ID de la obra: 510

Jardín del Edén: El Pecador

Slash
NC-17
En progreso
2
Tamaño:
planificada Maxi, escritos 16 páginas, 7.646 palabras, 2 capítulos
Descripción:
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N : REQUIEM AETERNAM

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Es cegador, de cierto modo. No recuerda la última vez que caminó bajo un cielo de semejante azul, demasiado puro y brillante para la acostumbrada paleta de grises que pinta el paisaje de esta ciudad. Incluso la brisa que le agita algunos mechones de cabello, dejándolos caer sobre los laterales de su frente, resulta ser tanto fresca como ligera, una caricia que le besa las mejillas y suaviza el ardor residual dejado por el sol que se alza en lo alto. Así pues, da otra calada a su cigarro antes de tirarlo sobre la maleza y aplastarlo con la punta del zapato; si ningún otro aquí se molestará en ocultar su desdén por la teatralidad del evento, él tampoco fingirá cortesías innecesarias. Suficiente ha hecho con esforzarse por aparentar algún tipo de interés, escuchando a medias el discurso del padre que preside la ceremonia. En ausencia de algo más útil, hace un barrido superficial a la multitud amontonada en el jardín, vagando desde la fila de oficiales que custodian el féretro, pasando por el grupo que presume con gran incomodidad el uniforme ceremonial, hasta llegar a las cucarachas que rodean todo el espectáculo; contrario a las expectativas de los altos mandos, el código de vestimenta fue respetado de principio a fin, una hazaña sorprendente para una ciudad que ya estaba harta de la brutalidad camuflada de justicia y orden que tanto caracterizaba al protagonista de este evento. Es esta homogeneidad, por tanto, la que le permite identificar la anomalía que se cuela entre la gente: Gustabo García, el fruto podrido de un pasado que creía muerto desde hace más de cuatro años. Su entrecejo se frunce de inmediato, al tiempo que la tensión se instala en su mandíbula y los dedos le pican por el afán de desenfundar su arma. El imbécil no hace parte de la marcha ceremonial, tampoco se ha sentado en la zona señalada para familiares y amigos cercanos —aún vacía—. Por el contrario, está parado junto al resto de la población civil, en la parte más alejada del cajón que encierra lo que, de seguro, también es un pasado que prefiere muerto. Después de todo, ninguno de los involucrados en el fuego cruzado de hace cuatro años disfrutó de cómo resultaron las cosas. Por otro lado, si bien es verdad que su presencia en sí misma ya es inquietante, es esa expresión apática, imperturbable y desganada lo que, de cierto modo, lo mantiene en alerta; no está interactuando con nadie en específico, tampoco ha abierto la boca para responder a las oraciones del padre. Solo está ahí, parado a lo lejos, sin hacer ningún tipo de esfuerzo físico por llamar la atención. Además de su vestimenta, claro está. El traje burdeos de tres piezas que luce, acompañado por una camisa formal de color negro y una corbata a juego, sin mencionar el detalle de su cabello rubio, que contrasta en gran medida con la sobriedad de la multitud y acentúa la palidez de su piel, lo hacen resaltar del mismo modo que una herida abierta. Ha captado más de una mirada a lo largo de la ceremonia, de esas que oscilan entre la curiosidad, la molestia y un ligero atisbo de diversión. Sin embargo, nadie se ha acercado a hablarle, tampoco se han hecho comentarios en voz alta sobre su presencia, a pesar de que gran parte de la atención lleva rato girando en torno a él. —También me sorprende que sí haya venido. Vestido con una camisa sobria en tono azabache y un par de pantalones a juego, el reemplazo del cadáver que ambos custodian le habla en voz baja, parado a su lado mientras observa la bandera que el grupo de honor ha levantado del cajón antes de dar inicio al pliegue ceremonial. Como respuesta, él solo inclina la cabeza en su dirección, lo suficiente para dar a entender que lo está escuchando. Aun así, Holliday no ofrece más palabras. Si bien es cierto que no le sorprende su conocimiento en cuanto al drama familiar bajo la alfombra, puesto que su último ascenso le ofrece acceso privilegiado a información de alta confidencialidad, es su aparente ignorancia con relación a los hechos que estremecieron a la ciudad hace cuatro años lo que más le hace ruido o, específicamente, su desinterés hacia el principal responsable, quien no solo había sido dado por muerto, sino que también tenía una orden de arresto mucho antes de todo el espectáculo en la iglesia. Él debe saberlo. No