ID de la obra: 377

Quiralidad

Slash
R
En progreso
0
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 56 páginas, 27.243 palabras, 5 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

Parte I: La frontera

Ajustes de texto
Cuando su grupo de exploración llegó por primera vez a ese mundo, hace cinco años, todo en él le había parecido inquietantemente desconcertante: los rayos del sol eran placenteramente cálidos, tan brillantes que resultaban cegadores; el intenso azul en el cielo despejado era profundo, casi hipnótico; el verde de las hojas de los árboles era tan vibrante, que sentir su solidez lo tomó por sorpresa cuando sostuvo una entre sus dedos, habiendo esperado atravesarla como a los hologramas de su mundo original; todo en esa nueva tierra era tan colorido, lleno de vida y reconfortante de una manera que las resplandecientes luces artificiales del antiguo mundo nunca lograron ser. La belleza, sin importar su forma, no es algo en lo que suela reparar, pero aquella primera visión le arrebató el aliento. En toda su vida no vio nada similar. ¿Los mundos de los cuales provenían fueron así alguna vez? De salir victoriosos, aquellos cielos, aquel refrescante aire, aquellos colores, ¿serían todos sus trofeos? Ni Kyle ni sus compañeros habían necesitado jamás un motivo para pelear, pero obtuvo uno en ese momento. El concepto de un hogar era demasiado abstracto para él, pero ese mundo -sus visiones, sus sensaciones- lo hizo desear el poder llamar a aquel sitio como tal. Ahora, cinco años más tarde, Kyle echa la cabeza hacia atrás y fija su mirada en el nocturno firmamento: lo halla vacío, despojado de cualquier brillo natural. Se encuentra en el último piso de uno de los rascacielos más grandes a las afueras de la Capital, e incluso desde allí, las estrellas han sido opacadas por la iluminación artificial de los edificios cercanos y el resplandor de la publicidad satelital en el centro de la ciudad. Los árboles y la hierba fueron los primeros en irse, talados, arrancados, para dar paso a los proyectos de construcción; las flores murieron entre los vapores y el humo emanado por la concurrida urbe; las edificaciones se izaron tan alto, que la vista del cielo fue monopolizada solo por quienes pueden costear residir entre las nubes. Supo que aquello sucedería, pese a la manera en que brillaron los ojos de los ciudadanos evacuados cuando recién cruzaron la frontera, y que, como él, se maravillaron ante el novedoso panorama, algunos meses después de que las fuerzas armadas aseguraran y "limpiaran" el nuevo territorio. Los humanos, ya sean líderes, soldados o simples civiles, llevan la destrucción en las venas. La advertencia de una llamada urgente lo saca de sus cavilaciones, repiqueteando con dos breves timbres en el auricular de su oreja, antes de que se conecte automáticamente al canal exclusivo de sus superiores. —Broflovski —responde con celeridad. —El auto pasará por ti en cinco minutos. Sin más, la llamada es terminada al otro extremo de la línea. Es viernes por la noche, de la última semana del mes, y aún ahora, con tres años viviendo como otro civil más, se espera que cumpla con sus deberes extraoficiales. Cierra los ojos un momento, sintiendo el frío aire nocturno llenar sus pulmones. A pesar de su inanidad, se permite saborear la añoranza y la frustración con libertad una última vez, luego, se coloca su casco, el visor oscureciendo su vista, las pantallas internas volviendo a la vida, y deja la azotea sin mirar atrás. Con excepción de su segunda piel, Kyle se ha retirado su uniforme, se ha aseado, peinado y ataviado en ropas informales (tan suaves y elegantes que le resultan incómodas) como cada mes. Si aquellas citas son una pérdida de tiempo, si solo sirven como amargos recordatorios de la realidad de su existencia, si preferiría ser alcanzado por docenas de esquirlas antes que estar allí, son pensamientos que no deberían tener cabida en él ahora mismo, así que los desecha y afronta