∘₊✧─── ✦ ───✧₊∘
En casa, la quietud me recibió con una calidez hostil. Todo seguía igual, pero yo no. Empecé a guardar mis pertenencias sin mucha convicción, doblando la ropa en montones ordenados que no hacían más que aumentar mi ansiedad. Llene la primera maleta, al cerrarla con mis dos manos, fue como si el aire se quebrara. La memoria me sacudió con fuerza. Estaba en una oficina, también acababa de cerrar una maleta. Daniel llegaba corriendo, apenas y podía respirar. Sus ojos empapados en lágrimas. —¿Por qué no me dijo nada? ¿Por qué me abandona?— exigía con desespero. Y yo… cerrando la puerta con mi varita. Justo como hoy. El recuerdo me partió el alma. La desesperación en su voz. Lo parecido de la situación. Me dejé caer sentada al borde de la cama. Cubriendo por simple inercia mi boca con mi mano, sin saber si llorar o gritar. Era el mismo gesto. La misma escena. Yo era quien estaba huyendo. Y ahora… volvía a huir de nuevo. No podía seguir así. No podía seguir esperando que las piezas encajaran solas. Rebusque en mi mesita auxiliar con urgencia, sintiendo mis manos heladas y torpes. Tome pluma y pergamino. Escribí una nota con prisa. Mi letra era algo dispareja, pero firme. Sellé el pergamino, lo até a la pata de mi lechuza con manos temblorosas y la vi perderse en el cielo gris. No sabía si lo haría venir por voluntad. No sabía si estaba lista para lo que podía decirme. Pero no me importaba. Esta vez, no iba a correr. Porque si algo había aprendido en medio de esta tormenta de recuerdos, era que lo que habíamos sido… aún no había terminado de escribirse.∘₊✧─── ☀︎ ───✧₊∘
Me enviaron a casa del trabajo. Ni yo mismo podía creer lo mal que me había puesto por el miedo de contarle lo que ocurrió entre nosotros. Me preparé un tónico para los nervios, con extra de valeriana y pasiflora. Realmente necesitaba calmarme. Caminaba en círculos por la sala, recordando sus palabras: —Estoy tramitando el traslado. Tienes hasta entonces. Sabía que se iría esta misma semana, pero… Negué con la cabeza. Me sentía incapaz de contarle todo, de revelarle lo que ocurrió… de cómo mi egoísmo torció todo y la lastimó. Cerré los ojos con fuerza y le di un sorbo al tónico. Yo lo sabía, si lo pienso bien, en ese entonces sabía que me quería, que sí me amaba. Lo sentía en sus carias, lo oía en sus palabras de aliento… lo veía en su mirada. ¿Por qué no pude conformarme con eso? ¿Por qué tuve que llevar todo más allá? Fui tan idiota. Y entonces su rostro vino a mí. Dolido. Culpable. —La culpa de lo que ocurrió fue mía —había dicho con voz firme, pero con los ojos conteniendo una tristeza inimaginable. Suspiré, resignado. Derrotado. Me dejé caer en el sofá y comencé a llorar de nuevo. Si le contaba todo, la perdía. Y si no lo hacía… también iba a perderla. Dejé que las lágrimas fluyeran. Todo lo que quisieran. Necesitaba desahogarme. Necesitaba sacarme de adentro un poco de todo esto. No sé cuánto tiempo pasó, hasta que una lechuza golpeó mi ventana. Su lechuza. Apreté los labios con fuerza, sintiendo el corazón en la garganta. Con manos temblorosas, abrí la ventana y tomé la carta. Su lechuza no esperó respuesta. Como si ya supiera que no hacía falta. Aún temblando, abrí el sobre con dificultad. Mi respiración se detuvo: “Daniel,Necesito que vengas a mi casa. Hoy. Ya. No me importa la hora.Si no vienes, te juro que jamás de los jamases volverás a encontrarme.Y tú sabes que puedo lograrlo.Tienes hasta esta noche.” Apreté ese pequeño pergamino con más fuerza de la necesaria. Todo mi cuerpo se sacudió con un temblor nervioso. Observé su caligrafía desprolija. Y lo supe. Supe que había recordado algo más. Levanté la vista a la nada. Ya lo había decidido: le diría todo. No la dejaría recorrer ese camino sola. Era momento de asumir la responsabilidad de mis actos. En algún momento, ella recordaría lo sucedido. Y tenía derecho a odiarme. Tenía derecho a reprocharme. Tenía derecho a saber la verdad.∘₊✧─── ☾ ───✧₊∘
