ID de la obra: 343

Paciente X /Drarry

Otros tipos de relaciones
G
En progreso
3
El trabajo participa en el concurso «Harry Potter: El Capítulo Perdido»
Fechas del concurso: 26.06.25 - 13.08.25
Inicio de la votación: 12.07.25
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planificada Mini, escritos 16 páginas, 2 capítulos
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Capítulo 1

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Cinco años después de la guerra, el mundo fue azotado por una enfermedad desconocida. Nadie sabía su origen. Las víctimas morían sin explicación o, en los casos más terribles, se transformaban en criaturas deformes y hambrientas, con una sed insaciable de carne y sangre, aunque cegadas. Otros, los menos desafortunados, desarrollaban habilidades sobrehumanas: telequinesis, superfuerza, inteligencia exacerbada, control de elementos como fuego o electricidad, metamorfosis, y sobre todo... magia. Incluso los muggles comenzaban a manifestar poderes mágicos, un hecho que desató el caos en ambas comunidades. Para recuperar el control, los gobiernos mágicos y muggles pactaron una alianza, promulgando una ley: todos los niños recién nacidos hasta los veinte años debían ser entregados a las autoridades, pues ese era el rango de edad afectado por la enfermedad. Por supuesto, muchas familias se negaban rotundamente a entregar a sus hijos. Fue entonces cuando los gobiernos comenzaron a enviar comandos especiales, irrumpiendo en hogares y llevándose a los jóvenes a la fuerza. Los Potter, al conocer esta amenaza, decidieron abandonar Grimmauld Place. Buscaron refugio en el Valle de Helga Hufflepuff, un lugar casi olvidado y protegido por viejas magias. Solo tres personas conocían su paradero, todas ellas bajo un Juramento Inquebrantable. Creían estar a salvo... hasta que, días después del quinto cumpleaños de su pequeño hijo, las protecciones cayeron. Alguien traicionó su juramento, y la historia pareció repetirse, como un eco de aquella fatídica noche veintitrés años atrás. —Es igual a nuestro dragón —susurró una bruja encapuchada, alejándose del hogar que pronto sería leyenda—. No los mataste... ¿verdad? Su compañero negó con la cabeza, echando un vistazo al horizonte, atento a cualquier señal. —Nos encerrarían en Azkaban por las muertes de los Aurores y los oficiales muggles —insistió ella, con la voz tensa. —Ya encontraremos la manera de sacarlos. Ahora debemos llevarlo al campo. Desaparecieron en la oscuridad, dejando tras de sí una noche trágica que sustituiría la famosa leyenda del Niño que Vivió. DIAS DESDE LA ENFERMEDAD: 1827 días  PACIENTES ENFERMOS DECTECTADOS: 1770 PACIENTES CURADOS: 0 Cinco años después de ese suceso, el mundo mágico volvió a estremecerse. Draco Malfoy y Harry Potter salían de Azkaban tras cumplir su condena, liberados no solo por presión social, sino también por la falta de pruebas concluyentes. Sin embargo, su libertad no era suficiente. Ambos llevaban el peso de la preocupación, la ira y el dolor por no saber el paradero de su primogénito, mientras trataban de aceptar al hijo que jamás habían visto crecer: Albus Severus, nacido en prisión y criado todo este tiempo por Andrómeda y Remus. Los ojos del mundo estaban puestos sobre ellos. Incluso El Profeta hacía su propia investigación, especulando y desenterrando testimonios nunca antes dichos. Aquella mañana, el titular dominaba la primera plana: ¡El matrimonio Potter-Malfoy sale de prisión y presenta a su segundo hijo! "Parece que la pareja más mediática de la última década por fin ve algo de luz. Esta mañana, tras su liberación, el matrimonio nos presentó a su segundo hijo: Albus Severus Potter-Malfoy, nombrado en honor a dos héroes de guerra. Amigos y allegados celebran su liberación. ¿Será que han perdido la esperanza de encontrar a su primogénito?" Scorpius observó el periódico durante unos segundos antes de que, con un chasquido furioso, lo redujera a cenizas. Un latigazo