la situación como le ha sido instruido: con una sonrisa amable y un tono suave. —Buenas noches, mamá, buenas noches, papá —los recibe, pretendiendo calidez con absoluta maestría. Sheila y Gerald Broflovski le devuelven la sonrisa, con usual frialdad y nerviosismo. Tal vez hubo un tiempo en el que existió aprecio entre ellos, pero por más que trata, Kyle no puede recordarlo. —Hola, hijo —saludan ambos, apenas encontrando su mirada por algunos segundos, antes de rehuirla como de costumbre. Es una farsa: su matrimonio, su afecto hacia él. Pero Kyle no es el único que tiene un rol que desempeñar allí, así que se inclina hasta la pequeña figura de Sheila, abrazando su voluminoso cuerpo con cercanía, mientras cuenta para sus adentro los segundos que constituyen un abrazo apropiado para un familiar, antes de separarse y extenderle una mano a su padre, quien le da un leve apretón y una débil sacudida. La habitación fue adecuada para reflejar la calidez de un hogar tradicional: una sala de estar, una gran pantalla holográfica con las películas y series más recientes en su catálogo, encima de una chimenea. Una cocina dotada con comida humeante, previamente preparada por profesionales. Un comedor con una gran mesa en su centro, bajo la brillante luz de un precioso candelabro de cristal. Los tres toman sus asientos alrededor de ella, la comida frente a ellos aún caliente, colocada allí por Kyle minutos atrás. Es una imagen perfecta, supone. Cual sea el caso, debe bastar para las personas observándolos a través de las cámaras, pues no han reprendido o corregido su actitud y modales en años. Como suele suceder siempre, Gerald y Sheila juegan con su comida, apenas probando un bocado o dos, y beben de su vino con rapidez, casi en absoluto silencio. Es él quien debe tomar cartas en el asunto una vez más. —Me alegra mucho verlos nuevamente —miente, brindándoles otra calculada sonrisa, otra suave entonación en su voz—. ¿Cómo han estado? ¿Qué ha sido de sus vidas últimamente? Exactamente dos horas más tarde, Sheila y Gerald se marchan apenas escondiendo su entusiasmo y presura. Kyle los despide en la puerta con otro abrazo, otro apretón de mano y la promesa de verse de nuevo el mes siguiente. Tan pronto cierran la puerta tras ellos, acaricia sus mejillas con una mano. Mierda, duelen por el inusual esfuerzo de sonreír por tanto tiempo. Levanta los platos, tira los restos de la comida, y los lava. Acomoda los cojines de los muebles en la sala, que es a donde se habían mudado después de comer el postre. Luego, se sienta en el sillón, con un libro en mano, sin intenciones de leerlo en realidad, a la espera del auto que lo llevará desde aquella pantomima de un hogar a su verdadero domicilio: un departamento a las afueras del resplandor de la vivaz metrópoli, en el nonagésimo piso de un rascacielos convenientemente ubicado a quince minutos de una de las bases militares secretas del área. Una recompensa costosa, elegante, como cortesía del gobierno, por prestar su continuo servicio. Están por dar las nueve de la noche y pronto tendrá que quitarse su disfraz de civil para esperar por un descanso que no vendrá, mientras lucha por acallar pensamientos que no debería tener, hasta quedarse dormido y despertar para iniciar otro día con la misma rutina que ha llevado por los últimos cuatro años... Solo de pensarlo... El timbre de otra llamada repiquetea directamente en su oreja, haciéndole fruncir el entrecejo con extrañeza. Es el canal de sus superiores de nuevo. No suelen contactarlo fuera de su horario laboral, en un esfuerzo por mantener la pretensión de su independencia, consultando su disponibilidad primero antes de localizarlo por sus propios medios. Algo realmente inusual debió suceder si decidieron lanzar esa mentira por la borda. —Te necesitamos en la base —es lo primero que oye, apenas conecta la llamada, sin darle oportunidad de reportarse siquiera—. Un oficial te está esperando en la puerta, él te explicará la