La selección
19 de julio de 2025, 19:32
SALA DE COMBATE, SHATTERDOME DE ANCHORAGE, ALASKA
1400 HORAS
La feroz expresión de furia apenas censurada, cosechada con los años, en su familiar semblante, hace a Cartman revivir el familiar impulso infantil de correr despavorido del Kwoon. Y es que es solo su suerte que entre el caos apocalíptico, desastres nucleares y cuerpos apilándose por millares, los fantasmas de su pasado hayan encontrado su camino hacia él.
¡No importan a donde mire, a donde corra, el peligro parece ser su ineludible destino! Es el melodrama, al que tan acostumbrado está, lo que lo hace reconsiderar su situación, preguntándose: "¿Realmente vale la pena? ¿Acaso hallar la manera de huir a la costa y esperar pacientemente a ser devorado por un monstruo marino gigante es peor que estar aquí en este preciso momento?" La respuesta es obvia, pero aun así le toma varios instantes forzarse a pensar de forma racional nuevamente.
De todos los lugares, no imaginó volver a encontrarlo justo en ese. Más específicamente, no esperaba volver a encontrarlo a él jamás.
Exceptuando aquel de su muerte, todos los peores escenarios que podrían haberle ocurrido se han hecho realidad en los últimos meses, pero aquello, estar descalzo en una Sala de combate, ataviado en ropa que le queda demasiado ajustada, a tan solo minutos de que su ex novio patee su culo de vuelta a Colorado, se lleva el premio.
¿En qué momento salieron tan mal las cosas? ¿Qué hice para merecer esto? Cuestiona en un quejido su lado melodramático, pero guarda silencio tan pronto diferentes recuerdos se hacen presentes de manera fugaz. Bueno, no tiene caso arrepentirse de ninguna de sus decisiones ahora, así que sacude la cabeza, aprieta los puños y dirige su mirada al frente con decisión.
La fila avanza y dos sujetos pasan al centro, uno es un hombre gigantesco de cabello rubio, y el otro un asiático fornido que luce como si Shang-Chi se hubiera inyectado estereoides. Se saludan formalmente; empieza el combate. Son buenos, demasiado. Ambos poseen una habilidad increíble en combate y se mantienen con un marcador de 0-0 por un largo rato, tan largo de hecho, que la mente de Cartman comienza a divagar nuevamente. Y es que no es que sea tan extraño encontrarlo a él ahí, es que con diferentes domos alrededor del mundo, ¿Qué coño hace en el de Anchorage? No importa la mierda que tratan de vender los guías turísticos, ¡Nadie que se tenga un poco de amor propio decide vivir en Alaska! Cartman está allí únicamente por falta de opciones. Oh, y el hijo de puta luce en forma, preparado física y mentalmente, mientras que Cartman ha tenido que arrastrar su culo fuera de su horrible y dura litera todas las mañanas, tratando de no llorar en la ducha y ahora se encuentra sumiendo su barriga inconscientemente porque ¡Rayos, de verdad debió respetar las dietas que le encargó la nutrióloga de la base!
No puede creer que esté poniendo su vida en juego en un paradójico intento por salvarla. Unos dirán que no existe nada más aterrador que los monstruos marinos tratando de devorarlos hasta su extinción, pero, francamente, no saben una mierda ¡Qué cruel, qué irónico destino!
El hombre rubio es derribado, el marcador indica 4-2; ambos contendientes se inclinan uno frente al otro y... Jesús, es su puto turno.
Cartman traga saliva ruidosamente y pasa al frente, los pensamientos arremolinándose en su mente. Su ansiedad sumándose a su melodrama, su cobardía gritándole en el oído que aún puede huir de ahí, que puede dar alguna excusa después, pero su instinto de preservación interviene con el tembloroso recordatorio de que no tiene escapatoria: No hay un futuro para él fuera de la base.
