ID de la obra: 369

Un nuevo curso en Hogwarts

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R
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planificada Maxi, escritos 63 páginas, 10 capítulos
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Nuevos Rostros, Viejas Piedras

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La paz estival que envolvía los antiguos muros de piedra de Hogwarts se desvaneció como humo al primer grito de júbilo. Un nuevo curso rugía en los pasillos, inundados por el torrente de estudiantes que regresaban, sus risas y voces chocando contra los altos techos abovedados, rebotando en las armaduras y los retratos parlantes que murmuraban entre ellos, despertados de su letargo. Un grupo de asustadizos alumnos de primer año, con túnicas demasiado grandes y rostros pálidos por la emoción, era guiado por la inmensa figura de Hagrid ("¡Cuidado con el escalón resbaladizo allá atrás!") hacia la Gran Sala para el ritual ineludible del Sombrero Seleccionador. El aire olía a pastel de calabaza recién horneado, a pergamino nuevo y a la humedad característica del castillo. En un rincón más tranquilo, cerca de una ventana gótica que arrojaba una luz dorada y polvorienta, Harry Potter, Ron Weasley y Hermione Granger estaban encaramados en la fría barandilla de piedra. Compartían los últimos restos de un pastel de mantequilla que la madre de Ron había metido a escondidas en su equipaje, las historias de sus vacaciones fluyendo entre mordiscos. "—Y entonces, el viejo Perkins se quedó dormido encima de su varita de roble y se quemó las cejas—" contaba Ron, haciendo muecas. Hermione soltó una risita ahogada mientras Harry sonreía, un fugaz destello de normalidad en sus ojos verdes. Pero esa sensación de tranquilidad se desvaneció de golpe. Una sombra alargada, fría y repentina, los cubrió, cortando la cálida luz de la tarde y apagando sus risas como un soplo helado. Un escalofrío involuntario recorrió la espalda de Harry antes incluso de oír la voz, ronca, deliberadamente lenta, como aceite derramándose sobre hielo. —Señor Potter.. Severus Snape emergió de la penumbra del pasillo como una figura tallada en hielo negro. Su capa ondeaba ligeramente a su paso, casi sin rozar el suelo. Harry alzó la cabeza, encontrándose con unos ojos negros e impenetrables. Instintivamente, su propia mirada se endureció, un desafío silencioso que había perfeccionado a lo largo de años de enfrentamientos. Para su sorpresa, Snape no respondió con su habitual desdén. Por un instante fugaz, sus ojos se abrieron ligeramente, una chispa de algo que Harry no pudo identificar—¿sorpresa? ¿desconcierto?— cruzó su rostro cetrino antes de que el muro habitual volviera a cerrarse. Ron y Hermione habían bajado la mirada al instante. Ron palideció visiblemente, sus ojos escudriñando desesperadamente las losas del suelo como si buscaran una grieta por la que desaparecer. Hermione se había quedado rígida, los dedos apretando el borde de piedra hasta blanquear los nudillos. El silencio se hizo opresivo, cargado con el peso de años de animosidad. —Diríjanse al comedor… —la voz de Snape cortó el aire como una hoja afilada—. Y prepárese, Potter. Este año no toleraré sus habituales... incursiones temerarias. Hogwarts no es su campo de batalla personal, por mucho que se empeñe en tratarla como tal. Rompió el contacto visual con un movimiento brusco de la cabeza, como si desechara algo desagradable. Su capa se agitó en un giro dramático mientras se alejaba con pasos largos y silenciosos hacia el corazón del castillo. —Maldito murciélago —la ira y la impotencia convirtieron el susurro de Ron en un gruñido apenas audible, pero suficiente. Como si la palabra "murciélago" fuera un encantamiento de localización, Snape se detuvo en seco, a medio pasillo. No se giró. Su espalda, recta y rígida, era una amenaza en sí misma. —¿Decía algo, señor Weasley? —La pregunta flotó en el aire, gélida y precisa. Ron se quedó blanco como la tiza de Peeves. Tragó saliva con fuerza, clavando la vista en un punto lejano de la pared opuesta, incapaz de sostener ni siquiera la espalda del profesor. Hermione cerró los ojos un instante, resignada. —Cinco puntos menos para Gryffindor —la sentencia cayó, fría y sin apelación— por su insolencia... constante. —Solo entonces, Snape reanudó