eléctrico recorrió su cuerpo. Sin darse cuenta, una lámpara estalló sobre su cabeza. Cada vez que utilizaba sus poderes —telequinesis, electricidad, magia— recibía una descarga, un castigo automático que lo debilitaba y enfurecía. Sus manos temblaban, y deseaba, con toda su alma, volcar su furia sobre los médicos que lo vigilaban tras el vidrio, impasibles. Pero el brazalete en su muñeca, encantado con un campo de fuerza, le impedía atacar. La frustración hervía en sus venas. —Sabes que cada vez que usas tus poderes recibes descargas eléctricas, Scorpius —la voz metálica sonó desde los altavoces. —¡Entonces dejen de mostrarme cosas de los Potter! —espetó, arrojando una silla contra la pared. El vidrio de la ventana estalló, y otra descarga más potente lo obligó a arrodillarse—. ¡Basta... duele! —Es por tu bien, Scorpius. Las descargas estimulan tu cerebro. Necesitamos descubrir por qué sobreviviste a la enfermedad. Eres la clave para una cura. Con los labios apretados y el pecho agitado, fulminó la ventana de observación con la mirada. Se sentó en el suelo, abrazando sus rodillas. Llevaba tanto tiempo con los electrodos pegados a sus sienes y pecho que ya ni los sentía... solo la resignación. Dudaba que realmente buscaran una cura. Todo parecía un cruel experimento interminable. La voz cambió, más suave, pero igual de implacable. —Scorpius, quiero que intentes recordar algo... cuando tenías cinco, cuatro años... lo que sea. —¡No recuerdo nada! —rugió. —¡Inténtalo! —le exigió otra voz, más dura. Cerró los ojos, renuente, buscando en los rincones más recónditos de su mente. Lo único que hallaba eran agujas, gritos, pruebas, más descargas... hasta que, de pronto, un olor familiar emergió entre el caos: menta y pergamino. Su cuerpo se tensó. De repente, estaba corriendo por un campo, con el pasto cosquilleando sus piernas. Una figura lo esperaba al final, pero no lograba ver su rostro. El aroma a pan recién horneado le abrió el apetito... y entonces, la escena se tornó oscura. El cielo se cubrió de nubes, un trueno resonó. La figura que antes lo llamaba con ternura comenzó a golpearlo. —¡No! ¡Esto no es real! —gritó, desesperado. —Sí lo es, Scorpius —susurró una voz en su mente. Una descarga eléctrica lo sacudió, arrancándole un alarido. —¡No! —gritó con más fuerza. —¡Sí! Estás recordando el momento antes de que te abandonaran aquí, donde tanto odias estar. El olor dulce del pan se transformó en algo quemado, nauseabundo. La menta olía ahora a azufre. "Esto no es real..." Ese pensamiento le costó otra descarga, aún más brutal. La habitación comenzó a llenarse de agua, su cerebro alarmado ante el "peligro". Gritó, rompiendo las paredes con un estallido telequinético. No pararon hasta que, jadeante y furioso, arrancó los aparatos de sus sienes por primera vez. —Scorpius... ¿cómo te encuentras? —preguntaron tras el vidrio. —¿Cómo me encuentro? —la habitación comenzaba a secarse, el agua desapareciendo poco a poco—. ¡Me obligan a revivir recuerdos horribles! ¿Para qué les sirve saber cómo me golpeaban mis padres? No pudo evitar notar cómo, del otro lado, los médicos sonreían satisfechos. —Eso es todo por hoy, Scorpius. Solo tomaremos una muestra de sangre y te inyectaremos tus vitaminas. Los odiaba. Odiaba este lugar, a los doctores, las pruebas... pero sobre todo, los odiaba a ellos. A sus padres. Siempre acababa exhausto después de las descargas, pero las simulaciones eran peores. Tan intensas que a veces no podía levantarse de la cama durante días. Otros niños no resistían y preferían la salida fácil: el suicidio. Para Scorpius, eso era de cobardes. Él quería resistir, sobrevivir... escapar aunque no sabía cómo muy pronto lo haría. Lo llevaron a su habitación tenía que descansar antes del entrenamiento de la tarde. —Paciente 2768, sin lazos sanguíneos, edad trece años —anunció la voz del guardia—. Habitación H5. Trátalo bien, Malfoy. Scorpius rodó los ojos con fastidio. No le gustaba que le