situación. Tengo entendido que es tu día familiar, ¿qué necesitas? Su corazón se acelera. —Nada, los civiles se han marchado —dice, haciendo una mueca imperceptible con los labios. Mierda, lo adecuado habría sido referirse a ellos como sus padres. Con algo de suerte, la premura de la situación los hará pasarlo por alto. —Tengo todo mi equipo en el armario. La llamada es finalizada en el otro extremo y Kyle reúne sus pertenencias antes de dirigirse a la puerta, procurando ocultar su entusiasmo. La paz y tranquilidad fueron una novedad en un inicio, pero a su parecer, han durado demasiado. "Una perturbación en la frontera", la había llamado el Oficial Garret, luego de recibirlo con impaciencia y consternación, y Kyle entendió la urgencia de inmediato. Cuando las alarmas se activan en la frontera solo significa una cosa: cruce ilegal. Como si aquello no fuera inquietante por sí solo, la alarma duró solo un momento. Un solo pitido que se desactivó por sí mismo al segundo siguiente. Fue tan breve que los técnicos a cargo no pudieron rastrear su fuente. Cuando Kyle entra en la sala de juntas, el Sargento Maestro Mackey, la Sargento Mayor McDaniels, el Sargento Mayor de Comando Peter Charles, entre varios otros oficiales y técnicos especialistas, ya han tomado asiento alrededor de la larga mesa de caoba, un holograma a todo color oscilando en su centro, mostrando el mapa tridimensional del antiguo mundo, mientras debaten las posibles acciones a tomar. Hay una silla vacía esperándolo junto al Sargento Maestro, pero dada la incertidumbre de la situación, Kyle considera prudente hacer lo mismo que el Sargento de personal Marsh y opta por posicionarse junto a él, en medio de las únicas dos entradas de la sala, como una adicional medida de seguridad: en la improbable, pero posible, situación de que se presente una amenaza, nadie en esa sala, con excepción de ellos dos, podrá resistir algún ataque sorpresivo y sabrá qué medidas tomar al instante siguiente. No hay objeciones, después de todo, priorizar el bienestar de cada uno de ellos es lo que se espera de Marsh y él. —¡El sitio es una bomba de tiempo, lo sabíamos ya! —Y con la siguiente tormenta tan cerca… —¡Debimos volar la frontera tan pronto evacuamos! Son los argumentos que más se repiten a lo largo de la reunión. Durante varios minutos, no hacen sino discutir entre ellos, pasando la culpa de un departamento a otro, hasta que el Sargento Peter Charles atrapa su mirada y luego levanta la voz por encima del resto. —Broflovski, tú conoces la zona mejor que nadie aquí presente, ¿cuáles son las posibilidades de que se trate de una falsa alarma? —cuestiona, con un tono imponente que silencia la sala. —Al menos del 65% —replica, velozmente, conociendo los datos de su investigación de memoria. —En mi última visita, el análisis realizado por los técnicos arrojó múltiples fallas, todas ellas atribuidas a la tecnología obsoleta y nulo mantenimiento del sistema en los últimos dos años. Girando en su asiento para encararlo, la Sargento Mayor Daniels lo mira con furia e incredulidad. —Y usted decidió... ¿qué? ¿No tomar cartas en el asunto? ¿No reportarlo a sus superiores? —Sugerí una evaluación presencial inmediata, una actualización extensiva, implementar supervisiones periódicas y capacitar de forma especializada al personal a manera de que pudieran darle mantenimiento continuo, para así prevenir el reemplazo absoluto del sistema. Propuse, también, un proyecto para reducir el riesgo de exposición por el evento Carrington. Pero mis peticiones para cruzar la frontera y realizar esos trabajos fueron denegadas por el Sargento Maestro. La forma en que el Sargento MacKey se tensa en su asiento casi lo hace sonreír. Todos los ojos se dirigen al mencionado, cuya indignación y titubeos hacen a Kyle rebozar con satisfacción para sus adentros. Los resultados de su investigación no han sido alterados, Kyle de verdad notó todas aquellas fallas, si bien sus verdaderas intenciones