puede estar ocupando el trono del viejo sin tener idea del caos que Gustabo desató por un rencor personal. Sin embargo, antes de que pueda pronunciar palabra, uno de los oficiales que conforman el grupo de honor se acerca a ellos con la bandera nacional entre sus manos enguantadas, doblada en un triángulo perfecto, y se la entrega a Holliday antes de ejecutar el saludo militar, aunque no se toma la molestia de esperar la devolución del gesto que exigen las formalidades, pues ninguno de los altos mandos está dispuesto a otorgar un honor que consideran inmerecido. Por tanto, cuando el padre da por terminada la ceremonia y los murmullos de los asistentes estallan de golpe, mientras algunos oficiales se aflojan el cuello de la camisa y varios civiles retoman sus móviles, la ausencia del silencio que debería rendir respeto al muerto no sorprende a nadie, tampoco el afán de muchos por retirarse. Exceptuando a la manzana podrida cerca del árbol. A diferencia de los asistentes, Gustabo permanece estático, ahora junto a la fosa, por completo ajeno a las miradas descaradas y murmullos de curiosidad que algunos lanzan en su dirección, observando el tumulto de tierra sin un ápice de emoción en el rostro, como quien contempla una grieta cualquiera en la pared. Por tanto, cuando Holliday se dirige a él con, según parece, información importante, le es difícil registrar el mensaje. Hasta que un nombre en específico le atraviesa los tímpanos. —¿Cómo? —suelta de repente, girando el rostro en dirección al otro hombre. En lugar de responder, Holliday regresa la mirada hacia el frente mientras, con tono despreocupado y, en cierto modo, risueño, le comparte los detalles registrados en el último informe médico del payaso envuelto en rojo, asegurando su estabilidad mental y capacidad para vivir en sociedad, al menos bajo una supervisión ya establecida por el Hospital Central que involucra, por supuesto, el suministro constante de medicamentos. Y aun así, todavía pretende permitir que Gustabo sea reintegrado al cuerpo policial. —A ver, yo me estoy perdiendo la movida —interrumpe él—. Dices que todavía necesita medicación y supervisión, supervisión seria—enfatiza—. ¿Cómo es eso alguien estable? Me cago en Dios. —Son órdenes de arriba —dice Holliday con simpleza—. Tiene que volver a la policía. —Sí, con tus cojones. —Esta vez, gira todo su cuerpo en dirección al que, en teoría, era el candidato idóneo para estar en la cabeza de la LSPD—. Cuatro años, pavo. Cuatro putos años. No veas la que nos lio el gilipollas, ¿y ahora regresa como si nada? —Anda, Trucazo, que Gustabo tampoco estará muy contento con la idea, pero es lo que hay. En respuesta, él se mofa con desgana, dispuesto a seguir argumentando en contra del parloteo de Holliday. Sin embargo, tal derecho le es negado en el momento que este comienza a caminar directo al tema de conversación, por tanto, no tiene más opción que seguirlo, impulsado —en gran parte— por el morbo de ver en qué estado se encuentra el mayor dolor de cabeza de Los Santos después de haber sido declarado muerto. Después de haber confirmado que la tierra del cementerio hizo su trabajo con el último lazo de sangre vivo en su árbol ya marchito. —¡Gustabo! —saluda Holliday a pocos metros de alcanzar al hombre, dejando que su tono se impregne de cierto júbilo—. Es bueno volverte a ver. En lugar de prestar atención a su cómico abrir de ojos, ese que deja en evidencia su nula familiaridad con Holliday y lo inesperado de la reunión, Trucazo desvía la mirada a la figura junto al payaso, que está medio paso detrás de él. Es alto, de complexión atlética, corte militar, luciendo una perilla recortada que conecta con un bigote fino. Un hombre que no debería pasar desapercibido con tanta facilidad y que, todavía así, consiguió evadir su mirada hasta ahora. —Cierto, es probable que no me recuerdes —continúa Holliday, llamando la atención de regreso para hacer su presentación. A pesar de la formalidad, no hace ningún esfuerzo por iniciar el típico apretón de manos—. Un gusto, Noah Holliday. Seré el principal responsable de la LSPD de ahora en adelante. Frente a esto, la expresión del bastardo, antes impasible y algo sorprendida, se torna hostil, reflejando la misma cautela de un ciervo herido al cazador que lo encontró. —¿Eres el Super…? —Alto Comandante —corrige Holliday con cierto afán, aún sonriendo—. Se tomó la decisión de cambiar el título en honor a la labor de mi predecesor. Es burocracia, pero ahí está; no habrá nunca otro como él. El payaso se mofa con desdén, rodando los ojos mientras cruza los