recordaran quiénes eran sus padres. Apenas había terminado de pensar en ello cuando la puerta se abrió, dejando entrar a un chico que, a diferencia de los demás, no lucía como los típicos recién llegados. Los otros habían llegado limpios, bien alimentados, con ropas en buen estado. Pero él... él tenía la ropa sucia, el rostro lleno de rasguños, los brazos cubiertos de moretones y una mirada que parecía cargar con más peso del que un niño debería soportar. —Hola, soy... —Scorpius Malfoy. Lo sé —lo interrumpió el recién llegado con un tono seguro—. Mis padres me hablaron de ti. Scorpius frunció el ceño. —¿Tus padres? —Blaise y Pansy Zabini. Hubo un breve silencio, como si ese nombre hubiera traído consigo un eco de tiempos pasados. —¿Y qué pasó con ellos? —preguntó Scorpius, intentando que su voz no sonara demasiado interesada. El chico bajó la mirada. —Hace diez años atacaron nuestro hogar. Se llevaron a mi hermano... Yo también fui uno de los pocos que sobrevivió a la enfermedad, aunque nací mucho antes. Después de eso, mi madre me ocultó. Me dio instrucciones para mantenerme a salvo y... nunca más volví a verlos. Supongo que murieron. Sus palabras eran firmes, pero Scorpius no pudo evitar notar el dolor apenas contenido tras aquella confesión. Apretó los puños. —¿Y cómo fue que te atraparon? —preguntó en voz más baja. El chico sonrió sin humor. —Estaba robando un par de cosas en Sortilegios Weasley. Pero el dueño me descubrió. —¿Y llamó a las autoridades? —aventuró Scorpius. El otro negó con la cabeza. —No. Me dijo que tomara lo que necesitara... incluso me dio comida. Pero un comandante del Capitolio muggle nos vio. A mí me atraparon, no sé qué pasó con él, pero escuché que cualquiera que ayude a un niño con la enfermedad... —hizo una pausa, tragando saliva— ...es castigado con un Avada. Scorpius sintió un nudo en el estómago. Sabía que algunos niños eran secuestrados, que la mayoría desaparecían... pero no había imaginado que ejecutaran a los que intentaban ayudarlos. Lo observó con atención. —No tienes trece años... ¿verdad? El chico alzó una ceja, divertido, aunque con algo de amargura. —¿No crees que a los tres años podía valerme por mí mismo? —Scorpius negó con la cabeza, lo que provocó una ligera sonrisa—. Tienes razón. Tenía seis. Me oculté, estuve a salvo gracias a los duendes del banco. Ellos me dieron acceso a mis bóvedas. Después... fui de un lado a otro, quedándome en lugares clandestinos, pagando en el mercado negro. —¿A pesar de ser un niño prófugo? —A los duendes no les importa quién seas mientras tengas tu llave —respondió encogiéndose de hombros. Scorpius rio entre dientes; esas criaturas siempre le habían parecido aterradoras, pero al parecer no eran tan malas como pensaba—. Tú has estado aquí desde joven, ¿no? —Desde que tengo memoria. La doctora J me dijo que me dejaron aquí. El chico asintió, pensativo. —Yo no recuerdo mucho más que lo que me contaron mis padres después de la guerra... sobre los tuyos. Scorpius apartó la mirada, endureciendo la mandíbula. —No quiero saber. Me abandonaron en este lugar. —¿Te han tratado mal? —Las pruebas son dolorosas —respondió con un dejo de resignación. —¿Pruebas? —El chico parecía genuinamente interesado. —Sacan sangre, nos hacen simulaciones, descargas eléctricas... también nos entrenan para controlar nuestras habilidades. ¿A propósito, cuáles son las tuyas? —Cambio de forma. Y telequinesis. Scorpius arqueó una ceja. —¿Magia? Él negó. —Cuando me examinaron, dijeron que mis padres colocaron un hechizo de bloqueo en mi magia. Solo ellos pueden quitármelo... supongo que para protegerme. Por primera vez en mucho tiempo, Scorpius sintió que alguien no estaba dispuesto a apartarse de él por miedo. Este chico, pese a todo, sonreía y hablaba con ligereza, como si no le pesara el mundo sobre los hombros. Como si no le importara compartir habitación con un Malfoy. Una voz brusca interrumpió sus pensamientos: —¡Hora de comer, mocosos! Una