilidad y se lanzó en picado. Draco lo intentó seguir, pero la diferencia era clara. Mike se deslizó bajo una de las torres, cruzó entre dos golpeadores atónitos y extendió la mano.
La Snitch quedó atrapada entre sus dedos.
Las gradas explotaron en vítores.
—¡POTTER ATRAPA LA SNITCH! ¡GRYFFINDOR GANA! ¡Y CON ESTILO! —gritó Lee Jordan.
Los jugadores lo rodearon, levantándolo. Desde las gradas, Hermione no sabía si reír o suspirar. Neville aplaudía con una mezcla de orgullo y miedo.
Ron bajó corriendo de las gradas.
—¡Eso fue lo más épico que he visto en mi vida! ¡Lo de Snape… lo de la bludger… lo de Malfoy! ¡Harry, eres un maldito genio!
Mientras las celebraciones seguían, Hermione se acercó, preocupada.
—¿Estás bien? Esa bludger fue a matarte.
—Estoy bien —dijo Mike—. Fue… un accidente.
Neville levantó una ceja. Hermione no pareció convencida, pero tampoco insistió.
Y mientras Gryffindor celebraba su victoria, Mike y Neville compartieron otra mirada silenciosa.
Porque sabían que ese “accidente” no era más que otra advertencia de su pequeño amigo.
………
El vestuario de Gryffindor olía a cuero húmedo, sudor y adrenalina. Los vítores aún retumbaban desde el estadio mientras los jugadores se quitaban las protecciones entre risas y palmadas. Fred y George imitaban la forma en que Mike había esquivado la bludger encantada, y Ron aún discutía acaloradamente con Seamus sobre si la jugada que detuvo a Draco había sido legal o no.
Mike se retiró a un rincón más apartado del vestuario para cambiarse, secándose el rostro con una toalla cuando escuchó un suave “pop”. Se giró con rapidez, ya medio vestido, y encontró a Dobby, temblando cerca de los bancos, con las orejas gachas y los ojos enormes, húmedos.
—¡Señor Harry! —gimió el elfo—. ¡Dobby no quería que saliera herido! ¡Sólo quería protegerlo!
Mike suspiró. Ya se lo imaginaba.
—La bludger —dijo, con tono neutro, como quien menciona el clima.
Dobby se llevó las manos a la cabeza con desesperación.
—¡Fue necesario, señor! ¡Dobby lo vio! El peligro se avecina, y usted… usted no debe estar aquí… ¡ni en Hogwarts!
Mike frunció el ceño, sin molestia, pero con firmeza.
—Y lanzar una bludger asesina te pareció buena idea. Mira, agradezco tu intención, pero si no fuera por mi entrenamiento, esa cosa me habría pulverizado la columna.
Dobby pareció a punto de arrancarse las orejas.
—¡Dobby lo siente!
—¿Y a qué amo obedeces, exactamente? —preguntó Mike, casi como al pasar.
Dobby palideció aún más, si eso era posible.
—¡No puedo decirlo! ¡Si Dobby habla mal de su amo, será castigado!
Mike se acercó, se agachó un poco para quedar a su altura y lo miró directo a los ojos.
—Lucius Malfoy, ¿cierto?
Dobby abrió los ojos de par en par, luego se golpeó la cabeza contra el banco.
—¡No debía decirlo! ¡No debía…!
Mike lo detuvo con suavidad, tomando sus muñecas para evitar que se lastimara.
—Tranquilo. Ya lo sabía. No tienes que decir nada más, ¿de acuerdo? Pero escúchame bien: no necesito que me protejas con trampas, Dobby. Si quieres ayudar, hay otras formas. Habla conmigo primero.
El elfo lo miró, con lágrimas en los ojos.
—¿Dobby puede… confiar en el señor Harry?
Mike le sonrió apenas.
—Puedes confiar en mí. Y prometo hacer lo que pueda… para que no tengas que vivir con miedo.
Dobby soltó un sollozo, luego desapareció con un estallido suave. Mike se quedó mirando el lugar vacío, más pensativo que molesto.
Fin del capítulo.