ID de la obra: 377

Quiralidad

Slash
R
En progreso
0
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 56 páginas, 27.243 palabras, 5 capítulos
Descripción:
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El piloto, el mamut de metal y el hombre rojo

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COSTA DE LOS ANGELES, SANTA BARBARA, CA. 1200 HORAS —No puedo creer que te arrastraran de vuelta a ti también. Era de esperarse que la Oficial Rivers volviera a supervisar la antigua base, y estuviera a cargo de ellos, pero ¿Bonnie, de Control de Misión? Joder, qué mala suerte. —¡Nadie me arrastró! El trabajo de los pilotos terminó, pero no el de los técnicos, administración, mantenimiento, investigación... ya sabes, el resto que mantiene este lugar a flote —informa Bonnie, con su usual falso tono alegre. Es increíble lo poco que cambian algunas personas—. Lo sabrían si hubieran respondido a mis mensajes, a mi solicitud de amistad... —Estuvimos ocupados tratando de reintegrarnos en nuestra vida como civiles —trata de salvar la situación Kyle—. ¿Recibiste nuestras tarjetas de felicitaciones? Las enviábamos sin falta. —Tarjetas de felicitaciones con la fecha equivocada por diez años después de seis años de amistad, ¡cielos!, gracias, chicos. Cartman y Kyle cruzan miradas de hastío. Nunca debieron tener aquel trío con ella en la fiesta de navidad. — ¿Es demasiado pedir un poco de profesionalismo con ustedes tres? —intercede la voz de Rivers en el intercomunicador y agrega, después de unos momentos de silencio, con la misma voz autoritaria—. Por cierto, gracias por su regalo de bodas. Fue un bonito detalle. Rivers no perdió el tiempo. En los últimos diez años, se había casado y había dado a luz a gemelos. Cartman y Kyle aún no terminan de procesarlo. —Esto no está funcionando —le dice a Kyle, apoyando más del peso de Mammoth Apostle sobre la pierna derecha metálica. —Creo que Bonnie mencionó algo de propiedades acorazadas —le informa Kyle, sacudiendo la cabeza—. Estamos oxidados en esto. —Tal vez si invirtieran la mitad del tiempo que pasan discutiendo y platicando entre misiones, escuchando mis informes o los de los otros departamentos estarían mejor preparados –dice Bonnie desde el intercomunicador que habían olvidado apagar. Fantástico. —Oh, ahórratelo, les estamos haciendo un favor —replica Kyle, perdiendo la paciencia. Llevan tan solo unas cuantas horas de vuelta en la base y están hartos de las infinitas diatribas de docenas de militares, oficiales y ahora, también, de Bonnie—. ¡Se supone que estamos retirados! Intentaron echarle un vistazo a la supuesta información condensada (¡Quince hojas, ambos lados llenos de letras pequeñas!), pero entre la visita de los militares a su alejada casa en Dakota del Norte, el viaje de vuelta a Los Ángeles, y los entrenamientos de calentamiento y recalibración del Enlace, todo en el espacio de tres días, apenas pudieron hojear las primeras páginas sin caer presas del sueño. Ya no están en sus veintes, ¿qué coño esperaban? —¿Ves? Te lo dije, Kyle, esto es lo que pasa cuando trabajas para el gobierno, olvidan todo lo que has sacrificado por ellos y te joden duro en el culo. —Por favor, como si no te encantara eso... —musita Bonnie en el intercomunicador, con audible sorna, seguido de un incómodo silencio de absoluta sorpresa por todos los presentes. —¿Qué acabas de decirme? Kyle suelta una estruendosa risotada que Cartman siente hacer eco en su propio cuerpo, cortesía del Enlace. Bonnie carraspea, enseriándose de inmediato, y Cartman la imagina avergonzada al otro lado de línea, la Oficial Rivers mirándola desaprobatoriamente. —Concéntrense, pilotos, esto aún no se termina. Cartman y Kyle cruzan miradas de nuevo: en realidad sí, definitivamente ya terminaron su misión. —Recibido, Oficial Rivers —confirma