detrás de su interés en la seguridad del antiguo mundo no tienen cabida en esa reunión. — ¡El Sargento Broflovski acababa de cruzar el mes anterior! —trata de justificar su decisión el Sargento Mackey, su rostro completamente rojo. —Disculpe la interrupción, Sargento Maestro —interviene Kyle, sin hesitar—. Pero en realidad mi último cruce fue... —¡Bien, tres meses! ¡Cruzó por última vez hace tres meses! —rectifica, echando las manos al aire, cada vez más abochornado—. ¡No puedo permitirle abandonar sus tareas tan seguido cuando aún está en proceso de ser ascendido! La Sargento McDaniels suspiró, sacudiendo la cabeza. Debe saber, tanto como Kyle, que sus motivos para denegar su solicitud fueron meramente personales: ha obstaculizado cada movimiento burocrático que Kyle ha deseado realizar desde que supo que lo capacitarán como Sargento Maestro en unas semanas. El mismo puesto que a MacKey le tomó tres décadas alcanzar. —Sargento Broflovski, tome a los soldados y especialistas que necesite y refuerce a sus compañeros apostados al otro lado. Espero un reporte bien detallado lo más pronto posible: quiero cada área revisada, soldados patrullando día y noche, envíe las listas actualizadas de los refugiados en el último año y añada sus observaciones de los dos veteranos al otro lado. No quiero que dejes una roca sin levantar, muchacho. El proyecto que mencionas tendrá que esperar, esta emergencia es tu prioridad por ahora —ordena, y Kyle replica afirmativamente. El Sargento mayor Peter Charles da por terminada la reunión entonces, y cuando todos comienzan a incorporarse, se dirige a MacKey, con expresión severa—. Sargento MacKey, usted se queda. Tenemos que hablar.Mientras se coloca su casco de vuelta, la sonrisa de Kyle, al ver los colores abandonar el rostro del Sargento Mayor, es la primera que no ha fingido en meses. Le toma una hora realizar los preparativos necesarios antes de ponerse en marcha. Lleva con él un total de diez personas, todas capacitadas en áreas de ingeniería y afines. Considerando las tropas al otro lado, llevar soldados adicionales es innecesario. Cuando el resto del personal ha tomado sus posiciones y con la Sargento Mayor McDaniels a sus espaldas, un arma larga, cual rifle de caza, es entregada a manos de Kyle. No siempre solía ser así: con su rango anterior solo alguien como MacKey podía usarla antes de permitirle a él acercarse lo suficiente para cruzar al otro lado. Pero su obediencia, lealtad y serenidad frente al desastre, lo han llevado hasta aquel punto en el que se le permite sujetar la pieza de tecnología más importante de la humanidad con absoluta confianza. Sus huellas dactilares han sido grabadas en la memoria del arma para poder otorgarle permiso de uso, y una vez que lo reconoce, una serie de luces se iluminan en su regulador, brillando en tono escarlata. Bajo la atenta mirada de las cámaras, de la Sargento Mayor y de los soldados flanqueándolo desde cada pared, le parece casi increíble recordar que alguna vez, en su infancia, cualquier soldado de rango medio-alto podía tener acceso a uno de esos rifles especiales. Pero la historia de la humanidad está construida a base de prueba y error, y con todo lo que ha ocurrido, no volverse así de precavidos los hubiera llevado a la ruina.Kyle rectifica la configuración del arma, las coordenadas grabadas en ella, como le es requerido cada vez. Luego, apunta al espacio frente a él y dispara. El pútrido olor a muerte y descomposición lo recibe tan pronto cruza la frontera. No debería percibirse dentro de la base, pero el personal allí parece cargarlo con ellos, en sus uniformes, en sus cabellos. Kyle lo inhala hondamente, con deleite.Habiendo sido informados de su llegada, dos filas de soldados y oficiales lo reciben lado a lado del portal, con posturas impecables y saludando con una mano en su frente. El título de Sargento Primero es reciente pero los protocolos siguen siendo los mismos, sin importar su rango. Kyle está acostumbrado