Después de enviar esa nota, me quedé sentada un rato más en la cama, con la cara entre las manos y el corazón desbocado. —Ya no lo soporto más… —musité—. Si él no viene, me voy. Un leve estallido en la chimenea de la sala me sacó de golpe de mis pensamientos. Me puse de pie como un resorte y corrí hasta allí. Ahí, parado en medio del salón, estaba Daniel. Despeinado, la ropa desarreglada… y sus ojos. Sus ojos estaban hinchados, rojos, húmedos. No hacía falta preguntar. Había estado llorando. Lo miré unos segundos más. Di un paso hacia él, temblando. —No puedo dejar de ver tu cara —dije, y mi voz sonó rota. Él me miró, sorprendido. Negué con la cabeza, intentando explicarme. —La de tu versión adolescente… llorando, rogando que me quedara —las lágrimas ya amenazaban con salirme—. Esta vez, sé por qué me voy. Pero en esa ocasión… —mi voz se entrecortó, rota por el llanto— ¿por qué me iba? ¿Por qué parecías inconsolable? Vi cómo su rostro se contraía en un intento inútil de no romperse. —Se iba por mi egoísmo… por lo que le hice —dijo bajando la mirada. Tragué saliva con dificultad. —¿Qué me hiciste, Daniel? Él se quebró frente a mí. —Estropeé lo que teníamos —su respiración era entrecortada—. Tú siempre me trataste con respeto… con cariño… y yo… yo, ciego, estúpido… Quería, necesitaba… oírte decir que me querías. Que me querías como yo a ti. Di un paso hacia él, con el corazón a punto de salírseme del pecho. Daniel alzó una mano, pidiéndome silenciosamente que esperara. Pero me di cuenta de que él no se encontraba bien. Tragué en seco y, sin dudarlo, crucé la distancia rápidamente y lo sostuve. Pasé mi brazo por su cintura y tomé su mano. Estaba temblando. Todo él lo estaba. Lo guié hasta el sofá y lo ayudé a sentarse. —Lo siento… —se disculpó en un susurro, más bajo de lo habitual— Solo espero que no me odies después de saber lo que paso. Se abrazó a sí mismo, aún temblando. Bajó la cabeza, como si el peso del recuerdo fuera demasiado. … Y entonces su voz cambió. Ya no me hablaba a mí. Hablaba desde el pasado. Desde la culpa. Y yo lo escuché… como si por fin pudiera asomarme al rincón más oscuro de su memoria.∘₊✧─── ☀︎ ───✧₊∘
Había sido otro día de castigo. El cuarto en ese mes. Y lo peor es que ni siquiera me molestaba. Sentado en su oficina, con el pergamino extendido frente a mí, la escuché suspirar con exasperación antes de darme la misma orden de siempre. —Vas a escribir quinientas veces “No debo hacer bromas en clase.” —Sí, profe. Saqué mi pluma con tranquilidad. Cualquier excusa para estar con ella valía la pena. —Vuelve a sonreír y serán mil, señorito. Sonreí más. —Entre más sean, más tiempo podré estar con usted. Ella cerró los ojos un segundo y luego me lanzó una mirada fulminante. —Daniel Page, ¿qué hablamos sobre esto? —Pfff… —me quejé sin levantar la vista—. Me prohíbe todo. No puedo decirle lo hermosa que es, ni que me gusta, ni que pienso en usted cada maldita noche antes de dormir. Ella apretó la mandíbula. —¡También hablamos de eso! —exclamó, perdiendo la paciencia—. Debes dejar de portarte mal en mi clase. —Pero es la única forma que tengo para estar a solas con usted. Silencio. La vi cerrar los ojos por un instante antes de abrir un cajón de su escritorio y sacar una botella de vino. Sentí el aroma dulce llenando el ambiente cuando sirvió la copa. Observé con curiosidad cómo tomaba un sorbo, y algo en mi pecho se apretó. Era hermosa. De una forma en la que no podía poner en palabras. Y yo la quería… la quería solo para mí. —Si sigues portándote mal, comenzaré a quitarle puntos a tu casa. —su voz cortó mis pensamientos. —Acepte salir conmigo y no volveré a portarme mal. —¿Quieres que me encierren en Azkaban o qué? No puedo salir contigo. —Pero no voy a ser su estudiante para siempre. Solo estaríamos adelantando las cosas. Me miró con