ID de la obra: 343

Paciente X /Drarry

Otros tipos de relaciones
G
En progreso
3
El trabajo participa en el concurso «Harry Potter: El Capítulo Perdido»
Fechas del concurso: 26.06.25 - 13.08.25
Inicio de la votación: 12.07.25
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planificada Mini, escritos 16 páginas, 2 capítulos
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Capítulo 2

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Había dos cosas que Draco Malfoy odiaba en esos momentos. La primera era la prensa. No habían dejado de molestarlos ni un solo día en los últimos seis años. Los seguían constantemente, no solo a él, también a Granger y a Weasley, desde que anunciaron que serían la nueva Ministra de Magia y el Vicepresidente del Wizengamot. Pero no era por sus cargos que los perseguían… No. Los seguían por un motivo mucho más cruel: todos ellos habían perdido a sus hijos al nacer. Y en lugar de respetar su duelo, los periodistas se dedicaban a lanzar preguntas tan absurdas, tan hirientes, que a Draco le daban ganas de gritarles un Crucio, o incluso un Avada Kedavra. Pero no. Eso solo lo enviaría de vuelta a Azkaban. Y Draco había prometido no volver jamás. Su mente estaba enfocada en una sola cosa: encontrar a Scorpius. Y asegurarse de que Albus —aunque él prefería llamarlo Severus— no fuera uno de los millones de niños infectados por la enfermedad que aún los acechaba trece años después. La segunda cosa que odiaba era no poder avanzar en la investigación del paradero de su hijo. Sabía, desde lo más profundo de su alma, que sus propios padres se lo habían robado al nacer. Que lo habían acusado injustamente, tanto a él como a Harry, de las muertes ocurridas ese día. Luego, sus padrinos —tanto el suyo como el de Harry— se habían encargado de encontrar a los responsables y hacerles pagar. Pero el precio fue alto. No hubo noticias de Scorpius. Ni Lucius ni Narcissa quisieron hablar jamás. —Amo Draco —dijo una voz aguda. Lopsy apareció frente a él en un parpadeo. Como siempre, hizo una reverencia exagerada que Draco le había dicho miles de veces que no era necesaria, pero la elfina se negaba a obedecer en ese aspecto. Algo que siempre le había parecido... curioso. —El amito Albus acaba de llegar de la guardería, pero está llorando —informó, con los ojos grandes y temblorosos. Eso lo alarmó de inmediato. —¿Por qué está llorando? —preguntó Draco, poniéndose de pie al instante. —El amito no quiso decirle a Lopsy qué sucedía... pero sí se lo contó a Twilla —explicó con nerviosismo—. Su pecho le duele mucho, y Gribby lo llevó a su habitación. Dice que el núcleo mágico del niño está inestable. El grito de dolor que se escuchó desde el piso de arriba hizo que Draco saliera disparado de su despacho. Ese no era un dolor cualquiera. No. No puede ser... Albus tenía seis años. Su núcleo mágico ya debía estar completamente estabilizado, más aún teniendo la sangre poderosa de dos linajes antiguos. Ese dolor… ese desequilibrio… era el primer síntoma. Y aunque habían pasado más de una década desde que apareció la enfermedad, aún no existía una cura definitiva. No puedo perder a otro hijo. Cuando llegó a la habitación, Severus ya estaba allí, inclinado sobre Albus, con Harry a su lado. Un lazo dorado de magia conectaba el pecho del niño con el de su padre. El brillo era intenso, vibrante, casi doloroso de mirar. Severus alzó la vista al ver a Draco y le hizo un gesto urgente para que se acercara. —Rápido —ordenó con firmeza—. Necesito tu magia también. Draco se acercó sin dudarlo. Severus colocó su varita en el brazo del rubio, buscando una vena mágica que conectara directamente con su energía. Pero entonces algo lo detuvo. Frunció el ceño, miró a Harry, luego a Draco. —¿Draco… acaso tú estás…? Los ojos grises de Draco se abrieron con sorpresa, y negó lentamente con la cabeza. Severus desvió la varita y la apoyó en el vientre de Draco. De allí emergió un lazo grisáceo