ID de la obra: 419

La Última Grindelwald: La maldición del nombre

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En progreso
13
El trabajo participa en el concurso «Harry Potter: El Capítulo Perdido»
Fechas del concurso: 26.06.25 - 13.08.25
Inicio de la votación: 12.07.25
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planificada Mini, escritos 30 páginas, 15 capítulos
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Capítulo 1: El libro que abrió el pasado.

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Narrado por Albus Dumbledore.

Era un ritual que disfrutaba en silencio. Cada año durante los primeros días del invierno, subía a la torre más alta de Hogwarts, donde la pluma de aceptación y el libro de admisión esperaban desde tiempos antiguos. Aquella pluma encantada, nacida de un fénix que ya no canta, y aquel libro de tapas desgastadas, custodiaban los nombres de todos los niños mágicos del Reino Unido. Al abrir el libro, me recibieron nombres conocidos y otros nuevos. Hice anotaciones, asegurándome que todos los magos y brujas nacidos de muggles reciban sus cartas con antelación. Mi mirada, que tantas veces recorrió esas páginas con la distancia de los años y la costumbre, esta vez se detuvo, el mundo no giro más. Sentí el aire escapándose de mis pulmones como si me hubiera golpeado en el pecho una maldición. Me aferré al pedestal. No era posible. El libro no se equivocaba, la pluma tampoco. Ningún hechizo, ninguna manipulación humana puede forzar un nombre ahí. Alice Grindelwald. No hay duda. Creí haberme acostumbrado a esa palabra. A ese apellido. A su eco en los juicios, en los susurros temerosos, en las cicatrices del mundo mágico. Pero no así. No en ese libro. No junto a un nombre nuevo, uno que no había oído jamás. Un pensamiento me atravesó con violencia, ¿Cómo fue crecer con él? Con su padre, ¿Habrá crecido con el miedo de lo que es? ¿Con miedo hacia su magia? ¿y si era como Ariana o Credence? ¿Sera un Obscurial? ¿Por eso no se sabe nada sobre ella? Debo tranquilizarme, pero ¿Dónde estás, Alice? ¿Tienes frio, miedo? Debo ir al ministerio, debo saber dónde estás, no volveré a fallar a otro Grindelwald. No te volveré a fallar a ti. Me aparecí en el ministerio de magia, no di tiempo para saludos, ni formalidades. Las anticuadas columnas ni los grandes y fríos pisos de mármol no me intimidaban, no hoy. Subí directo a la oficina del ministro sin anunciarme. El recepcionista trato de detenerme, pero basto una mirada, una de esas que solo se dan después de vivir dos guerras para que no se me acercara. - ¡Necesito hablar con Cornelius Fudge! ¡Ahora! - Él está ocupado, profesor Dumbledore… - Pues tendrá que desocuparse. Es sobre un tema que ustedes llevan ignorando más de una década. La puerta del despacho se abrió tras unos segundos, Fudge me recibió con el porte de siempre, pero noté su ceño fruncido, preocupado, asustado. Sabía que yo no solía interrumpir así. - Albus. ¿Qué ocurre? Entre sin esperar ofrecimiento. - Quiero saber por qué el ministerio me ocultó la existencia de Alice Grindelwald. Su rostro palideció ligeramente. - ¿Cómo… cómo te enteraste? - La pluma lo escribió. -dije con el mismo tono con el que amenazaría a alguien con la muerte. - Albus, no era nuestra intención ocultártelo. Era por su seguridad. No queríamos que… que los mortifagos, los seguidores de Grindelwald o incluso los de Tu sabes quien la encontraran si es que queda alguno. - ¿Y en todo ese afán de protección… la protegieron? -espete-. ¿la encontraron? ¿La ayudaron? ¿La enviaron con alguna familia de confianza? Hubo silencio. - ¿¡Donde esta Fudge!? Él bajó la mirada. - No lo sabemos. Me quedé completamente inmóvil. - ¿Cómo no lo saben? - Desapareció hace dos años. Sabemos que escapo de su padre. Tenemos rastros de magia accidental. Pero nunca pudimos rastrearla del todo. Es como si… usara inconscientemente hechizos protectores. Se mueve. Cambia de lugar. Se esconde. Algunos aurores la han buscado, pero… - ¿¡Pero qué!? -grite-. - No podemos hacer públicas esas búsquedas. Técnicamente, al ser hija de una bruja sin matrimonio legal registrado… no tiene tutor mágico designado. Ni hogar registrado. Ni control de sus movimientos. Oficialmente… no existe. Esas palabras se estrellaron contra mi pecho. - Alice no existe. Alice, la última heredera de un apellido temido… fue olvidada, no porque lo mereciera -mi voz se endureció-. No fue olvidada por que fuera un peligro. No fue olvidada porque fallara… fue olvidada porque ustedes fallaron. Porque la ineptitud del ministerio es más peligrosa que cualquier apellido maldito. - No entiendo como alguien puede hablar de “seguridad” cuando ni siquiera son capaces de proteger a una niña. Aprete los puños. - Ella no pidió nacer con ese apellido. No pidió que su padre fuera un cobarde. No pidió que su madre muriera. Y, sin embargo, pagó el precio de todo ello. Pagó el precio de nuestra vergüenza, de nuestra política, de nuestros errores. Fudge me observó con tristeza, pero también con la dignidad de quien acepta un golpe. - Tienes razón. - ¡No! -le corregí, mirándolo a los ojos-. no se trata de tener razón, Fudge. Se trata de que hay una niña allá afuera que talvez ya no crea que vale la pena ser encontrada. Me gire hacia la puerta. Pero antes de salir, me detuve. - Si el ministerio no puede protegerla, entonces que no se interponga. A partir de ahora, Alice Grindelwald es responsabilidad mía. Y con un giro de la capa, desaparecí.

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