seriedad sobre el borde de su copa. —No, Daniel. Si sigues con esto, el próximo castigo será en la oficina de la directora. Bufé con frustración. —Está bien… —murmuré, apretando la pluma. Luego, fingiendo desinterés, pregunté en un tono casual: —¿Qué está tomando? —Vino. —¿Le gusta mucho el vino? —Sí. —¿Puedo probarlo? Ella soltó una pequeña carcajada. —No, eres un niño. —Eso es injusto, en algunos países ya podría tomar. Además, un sorbo no le haría daño a nadie —Díselo a tus padres. No pienso darle alcohol a un estudiante. La observé en silencio mientras volvía a beber. —Usted a veces es muy cruel… Ella apoyó la copa sobre el escritorio con un suspiro. —No, tú eres el cruel. ¿Por qué siempre quieres meterme en problemas? Levanté la vista y la encontré mirándome con esa firmeza que me volvía loco. —Porque ya no sé qué más hacer para que entienda cuánto la quiero. El aire se volvió denso. Vi su expresión endurecerse, como si intentara fingir que mis palabras no significaban nada. —Si realmente me quisieras, te pondrías en mi lugar —su voz era firme, pero su mano se cerró alrededor de la copa, como si necesitara aferrarse a algo—. Si hiciera cualquiera de las cosas que propones, tendría infinidad de problemas. Mi corazón latía con fuerza. —¿Entonces ha pensado en hacer algunas cosas conmigo? —pregunté con una sonrisa ladeada. Sus ojos se abrieron como platos. —¡NO DIJE ESO! —exclamó, girándose bruscamente en su silla — ¡No puedo contigo!—se quejó. Me reí por lo bajo. —Hazme el favor y termina tus planas en silencio. Me concentré en escribir, aunque mi mente ya tenía claro lo que haría. Esperé. Esperé hasta que su atención volvió a su copa. Cada segundo me consumía. Mi mente gritaba que me detuviera, que no cruzara esa línea, pero no podía. La quería. La quería tanto que dolía. Esperé hasta que su mirada se distrajo y vertí las gotas de Veritaserum en su bebida sin que se diera cuenta. Sabía que estaba mal. Sabía que no debía hacerlo. Pero no sabía cómo seguir respirando si no lo hacía. —Ya terminé, profesora. —Perfecto. Puedes retirarte. Me levanté lentamente, recogí mis cosas y caminé hacia la puerta. Pero no me fui. Bebí el Felix Felicis. Sentí el calor de la suerte correr por mis venas, empujándome a hacer lo que siempre había soñado. Dejé mi bolso a un lado y, con el corazón desbocado, me acerqué hasta su escritorio. Ella tenía los ojos cerrados, pensando que ya me había ido. La observé por unos segundos y con cada uno, mi corazón se aceleraba aún más. Y así, antes de que pudiera reaccionar, me senté sobre sus piernas, atrapándola. Abrió los ojos con un sobresalto. —¿¡Qué demonios crees que haces!? —forcejeó de inmediato, pero tomé sus muñecas, inmovilizándola. —Dígame la verdad.— Mi voz era un susurro cargado de deseo y miedo. Si me decía que no sentía nada, me iría. Pero si había algo… solo un poco, no podría detenerme. Sus ojos se abrieron con pánico. —¡Bájate de mí ahora mismo! Negué con la cabeza, manteniendo mi agarre firme. —¿Cuál es su bebida favorita? —Vino.— Contuve la respiración. —¿Cuál es su color favorito? —Morado. Por Merlín… —¿Qué edad tiene? —Veinticinco. Vi el horror reflejado en su rostro. No podía escapar. —Ahora sí, va a decirme la verdad. —Vas a meternos en problemas a ambos. —susurró, su respiración entrecortada—. Esto que haces puede ser penado. —¡No me importa! —mi voz se quebró. La sostuve con más fuerza, temiendo que huyera. —¿Está enamorada de mí? Su labio inferior tembló. Intentó apartar el rostro, pero solté una de sus manos y la obligué a mirarme de nuevo. —¡Responda! El silencio se alargó. Ella cerró los ojos con fuerza, luchando contra la respuesta que inevitablemente escapó de sus labios. —Sí. Mi corazón explotó. —¿Vas a dejar de molestarme? —su voz sonaba como un eco lejano. Tragué saliva, sintiendo cómo me fallaban las fuerzas. —Sí… Pero no me moví. No podía. —Pero si me da