ID de la obra: 405

La Casa Inesperada

Gen
PG-13
Finalizada
5
El trabajo participa en el concurso «Harry Potter: El Capítulo Perdido»
Fechas del concurso: 26.06.25 - 13.08.25
Inicio de la votación: 12.07.25
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117 páginas, 10 capítulos
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El Callejón Diagon

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La Casa Inesperada

       El Callejón Diagon              Después de la veloz trayectoria, salieron parpadeando a la luz del sol, afuera de Gringotts. Harry no sabía adónde correr primero ahora que tenía una bolsa llena de dinero. No necesitaba saber cuántos galeones eran una libra para darse cuenta de que contaba con más dinero del que había tenido en toda su vida, más dinero incluso del que Dudley tuvo jamás.       “Deberías comprarte… déjame ver, si ve a comprar pergaminos y plumas” dijo Hagrid señalando hacia una tienda cercana llamada Plumas Amanuesis. “Escucha Harry ¿te molestaría si me doy una vuelta por el Caldero Chorreante? Detesto los carros de Gringotts.” Todavía estaba descompuesto así que Harry entró solo.       Para su gran sorpresa, la tienda no era aburrida si no que estaba llena de objetos increíbles, plumas que se deslizaban por sí mismas, tintas que brillaban o cambiaban de color, pergaminos lujosos que cambiaban de tamaño. Para Harry era la confirmación que esto era todo lo que buscaba, este mundo era simplemente tan… mágico.       Hubo muchas cosas que quiso comprar pero tampoco sabía que debería comprar, afortunadamente para él, la dueña del local lo ayudó cuando se dio cuenta que iba a Hogwarts. Aun así, se negó a venderle ciertos productos, riéndose y mencionando que no quería que sus padres volvieran a la tienda a devolverle los productos que no eran ‘adecuados’ para Hogwarts; Harry no supo cómo mencionarle que sus padres habían muerto.       Al final salió muy feliz con su compra de unos pergaminos muy lindos, unas plumas coloridas parecidas a la de los pavos reales y una tinta increíble que relucía de distintos colores. Antes que pudiera preocuparse de que debería hacer llegó Hagrid con dos grandes helados y sonriendo.       Se sentaron a comer los helados y después de mostrarle lo que había comprado (a Harry le dio la impresión de que Hagrid pensaba que había gastado de más) le preguntó que era un nacido de muggles.       “Nacido de muggles ¿quién te mencionó eso?” inquirió Hagrid sin responderle.       “La señora que atendía la tienda me lo preguntó cuando yo le pedí bolígrafos para escribir ¡No tenían ninguno Hagrid!”       “Y sí, los magos escribimos con plumas, no con esos raros bohi-grafós” lo miró de reojo Hagrid antes de continuar “los nacidos de muggles son aquellas brujas y magos que nacieron de padres muggles”       “Ósea, yo no sería uno ¿no?”       “Por supuesto que no, tus padres fueron grandes brujos” aclaró Hagrid y Harry respiró aliviado “no que haya nada malo de ser nacido de muggles por supuesto. Muchos grandes brujos, como tu madre fueron nacidos de muggles”       “¿En serio?” abrió los ojos Harry.       “Así es. No tienes nada de qué preocuparte”       Después de terminar sus helados se fueron a Madame Malkin donde estaba saliendo un chico rubio ligeramente más alto que él. Una mujer gordita y de rostro amable vestida de malva lo atendió.       “¿Hogwarts querido?” llevándolo en frente de unos vidrios rectangulares que lo miraban desde varios ángulos.       Harry casi se cayó al ser (al menos le pareció al principio) atacado por unas cintas mágicas que empezaron a medir su cintura, del hombro al dedo, del dedo a la muñeca y así iban. Harry notó que en el pergamino (que flotaba) enfrente de Madame Malkin aparecían números cada vez que alguna de las cintas mágicas termina de medir.       “Eres bastante flaco ¿no?” y lo pellizcó en la mejilla antes de voltearse a ver a Hagrid y levantarle una ceja.       “De la guerra” respondió evasivamente el guardabosques.       “Hmm” suspiró “pensaría que podríamos cuidar mejor a los nuestros”       Harry no sabía que tendría que ver una guerra con el ser flaco pero le pareció que no le iban a responder aunque preguntara.       Rápidamente se le olvidó el intercambio al ver como preparaban sus nuevas prendas. Un trío de brujas y magos rápidamente usaban sus varitas cortando y uniendo telas hasta que sus prendas estuvieron listas en un abrir y cerrar de ojos ¡Para los muggles hubieran sido varios días al menos!       