Se fuerza a concentrarse en la dureza del tatami bajo sus pies y en el liso bastón de madera entre sus manos, que constituye su única arma y defensa. Poco a poco las voces vuelven a su usual lugar, escondiéndose en un rincón de su mente, observando en silencio. Los posicionan uno frente al otro y la nostalgia lo visita de golpe. Verde tóxico retando a un tormentoso azul, ¿Cuántas veces en el pasado se encontraron en situaciones similares?
Los hacen inclinarse a forma de saludo, y pese a todas sus inquietudes previas, Cartman ya no siente el impulso de huir. Su cuerpo ya no está rígido solo por temor, sino por una creciente emoción. Pese a su previa inseguridad, la sonrisa en su rostro es tan genuina como maliciosa, y el placer y satisfacción que lo recorre de pies a cabeza cuando quebranta el silencio, lo hace estremecerse.
— ¡Cuánto tiempo, Kyle! —Lo saluda con sorna, saboreando el nombre en su paladar, diciéndolo por primera vez en más tiempo del que le importa recordar.
La vida de Kyle no es, de ninguna manera, lo que él consideraría como “mala”, pero reconoce cierto grado de dificultad a la hora de conseguir lo que desea, sin importar los esfuerzos realizados de su parte. Hay personas allá fuera que tienen razones para quejarse de verdad, así que sus desventuras personales y profesionales son un tema en el que prefiere no reparar. Pero incluso así, no deja de sorprenderlo la clase de giros inesperados que continúan presentándose a su paso. Por más que hace planes, por más que cree aprender de sus lecciones, por más obstáculos que atraviesa, una y otra vez, Kyle es puesto a prueba, sin chance para tomarse un respiro.
Pero aquella prueba en particular se siente como una mala broma; como un cruel golpe bajo.
— Cartman.—Responde entre dientes, dándose palmadas en su fuero interno por recordar referirse a él de esa forma esta vez y al mismo tiempo reprendiéndose por dejar que su amargura se escape entre cada letra de ese nombre.
Cartman luce tal como lo recuerda. El mismo estúpido corte de cabello, la misma permanente expresión de arrogancia, el mismo culo gordo… Kyle aprieta el bastón entre sus manos, calculando sus pasos en el tatami.
—¡Vaya coincidencia! —Exclama con inocencia el bastardo, cordialidad en su rostro, tensión en sus hombros, sosteniendo el bastón frente a él, a la defensiva, mientras camina al contrario de Kyle, manteniendo la distancia inicial. Para un espectador cualquiera, luce casi amigable. — Han pasado… ¿Cuánto? ¿Tres años?
Es una pregunta simple, pero sirve como el dedo en el gatillo del volátil temperamento de Kyle. Cuatro. Han pasado cuatro años, y Kyle desearía no haber descubierto que ha llevado la cuenta todo este tiempo. Acorta la distancia, tan sutilmente como puede.
—Te ves bien, ¿Cómo has estado? —Continúa, con aquel timbre juvenil que parece nunca haberlo abandonado por completo.
Es solo gracias a la rigurosa disciplina de los últimos años que, cuando dirige su bastón al rostro de Cartman, en un movimiento rápido, fluido, certero, logra detenerse justo antes de estrellarlo en su estúpida cara. La vida de Kyle no ha sido mala, solo difícil, pero cuando ve los colores escapar del rostro de Cartman y su expresión petrificarse, Kyle siente, finalmente, algo de justicia hacerse bajo su propia mano.
Hubiera sido un golpe limpio, de haberlo deseado, de no ser por las reglas, de no ser por el ambiente estrictamente controlado, Kyle le hubiese hundido la nariz hasta la nuca.
—1-0 —Anuncia el sargento Casey, un hombre caucásico, relativamente joven para su cargo, tomando notas en un portapapeles, observando la escena frente a sus ojos casi con desapego.