un beso y me promete que, cuando sea mayor, me dará la oportunidad de tener una cita con usted. Su respiración tembló. Sus manos temblaron. —Te lo prometo. No esperé más. Mis labios atraparon los suyos en un beso torpe, desesperado. No era solo deseo. Era un grito. Una súplica. Era mi último intento de tener algo de ella. Todo lo que había estado reprimiendo por años, todo lo que había soñado y deseado con cada parte de mi alma. Cuando nuestras bocas se separaron, la miré, con la respiración agitada. Sabía que estaba mal. Sabía que lo que había hecho no tenía perdón. Pero en ese momento, no me importaba. —No lo olvide, por favor. —susurré, la voz cargada de una súplica rota. Porque si lo olvidaba, si ella me olvidaba, no sabría cómo seguir viviendo. Y la besé otra vez. Me quede en silencio un momento, mi cabeza era un desastre, pero lo había hecho, le había contado todo. Mis manos, ahora entrelazadas, temblaban sobre mis rodillas. —Dos semanas después… —musite, sin atreverme a mirarla— te fuiste de Hogwarts. Ese fue el recuerdo que tuviste hace poco… yo rogándote que no te fueras. Ella no respondió. Levante la vista. Mi rostro estaba completamente empapado, mis ojos dolían y ardían por igual —Dijiste que había sido tu culpa —musité, negando suavemente con la cabeza—. Asumiste mi error, como si fuera tuyo… Tragué saliva con dificultad. —Fuiste tú quien salió lastimada. Tú quien se fue. Pero fui yo… quien te obligó a cruzar esa línea.∘₊✧─── ☾ ───✧₊∘
Yo no podía respirar. El aire me raspaba por dentro, como si cada palabra que acababa de escuchar se me hubiese clavado en la garganta. Como si me hubiese tragado un puñado de vidrios rotos. Me levanté de golpe, cubriéndome la boca con ambas manos. No era un grito lo que contenía. Era algo peor. Una culpa vieja, pegajosa, enterrada tan profundo que ni siquiera sabía que aún vivía en mí. —No… no, no, no… —murmuré apenas, caminando en círculos sin saber a dónde ir—. No puede ser… Sentía el estómago revuelto. Las manos temblorosas. Las piernas a punto de fallarme.Me dejé caer contra la pared más cercana, resbalando hasta el suelo, cerrando los ojos con fuerza. El recuerdo se había completado y me quemaba. Por eso me vi tan incómoda, por eso sentía que algo faltaba. Era mi subconsciente dándome pistas. Y ahora todo estaba claro. No era solo lo que él había hecho. Era lo que yo no había hecho. No lo había detenido con más firmeza. No lo había visto venir, o peor aún… Sí lo vi venir. Y no quise verlo. —Yo… —tragué saliva, apartando las manos de mi rostro—. Yo te fallé. Mi voz era un susurro tembloroso, pero salió. —No puse límites —dije en voz baja, como si me hablara a mí misma—. No lo suficiente. No fui clara. No fui justa contigo, ni conmigo… Daniel iba a hablar, pero levanté la mano para detenerlo. —¡No! —la voz me tembló, quebrada, desbordada—. ¡No me defendí! ¡No te protegí! ¡Tú eras solo un niño! ¡Un niño desesperado por amor, y yo…! Las lágrimas comenzaron a caer. —Yo lo sabía —susurré, como si con eso pudiera borrarlo—. Sabía que sentías cosas por mí. Y, por Merlín, Daniel… yo sentía algo también. Lo dije. No por lo que él acababa de contar. No porque lo recordara, sino porque lo sentía. Sentía que había sido así. Me quedé sentada en el suelo, abrazando mis rodillas, sin fuerzas, mirando hacia la nada. Desde siempre sospeché que algo no estaba bien. Ese malestar que se removía en mi interior… como si mi cuerpo lo recordara, aunque mi mente no pudiera hacerlo. —Nunca hice nada. Nunca crucé esa línea. Pero sí pensé en ti. Te miré. Te… te quise, en silencio. Respiré con dificultad. —Y eso me convirtió en cobarde. Me hizo huir. Me hizo esconderme tras la excusa del deber, del cargo, de la ética… y, aun así, te fallé. Levanté la mirada hacia él, con los ojos empapados y la culpa pesándome como una maldición. —No fuiste solo tú quien arruinó esto, Daniel —dije, con mi voz