De ahí pasaron por Flourish y Blotts, una librería donde los libros estaban acumulados hasta el techo; libros como los que Harry nunca había visto, de todos los tamaños, con símbolos raros y sus tapas desde cuero hasta seda. Lamentablemente no pudo convencer a Hagrid de comprar ‘Maleficios y Contra-Maleficios’ de Vindictus Viridian; según él necesitaba mucho más estudio para llegar a ese nivel. Igualmente, todos los tomos que compró se veían muy interesantes y no podía esperar para leerlos.       Continuaron sus compras donde cada tienda parecía ser más interesante que la anterior, desde donde compraron su caldero que parecía sacado de la antigüedad, unas balanzas para pesar ingredientes que escupían los ingredientes si te pasabas del peso máximo que podían medir, un bello telescopio de bronce en vez de latón (Harry tuvo que convencer a Hagrid, pero se había armado un poco de valor después de comprar él solo sus pergaminos y tintas).       El boticario llegó a sorprenderlo aún más, había cientos y cientos de ingredientes que Harry (no sabía exactamente como) sabía que eran mágicos aún sin ver sus nombres; desde cuernos de unicornio a ojos de escarabajos, pasando por todo tipo de garras, plumas, pieles y escamas.       Afuera del boticario, Hagrid revisó otra vez la lista de Harry.       “Solo falta la varita” y a Harry se le iluminó la cara, era lo que más deseaba tener desde que leyó la lista.       “Y aún no te he buscado un regalo por tú cumple” le sonrió Hagrid.       Harry se ruborizó y tartamudeó que no era necesario.       “Por supuesto que es necesario, el cumpleaños de todos debería ser celebrado. Veamos… sí, te compraré un búho, todos los chicos quieren uno y son muy útiles, llevan tus cartas y todo”       Unos minutos después entraron al Emporio del Búho, una tienda oscura llena de todo tipo de búhos, lechuzas, mochuelos, autillos y cárabos. Hagrid que se llevaba muy bien con el dueño, logró convencerlo para que Harry se llevara una hermosa lechuza blanca que el dueño se estaba negando a vender al menos que los clientes cumplieran ciertos requisitos.       Harry no paró de agradecerle hasta llegar a la siguiente tienda.       Una tienda alta y angosta de paneles de madera pintados de morado degastado se alzaba ante Harry. En letras doradas que brillaban sin que les pegara el sol leía ‘Ollivanders – Fabricantes de Excelentes Varitas desde 382 a.c.’       Al entrar Harry notó un extraño cosquilleo en la nuca, que fue rápidamente olvidado al notar la tienda. Se parecía a Flourish y Blotts en que estaba llena de estantes (aún más altos en el caso de Ollivanders) pero en vez de libros estaba llena de cajas muy lindas y angostas, apiladas en cada estantería hasta un techo que ni Hagrid podía tocar.       “Buenas tardes” dijo una voz suave y tremulosa.       Harry y Hagrid se sobresaltaron y Harry que estaba examinando los estantes se apresuró a acercarse al anciano de pelo blanco y ojos grandes que brillaban como lunas en la penumbra del local.       “Buenas tardes, señor Ollivander” roncó Hagrid.       “¡Rubeus Hagrid! Es un placer verlo de nuevo. Hmm… roble, cuarenta centímetros y medio, una varita flexible si mal no recuerdo”       “Así es señor”       “Buena varita. Lamentablemente supongo que la partieron en dos cuando lo expulsaron” dijo súbitamente con cara de pocos amigos como si considerara culpable a Hagrid.       “Eh sí, eso hicieron, sí” respondió Hagrid con los ojos en el piso “pero, pero aún conservo los trozos de la varita”       Los ojos de Ollivander se volvieron menos fríos mientras examinaba de lejos el paraguas rosado como si pudiera adivinar que ahí dentro estaba la varita. “Ya no hay mucho que hacer” suspiró.       “Es lamentable cuando algo tan preciado para nosotros los magos es destruido” exclamó volteándose a ver a Harry “¿no lo piensas joven?”       “¿Sí?” respondió en forma de pregunta al no saber muy bien cuál era la repuesta que buscaba el señor Ollivander.       Esos grandes ojos que tanto incomodaban a Harry se enfocaron súbitamente en su cicatriz “así que finalmente has venido, debo admitir que estaba esperando tu llegada Harry Potter”       “Te pareces a tu padre; se llevó una varita de caoba de veintiocho centímetros de largo, flexible y excelente para transformaciones. Tus ojos verdes son sin embargo los de tu madre, ella prefirió una varita de sauce de veintiséis centímetros de largo, elástica. Una varita muy linda para encantamientos”       “Claro dije que tu madre la prefirió, cuando en realidad es la varita la que escoge al mago”       “¿Recuerda todas las varitas que ha vendido?” no pudo pero inquirir Harry; si sus padres habían comprado sus varitas cuando tenían once años ¡eso significaba que había sido hace una eternidad!       “Sí señor Potter, recuerdo cada varita que he vendido, que madera, núcleo y longitud y flexibilidad de ella; hasta si la madera o núcleo vinieron del mismo árbol o animal y por supuesto a quién se las vendí.” Harry lo miraba con los ojos muy abiertos, no creía posible que alguien pudiera memorizar todo eso.       “Incluyendo la varita que te hizo esa cicatriz, treinta y cuatro centímetros y… una varita muy poderosa en las manos equivocadas” suspiró.       “En fin” dijo alejándose mientras sacaba una cinta métrica plateada que empezó a medir a Harry, esta vez Harry no se sorprendió de que lo hiciera sola. Lo que si notó es que parecía enfocarse mucho más en las diferentes longitudes de sus brazos y sus dedos y que Ollivander no tenía ningún pergamino flotante donde salieran las mediciones. “¿Zurdo o diestro, muchacho?”       “Diestro” le informó Harry.       “Cada varita Ollivander tiene un núcleo central de una poderosa sustancia mágica señor Potter. Usamos pelos de unicornio, plumas de cola de fénix y fibras de corazón de dragón; además usamos docenas de maderas de árboles distintos, todos ellos mágicos por supuesto. La combinación de estos tres núcleos mágicos con la amplia variedad de maderas y por supuesto la diferentes longitudes y flexibilidad de las varitas, hace que no existan dos varitas Ollivander iguales; son únicas e irrepetibles. Al encontrar tú varita, podrás asegurarte que obtendrás los mejores resultados, superior a cualquier varita de otro mago” se explayó el señor Ollivander en un monólogo que parecía haber repetido miles de veces, y sin embargo aún lo emocionaba.       “Ya es suficiente” dijo de repente y la cinta volvió a su bolsillo. Seguidamente se puso a sacar de los estantes varias cajas, para Harry aleatoriamente, ya que las sacaba de diferentes lugares sin un orden que pudiera discernir.       “Bueno prueba esta, madera de haya y nervios de corazón de dragón, veintitrés centímetros, linda y flexible. ¡Agítala!”       Harry casi ni la agitó antes que el señor Ollivander se la quitara y le entregara otra “Arce y pluma de fénix, de diecisiete centímetros y ¡muy elástica!”       Harry esta vez no pudo ni agitarla antes que el señor Ollivander se la quitara. Honestamente Harry no sabía que tenía que hacer, no sabía magia y el señor Ollivander casi siempre le quitaba la varita antes de siquiera poder intentar blandirlas.       A veces, sin embargo, algunas varitas reaccionaban negativamente, saltando de su mano como si Harry fuera la papa caliente. Una en especial, de núcleo de fibra de corazón de dragón y madera de espino, no saltó de su mano, si no que al agitarla hizo estallar un florero en una esquina de la tienda.       “Ehh ¿me escogió?” inquirió.       “No, definitivamente no” y se la quitó delicadamente antes de volver a meterla en su caja.       Harry no le molestó tanto esa vez porque sintió que fue la primera vez que hacía magia; si bien le apenaba que le había causado un destrozo al señor Ollivander, aunque lo hubiera reparado al instante.       Una pila cada vez mayor de cajas con sus varitas ya probadas se acumulaba en una silla, pero irónicamente entre más varitas probaba Harry, más feliz parecía estar Ollivander.       “Que cliente tan difícil ¿no?” dijo con una sonrisa.       “¿Es normal?” preguntó preocupado Harry.       “Ohh no tienes que preocuparte joven Potter, de hecho la estoy pasando de lo mejor. Verás, con los años he aprendido a escoger que varita probablemente vaya con que mago ¡no estoy simplemente sacando varitas de los estantes aleatoriamente! Siempre me siento orgulloso de poder encontrar la varita correcta entre las primeras tres, pero a la mayoría le encuentro la varita a la cuarta o quinta opción. Cada varita que no emparejo con un mago o bruja me habla sobre él o ella y lo que una varita está o no buscando, de dicha manera puedo ir descartando varitas que no le funcionarían.       “Pero aquellos clientes a los cuales necesito más de una docena de intentos son una rareza y una oportunidad de aprender aún más sobre varitología o el arte de las varitas. Así que verás que por esa razón un cliente que lleva, veamos… 17 intentos ¡ciertamente es digno de recordar!” exclamó emocionado mientras iba de un estante a otro.       “Hmm ¿por qué no? Una varita inusual para un mago inusual” murmuró sacando una caja de lo más alto de un estante.       Se la trajo a Harry y la abrió “una combinación insólita: acebo y pluma de fénix, veintiocho centímetros, linda y flexible”       Aún antes de agarrarla a Harry le pareció la más linda de todas las varitas, el color y diseño eran únicos.       Al tocarla y agarrarla, sintió un cosquilleo agradable que recorrió su cuerpo desde sus dedos hasta la corona de su cabeza. Un ligero viento parecía haberlo rodeado y como si supiera lo que tenía que hacer levantó la varita sobre su cabeza de izquierda a derecha; una multitud de chispas doradas y plateadas salieron de su varita, silbando por los aires como fuegos artificiales.       Hagrid lo vitoreó y aplaudió “¡Bravo Harry!”       “¡Oh bravo! Si, muy bien, muy bien” exclamó el señor Ollivander antes de murmurar mientras devolvía la varita a su caja “curioso, realmente curioso ¿quién lo hubiera imaginado?”       “Disculpe, pero ¿qué es tan curioso?” preguntó Harry intrigado.       Ollivander terminó de envolver la caja y se la dio a Harry mirándolo fijamente “Como dije previamente, recuerdo cada varita que he vendido y resulta que la pluma de la cola del fénix de donde salió la pluma de tu varita era doble, había otra que salía del mismo punto en la cola. En otras palabras, una pluma gemela. Yo forjé dos varitas hace décadas con esas dos plumas y vendí su gemela hace poco más de medio siglo, es muy curioso e intrigante que haya sido esa varita la que te produjo esa cicatriz.” Hagrid bufó fuertemente cuando oyó eso.       “Creo que podemos esperar grandes cosas de ti señor Potter; después de todo quien no debe ser nombrado hizo grandes cosas, terribles sin duda, pero grandiosas” terminó con esos ojos tan pálidos.              A Harry no le pareció muy agradable el señor Ollivander y lo que acababa de decir, pero irrespectivamente no regresaría su varita, era ya tan suya como si fuera su propio brazo y estaba feliz de tenerla. Pagó setenta y dos galeones y salieron de la tienda, Harry decidiendo no volver a pensar en la varita gemela.       Ya atardeciendo, Hagrid y Harry emprendieron el viaje de regreso a Privet Drive #4, a pesar de la insistencia de Harry de que no podía volver. “Ordenes de Dumbledore” respondía Hagrid. Cuando entraron en el subte casi se atrevió a preguntar lo que le estaba molestándole, antes de echarse para atrás y cambiar de pregunta.       “¿Cómo voy a ir a Hogwarts, Hagrid?”       “Ahh si, acá está tú pasaje para Hogwarts” respondió Hagrid entregándole un sobre “el 1ro de septiembre en King’s Cross. Está todo en el pasaje. Si tienes algún problema con los Dursley, mándame una carta con tu lechuza”       “No creo que se atrevan a desafiarte, pero dudo mucho que me lleven a Londres y mucho menos para que vaya a Hogwarts, tu viste cuanto tío Vernon no quiere que vaya ¿no puedes llevarme tú?” le preguntó Harry esperanzado.       Hagrid miró a Harry largamente antes de finalmente suspirar “hablaré con Dumbledore” y Harry le sonrió.       Al llegar a la estación de Paddington, Hagrid lo invitó a cenar unas hamburguesas y comieron contentos si bien algo callados.       Finalmente Harry se atrevió a hacer la pregunta que estaba rondándole la cabeza, aunque le costó encontrar las palabras.       “No puedo recordar esa noche, la noche que mis padres murieron y yo me volví famoso. Todas esas personas creen que soy especial, Ollivander espera grandes cosas de mí y siento que los demás también, pero yo ni sé hacer magia…”       Hagrid posó sus manos como cubetas sobre la mesa y le dedicó una sonrisa muy bondadosa que se escondía detrás de su gran barba “No tienes que preocuparte Harry. Todos son principiantes al llegar a Hogwarts. Verás que aprenderás rápidamente y vas a estar bien. Simplemente sé tú mismo. Sé que ser famoso como tú tal vez no sea fácil, pero vas a pasarlo muy bien en Hogwarts al igual que yo lo hice, de hecho aún la paso muy bien”       Finalmente se montó en el tren que lo llevaría a su casa y se despidió con gran pesar de Hagrid, nunca nadie lo había tratado tan bien, casi como si fuera familia.
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