ID de la obra: 35

La Camisa

Slash
G
Finalizada
1
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4 páginas, 2 capítulos
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Capítulo 2

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      Oleg Volkov entendía que su trabajo tenía una naturaleza específica, que implicaba un alto nivel de secretismo y la total ausencia de contacto con sus seres queridos. Pero comprenderlo no hacía que le resultara menos duro. El mercenario sabía cuánto lo necesitaba       Razumovski, y que una ausencia tan prolongada sería una prueba difícil para su amigo, sobre todo sin la posibilidad de al menos hacerle saber que seguía vivo y estaba bien.       El propio Oleg aprovechaba cualquier oportunidad para acceder a la red global, y, en cuanto tenían algo de conexión, lo primero que hacía era repasar todas las noticias relacionadas con su amigo. Por suerte, Serguéi era una figura pública, y su apellido aparecía regularmente en la prensa que cubría distintos eventos en San Petersburgo.       Volkov simplemente guardaba todo lo que lograba encontrar en sus breves incursiones en internet, allí donde fuera posible captar algo de señal, y luego, por las noches, repasaba casi de memoria esas páginas en su móvil con el brillo al mínimo, intentando acercarse, aunque fuera a través de una cadena de letras, a la vida de Serguéi, mientras él no estaba.       Así, con fragmentos sueltos de la crónica social, noticias del mundo IT o coberturas de inauguraciones de nuevas galerías en la capital cultural, se llenaban los duros días militares de Oleg Volkov. De día, operaciones especiales peligrosas donde las órdenes se mezclaban en un torrente de mariposas sangrientas en los ojos. Y de noche, el scroll infinito de noticias y fotos guardadas en las notas del teléfono, tratando de imaginar cómo se desarrollaba la vida de Seryozha más allá de la cerca hecha de unos y ceros sin alma.       La misión se alargaba. Oleg había planeado estar de vuelta en San Petersburgo desde hacía tiempo, pero mientras la operación no se completara del todo, no había forma de pensar en regresar.       Un día, cayó en sus manos un video corto de la presentación de la nueva versión de la red social "Vmeste 2.0", liderada por Razumovski. Comprimido hasta la saciedad, convertido en una masa de píxeles por momentos, ese fragmento de veinte segundos grabado desde la multitud con un móvil cualquiera, valía para Volkov más que todos los clásicos del cine juntos. Lo vio decenas de veces, buscando fotogramas en los que pudiera distinguir a Serguéi o al menos oír su voz. Estaba visiblemente más delgado, seguramente llevaba tiempo alimentándose mal y bebiendo sólo cosas con cafeína.       Acariciando con el dedo el silueta familiar en la pantalla, Oleg de pronto se fijó en la ropa que llevaba puesta Serguéi. ¡Estaba seguro de que ese tipo de camisas nunca formaron parte del estilo de su amigo! No era su talla ni su estilo, parecía claramente prestada. Y entonces le cayó el veinte como un saco de arena: ¡Serguéi había salido al escenario con SU camisa, la de Oleg! Aún recordaba haberla dejado en la oficina, porque se había manchado antes de una reunión importante y tuvo que cambiarla por otra igual, que siempre llevaba en el maletero del coche para casos como ese.       A pesar de lo cercanos que eran, nunca intercambiaban ropa. Claro que no era un problema prestarle una camiseta limpia "después de la ducha" si alguien se quedaba a dormir, pero eso jamás incluía ropa para salir a la calle. Tenían complexiones parecidas, pero Oleg era algo más alto y ancho, y ahora, con Serguéi tan delgado, en su camisa parecía un cuervito encogido. ¿Por qué se puso precisamente esa camisa? Difícilmente sería porque todas las prendas de su armario infinito estaban en la lavadora justo ese día.       Parecía un grito de auxilio. Una inquietud instintiva se apoderó del corazón de Volkov, apretándole el pecho con aros de acero, y de pronto deseó con todas sus fuerzas no estar en medio de aquel desierto sangriento, sino allí, en San Petersburgo. Donde, al parecer, su amigo lo necesitaba más que nunca…       Por supuesto, cumplir ese deseo no era una opción. Faltaba muy poco para completar la misión que el comando les había encomendado, y Oleg, apretando los dientes, se obligaba a apartar las malas corazonadas y resistir un poco más, hasta que pudiera regresar con legitimidad y calma a su ciudad y aclararlo todo.       Faltaban apenas unos días y un pequeño traslado hasta el punto de evacuación, cuando Volkov y su grupo se detuvieron en una cafetería de carretera para comer y descansar. En el fondo, un televisor emitía sonidos incomprensibles en la lengua local. De pronto, un apellido familiar le golpeó los oídos, pronunciado con un acento áspero y gutural. Comenzaron las noticias.       A través del zumbido en sus oídos, como si hubiera explotado una granada aturdidora, Oleg vio desfilar una secuencia de imágenes en la pantalla, que informaban que Serguéi Razumovski, joven multimillonario ruso, había sido condenado por cargos de brutales asesinatos en masa y recluido en una clínica psiquiátrica para tratamiento forzoso.       No había llegado a tiempo.
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