rota—. Fui yo también. —¡Deja de decir que fue tu culpa! —gritó, con voz temblorosa, sorprendiéndome—. ¡Fui yo quien te obligó, fui yo quien te forzó! —grito de nuevo, su voz se desgarraba en dolor. Se levantó de su sitio y se arrodilló frente a mí—. Tú siempre estuviste del lado correcto. —Tú me gustabas —repliqué en un hilo de voz—. Nunca estuve del lado correcto. Él bajó la mirada, frustrado. —Por eso no quería que lo supieras —soltó, desesperado—. No quería volver a verte así…Negó con la cabeza, con una rabia contenida. —Yo estoy perfecto. Siempre fuiste mi apoyo, mi consejera —levantó la vista, sus ojos marrones me miraban con intensidad—. Deja de verme como un niño inocente. Nunca lo fui. Y ahora, ya soy un hombre… un hombre que te necesita. Lo miré, atónita. Fue entonces cuando noté un hilo oscuro escurriéndose por su nariz. Daniel, en un reflejo automático, pasó el dorso de la muñeca para limpiarse… Pero solo logró esparcir la mancha, dibujando una línea roja sobre su mejilla. Vi la sangre en su rostro, oscura, grotesca sobre el rojo ya marchito de sus irritados ojos.Y algo dentro de mí se quebró. —Daniel… —susurré con un hilo de voz—. Estás sangrando. Él parpadeó, como si recién lo notara. Se llevó la mano otra vez a la nariz, mirándola luego, confundido. —Debe haber sido el estrés… o la presión… yo… No terminó la frase. Me incorporé de inmediato, cruzando la sala casi sin pensar. Saqué un paño limpio del botiquín y lo humedecí con una poción desinfectante. Cuando regresé, seguía arrodillado en el mismo sitio, como si no supiera qué hacer con su cuerpo. Me arrodillé frente a él, temblando, y con extrema delicadeza llevé el paño a su nariz. Daniel cerró los ojos al contacto, como si algo invisible en su interior también se deshiciera. No dijimos nada. Solo respirábamos. Él, con dificultad. Yo, tratando de no llorar otra vez. —No me importa cuántas veces digas que no eres un niño… —murmuré mientras limpiaba con cuidado su mejilla—. En ese entonces, lo eras. Y yo era la adulta. —Lo sé. —Y te fallé a ti, y a mí misma. —Y yo te fallé a ti. Retiré mi mano con duda y, como si se tratara de imanes, nuestros ojos se encontraron.Nos miramos por un rato. Sin máscaras, sin roles, sin huellas del pasado que aún no terminaba de sanar. Solo nosotros. Dos personas rotas, intentando no romperse aún más. —Estoy tan cansada, Daniel… —confesé en voz baja. —Yo también. —¿Por qué yo? —pregunté con dudas, tomando otro pañito limpio para colocarlo sobre su nariz y obligándolo a mirar hacia arriba. —¿Y por qué no? Eres… lo mejor que me ha pasado. —Pero… —balbuceé, con la voz temblorosa— te llevo tantos años. Él dejó salir una risa y luego se quejó un poco por la molestia. —Solo son un par de añitos más —respondió, con una sonrisa triste. —Solo son un… —no pude continuar. Suspire una risa derrotada—. No puedo contigo. Retiré la mano, algo avergonzada. No sé quién se acercó primero. Solo sentí su frente apoyarse en la mía, nuestras respiraciones entrelazadas en ese pequeño espacio donde todavía existíamos, todavía resistíamos. Mis dedos encontraron su mejilla, esta vez limpia. Los suyos temblaron contra mi cintura. Y por primera vez desde que todo comenzó… No necesitábamos hablar. Solo sostenernos un poco más. —No estoy orgullosa de lo que pasó, pero… no lo odio —susurré, como si temiera romper el momento—. No podría. Sentí el suspiro que escapó de sus labios, cálido contra mi piel. —Gracias por no dejarme solo —dijo con un hilo de voz. Nos quedamos allí, sobre el suelo de mi sala. En un silencio que ya no era tenso ni lleno de culpa. Era un silencio lleno de todo lo que habíamos dicho. Y de todo lo que ya no hacía falta decir. No sé cuánto tiempo pasamos así. Ni cuánto lloramos. Ni cuántas veces nos abrazamos sin saber si era por consuelo… o por costumbre. Solo sé que, en algún momento, el temblor de su cuerpo empezó a calmarse. Y el