Kyle, porque la última vez que la ignoraron, se encargó de repetir las órdenes en un tono particularmente autoritario que los dejó con un zumbido en los oídos por varios minutos después de cortar comunicación con ella. Kyle tiene razón, no deberían de estar allí. Cumplieron con su deber como pilotos hace mucho, y aún se encuentran lidiando con las secuelas de la última vez que sirvieron a su patria, especialmente Kyle: en su última misión, un Kaiju categoría IV casi acabó con ellos, sus heridas fueron cuantiosas y su pobre jaeger quedó totalmente destrozado. Si sobrevivieron, fue por una mezcla de su fuerza de voluntad y un milagro, pero la cadera de Kyle nunca se recuperó del todo. Cartman puede sentirlo ahora, un dolor fantasma, como pinchazos en su lado izquierdo, consecuencia de cicatrices que no le pertenecen. Pero con el piloto estrella Raleight Becket desaparecido de la faz de la tierra y Mako Mori fallecida inesperada y patéticamente, la seguridad de la humanidad ha quedado en manos de unos chiquillos a los que probablemente aún no les salen vellos púbicos (¿En qué universo les pareció una buena idea? Es como Rivers dijo una vez, hace años: sin Pentecost como la única voz de la razón en la PPDC, las cosas se irían a la mierda). Así pues, la humanidad necesita toda la ayuda que pueda recibir, y con ellos como únicos sobrevivientes de la primera guerra contra los Kaiju, la PPDC no tenía muchas opciones. Incluso así, al parecer de Cartman, defender a la humanidad ya no es problema de ellos (Ni siquiera terminan de entender cómo coño volvieron los kaiju, Dios, es casi como si estuvieran atrapados en la trama de una pésima secuela) ¡Que los niños y los militares se hagan cargo! Él y Kyle se ganaron su jubilación; esa casa de campo en Dakota del Norte fue estratégicamente elegida por ambos para alejarse del mar, de los militares y de los paparazzis (Además que hace tanto frío allí y es tan deprimente, que les recuerda a South Park y al Shatterdome de Anchorage, en donde fueron seleccionados como pareja de pilotos oficialmente, y bueno, resulta que tienen un instinto hogareño después de todo... solo no lo suficientemente fuerte para volver a esos dos lugares), después de todo lo que han pasado se merecen pasar las siguientes décadas en paz, junto a sus gatos y sus plantas medio muertas por los fallidos intentos de jardinería de Kyle, haciendo lo que sea que les viniese en gana con el cheque mensual que reciben por parte del gobierno. Pero con el surgimiento de nuevos Kaiju, Kyle, siendo Kyle, sin importar lo furioso que esté o lo injusto que le parezca, nunca será capaz de ignorar un llamado de auxilio. Y habiendo habitado en su cabeza de forma regular por seis años mediante el Enlace, Cartman supo que la culpa devoraría a Kyle si tuviera las pelotas de negarse a pelear de nuevo. Vería las noticias, leería la cifra de muertos, pensando, cada hora de cada día, en cómo podría él haber ayudado a reducirla. Y supo también lo difícil que le sería, lo mucho que le dolería, pedirle a Cartman que arriesgara su vida una vez más, solo por él, solo porque nunca ha podido superar su dañino, estúpido complejo de héroe. Pero pese a su sentimiento de culpa, Kyle se lo pidió de todas formas, como ambos sabían que sucedería, y Cartman le gritó, lo insultó, le arrojó cosas que tenía a su alcance, y salió por la puerta, hecho una furia, pero al final del día, había cedido a su petición, también como ambos sabían que sucedería. No hay nada que no haría por Kyle, y después de los repetidos Enlaces, ni siquiera tiene el lujo de poder pretender lo contrario. El kaiju bajo ellos se sacude, suelta un chillido agudo que hace retemblar los paneles momentáneamente, y Cartman hunde, con incrementada fuerza, la rodilla del jaeger sobre el pecho del kaiju. Es un categoría cuatro, una