— ¡Rayos, eso hubiera dolido! —Sonríe, queriendo restarle importancia al brutal ataque, pero logrando solo enfatizar su falta de aliento y trémula voz. — Es como volver en el tiempo, ¿no?
Pone distancia entre ellos, separando sus pies un poco más, adyacentes el uno del otro, relajando su postura. Le sorprende lo rápido que logra controlar su ira, porque cuando en otra ocasión hubiera arrojado su bastón lejos para patear el culo de Kyle a puño limpio, ahora se limita a repetir las instrucciones de la academia en su mente, cual mantra: “Los enfrentamientos son un diálogo, no una pelea”.
El hecho es que los deportes no son lo suyo. En los meses que ha pasado en la academia, ha entrenado como el resto. Así que, por supuesto que conoce los movimientos básicos, las posturas defensivas y ofensivas, pero no es exactamente bueno en ello. Tampoco es tan apasionado como los otros ridículos sujetos que entraron al ring girando el bastón en impresionantes arcos como sacados del desfile de Acción de gracias. No, los deportes no son lo suyo, la violencia lo es, pero ni siquiera hay cabida para aquello en ese combate. Se pone en guardia una vez más. En el fondo, Kyle sigue siendo Kyle, puede verlo en sus ojos: La misma decepción de no poder hacerlo mierda a golpes como quisiera.
Cartman tiene buena resistencia, pero nunca ha podido ganarle en fuerza, así que, ¿Cómo puede salir de esta sin darle el gusto de humillarlo?
—Veo que sigues siendo la misma bestia de siempre. —Arriesga a echar un vistazo por encima del hombro de Kyle, hacia el Sargento Casey, que ha pasado de tomar notas a usar la pluma como rasca espalda. Buenas noticias: la Oficial General a cargo de las pruebas se ausentó en las de aquel día, y al Sargento Casey no parece molestarle su conversación unilateral. Alcanza a ver el movimiento del brazo de Kyle por el rabillo del ojo y logra soslayarlo de un salto hacia atrás. Ese golpe iba dirigido a su estómago. — ¡Oh, ese estuvo cerca!
Kyle sostiene el bastón con firmeza, con ambas manos, brazos rectos y manos perfectamente posicionadas una sobre la otra en uno de los extremos. Es el primer tipo de postura que les enseñaron y que le costó trabajo a Cartman acostumbrarse. La forma en que ataca es precisa, la de alguien que ha practicado día y noche. La visión lo desagrada en grado sumo ¡Ese no es para nada el estilo de pelea de Kyle! ¡No le queda en absoluto!
— Tu puntería ha mejorado un poco. Espero que tus habilidades como piloto también –Prosigue, prestando atención a los pies de Kyle. La forma en que se mueve es demasiado controlada. Joder, es como si su represión hubiera tomado total posesión de su cuerpo. — ¿Recuerdas la última vez que me subí a un auto contigo al volante? Terminé con un esguince cervical, ¡que dios nos bendiga a todos contigo en un Jaeger!
Kyle cambia de posición, colocando el bastón junto a él, como una espada por desenfundar, y Cartman sabe que el siguiente movimiento será más difícil de evadir, así que, en lugar de eso, toma su propia arma con ambas manos. Su bastón encuentra al de Kyle a medio camino, bloqueándolo por encima de su cabeza, produciendo un sonido seco que reverbera entre las paredes metálicas del domo. Kyle cambia la inclinación del bastón, buscando atacarlo en su costado, y el cuerpo de Cartman se mueve de forma involuntaria, casi anticipatoria, atinando a bloquearlo con el extremo del bastón. En el mismo palpitar, Kyle dirige el instrumento hacia el cuello de Cartman, que quedó libre en consecuencia.
—2-0 —Anuncia Casey, ahora sentado en una silla de metal que debió solicitarle a alguien en algún momento.