mío también. Decidimos levantarnos del gélido piso y sentamos juntos en el sofá. Como si estuviésemos decidiendo levantarnos ese castigo. Uno más, entre tantos que nos habíamos impuesto. Sin decir nada, nos acomodamos uno junto al otro. Su brazo encontró su lugar alrededor de mis hombros, y yo apoyé mi cabeza en su pecho. Me permití sentir su corazón, aún acelerado. Podía sentir cómo respiraba. Cerré mis ojos, y también podía sentir el mío, latiendo descontrolado. —¿Está bien si… me quedo un rato? —preguntó, con la voz aún rasposa. Asentí sin levantar la vista. No hacía falta más. Me removí ligeramente, poniéndome más cómoda, dejando que el calor de su cuerpo me envolviera. Sentí su mejilla apoyarse sobre mi cabeza. El peso de su mano sobre la mía. La calma, como una manta suave, cubriéndonos por fin. No hicimos nada más. No dijimos nada más. Solo nos quedamos allí. Juntos. Cansados. Reunidos. Y vencidos por todo lo que no pudimos decir antes. —Todavía no sé cómo arreglar todo esto —murmuré, con la voz a punto de quebrarse. Él apretó suavemente mi mano. —Entonces no lo arreglemos aún… Solo déjame estar contigo. Y así lo hicimos. Sin soluciones. Sin promesas nuevas. Solo quedándonos juntos. Por fin, sin miedo.∘₊✧─── ✦ ───✧₊∘
El amanecer se filtraba por la ventana como un susurro tenue. La luz apenas rozaba el borde del sofá donde todavía yacíamos con nuestras manos entrelazadas, exhaustos por la carga de todo lo que habíamos sido, y por todo lo que, de algún modo, aún éramos. No sabía qué hora era. Ni cuánto habíamos dormido. Solo supe que, al moverme un poco, sentí el cuello torcido, un brazo dormido y una rodilla entumecida por la mala postura. Daniel gruñó suavemente a mi lado. —Auch… creo que me rompí el alma —murmuró con voz ronca. Me reí por lo bajo, tapándome la boca con una mano. Desvié la vista, y el espejo en mi sala me devolvió una versión caótica de mí misma. Intenté alisar mi cabello con los dedos, pero me fue imposible domarlo. —¿Tienes una poción para este desastre? —pregunté, aún mirando mi reflejo. Él suspiró una risa. —Conozco una que podría funcionar —respondió, con la voz algo pastosa, frotándose una mejilla con disimulo—. ¿Crees que tengo baba? Lo miré con una sonrisa contenida, incluso algo tímida. —Creo que sí —le respondí encogiéndome de hombros. Daniel en seguida se levantó con torpeza, desperezándose. —¿Puedo usar tu baño? —soltó, volteando a ver con sus mejillas encendidas. —Sí, es la puerta de aquí mismo, a la derecha. Cuando se fue, aproveché —con cierto desespero— para tratar de mejorar mi aspecto un poco más. No sirvió de mucho. Así que, cuando Daniel regresó, fui corriendo hasta mi baño. Entré a la ducha, quedándome un momento bajo el agua. Sentía el cuerpo y el alma pesados, y necesitaba arrancarme esa noche de encima… pero no del todo. Porque a pesar del cansancio emocional y físico, de alguna forma sentía una tranquilidad al recordar una parte de lo que fui… aunque haya sido complicado. Antes de volver con él, más por pudor que por vanidad, me recogí el cabello en una coleta. Me até la bata con rapidez y caminé hacia la cocina, decidida a pedirle que fuera a descansar a su casa. Pero el olor me detuvo. —¿Estás cocinando? —pregunté, incrédula. —Shhh —dijo sin mirarme, ocupado vertiendo café en dos tazas—. Es una poción delicada.— Se supone que tú eres el invitado… Me extendió la taza. —Tu poción contra el desastre —bromeó. —… Y sin embargo —dije, aceptando la taza con una sonrisa débil—, lo haces mejor que yo. Le di una probada y de nuevo, el café estaba exacto como me gusta. Ni una pizca de más, ni de menos. Él notó mi pequeña sorpresa, y me devolvió una sonrisa orgulloso. Seguido le dió un sorbo a su café. Nos sentamos en la pequeña mesa de la cocina. Por unos minutos, el silencio se llenó del sonido de cubiertos, de pan siendo untado, de la cucharilla girando en la taza. Era una paz extraña, pero real, y era nuestra. —¿Puedo preguntarte algo? —dije finalmente, observándolo morder su tostada. —Cla-claro —respondió, tratando de pasar rápido su bocado. —¿Tú sabes en qué momento terminé enamorada de ti? Daniel me miró por un instante, como si midiera con cuidado la respuesta. —No… pero sí puedo decirte cuándo me prometí que jamás te dejaría sola. Me quedé en silencio, observándolo con curiosidad.