nueva variación que le recuerda en apariencia a Karloff, pero en agilidad a Otachi, y solo puede especular la clase de nombre ridículo con el que el departamento de investigación bautizará al bastardo. Lo tienen contra el piso, incapacitado bajo la gigantesca pierna metálica de Mammoth Apostle (reparado y mejorado, de alguna manera su viejo amigo no terminó vendido en piezas y logró ser recuperado, en su mayor parte, en un basurero de Santa Mónica), y aunque grandes cantidades de Kaiju azul brotan de sus fauces, la presión no basta para acabar con él. Lo cual es impresionante, considerando que su jaeger es el segundo más pesado en la historia, superado solo por Cherno Alpha. —Te toca el honor —le recuerda a Kyle. La mejor parte siempre es el golpe final, pero en su posición actual es más seguro si él se enfoca en mantener el equilibrio y la presión en las piernas del jaeger y deja el control de las extremidades a Kyle—. ¿Arpón o nudillos? Él elegiría los nudillos; no solo es más satisfactorio asegurarse que el cráneo del kaiju quede hecho pulpa (el departamento de investigación puede chuparle las bolas), sino que el desastre que dejan detrás es mayor, y siempre disfrutó de leer los furiosos reportes por parte del equipo de limpieza y recolección quejándose por darles días adicionales de trabajo pesado. Pero está casi seguro de que Kyle elegirá el arpón, si acaso por practicidad. Cartman espera su respuesta unos momentos, en donde cree que Kyle está sopesándolo con seriedad, pero cuando vuelve la vista hacia él, Kyle tiene el entrecejo fruncido. Sus ojos parecen fijos en el horizonte, y Cartman, instintivamente, dirige la mirada hacia el mismo lugar. Nada. Más allá de las lecturas en los monitores, y la visión del kaiju bajo ellos, no hay nada fuera de lugar. — ¿Kyle? —insta Cartman, con creciente inquietud, haciendo uso de su conexión para atraer su atención con sus pensamientos también, a la par que indaga: ¿Es el dolor? ¿Se volvió demasiado fuerte? Kyle parpadea varias veces, sacudiendo la cabeza una vez, como forzándose fuera de cuál sea la breve ensoñación a la que Cartman, perturbadoramente, no tiene acceso. —Estoy bien –le asegura, sintiendo su intranquilidad—. El arpón, el arpón servirá —decide, como Cartman había sospechado. Estira su mano, el jaeger siguiendo sus movimientos como una sombra, gira su muñeca, buscando al arma en cuestión entre su pequeño repertorio, cuando se congela de nuevo, su brazo en el aire, confusión en su semblante. — ¿Chicos? ¿Todo bien? —cuestiona Bonnie por el intercomunicador, con voz incierta. — Estoy detectando señales inusuales por parte de Kyle, su ritmo cardíaco está considerablemente elevado. Kyle lleva su mano libre a su sien, y presiona los ojos con fuerza, profiriendo un quejido. —Es como si... algo... Cartman corrobora los datos de Bonnie en su propio monitor: la diástole y sístole registran números que incrementan en letalidad, así que, en lugar de perder el tiempo respondiendo, se sumerge por completo en el Enlace, abstrayéndose algunos instantes hacia la mente de Kyle, buscando la explicación que el aludido parece incapaz de darles. Y entonces, lo siente. Como una corriente eléctrica, desde su cerebro hasta sus pies, una sensación tan intensa que hace a su cuerpo sacudirse una vez, violentamente, contra los miembros metálicos que lo sostienen; su visión se nubla, sus miembros se entumecen por completo y todo sonido exterior es bloqueado: una interrupción involuntaria en el Enlace. La reconexión es inmediata y Cartman se aferra a ella en un reflejo pulido con los años. Pero es... diferente. Las piezas del rompecabezas mental que solían encajar con naturalidad son ahora forzadas en su sitio, doblando esquinas, arrugando los bordes. Y entre el mar de azul resquebrajado en filosos cristales que