mesa apareció en medio de la habitación, llena de charolas con pollo frito, elote dulce, puré de papas, papas fritas y yogurt de manzana. Los estómagos de ambos rugieron al unísono. —Al menos la comida es buena —comentó el chico. Scorpius sonrió. —Después de que el sabor de las vitaminas pasa... sí, es deliciosa. —Lo observó un instante más—. ¿Por qué no te das una ducha? Así comes limpio. Ya coloqué un hechizo de calefacción, no te preocupes. —¡¿Ya sabes hacer hechizos?! —preguntó sorprendido. —Unos pocos. No puedo practicar más por el brazalete —Scorpius se encogió de hombros—. Anda, ve. El chico le sonrió, se levantó y se dirigió al baño. Scorpius, mientras tanto, colocó el hechizo, ignorando la descarga eléctrica que recorrió su brazo. Aún no sabía si podía confiar del todo en él. Era extraño que justo ahora le asignaran un compañero, cuando había cuatro habitaciones vacías. (...) Nuestro cuerpo no era como el de los humanos comunes. Nos curábamos solos, sin necesidad de primeros auxilios. Éramos más resistentes a golpes, caídas... incluso podíamos atravesar muros si lográbamos concentrarnos al cien por ciento. Eso no significaba que no doliera. Podíamos ser casi indestructibles, pero no éramos inmunes al dolor. Por eso no pude evitar reír al ver las muecas de Brandon mientras entrenábamos. —¿Cómo puedes resistir esto, Scorpius? —preguntó, jadeando, llevándose una mano al estómago. —Llevo aquí desde que nací. Estoy acostumbrado. Hugo apareció a nuestro lado. Tenía sangre en la frente y el labio roto, pero aún así reía. —Qué poco aguanta el nuevo murciélago —se burló antes de echar a correr de nuevo. —¿Murciélago? —preguntó Brandon. —Así me dice desde que nos conocimos —respondí encogiéndome de hombros, tendiéndole la mano—. Vamos. Solo faltan dos obstáculos más y podremos ir a dormir. —¿Quieren matarnos o qué? —bromeó Brandon, aceptando mi mano. Me reí. —Tranquilo. Nunca nos han matado... todavía. Nos necesitan vivos. Él me miró con seriedad. —¿Por qué? No supe qué responder. Siempre nos decían que éramos la única esperanza, que no podían dejar que muriéramos. Pero lo que sí había notado era el pánico en los rostros de los doctores cuando alguno de nosotros dejaba de responder... y el alivio en sus miradas cuando lograban devolvernos a la vida. Terminamos el recorrido magullados y ensangrentados. Por fin podríamos comer antes de tener unas horas libres. Llegamos al gran comedor, el aroma de los platillos nos hizo olvidar el dolor. —¡Murciélago, no te acabes todo! —gruñó Hugo, con la boca llena. —Primero aprende modales —repliqué—. No hables así. —¿Tú qué te metes, tomate? —respondió Hugo cuando Rose apareció con su bandeja. Ella se sonrojó... aunque más de rabia que vergüenza. —¡Te he dicho que no me llames así! —masculló entre dientes. Conocía esa dinámica. Siempre creí que Rose y Hugo serían buena pareja... aunque también parecían hermanos, y eso me asqueaba un poco. —Chicos, tranquilos —intervine—. Cambiemos de tema. Rose, sabes que Hugo no lo dice en serio. Inhala, exhala. —Lo siento, Scorp... siempre me altera la simulación —admitió ella. Asentí. Era normal. Nos entrenaban para estar siempre tensos, alerta. —Quiero presentarles a Brandon. Mi nuevo compañero de cuarto. —Huy, ya valiste —bromeó Hugo. Brandon frunció el ceño. —¿Por qué? —Nadie dura en la habitación de Scorp. Los que llegan... no se les vuelve a ver. —Mentira. Hugo sigue aquí, Rose también —aclaré, rodando los ojos. No había mesas libres, hasta que Meli nos hizo señas. —¡Scorp! —Nos acercamos—. Chicas, él es Brandon. —¿Te transfirieron a este campo? —preguntó Melody. Brandon negó. —No... hace dos días me atraparon robando. Un hombre avisó a las autoridades muggles. Meli abrió los ojos. —¿Estuviste afuera? ¿Cómo es? Brandon bajó la voz. —Depende. En la zona donde me dejaron mis padres era rica... pero pronto se convirtió en una zona pobre. Los niños se infectaban rápido, se convertían en criaturas... atacaban todo