que fue directo al pecho de Albus. Draco sintió una quemazón ligera en el abdomen, pero lo soportó. A continuación, Severus volvió a colocar la varita en su muñeca, y esta vez emergió un lazo azul, que también se conectó al corazón del niño. Todos en la sala estaban en shock. —Están... están uniendo su magia con la de Albus —explicó Severus con voz grave—. Eso estabilizará su núcleo por ahora. Pero necesito llevarlo a San Mungo. Debemos descartar que tenga… bueno, la enfermedad. Harry apretó la mandíbula con fuerza, los ojos verdes fijos en su hijo. Draco, aún temblando, se arrodilló junto a la cama y tomó la pequeña mano de Albus, que sudaba frío. El niño abrió los ojos por un instante, lo suficiente para mirarlos con un hilo de voz: —¿Me voy a morir... como Scorpius? La pregunta desgarró el alma de ambos padres. Draco negó de inmediato, con los ojos llenos de una rabia antigua. —No, Albus. Tu no te vas a ir. Yo te lo prometo. Y en su corazón, mientras se preparaban para desaparecer rumbo a San Mungo. (...) Scorpius corría con el corazón desbocado, riendo mientras esquivaba a los guardias. Brandon y Hugo lo seguían de cerca, con carcajadas aún más fuertes que las suyas. La broma que habían planeado había salido perfecta. Aunque Rose se negó a participar, eso no les impidió divertirse. Pero la risa se apagó de golpe. Un pinchazo agudo atravesó el pecho de Scorpius. Se detuvo en seco, llevándose la mano al torso. Jadeó. El dolor aumentaba, cada vez más insoportable. —¿Scorpius? —preguntó Brandon, alarmado. Scorpius trató de responder, estiró una mano hacia sus amigos, pero sus rodillas flaquearon. Cayó al suelo justo cuando los guardias que los perseguían los alcanzaban. —¡Alerta médica! —gritó uno de ellos al ver al niño inconsciente. Laboratorio Secreto — Quirófano de emergencia —¡Su magia está colapsando! —exclamó la doctora J mientras las runas del cuerpo de Scorpius brillaban en un rojo intenso, casi violento. —Los estabilizadores no responden. ¡No podemos fijar su núcleo mágico! —dijo uno de los asistentes, pálido, revisando los monitores. La doctora J se acercó rápidamente a la camilla, escaneando con su varita la energía mágica del niño. Su expresión se endureció. Algo no encajaba. —Esto no es normal. Es como si su magia... estuviera siendo extraída por la fuerza —dijo en voz baja. Entonces, la puerta del quirófano se abrió de golpe. Entró el doctor Cillian Fawley con el ceño fruncido y un pergamino en la mano. Su voz no dejó lugar a dudas. —¡Aléjense! Déjenme ver. Todos retrocedieron mientras él examinaba los resultados de la energía mágica. —Recibimos un informe directo de San Mungo —dijo sin rodeos—. Los padres de este niño están llevando a cabo un ritual de estabilización mágica con su otro hijo, Albus. —¿Y qué tiene que ver eso con Scorpius? —preguntó la doctora J, molesta—. Él no está con ellos. Está aquí desde hace años. No forma parte de ese ritual. —Ah, pero sí lo hace —corrigió Fawley, con tono grave—. Ese tipo de ritual mágico no distingue distancias. Si el afectado tiene hermanos de sangre, todos son convocados al lazo energético, estén presentes o no. La magia de Scorpius está intentando conectarse a ese vínculo… y como no puede, se está desestabilizando. —¿Me estás diciendo que su núcleo está colapsando porque... está siendo arrastrado hacia el ritual de sus padres? —Exactamente. La doctora J apretó los labios con fuerza. —No podemos llevarlo a San Mungo —dijo con firmeza—. ¿Te das cuenta de lo que eso implicaría? En cuanto lo vean, Draco y Potter sabrán la verdad. Todo lo que hemos investigado, todo lo que hemos protegido durante años... se vendría abajo. —Entonces necesitamos otra solución —dijo Fawley con urgencia—. Debemos encontrar una forma de incluir a Scorpius en el ritual sin que esté presente. Si no logramos que su magia se estabilice junto a la de su hermano, no sobrevivirá. La doctora J dudó por un momento. Luego asintió con la cabeza, ya