conforman una mente nueva, inexplorada, Cartman lo ve a él. — ¡... pero me gusta más Teddy, tú puedes llamarme así! —Ese es el diminutivo más estúpido que he escuchado. Bien podrías haberte escrito "Perdedor" en la frente antes de cruzar la puerta. —Pero... pero mi familia me llama así. —Entonces son estúpidos también. —¡Ellos no son...! —Voy a llamarte "marica" porque solamente a uno se le ocurriría que "Teddy" es un buen nombre. —El niño se vuelve hacia su pequeña audiencia: un grupo de al menos veinte infantes, en trajes de neopreno escamoso de un oscuro color vino, con diminutas luces recorriendo sus brazos en una línea, hasta su cuello, cual collar, observándolos con una mezcla de curiosidad y cruel diversión—. ¿Escucharon? Ese es el nuevo nombre de este imbécil, aunque estoy abierto a sugerencias. Cuando lo mira de nuevo, le sonríe con una malicia que contrasta de forma perturbadora con su inocente rostro. Teddy, avergonzado, toma puñados de su camisa, en frustración. Incapaz de confrontar las provocaciones del confianzudo niño frente a él, agacha la mirada. Jamás vuelve a presentarse de esa forma ante nadie. —¡Es verdad! ¡En ese mundo éramos amigos y ustedes eran amables conmigo y...! Teddy es golpeado en el rostro con una fuerza tal, que cae de espaldas al suelo. Se sostiene la nariz, chillando de dolor. —¿Tienes idea de los problemas en los que nos metiste? —brama el chico rubio que acababa de asestarle el brutal derechazo—. ¿Tienes idea de lo que pudiste haber provocado? —¿Qué clase de estúpido se equivoca con las coordenadas? —inquiere un chico de cabello azabache junto a ellos—. ¡Las repasamos una docena de veces! Este último le propina una fuerte patada en el estómago, sacándole el aire. Teddy se sostiene el estómago, haciéndose un ovillo sobre el piso. Cerniéndose sobre él, el tercer chico, su eterno tormento, le dice, cual sentencia: —No importa lo maravilloso que ese mundo te haya parecido o lo mucho que hayas deseado quedarte. —Con la sucia suela de su bota, presiona su cabeza contra el piso—. Ésta es tu realidad. Nosotros somos tu realidad. El aroma a pólvora y sangre permean el aire, el polvo se ha levantado en una gruesa cortina que ha reducido su campo de visión. —Déjame atrás... —jadea el joven, apretando su costado con su mano libre, tratando de detener la sangre brotando de un gran agujero sobre su cadera. Pero Teddy no se da por aludido, arrastrándolo entre la niebla de polvo, sobre la tierra irregular. Hay tantas explosiones, disparos y alaridos, que le sorprende que puedan escucharse con claridad—. Mi deber es... —El mío es asegurarme de que mis amigos sobrevivan —responde Teddy, con lágrimas en sus ojos. Apenas puede mantenerse en pie, sus brazos y piernas tiemblan de pavor y cansancio por igual, pero se aferra al otro cuerpo con decisión—. Todo lo demás no me importa. Alcanzan una gran pieza de metal, tirada sobre el suelo. Es una placa de metal que solía revestir a una gran máquina de varios metros de largo, por los escombros a su alrededor parece haber caído del cielo, pero a juzgar por las marcas sobre la tierra, alguien la había arrastrado varios metros desde el lugar en que había aterrizado. Teddy se agacha lo suficiente para tomar una de las esquinas metálicas y, con una fuerza discordante con su tamaño y físico, la levanta con uno solo de sus brazos. Bajo la placa se encuentra una zanja, de escasa profundidad, pero suficiente para resguardar al chico que se encuentra al fondo de ella. Una melena rubia, sucia y bañada en sangre, se asoma por encima de carne desfigurada, moviéndose espasmódicamente, vivo, a pesar de la crudeza de su estado. Teddy desciende al otro chico con cuidado, en el espacio vacío junto al joven rubio, pero él se debate en su agarre. — ¡No tienes derecho a hacer esto, no somos tus amigos! —brama, odio