a cierto grado de formalidades, pero aquellas de la milicia son rituales exhaustivos que desprecia tremendamente. Incluso ahora, cuando preferiría pasar de largo a todos para salir de la base, necesita actuar con formalidad y hacer acopio de su considerable paciencia. El oficial en turno, Richard Adler, lo saluda con excesiva seriedad, antes de ponerlo al tanto de la situación. Junto a ellos camina la Dra. Victoria (una científica de mediana edad cuyo apellido Kyle no escuchó la primera vez y no se ha molestado en investigar desde entonces), que se encarga de brindarle detalles técnicos con gran nerviosismo. En resumen, a pesar de no tener la localización exacta de los hechos, tal parece que la alarma se activó en el perímetro sur, casi al borde de las áreas inhabitables, los drones han sido enviados ya, pero aún no han obtenido alguna evidencia visual de los potenciales intrusos ni lecturas confirmadas por parte de las cámaras térmicas. —¿Fue una entrada o salida? —Entrada —confirma Adler. Y Kyle le da instrucciones de realizar un escaneo de los ciudadanos. Así tome dos o tres días, necesitan tener los números exactos y cerciorarse de que no se trató de ningún escape. —Por supuesto, Sargento Primero, pero considero pertinente recordarle que la fuente de energía para mantener el sistema de seguridad es... inestable —agrega la Dra. Victoria—. Lo más probable es que solo se trate de una falsa alarma. —Lo sabremos cuando terminemos de investigar cada área habitable en los alrededores. Necesitaré al Cabo McCormick, que traiga con él a sus hombres de confianza para las zonas aledañas al Sector Amarillo. En cuanto al Sector Gris... —¡Cabo Cartman reportándose! —anuncia un soldado, interponiéndose en su camino, saludando formalmente, una gran sonrisa amigable en su rostro descubierto—. Nadie me llamó, pero tan pronto escuché lo ocurrido y a alguien mencionar "zonas inhabitables" pensé "el Sargento Broflovski definitivamente me querrá a bordo". Así que tomé la iniciativa y heme aquí, a sus órdenes, Sargento. Pequeñas insolencias apilándose una a una no les pasan desapercibidas a los presentes y múltiples miradas de severa desaprobación son abiertamente dirigidas en su dirección, tensión cargando el ambiente ante la expresión impávida del oscuro casco de Kyle, quien se ha quedado sin palabras por el momento, si bien por cuestiones completamente diferentes. Cuando parece que el oficial Adler está por reprender al recién llegado, Kyle intercede rápidamente. —Reúnase con McCormick en la entrada sur, Cabo —indica, modulando su voz con cuidado. — ¡Entendido! —anuncia, saludando de nuevo, su postura impecable, como siempre, antes de dar la vuelta y caminar a prisa por el pasillo. Casi se siente tentado a dejarlo ir. —Y Cabo… —lo llama una última vez, cuando este voltea, por encima de su hombro—. No vuelva a presentarse sin su casco. Esto hace al recién llegado maldecir entre dientes, cayendo en la cuenta de que, en sus prisas por recibirlo, olvidó llevarlo con él como indica el estricto protocolo de las bases. —¡Dame cinco minutos! —le dice, mientras corre entre los pulcros pasillos velozmente, casi arrollando a un científico que pasaba por el pasillo distraídamente, dejando atrás a todos en tenso silencio. Lanzan miradas furtivas a Kyle, esperando alguna señal de furia oculta o posible indignación. Agradece que el casco oculte la sonrisa de afecto en su rostro mientras lo mira marcharse. Por un momento, tiene el irreprimible deseo de, simplemente, ir tras él. Persiguiéndolo por la base, cuales niños compitiendo por ver quién es más veloz. —Se están tomando las medidas disciplinarias necesarias para la adecuada cooperación del cabo Cartman. No volverá a repetirse. El Oficial Adler lo saca de su ensoñación, luciendo entre avergonzado y furioso. Sin duda esperando ser reprendido en un futuro cercano por su incapacidad de controlar a sus cadetes. Pero se trata de una promesa vacía, sabe bien. Ni Adler ni nadie