su marcha, desapareciendo alrededor de una esquina sin mirar atrás. Ron dejó escapar un suspiro tembloroso, pasándose una mano por el rostro sudoroso. —¡Idiota! —se maldijo en voz baja—. ¿Por qué nunca puedo mantener la boca cerrada? —Porque eres tú, Ron —dijo Hermione, con un deje de exasperación, pero también de alivio por la partida de Snape. El Gran Comedor era un hervidero de sonido y color cuando entraron. Las velas flotantes iluminaban las cuatro largas mesas rebosantes de estudiantes, el techo mágico reflejaba un cielo crepuscular de tonos púrpura y naranja. El aroma de la comida se intensificaba, prometedor. Se deslizaron hacia sus asientos habituales en la mesa de Gryffindor, saludando a Neville, Seamus y Dean. Los murmullos, sin embargo, no solo hablaban de hambre o de vacaciones. Todos los ojos, especialmente los de los cursos superiores, estaban fijos en la mesa de los profesores. Dumbledore ocupaba su trono central, sus largos dedos entrelazados, una sonrisa serena bajo su media luna de gafas. Pero la novedad estaba a su izquierda. Junto a la siempre erguida profesora McGonagall, se sentaba una mujer que nadie reconocía. Una suave ola de curiosidad recorrió la sala cuando entró, siguiendo al director con paso elegante pero un tanto inseguro. —¡Merlín! —susurró Ron, olvidando momentáneamente su reciente castigo. Su boca se abrió ligeramente—. ¿Esa es...? No puede ser la nueva de profesora de Defensa contra las artes oscuras, ¿verdad? Parece demasiado... normal. —Difícilmente —murmuró Hermione, estudiándola con interés—. No parece del tipo acostumbrado a maldiciones desgarradoras. Harry siguió su mirada. La nueva profesora irradiaba una belleza tranquila, nada estridente. Tendría unos treinta y cinco años, calculó Harry. Su cabello castaño oscuro, con suaves ondas naturales, caía libremente sobre sus hombros, enmarcando un rostro de facciones delicadas y armoniosas. Pero eran sus ojos los que capturaban la atención: grandes, de un negro intenso como azabache, brillaban con una inteligencia aguda que contrastaba con una timidez palpable. Vestía una túnica de un azul noche, elegante en su sencillez, que acentuaba su figura esbelta sin pretensiones. En ese momento, parecía nerviosa. Su sonrisa hacia McGonagall era tímida, casi de disculpa. La jefa de Gryffindor le respondió con una rara expresión de amabilidad, posando brevemente una mano tranquilizadora sobre el antebrazo de la recién llegada, como si le dijera "Tranquila, todo irá bien". Eve Sanders, la nueva incorporación del profesorado, alzó la vista, barriendo fugazmente la inmensidad del Gran Comedor abarrotado. Cientos de pares de ojos la escrutaban con curiosidad abierta. Una leve oleada de rubor subió a sus mejillas. Incómoda, desvió rápidamente la mirada hacia la seguridad de la mesa de los profesores, buscando quizás una sonrisa de bienvenida o un gesto de complicidad. En lugar de eso, sus ojos negros chocaron frontalmente con otros ojos negros, profundos e intensos como pozos sin fondo. El profesor Snape la observaba. Fijamente. Sin pestañear. Sin expresión discernible. Un estremecimiento repentino, eléctrico y desagradable, recorrió la columna vertebral de Eve. Su corazón dio un vuelco incómodo contra sus costillas, acelerándose de golpe. La timidez inicial se transformó en una punzada de inquietud genuina. ¿Qué había en esa mirada? Era fría, analítica, casi... intrusiva. Pero, inexplicablemente, le resultaba imposible apartar los ojos de los suyos. Era como si un hilo invisible y tenso los uniera, cargado de una pregunta silenciosa y perturbadora que ella no podía descifrar. La tensión se hizo palpable, un pequeño drama silencioso sobre el bullicio del comedor. —¡Bienvenidos! —La voz poderosa y melodiosa de Albus Dumbledore cortó el aire como un címbalo, rompiendo el hechizo visual. Sanders parpadeó, desorientada, como si despertara de un sueño, y apartó bruscamente la mirada de Snape, encontrando los ojos bondadosos del director, que parecían contener un destelo de comprensión—. ¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! —proclamó, abarcando a todos con su mirada—. Este año, tenemos el placer de contar con dos nuevas incorporaciones a nuestro distinguido claustro. —Hizo una pausa para generar expectación—. Me complace enormemente presentarles a la señorita