en sus ojos, sacudiéndose con acaecida fuerza—. ¡No voy a esconderme como un cobarde! ¡Nuestras órdenes...! —¡No me importa! —grita Teddy, desesperación haciendo su voz quebrarse. Es la primera vez que le levanta la voz con tanta ferocidad, con tanta decisión—. ¡Van a sobrevivir, así tenga que obligarlos! Sin más, empuja al chico en la zanja, sus gritos y reclamos silenciados bajo la gruesa pared metálica. Van dos, falta uno. Primero los ojos; luego, los brazos. Teddy se desarma así mismo, cual muñeco. Por primera vez en años, Kyle casi puede recordar lo que es sentirse humano. Esto, este edificio industrial colapsado, es un recuerdo que ha sido revisitado tantas veces que se ha convertido en una especie de palacio mental. Toda persona que ha vivido momentos traumáticos tiene este tipo de rincones en su mente: Los mundos interiores edificados por la aflicción son los responsables de que el 90% de los candidatos a pilotos fallen en los Enlaces. Es fácil atascarse en ellos; es casi imposible abandonarlos. Sobre el piso, paredes y techo, el mismo par de huellas ha dejado sangre de diferentes dueños a su paso. En el centro, sobre el piso empolvado, rodeado de docenas de cadáveres con el mismo rostro, el propietario de esta memoria congelada en el tiempo, sostiene el cuerpo de Teddy entre sus brazos, con una delicadeza que Cartman no pensó que alguien como él fuera capaz de mostrar. Su expresión es de pavor mezclado con congoja, de un amor tan profundo que duele a cada respirar y más que cualquier herida obtenida en batalla. El chico levanta la mirada hacia Cartman, su silencioso testigo, por primera vez; no hay sorpresa en su semblante. Sintió la intrusión en su mente desde que ocurrió, pero, pese a sus intentos, no fue capaz de detenerla. Está bañado en escarlata, de pies a cabeza, la sangre seca habiéndose adherido a su cabello, su piel, su uniforme de neoproeno, permanentemente; toda una larga vida de arrepentimientos se acumula en su cansado rostro. —Creo que puedo ayudarlo...—dice el eco de un recuerdo, vibrando a su alrededor. Y Cartman... Cartman comprende que es lo que sucederá después. Lo que ya ha ocurrido. Si Cartman no tuviera la experiencia que tiene navegando en una mente ajena, si no supiera robar memorias presentadas en palpitares, no hubiera atinado a descubrir el propósito del intruso antes de que el Enlace se viera interrumpido de nuevo, gracias a la inestable condición de sus mentes ahora incompatibles. Cartman no vio todo, pero sí lo suficiente para que el pavor que lo sobrecoge sea inigualable. El Kaiju bajo sus pies no solo ha dejado de ser la única amenaza, sino que ni siquiera es la única bestia allí, y Cartman está encerrado en la misma cabina con la otra. Recibiendo parte de sus pensamientos, Kyle, o lo que sea que habita su piel, voltea a verlo. La absoluta frialdad en ellos le eriza los vellos de la nuca. Cuando Cartman habla de nuevo, es con un terror que ni siquiera se le ocurre esconder. — ¿Cómo llegaste aquí? —pregunta, porque su identidad la conoce, al menos hasta cierto punto, aunque no tiene una respuesta definitiva. Le faltan los fragmentos más pequeños de su memoria que no alcanzó a tomar, aquellos que conectan un momento con el siguiente y que terminan de darle forma a la identidad de una persona, aquellos que le darían sentido a la perturbadora visión frente a sus ojos. El Enlace funciona así, de forma tan curiosa—. ¿Qué fue lo que hiciste? Su conexión principal se ha desvanecido, pero mediante los restos que conforman el Enlace fantasma, percibe la idea tan pronto se forma en la mente del intruso en el cuerpo de Kyle: El arpón es seleccionado, y en un rápido, fluido movimiento, el curso del brazo del jaeger cambia. El diseño de dos pilotos fue hecho con el propósito de compartir la carga neuronal. Mover un