Obsesión y protección

Draco no se atrevía a decirlo en voz alta, pero lo sabía. Potter estaba en todas partes. Al principio, pensó que era coincidencia. Luego, se convenció de que era paranoia. Pero ahora... ahora sabía la verdad. —¿Te das cuenta de que no puedes seguir apareciendo donde sea que vaya? —dijo Draco una noche, sin volverse, mientras fingía leer en la biblioteca vacía. Harry no respondió de inmediato. Estaba detrás de él, como siempre, demasiado cerca para que fuera casualidad. El silencio se alargó hasta volverse incómodo. —¿Y si quiero estar donde estás tú? —dijo al fin, con esa voz suave que escondía algo mucho más peligroso. Draco cerró el libro con un chasquido. —Esto es enfermizo, Potter. —No lo entiendes. —Harry dio un paso más, y Draco sintió el calor de su cuerpo justo detrás de él—. Ellos no te merecen. No entienden lo que vales. —¿Y tú sí? Harry soltó una risa sin humor. —Yo te veo, Draco. Siempre te he visto. Incluso cuando tú no te veías a ti mismo. Draco giró, enfrentándolo, irritado y... algo más. Curiosidad, quizá. Confusión. Una parte de él no podía negar que se sentía seguro con Potter cerca, aunque supiera que algo estaba muy, muy mal. —¿Qué hiciste? Harry levantó una ceja. —¿A qué te refieres? —No es casualidad que Blaise ya no me hable. Ni que Theodore no me mire a los ojos. ¿Los amenazaste? Harry no negó nada. Solo dijo: —Te hacían daño. Te hacían dudar. Yo no dejo que nadie te lastime. Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Quiso alejarse. Pero no lo hizo. Porque parte de él sabía que Harry Potter no iba a dejarlo ir. Y, más perturbador aún... parte de él no quería que lo hiciera.