ID de la obra: 358

Obsesión y protección

Slash
NC-17
Finalizada
7
El trabajo participa en el concurso «Harry Potter: El Capítulo Perdido»
Fechas del concurso: 26.06.25 - 13.08.25
Inicio de la votación: 12.07.25
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autor
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
178 páginas, 77 capítulos
Descripción:
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Epílogo: Donde habita el amor

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Veinte años después El sol se filtraba a través de los ventanales de Villa Nox, la casa en las afueras del Valle de Godric que Harry y Draco habían construido tras dejar Grimmauld Place. Era elegante pero cálida, con jardines de rosas blancas y pasillos donde la risa había reemplazado el silencio. En una de las paredes del salón principal, colgaba un retrato de familia pintado a mano: Draco en el centro, flanqueado por Harry y sus hijos. El marco estaba encantado para brillar suavemente cada vez que alguien lo miraba con amor. Draco, ahora de cabello plateado y expresión serena, estaba sentado en el jardín, rodeado de libros, pociones y su vieja bufanda verde que Harry nunca le dejó tirar. Su rostro, que había sido atravesado por el dolor y la tortura, era ahora la imagen misma de la paz. —¿Estás leyendo otra vez sobre historia de los dragones mágicos del norte? —dijo una voz familiar a su espalda. Harry se acercó, ya con algunas canas, su cicatriz apenas visible. No llevaba túnicas de Auror. Hace años que se había retirado para cuidar de su familia, pero sus ojos seguían tan verdes, tan decididos como siempre. —Nunca es suficiente cuando los estudias con tu Dragón favorito —respondió Draco con una sonrisa suave. Harry lo besó en la frente y se sentó junto a él. Unos pasos rápidos cruzaron el césped. —¡Papi! ¡Papá! ¡Scorpius me ganó otra vez en ajedrez mágico! —Porque eres malo calculando, James —respondió su hermano, ahora un joven apuesto, investigador en el Departamento de Misterios. James, más bromista y apasionado como su padre, era profesor de Defensa en Hogwarts. Ambos hijos, ahora hombres, seguían regresando cada fin de semana a casa. Porque ese lugar no era sólo una casa… era un corazón latiendo. Narcissa ya no estaba. Su retrato estaba en la sala de música, y cada tarde, Draco le leía sus cartas en voz alta. Kreacher tampoco. Pero en su lugar, Harry había adoptado un elfo doméstico joven que cocinaba recetas que James y Scorpius amaban de niños. —¿Recuerdan la vez que papá se cayó por las escaleras de la mansión perseguido por mamá porque le habías robado una poción de su laboratorio? —rió Scorpius. James soltó una carcajada, Harry sonrió recordando ese día y Draco...Draco los miró con una mezcla de orgullo y nostalgia. Cada broma, cada discusión… cada día vivido… era un testamento. Sobrevivimos. Y luego miró a Harry, que lo miraba como siempre: como si fuera lo más sagrado del universo. —Nunca pensé que tendría esto —murmuró Draco—. Que viviría para verlos reír así. Para ver mis hijos convertidos en hombres justos. Para despertar cada día a tu lado… después de todo lo que fuimos, lo que perdimos… Harry tomó su rostro entre las manos con ternura. —Lo ganamos todo, Dragón. Lo peleamos. Lo sufrimos. Pero lo conseguimos. Y nunca lo voy a dar por sentado. Draco bajó la mirada, luchando con un nudo en la garganta. —¿Crees que mamá estaría orgullosa? —Ya lo está —respondió una voz desde el retrato de Narcissa, sonriendo desde el marco, con lágrimas en los ojos. Esa noche, toda la familia se sentó junto al fuego. James tocó el piano que Draco le había regalado de niño. Scorpius leía en voz alta un poema que encontró entre las cosas de Harry, escrito años atrás, cuando aún buscaban a Draco.

“Donde habita el amor, no hay oscuridad.

Donde duerme mi Dragón, duerme mi alma.

Y si el mundo osa tocarte,

lo haré arder con la furia de un padre,

de un amante,

de un Potter.”

Y nadie habló. Solo se quedaron juntos. Porque después de tantas guerras, tantas lágrimas, tantos hechizos y silencios… Solo quedaba el amor. Y ahí, en la casa que ellos mismos construyeron piedra por piedra, herida por herida… el amor era eterno.
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