robot de ese tamaño, sin ayuda, requiere de un esfuerzo descomunal que cobró la vida de los primeros cadetes que experimentaron con el Mark I. Raleigh Becket, delirante en adrenalina, rabia y luto, fue el primer y único piloto en la historia capaz de manejar un jaeger por sí solo, demostrando que no es imposible, como pensaban, pero tampoco es una hazaña que cualquier piloto pueda simplemente imitar. Todos sus años de entrenamiento en la academia y su propia experiencia, le enseñaron a Cartman que aquella hazaña se trató de un milagro. Que todas las neuronas de Raleigh debieron haberse frito y que las secuelas debieron haber sido catastróficas. Que las probabilidades de que alguien más pudiese realizar algo como aquello, eran de una en un millón. Fue suerte, un milagro incluso, nada repetible, nada admirable. Sin embargo, en ese momento, haciendo uso de toda su voluntad, ordena, a través de los restos de su conexión con su copiloto y con su jaeger, que detenga el curso del brazo izquierdo, antes de que colisione con su objetivo, y comprende, finalmente, lo equivocado que estaba: lograr controlar a un jaeger solo, no se logra con suerte, sino con desesperación, con un instinto de supervivencia en su estado más puro. — ¡Detente! —alcanza a decir, haciendo acopio de toda la fuerza física y mental que posee. El filo del arpón sobresale del centro de la muñeca platinada, apuntando al hemisferio derecho de la cabina. La punta del arpón es tan larga, tan gruesa, que no hay manera que el cuerpo de Kyle no vaya a ser destrozado en el ataque también, lo cual volvería su viaje inútil. Su cuerpo tiene que sobrevivir, al menos hasta que Cartman... —Tú detente —gruñe el extraño, aun siendo capaz de leer sus pensamientos, y aunque su expresión no es otra sino de escalofriante concentración, Cartman detecta algo más en su Enlace fantasma, algo que este ser siempre ha sido bueno escondiendo, pero que ahora no tiene forma de ocultarlo de él. Y lo odia, este ser odia no poder escapar de su conexión. Pese al mejor esfuerzo de Cartman, la muñeca del titán de metal comienza a abrirse, y la cabeza del arpón se pone en posición, lista para ser desplegada. El esfuerzo que requiere detener cada acción es tan exorbitante, que siente su corazón latir desbocado, una presión en su pecho y cráneo intensificándose con cada instante. Líquido se desliza por su nariz, y no necesita mirarlo para saber que se trata de sangre. Raleigh Becket demostró que mover un jaeger sin un copiloto es posible sin morir en el intento, pero cargar con el cadáver de tu copiloto no es lo mismo que luchar contra él, contra sus propias órdenes, y Cartman sabe que no hay un escenario en donde ambos logren salir de esta sin que sus cuerpos paguen un precio irreparable. — ¡No, por favor! —Si Cartman supiera que las suplicas funcionarán, estaría de rodillas, pero sabe que no es el caso. No les ha servido a los otros (¡Dios, tantos otros!), y tampoco le servirá a él, pero la acechante visión de su rival, su amigo, su copiloto, su Kyle, sangrando de su nariz y orejas, los vasos sanguíneos en sus ojos rompiéndose hasta colorear la esclerótica por el esfuerzo de luchar contra él, lo obliga a intentarlo—. ¡Es tiempo robado! El sonido del metal abriéndose paso entre el cristal reforzado de los paneles del casco es insufrible, y grandes grietas comienzan a formarse. —¡Lo convertiste en un monstruo y él ni siquiera lo sabe! —presiona una última vez—. ¡Esto es lo peor que pudiste haberle hecho! ¡No lo estás salvando, lo estás destruyendo! La esperanza que Cartman siente al verlo titubear, pronto es devorada por algo más: pesar. Un pesar inconmensurable que no proviene de él. La frialdad en los ojos del ser tras la piel de Kyle ha menguado en una tristeza tan arraigada en el alma, que le provoca un nudo en la garganta. No