en esa base puede o quiere obligar al aludido a obedecer reglas, ya no. Hay una fila de vehículos esperándolo cuando finalmente alcanza la entrada sur de la base. Todos encienden sus motores cuando lo ven acercarse y, tan pronto las puertas se abren, un grupo de soldados salen a asegurar el perímetro. Kyle abre la puerta de la gran camioneta blindada en la cual viajará y se deja caer en el asiento del copiloto. Se quita el casco y suelta un largo suspiro, alborotándose los recortados rizos en un viejo hábito de su juventud que nunca logró quitarse. Echa los hombros hacia atrás y se hunde en el asiento, sin ningún decoro. — ¡Estoy tan cansado de esta mierda! —anuncia su frustración en voz alta. — ¿Tan rápido? —cuestiona el piloto, con fingida y exagerada preocupación, aún sin usar su maldito casco—. Los años te están alcanzando, Kyle.Kyle enarca las cejas, soltando una risotada. —Eres el menos indicado para criticarme, mira el tamaño de tu culo, ¡con razón hay gente muriendo de hambre en las calles, todas sus raciones van directo a tu estómago! ¿Qué mierda pasó con tus entrenamientos? — La muerte por inanición es un problema real en este mundo, no es un chiste —lo reprende, pero puede verlo sonreír por el rabillo del ojo. El humor mórbido no es lo suyo, pero cuando sale de Kyle, es como si no pudiera evitar encontrarlo inofensivo—. Y continúo entrenando a diario, así que deja mi culo fuera de esto. —Como digas, marica —su piloto parece tener intenciones de replicar, pero entonces, la fila de vehículos frente a ellos comienza a avanzar y Kyle cierra la puerta tras él—. Ojos al frente, Teddy. Nos espera un largo día. Las luces neones de la ciudad se extinguieron hace mucho; los grandes rascacielos yacen colapsados sobre la carretera y encima de otras edificaciones; los grandes ventanales y pantallas gigantes se han resquebrajado alrededor de toda la carretera; y los vehículos (tanto de transporte aéreo como terrestre), habiendo sido despojados de cualquier tecnología aún servible, se han oxidado en tonos cafés y verduzcos en los alrededores. La ciudad es una maldita necrópolis. Los refugiados (conformados en su mayoría por inmigrantes, “mellizos", sobrevivientes de las colonizaciones a sus mundos o criminales de poca monta) han sido trasladados a albergues y campamentos cercanos a las áreas aledañas de la base, aquellas que son monitoreadas con más frecuencia y que son de fácil acceso para los soldados en caso de emergencia. En contraparte, las personas que ahora se asoman desde las sombras son aquellas a las que se ha separado del resto por representar un riesgo para los civiles comunes: grupos criminales, rebeldes en contra del gobierno y el ejército, etc. O aquellos que abandonaron las zonas seguras para vivir bajo sus propias reglas, habiéndose resignado a que nunca se les permitirá escapar de ese universo. —El Sector Amarillo ha comenzado a expandirse hacia más áreas —le dice Teddy, mirando por la ventana—. Forzó a los grupos delictivos a pelear por territorios con más frecuencia. Propuse tomar medidas al respecto, pero han sido rechazadas. Por supuesto que sí, piensa Kyle. Por una mezcla de respeto, temor y aprecio, los oficiales en la base se han vuelto demasiado indulgentes con Teddy y lo han dejado salirse con la suya más veces de las que deberían, pero incluso ellos saben ponerle límites de cuando en cuando. —Entonces, ¿cuál es el plan? —Dejar que se maten entre ellos o esperar a que la niebla los alcance antes de que puedan evacuar, lo que pase primero —responde Teddy, sus cejas levemente fruncidas, en obvio desacuerdo con esa decisión. —Bueno, has hecho lo que has podido por ellos. No vale la pena sentirse culpable por algo que está fuera de tus manos. Es el mejor consuelo que puede ofrecerle, pero Teddy no parece convencido. Las zonas inhabitables de aquel planeta han sido renombradas por colores, de acuerdo con el tipo de amenaza que representan. El Sector Amarillo es conocido de esa