brazos sobre su pecho. En consecuencia, su mirada se encuentra, por primera vez en una eternidad, con los ojos de Trucazo, todavía ocultos bajo el par de lentes oscuros que lo han protegido del intenso sol toda la mañana. Según a quién le preguntes, cuatro años son un soplo de aire sin importancia, en cambio, para otros, es tiempo suficiente para cambiar el rumbo del mundo. En este caso particular, fue lo que Gustabo necesitó para regresar como un hombre, a simple vista, diferente; aún conserva esa barba perfilada de un rubio tan pálido que imita el blanco en la pelusa de los gatos, así como la forma de su cabello y el modo de recortarlo, sin embargo, Trucazo no recuerda que el azul de sus ojos fuera tan nítido ni la facilidad con la que su tez nívea se tiñe apenas de carmín bajo el sol, tampoco ese cúmulo de piel irregular que se asoma desde un costado y trepa hasta la mandíbula. —¿Pero tú quién eres? —La curiosidad es genuina al colarse fuera de sus labios asalmonados, dirigiéndose directamente a él—. No te conozco. ¿Cómo te llamas? Para sorpresa de Trucazo, lejos de altivez o distancia que sus recuerdos anticipaban, la pregunta salió con una honestidad casi infantil. Responder con sinceridad es tentador, mas no se permite ceder a ese capricho. —Yo soy John Travolta, neno —dice en cambio—. Encantado. Por un breve instante, la conversación se desvía hacia ese comentario; el otro hombre en verdad parece haber borrado de su memoria el recuerdo de Trucazo, y la preocupación, aparentemente sincera, de Holliday por ese hecho no ayuda a recuperar la seriedad del asunto. A razón de esto, las siguientes palabras de Gustabo estuvieron cerca de perderse en medio del intercambio; fueron dichas en voz baja, como si su boca hubiese sido más rápida que su instinto de supervivencia, y Trucazo no puede asegurar que entendió bien, que la frase «Eres guapo» en verdad fue pronunciada por la misma persona que años atrás apuntó más de un arma en su dirección. Sin embargo, antes de permitirle reaccionar, Holliday vuelve a interrumpir el espacio, anunciando la misma noticia que amargó el semblante de Trucazo minutos antes. Y, como habían previsto, la reacción del payaso está lejos de ser favorable, permaneciendo igual de renuente a pesar de las explicaciones siguientes. —Pero que yo no quiero volver a la policía, que ya me tocaron mucho los huevos —dice de golpe, arrastrando las palabras con ese tono arrugado que tienen los críos cuando no les gusta algo—. Yo no quiero aguantar otra vez a esos chupapollas. A pesar de su tono descortés, sin mencionar el entusiasmo infantil de las quejas con las que sigue bombardeando a Holliday, este ni siquiera se inmuta. Por desgracia para el crío de cabello rubio, Freddy no tiene el mismo nivel de paciencia con él, mucho menos de cuidado. Por tanto, no duda al decir—: Tú cállate la boca, hombre. Me cago en Dios. Gustabo se detiene apenas medio segundo antes de girar en dirección a él. —¡Pero que yo quiero ser un civil! —Hay fuego ardiendo en sus iris y pasión rebelde pintando su voz—. Si van a arres… —Son órdenes de arriba, Gustabo. —La interrupción de Holliday, dicha sin perturbación alguna en su tono, atraviesa el aire de un modo inquietante que difiere con la sonrisa aún pintada en su rostro—. Tienes a Isidoro contigo. No hay de qué preocuparse. De repente, Trucazo recuerda la presencia del cuarto hombre, ese que todavía orbita el espacio de Gustabo del mismo modo que un perro a su amo. No obstante, el momento es interrumpido por la guardia ceremonial antes de que otro comentario sea dicho, robando la atención de los altos mandos en un parpadeo y permitiendo al rubio maldecir en voz baja antes de retirarse. Sin despedidas, sin palabras adicionales, sin mirar atrás ni una sola vez.

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@SantosNews · 19 abr 2024 🔵 #ÚltimaHora | Mientras Los Santos despide al superintendente Jack Conway tras su repentino fallecimiento el pasado viernes, la LSPD inicia una reestructuración interna, que incluye cambios en los títulos de los altos mandos. Avispa Culona (@avispaculonaa) Vamos, que cambiamos el cartel pero la película es la misma. Menudo circo. F (@golden_police03) Despide? Si todos celebramos que ese tío finalmente la palmara 😂😂😂 Road King (@motorbro69) enserio nadie va a hablar del rubiales que se paseo de rojo ese día?? Rose (@beautyrosewthorns) insta del poli de cuero y lentes plz no (@nousername6942) @beautyrosewthorns Cuídate de ese, era el perro rabioso del tutankamón
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