Él desvió la mirada; su rostro se había teñido de rojo. —Yo…—comenzó dejando su mirada fija en un punto en el suelo— yo vivía siguiéndote, a todas partes, incluso a escondidas. Sonreí ladeando mi cabeza, solo para ocultar mi sorpresa. Pero no le interrumpí. —Ese día, tu ex pareja fue a verte… —dijo. Yo me crucé de brazos y rodé los ojos molesta conmigo misma, ¿por qué si recordaba a ese idiota? —Intentó hacerte daño. No soportaba que tú lo hubieses dejado.—Me miró con cierto nerviosismo por un segundo y, esta vez, se concentró en el humo de su café—. —Él estaba moviendo su varita a escondidas… No pude contenerme y le lancé un Expulso —sonrió ampliamente—. Apenas si se movió, pero… no se tomó nada bien que frustrara sus planes. Él me atacó de vuelta —Movió la mano haciendo un gesto de ataque—, pero tú, siendo más rápida, evitaste que me hiciera daño. —Daniel levantó la vista hacia mí, sonriendo con nostalgia—. Le dijiste que se largara. Que cómo podía atacar a un niño. Y que si volvía a aparecerse por Hogwarts, te encargarías de que se pudriese en Azkaban. Le devolví la sonrisa. No recordaba eso, por supuesto, pero sí me sonaba familiar. Como un eco lejano, como una historia que le oí a alguien. —Desde ese momento supe, que quería estar con contigo, que siempre iba a protegerte —volvió a abajar la vista y sus dedos giraron la taza entre sus manos. Sentí la garganta apretada. —¿Sabes? —dije en voz baja, también desviando la mirada—. Algo hiciste bien porque, sin recordarte desde que te vi, sabía que podía confiar en ti, me sentía segura a tu lado —añadí sonriendo con torpeza. Luego de algunos segundos, como si un impulso nos llamara. Nos miramos. Esta vez sin peso. Sin juicio. Solo nosotros. Me atreví a inclinarme hacia él, despacio, como tanteando el borde de una emoción vieja y nueva al mismo tiempo. Él también se acercó, respirando hondo. —¿Esto está bien? —preguntó entrecerrando sus ojos. Asentí. Nuestros labios se rozaron con una lentitud reverente, como si ambos tuviésemos miedo de espantar algo sagrado. Fue un beso sencillo. Sin urgencia. Pero lleno de todo lo que no habíamos podido decir con palabras. Sin embargo, la corriente eléctrica que recorrió todo mi cuerpo hizo que mi corazón se descontrolara. Cuando nos separamos, aún con los labios apenas tocándose y mis mejillas encendidas, murmuré: —No me hagas prometer nada esta vez. Él sonrió suavemente, con su cara teñida de rojo. —No hace falta —murmuró con suavidad. Nuestros labios seguían apenas tocándose cuando un aleteo seco nos sobresaltó. Una lechuza se posó con torpeza en el alféizar de la ventana y comenzó a picotear con fuerza el cristal. Daniel se apartó con un suspiro, frotándose la frente. —Eso suena urgente. Me levanté, un poco molesta por la interrupción.Abrí la ventana. El ave agitó las alas, inquieta, mientras tomaba el pergamino atado a su pata. Lo reconocí de inmediato: el sello del Departamento de Aurores. Hay una situación en Gringotts que se ha complicado. La necesitamos urgente en la bóveda 1296 inmediatamente. No hemos podido localizar al Auror Page, si sabe su paradero, infórmele que se presente también. —¿Gringotts? —dije en voz baja, leyendo en diagonal. Sentí el estómago cerrarse. Daniel se acercó, leyó por encima de mi hombro y negó con la cabeza. —No puedes ir sola, no hoy. Me mordí el labio. Honestamente, tenía ganas de tomarme el día. —¿Y si mandan a alguien más? —me queje con fastidio— O… no sé, ¿Gareth? ¿Él también