son sentimientos que busquen ser compartidos, simplemente están allí, ineludibles, reverberando como un eco en Cartman. Atisba breves momentos congelados en el tiempo, en su mente. Momentos de los que nunca nadie más debió ser testigo. Y Cartman entiende por qué el arrepentimiento del extraño es tan escaso, y su determinación tan fuerte. El intruso suelta la risa más triste que ha escuchado. Pese a todo lo que ha visto, pese a todo lo que ha vivido, esta persona nunca pensó que vivir como lo hacen ellos fuera posible: amar y ser amado sin secretos, de forma tan íntima, invasiva. Se siente visto por primera vez, se siente expuesto. Sus pecados mirándolo de vuelta en el más claro, ineludible, de los espejos. —"No hay nada que no haría por él" —dice, usando las mismas palabras que siempre cruzan por la mente y corazón de Cartman cuando piensa en Kyle. No hay un dejo de mentira: la devoción del intruso también es absoluta. Y luego... Luego, el kaiju bajo su pie se sacude con una fuerza que los hace perder el equilibrio. Cartman atina a mantener el control sobre ambas piernas, si acaso lo suficiente para evitar caer de espaldas, y trata de mantener bajo su pierna al monstruo marino, que ha adquirido renovadas fuerzas, debatiéndose de un lado al otro. Es entonces cuando la despiadada bestia dentro de Kyle, brama. Es un grito salvaje, lleno de furia y frustración, que profiere mientras encorva su cuerpo, la sangre derramándose súbitamente a torrentes en todo su rostro; cada nervio, vena y músculo llevado al límite, mientras, en un rápido movimiento, levanta el brazo derecho, el brazo del cual Cartman acababa de perder control, enfocado como estaba en detener el brazo izquierdo del robot y mantener al kaiju bajo su pierna, y lo guía hasta la placa que recubre el pecho de Mammoth Apostle. Los nudillos Cullian necesitan de la suficiente fuerza y potencia para poder hacer algún daño real a la gruesa piel de los kaiju. Conforme nuevas categorías surgieron del Pacífico, actualizaciones y mejoras se hicieron a los nudillos. Aún no han encontrado kaijus con la fuerza o las garras suficientemente afiladas, para desprender con facilidad todas las capas de metal que revisten el núcleo de Mammoth Apostle. Pero los nudillos Cullian... Kyle siempre tuvo la certeza de que ellos podrían. Una falla secreta en el diseño, la había llamado. Una que, mientras los kaiju no desarrollaran la suficiente inteligencia para notarlo, estaría a salvo con ellos. Pero este ser no es un Kaiju. No es instantáneo. Cartman tiene suficiente tiempo para experimentar desespero y horror, suficiente para intentar detener la perforación, para intentar retomar cualquier semblante de control, y para fallar en ambas cosas; tiene suficiente tiempo para caer en la cuenta de que no volverán a su casa de campo, con sus mascotas y sus plantas; suficiente para sentir arrepentimiento, por no haberse negado a la petición de Kyle y a los militares; por no haberse marchado del país cuando pudieron; por no haberle hecho el amor esa mañana, por no haberlo besado más, por todo el tiempo que perdieron antes de aceptar que se amaban. Cuando la mano metálica alcanza el núcleo, y el colosal robot retumba y se sobrecalienta, en los milisegundos antes de que una luz blanca, y las hambrientas llamas de un fuego abrazador los consuman hasta convertirlos en menos que polvo, alcanza a robar otro pensamiento: cambiar el ataque del arpón a los nudillos en el pecho es un acto de piedad. El kaiju no sobrevivirá la explosión tampoco, así que será una última misión cumplida. Morirán, pero se llevarán al enemigo con ellos. La idea de una muerte con honor, de un soldado a otro. Y Cartman piensa, por última vez: vaya, no importa de dónde provenga, Kyle siempre será un idiota.
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