Se separan de nuevo, Kyle retoma su antigua postura, Cartman modifica de nuevo la suya: El bastón a su costado, casi pegado a su pecho. Es la postura que más le acomoda y también la que más detesta porque lo hace sentir como un jedi apunto de blandir su espada láser (y todos saben que Star Wars es una aburrida franquicia para perdedores), pero es la que debe de usar ahora.
— ¿Piensas atacar o seguirás defendiendo como una perra asustada? –Insta Kyle, ignaro a que su insulto es como un bálsamo para el orgullo de Cartman ante la puntuación. La determinación en Kyle, su grado de concentración, siempre le ha parecido intimidante, pero también terriblemente excitante. Ser el centro de su ira, ser la razón por la que olvida su papel noble y civilizado… no hay nada igual a ello.
—¡Vaya, no tienes idea de cómo extrañaba tu voz! —Confiesa Cartman con una pequeña sonrisa, dejando entrever una añoranza tan visceral que momentáneamente hace a Kyle bajar su guardia. Acortando la distancia con dos ágiles pasos, Cartman guía su bastón al costado de su rival, quien apenas atina a detenerlo, antes de, en el mismo palpitar, en una imitación casi perfecta del movimiento anterior de Kyle, dirige el ataque a su cuello.
—2-1—Informa Casey, haciendo un gesto de aprobación antes de anotar algo en el portapapeles, y Cartman sonríe con engreimiento.
Kyle se ha vuelto mejor al ocultar sus emociones, pero porque Cartman pasó su niñez y adolescencia memorizando cada uno de sus gestos (cada inflexión de su voz también), puede ver la anterior furia contenida comenzar a desbordarse.
El impulso de provocarlo fue por costumbre, pero no lo hizo sin pensar. El temperamento de Kyle siempre ha sido su debilidad, y si quiere tener alguna oportunidad de permanecer en el resguardo del domo, necesita usar viejas estrategias.
Enfadar a Kyle es una habilidad nata en él. Nunca ha tenido problemas para acaparar su atención o despertar su hostilidad y una vez que lo logra, suceden dos cosas: 1) Y esta es la más peligrosa: Se vuelve violento. Como si su cuerpo fuera incapaz de contener toda su ira, ataca con toda su fuerza sin importar las consecuencias. Viene de familia, supone Cartman. 2) Abrumado por la furia, deja de pensar con claridad, volviéndose descuidado. Si logra despertar ambas reacciones en él al mismo tiempo, con gran intensidad, entonces sucede algo más: Kyle se vuelve predecible.
Cartman siempre se ha enorgullecido de poder leerlo como un libro abierto.
Su cara. Su sonrisa. Su habilidad para hacer a que viejas heridas que juraba que habían cicatrizado revivan viejos estertores, hacen a Kyle ver rojo. Lo asalta con movimientos rápidos y bruscos, apuntando a su cabeza, su cara, su estómago, cualquier parte de su cuerpo que espera encontrar al descubierto. Los movimientos de Cartman carecen de gracia, por momentos son torpes, pero tiene buenos reflejos y logra bloquear y evadir a Kyle a cada paso.
Cuando Kyle detiene su asedio, poniendo distancia entre ellos, es para recuperar el aliento. Brillantes gotas de sudor escurren por el rostro de Cartman, pero, sin contar aquello, luce en control, jadeante, y con aquella mirada intensa que solía estremecer a Kyle hace tantos años atrás. Buscando confundirlo con un ataque a sus piernas y estómago, Kyle planea forzarlo a descuidar su flanco izquierdo, pero, como si pudiese leer su mente, casi sin esfuerzo, Cartman bloquea ambos intentos con una destreza previamente oculta, y finaliza arremetiendo contra su frente, el bastón apenas a centímetros de tocarlo.
—2-2 —Anuncia Casey, desde un megáfono que bien pudo haberse sacado del culo, pues no lo llevaba con él antes. Kyle es devuelto a la seriedad de su situación, lejos de South Park y el vapuleo de dos rivales de infancia rodando en la nieve.