manera gracias a la inusual niebla que cubre el área: de color pajizo y un dulce aroma a algodón de azúcar, la tupida neblina está compuesta de una mezcla de químicos tóxicos con cualidades acídicas que, en lugar de dispersarse con el aire y el paso del tiempo, no ha hecho sino expandirse. Pocos materiales soportan ser expuestos a ella, siendo el metal especial en sus segundas pieles y en sus trajes una de sus excepciones. Hace varios meses, cuando el clima en el planeta se volvió aún más inestable de lo que ya era, una terrible e inusitada tempestad puso la niebla, previamente estacionaria, en movimiento por primera vez. La zona de los refugiados y la base, alejadas de los peligros más pertinentes, no se vieron afectadas de ninguna manera, aunque activaron las alarmas de emergencia en caso de requerir una evacuación subterránea. Aquellos que habitaban cerca de los suburbios y terrenos rurales no corrieron con la misma suerte. Varios grupos criminales se vieron afectados. Teddy, que ha sido destituido a Cabo a manera de castigo, pero que posee más experiencia en el campo de batalla que la gran mayoría de los soldados en la base, se encargó de conseguir los permisos necesarios para hacerse de un grupo de médicos y soldados que lo acompañaron a brindar primeros auxilios a los afectados fuera del área segura. Coordinó los rescates de emergencia, planeó la logística de transporte, el uso de recursos y consiguió permisos temporales para aquellos cuyo estado peligraba más, para poder darles asilo en los hospitales de la base, mientras que el resto fue trasladado varios kilómetros lejos del peligro. Teddy se encargó de que fueran tratados hasta su recuperación, asegurándose de dejarles, además, antibióticos, vendajes y otras provisiones, cuando su tiempo de partir llegó. Algunos días más tarde, haciendo su patrullaje de rutina, los soldados se encontraron con las cabezas decapitadas de aquellos a quienes Teddy había ayudado. Habían sido colocadas sobre estacas, como una cerca de advertencia a algunos metros más delante de la línea divisoria de las áreas seguras y aquellas que no protege la milicia. El mensaje era claro: los grupos delictivos no quieren ayuda, de ningún tipo, sin importar las circunstancias, a pesar de que Teddy ha estado abogando por ellos desde el inicio. Para ellos todos los uniformados son iguales. Cuando escuchó al respecto, Kyle enfureció. Luego, se sintió aliviado al pensar que, finalmente, Teddy dejaría de preocuparse por aquella escoria. Pero para su desgracia, no sirvió para amedrentar a Teddy de ninguna manera. Puede ver aún la preocupación en su rostro al pensar en el riesgo al que están expuestos quienes se rehúsan a cooperar con los militares. Es la persistente pureza de su corazón y su incansable optimismo lo que hizo a Kyle sentir afecto por él, pero también es lo que a menudo lo hace querer estrangularlo. No puede ayudar a quienes no quieren ser ayudados, se lo ha dicho un millón de veces, pero a Teddy no le parece razón suficiente para dejar de ofrecerles auxilio. —¿Qué tal la vida al otro lado? —le pregunta algunos minutos después, y Kyle agradece el cambio de tema. No quisiera discutir con Teddy cuando recién acababan de reencontrarse. Considera la pregunta unos momentos. Francamente, al otro lado de la Frontera, sucede la misma mierda de siempre. La moda retro futurista continúa en su apogeo, como un insípido chiste nacido a raíz de la prohibición del uso y creación de IAs, luego de la catástrofe en la que aquello culminó hace casi una década. Pero han pasado dos años y siete meses desde que Teddy fue transferido a aquel planeta moribundo como parte de su castigo, así que supone que cualquier novedad, por trivial que sea, será bien recibida. —Bueno, los árboles, flores y el cielo azul que vimos al llegar perdieron su novedad con rapidez. No verás ni uno ni el otro desde el centro. Hay hologramas en todos lados, luces de colores, ruidosa publicidad, sin mencionar el