tiene autorización para actuar dentro de Gringotts? — pregunté un poco frustrada. Daniel asintió con cautela. —Sí, y Gareth conoce el protocolo de bóvedas y de los duendes. No les va a gustar, pero es la mejor opción. Podemos presentarnos más tarde, si es necesario. Tomé la pluma y escribí una respuesta rápida al dorso: Recibido. Imposible asistir de inmediato. Solicito se envíe a Gareth como enlace de contingencia. Nos presentaremos a la brevedad. La lechuza salió disparada en cuanto até el mensaje. Dejé caer la pluma sobre el mesón de la cocina. —Y ahí se fue la paz —murmuré—. Quería estar un rato más contigo. Daniel rodeó mi cintura con sus brazos, besando suavemente mi sien. —Ya tendremos más oportunidades… no hay motivos para alejarnos. Me giré para mirarlo a los ojos, acariciando su mejilla con el pulgar. Daniel me devolvió una sonrisa resignada, suave. —Sí, supongo que tienes razón —murmuré, dejando un beso corto sobre sus labios, apenas un suspiro. Nos quedamos en silencio, mirándonos. Luego simplemente nos abrazamos. Y se sintió liberador. No se sentían barreras, ya no había secretos. Finalmente podíamos querernos como lo habíamos esperado todo este tiempo. Nos separamos algunos centímetros, lo suficiente para vernos a los ojos. Sonreímos torpemente, pero volviendo a acercar nuestros rostros con cierta timidez, con delicadeza. Con esa sensación nueva de anhelo porque nuestros labios se encontraran una y otra vez. Fue entonces cuando otra lechuza golpeó mi ventana con una insistencia casi desesperada. Nuestra burbuja se rompió. Después de una risa compartida, miré al pobre animalito con una mezcla de ironía e ira contenida. —Parece que alguien tiene urgencia —bromeó Daniel. Abrí la ventana y tomé el pergamino. Reconocí la letra de inmediato: No es opcional. Te ofrezco un bono doble. Necesito que vengas YA. —Alastair Blakesley. Sonreí, resignada, masajeándome el puente de la nariz. —Vamos —dijo Daniel, dejando su taza vacía en el lavaplatos, con una sonrisa traviesa—. Te acompaño, y luego me invitas a comer. —Sí… —suspiré con una mueca— Nos vemos en un rato, supongo. Daniel me dio un beso prolongado en la mejilla, provocando que cerrara mis ojos, disfrutando de su caricia, en cuanto separó sus labios, abrí mis ojos, topándome con su mirada intensa. Así que, antes de que se alejara más, lo tomé del cuello de su desarreglada camisa, dándole ese último beso que la lechuza había interrumpido. Él suspiró una risa, me devolvió un corto beso y luego salió con prisa hacia la sala. Yo lo seguí con lentitud. Me apoyé en el marco de la puerta de la cocina, mientras él se desvaneció entre las llamas verdes de la chimenea, y apenas lo hizo, el departamento me pareció más frío. Más vacío. Negué con la cabeza mientras caminaba hacia mi habitación a cambiarme.—Nos vamos a ver en unos minutos —me dije en voz baja, animándome, aunque ya lo extrañaba—. Y esta vez… sé que no vamos a volver a separarnos. A lo lejos, una ráfaga de viento agitó las cortinas, como si la casa misma soltara un suspiro. El día apenas comenzaba. Y por fin, también lo hacía nuestra historia.—FIN—
***
No puedo creer que esta historia haya llegado a su fin. Me siento muy feliz con el resultado, aunque, siendo sincera, también pienso que podría haberlo hecho mejor. Supongo que eso significa que aún tengo mucho por crecer, y eso me emociona. 💜 Si llegaste hasta aquí conmigo, si le diste una oportunidad a este viaje... no tengo palabras suficientes para agradecerlo. Decir “gracias” me parece poco, pero aún así, gracias. Desde lo más profundo de mi corazón, gracias por leerme. Este capítulo me hizo llorar mientras lo escribía. Y cuando terminé la parte de la pelea, estaba tan agotada como ellos. Sin dudas, este es mi capítulo favorito. Gracias por leer. Gracias por comentar. Gracias por acompañar a esta historia… y a esta escritora que está aprendiendo a soñar.