La sonrisa de Cartman se ensancha frente a él, petulante, encogiéndose de hombros, como diciendo “¿En serio pensaste que te lo dejaría tan fácil?” antes de retomar su postura, concentrandose una vez más. Kyle aprieta el bastón entre sus manos con fuerza, ajusta su posición.
Veinticuatro semanas de entrenamiento, se recuerda, Veinticuatro largas semanas de entrenamiento en la academia Jaeger. No puede darse el lujo de olvidarlas solo por Eric “Hijo de puta” Cartman. Una parte de él, aquella que debe estar delirando entre la adrenalina y el cansancio, le encuentra el humor a la situación. Cuatro años sin ver al bastardo, y con unos simples insultos y una cruel confesión falsa, logró transportarlo a su infancia.
— ¿Qué mierda haces aquí? —Cuestiona, controlando su impulso de atacar, y resopla— ¡Ni siquiera tienes fe en este programa!
— Lo que importa es ayudar. —Le responde, aún agitado, pero con las fuerzas suficientes para endulzar su tono de forma sutil, aunque claramente burlón a oídos de Kyle. — Si falla el programa o no, da igual, lo que importa es salvar a la mayor cantidad de personas posible. —Y luego dice palabras demasiado familiares— Es nuestro deber como seres humanos, Kyle, tratar de ser héroes.
Cansado de las burlas y de la surreal situación, la próxima vez que se arroja sobre él es de forma incansable. Sus bastones conectan en golpes secos a un ritmo constante, una melodía violenta, cargada de años de resentimiento encontrando su cauce. Kyle ataca con salvajismo y precisión, y los reflejos de Cartman lo llevan a responder en una tenaz sincronía. Cuando Cartman contraataca, su cuerpo entero le advierte a Kyle sus intenciones, como si cada pensamiento suyo se transcribiera con claridad ante sus ojos. Un vaivén eterno en donde sus pulmones arden, sus músculos se agarrotan, y Kyle sabe que el próximo que logre atinar otro golpe, será el ganador definitivo. Ya no se trata de habilidad, sino de resistencia.
—¡Bien, fue suficiente! — Casey anuncia desde su megáfono y ambos se detienen de golpe, respirando laboriosamente, sus bastones aún conectados en su reciente encuentro, preparados en caso de que el otro quiera aprovecharse de la situación. — Dije que eso es todo, ya pueden bajar sus armas. — Casey traza un gran rayón en sus notas, y cambia la hoja, con una expresión de aburrimiento y desinterés. — Ya vi lo que necesitaba. Siguiente par.
Ambos protestan al unísono, ¡Estaba tan cerca de haber un ganador! ¿Cómo puede decir que ya vio lo que necesitaba? ¿Cómo puede ser eso suficiente para alguien? ¡Cartman probablemente estaba a segundos de un infarto, qué mejor final que ese!
La indolencia en el rostro del sargento es suficiente respuesta para hacerlos cerrar la boca casi al instante. La general falta de severidad de Casey no significa que, de ser provocado, no vaya a reportarlos por insubordinación al cuestionar su orden directa frente a los otros cadetes. Cartman suelta un bufido insolente, abandonando el tatami a pasos pesados. Arroja su bastón donde se encuentra el resto en la esquina, y abandona la Sala de combate sin miramientos, como si en realidad le importara su resultado, como si hubiera sacrificado la mitad de lo que Kyle para llegar allí.
Es costumbre hacer una reverencia al final, pero Kyle tampoco se toma la molestia. Empatar en un combate no es el peor resultado, pero le parece claro que su desempeño fue bastante pobre ¿Y cuánto tiempo duró el combate? ¿Tres minutos? Levanta el bastón de Cartman, que se había deslizado hasta el suelo, y lo acomoda junto con los otros en la esquina. Sale del Kwoon hecho una furia, en busca del hijo de puta que acababa de arruinar su primera selección en meses.