tomando decisiones en su mente. —Voy a necesitar acceso al archivo de rituales antiguos. Y el grimorio de conexión familiar. Tal vez haya una forma de crear un vínculo espejo. Algo que le permita participar... desde aquí. —Apresúrate —respondió Fawley mientras revisaba de nuevo los datos mágicos de Scorpius—. El lazo lo está consumiendo, y no nos queda mucho tiempo. La doctora se giró hacia los asistentes. —¡Ahora! ¡Activen la sala de rituales auxiliares y preparen el círculo de anclaje mágico! No dejaremos que este niño muera. Y así, en el corazón de un laboratorio oculto, comenzó una carrera desesperada contra la magia misma. La doctora J trazaba círculos con su varita sobre el suelo de piedra pulida, dibujando líneas antiguas con precisión quirúrgica. Cada runa brillaba en un tono plateado tenue, pulsando como si tuviera vida propia. A su alrededor, los asistentes colocaban velas mágicas, cristales de canalización y el grimorio abierto sobre un atril encantado. —Debemos simular la presencia mágica del niño dentro del ritual original —explicó mientras recitaba en voz baja una serie de palabras en latín arcaico—. No es un anclaje común. Necesitamos crear un reflejo de su vínculo con los padres, como si él estuviera físicamente allí… sin estarlo. Scorpius yacía en el centro del círculo, inmóvil, con una expresión serena. Parecía dormir profundamente, ajeno al caos a su alrededor. La energía en el aire era densa, vibrante, como electricidad mágica a punto de explotar. El doctor Fawley estaba a su lado, sosteniendo un cuenco de obsidiana en donde colocaba una gota de sangre de Scorpius y un cristal vinculado directamente al ritual que se realizaba en San Mungo. —A la cuenta de tres —dijo Fawley, mirando a la doctora. —Uno… dos… ¡tres! Ambos lanzaron el hechizo final. El círculo se iluminó con una luz blanca intensa. Una ráfaga de viento mágico recorrió la sala, y un hilo plateado surgió del pecho de Scorpius, conectándose al cristal en el cuenco. San Mungo — Ala de aislamiento mágico Draco tembló. El lazo que unía su pecho al de Albus dio un tirón suave… y luego otro más fuerte. Como si algo —alguien— intentara colarse en la conexión. Harry también lo sintió: su mano temblaba, y sus ojos se nublaron por completo. —¿Draco…? —susurró, tocándose el corazón. —Sí… yo también lo sentí. Ambos cerraron los ojos, intentando resistir la fatiga mágica que les comenzaba a pesar en los hombros. Pero entonces, algo cambió. Una imagen difusa comenzó a formarse en sus mentes, como una visión compartida. Primero todo era borroso. Una neblina espesa lo cubría todo… pero al centro, nítido como si una lámpara lo alumbrara, estaba él. Scorpius. Recostado en una camilla metálica, en una sala extraña. Dormía en paz, pero su cuerpo también estaba atravesado por un lazo de energía. Un lazo igual al suyo. La misma luz. La misma magia. —¡Scorpius! —dijo Draco con la voz quebrada. Lo vieron ahí, tan claramente como si pudieran tocarlo. A su alrededor, figuras corrían de un lado a otro, murmurando hechizos, preparando cosas que no lograban comprender. Nada tenía sentido. La sala era ajena, hostil… y sin embargo, lo más real que habían sentido en años. El dolor de la separación. La certeza del reencuentro. Todo se mezclaba. Draco apretó los dientes. Harry se tambaleó hacia atrás y se sujetó de la cama de Albus. —¿Qué… qué fue eso? —preguntó Harry, jadeando, el sudor cayendo por su frente. —No lo sé… pero vi a nuestro hijo. El lazo vibró una vez más, débil, y luego se volvió estable. El ritual seguía, pero el impacto había drenado la energía de ambos. Los ojos de Draco brillaban con furia y esperanza. —Él está vivo, Harry. Scorpius está vivo… y alguien más lo tiene. —Debemos decirle a Severus de...¡Ah! A ambos les atravesó un dolor en el pecho después el ritual se interrumpió los lazos regresaron a su dueño original causando que sufrieran un desmayo.
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