lo que se movía. Después viajé a otras zonas contenidas. Viven aislados, recibiendo dinero del centro de mando  y recursos de la periferia. —¿El Centro de mando? —preguntó Rose. Brandon me miró. —El centro... fue construido justo en la frontera entre el mundo mágico y el muggle. Ahí viven mejor, como si nada hubiera pasado jamás —me miró fijo—. Lo gobiernan tus padres. Desvié la mirada. No es como si no lo supiera. Los doctores, durante las pruebas eléctricas, siempre se encargan de recordármelo: periódicos, noticias, videos, todo cuidadosamente seleccionado para que no olvide quiénes son. Recuerdo claramente cuando tenía siete años, me mostraron la ceremonia de su toma de poder. Ahí estaba también mi querido hermano, el rostro cubierto, pero con esa expresión de felicidad que me provocó náuseas. La descarga eléctrica que recibí después, por lanzar un hechizo contra la pantalla, fue brutal. Aún siento el eco en los nervios. —Corrección, lo gobierna el matrimonio Potter-Malfoy —dije con un deje de veneno en la voz. Rose intervino, con esa paciencia que siempre le reservo solo a ella. —Deberías dejar de renegar de ellos, Scorp. Al menos tú sabes quiénes son tus padres, conoces tu legado. Nosotros... nosotros ni siquiera recordamos quiénes fueron los nuestros. Solté una carcajada amarga, sin humor. —Lo sé, Rose. Pero no es por orgullo que lo sé... ellos se encargan de usarlo como un arma contra mí. Me lo recuerdan para torturarme. Volteé hacia Brandon, buscando desviar el peso en mi pecho. —¿Qué es la periferia? —pregunté, interesado. Él me sostuvo la mirada antes de responder. —Es un tipo de resistencia. Viven en los puntos más altos, donde el virus no alcanzó. Allí cultivan, pescan... producen lo que el Centro no puede. Le venden sus cosechas al gobierno y a las poblaciones más bajas para que todos puedan sobrevivir. Fruncí el ceño, ladeando la cabeza. —Suenan más a un sustento del gobierno que a una resistencia real. Brandon bajó la mirada un segundo, como si sopesara lo que diría. Pero en vez de responder, desvió el tema abruptamente. —Vaya... tus heridas ya no están —murmuró, tomando mi rostro entre sus manos, examinando la piel donde antes había cortes y moretones. Sus dedos eran cálidos, pero sus ojos decían más de lo que su boca callaba. —Te lo dije, nos regeneramos en cuestión de horas... minutos o segundos, dependiendo de la gravedad. Lo observé con atención. Ese cambio repentino en la conversación solo confirmaba lo que ya sospechaba: Brandon sabía más de lo que decía. Mucho más, sobre el gobierno... sobre la periferia... sobre todo. Él retiró sus manos con lentitud, volviendo a centrarse en su plato. Murmuró distraídamente: —Con razón nunca durabas más de dos días con heridas... Un silencio incómodo cayó sobre la mesa, hasta que Hugo, siempre el que salva las situaciones, habló para romperlo, con una sonrisa nerviosa. —Scorp, en unas semanas es tu cumpleaños. ¿Volveremos a hacer lo del año pasado? Me tomó un segundo darme cuenta de por qué había cambiado de tema tan rápido. El ambiente se había vuelto tenso, demasiado denso para su gusto, y Hugo, como siempre, buscaba un respiro. Sonreí de lado, dejando que la mordacidad volviera a mi voz. —Por supuesto... arruinarles la vida por un día a esos doctores es lo único entretenido en este lugar. Rose soltó una risa seca y giró la cabeza hacia Brandon. —Por esa broma del año pasado es que ahora tenemos que usar estos brazaletes —señaló el dispositivo en su muñeca con desdén. Mi sonrisa se ensanchó mientras pasaba la yema de los dedos por el frío metal. Este cumpleaños... será interesante. Pero mientras ellos seguían comiendo, charlando sobre planes que pretendían sonar inocentes, mi mente estaba lejos. Seguía repasando la expresión de Brandon, el brillo en sus ojos cuando mencionó la periferia... la manera en que evitó decir más. Él sabía. Sabía cosas que podrían cambiarlo todo.
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