Eve Sanders, quien, con su profundo conocimiento y aprecio por la cultura no mágica, se encargará de impartir la asignatura de Estudios Muggles. Un aplauso educado, mezclado con murmullos de sorpresa (Estudios Muggles rara vez generaba tanto interés inicial), recorrió la sala. Sanders inclinó ligeramente la cabeza, una sonrisa tensa y profesional en los labios. —Y también —continuó Dumbledore, con un entusiasmo más cálido—, es una alegría particular para mí anunciar el regreso de un viejo amigo y colega. El profesor Horace Slughorn ha aceptado volver a estas venerables aulas para retomar la cátedra de Pociones. Esta vez el murmullo fue mucho más significativo, especialmente entre los estudiantes de Slytherin y los más enterados. Slughorn, maestro de maestros, coleccionista de talentos... Su regreso era noticia. Dumbledore prosiguió presentando a los profesores conocidos: Flitwick, Sprout, Hagrid (que recibió una ovación atronadora de los alumnos de primer año), el siempre taciturno Binns... La tensión en los hombros de Harry aumentaba con cada nombre. Solo quedaba una asignatura sin cubrir. —...Y finalmente —dijo Dumbledore, y Harry sintió que el aire se volvía más denso—, impartiendo la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras... —Hubo un silencio casi absoluto. Todos sabían lo que significaba esa vacante. Todos esperaban el nombre— ...el profesor Severus Snape. El silencio duró un segundo más, un segundo cargado de incredulidad. Luego estalló el murmullo, un zumbido creciente de sorpresa, comentarios apresurados, algunas caras pálidas (especialmente entre los Gryffindor). —¡Lo ha conseguido! —exclamó Ron, atónito, casi sin aire—. ¡Maldita sea, Harry, lo ha conseguido! ¡Snape enseñando Defensa! Harry sintió una oleada de frío recorrerle. Defensa Contra las Artes Oscuras. Con Snape. Era la peor combinación posible. Instintivamente, impulsado por la voz de Ron, levantó la vista hacia la mesa de los profesores. Buscó los ojos de Snape. Y los encontró. Ya lo estaban esperando. Snape lo miraba directamente, con una intensidad aún mayor que antes, como si pudiera ver a través de su cráneo, como si hubiera estado esperando precisamente ese momento para clavar su mirada. Era una mirada cargada de advertencia, de desafío, de un frío triunfo. Harry apretó los dientes, devolviendo la mirada con toda la resistencia que pudo reunir. No iba a ceder. No esta vez. Fue entonces cuando una figura se interpuso en su línea de visión. La profesora Sanders, moviéndose para coger la jarra de agua, cruzó inadvertidamente entre Harry y Snape, rompiendo el contacto visual. Se detuvo un instante, como si sintiera el peso de la tensión que había interrumpido, y volvió ligeramente la cabeza hacia Snape. —Disculpe, Severus... —dijo, con una voz clara pero que aún conservaba un rastro de nerviosismo. —Profesor Snape —la corrección fue instantánea, seca como una hoja marchita, cargada de una distancia insalvable. Sus ojos negros se posaron de nuevo en ella, fríos y evaluadores. Eve Sanders se quedó paralizada, la incomodidad convirtiéndose en confusión y un atisbo de ofensa. Abrió la boca para disculparse de nuevo, pero las palabras murieron en sus labios. Bajo esa mirada gélida y penetrante, volvió a sentir aquel mismo estremecimiento inquietante, aquella aceleración del corazón. ¿Qué era lo que emanaba de ese hombre que la desarmaba tan completamente? ¿Por qué esa mirada la hacía sentirse tan... expuesta? —¡Señorita Sanders! —La voz cálida y oportuna de Dumbledore la rescató como un salvavidas. El director la miraba con una sonrisa comprensiva, como si hubiera percibido su momento de pánico—. Le espero en mi despacho dentro de media hora, por favor. Hay algunos detalles administrativos y de planificación que debemos repasar para su integración. El alivio fue tan intenso que casi la mareó. —Por supuesto, director —respondió, su voz recuperando parte de su firmeza—. Allí estaré puntualmente. —Desvió deliberadamente la mirada de Snape, concentrándose en el cálido rostro de Dumbledore. Media hora. Media hora para recomponerse antes de enfrentarse de nuevo a la fría intensidad de esos ojos negros que, sin razón aparente, la hacían sentir como si estuviera en el ojo de una tormenta que apenas comenzaba.
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