bullicio de las personas y el transporte. —¡Oh, es una lástima! Todo se veía tan bonito. —Sí, bueno, la humanidad desprecia cosas como esas. En otras noticias, pronto me ascenderán a Sargento primero, el payaso de MacKey casi sacó espuma por la boca cuando se enteró. —Sargento primero... ¿Quién lo hubiera dicho?Kyle se encoge de hombros. No es su trabajo ideal, pero no hubiera podido negarse a él más de lo que Teddy pudo cuando fue transferido allí. —Ah, el proyecto para la cuarta generación está por iniciar —agrega, recordando aquel pequeño descubrimiento accidental que había hecho cuando se perdió rumbo a su nueva oficina en la estúpida, gigantesca base, y había terminado por vagar en los laboratorios de Mefisto. Teddy enarca las cejas, apartando la mirada del camino por un segundo, para verlo en sorpresa. —Esperaba que lo hubieran desechado o al menos postergado, ¿hubo modificaciones? —Docenas, probablemente —Teddy sacude su cabeza, visiblemente molesto, y Kyle aparta la mirada, pretendiendo tallar su barbilla para ocultar su sonrisa burlona y no agraviarlo más. Tal vez Teddy sea alto y corpulento, pero no hay manera en que Kyle pueda encontrar un rostro como el suyo atemorizante. Conserva demasiados rasgos infantiles, pese a su edad. Su pequeña boca tiende a curvarse levemente hacia arriba, incluso cuando su semblante es de serenidad. Un rostro tan amigable, cuando se enfada, resulta más gracioso que intimidante. Con esperanza de relajarlo, añade—. No creo que lo lleven a cabo por al menos otra década más. Es como un plan de contingencia a estas alturas. No hay guerras y estamos retirados, ¿recuerdas? Teddy resopla, incrédulo. —Retirados… —repite, con escepticismo. Ni siquiera él, optimista e ingenuo, concibe tal futuro para ellos. Conocen a su especie demasiado bien. El vehículo de McCormick es el primero en separarse del convoy con rumbo a lo que solía ser la zona residencial de la ciudad, a dos horas del centro, y que ahora es conocida como el epicentro del tóxico Sector Amarillo. Su equipo se quedará en las cercanías, pero él tendrá que atravesar los suburbios en solitario pues, aunque la vida allí es insostenible, existen algunas áreas con menor concentración de niebla ácida que su cuerpo, mayormente metálico, puede resistir sin recibir daños irreparables. Sus instrucciones son inspeccionar cada una. No terminará hasta las primeras horas de la mañana. Una vez alcanzado el Sector Gris, los tres vehículos restantes se detienen. No hay una carretera a partir de ese punto. Kyle repite las indicaciones una última vez a los quince soldados restantes, dejando el resto de los detalles de la misión al Sargento que le sigue en mando, antes de continuar su camino junto a Teddy. El Sector Gris es la parte de la ciudad que solía estar constituida por los barrios pobres y peligrosos, y después de ser el escenario de tantos atentados y batallas campales, ha quedado devastada. Gracias a los impredecibles sismos regulares encargándose de derrumbar las casas y edificios que se resisten al paso del tiempo, todo se encuentra en ruinas; la antiquísima construcción de metros en el subsuelo ha vuelto las calles inestables e intransitables para vehículos; y aún peor, toda el área posee aún algunas cantidades de radioactividad. Es imposible que los soldados comunes puedan avanzar en zonas como aquellas, así pues, su revisión queda en manos de Teddy y suyas. —¿Listo? —pregunta cuando el resto se ha marchado y el horizonte los recibe en tonos deprimentes y lúgubres, con los tintes violetas que el amanecer trae consigo. Él mismo ha verificado el correcto funcionamiento de su equipo y el holograma dentro de su casco le ha hecho saber que todo funciona a la perfección. Teddy, ya con su casco bien colocado, se levanta el cuello de la gabardina y lo ajusta de manera que cubra por completo las prendas debajo, antes de asentir una vez en su dirección—. Bien. Andando.
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)