Azlyn
La brisa nocturna y la luz lunar eran mis compañeras esta noche. La ciudad de Londres se encontraba a viva a mis pies. Los coches tocaban el claxon a los transeúntes rezagados, las luces de los pubs iluminaban las aceras y la música ahogaba las risas de los muggles que seguían buscando un lugar donde tomar algo. Para ellos era una noche normal, una para disfrutar después de salir del trabajo y comenzar el fin de semana. Eran ajenos de todos los peligros reales que corrían, por lo menos los peligros mágicos. Llevaba cerca de un mes investigando los asesinatos de muggles. Al principio se creía que se trataba de un problema más de los muggles. Alguien de los suyos que decidía perder la cabeza una vez más. Hasta que comenzó a sonar que las desapariciones eran demasiado extrañas. Las víctimas desaparecían ante la mínima distracción de sus acompañantes, tras haber salido unos segundos antes que sus amigos de un local, o incluso, en el trayecto que le llevaba desde su casa a la entrada de la calle. Todos estos hechos hicieron que el Ministerio empezara a preocuparse y me dieran a mí el caso. Querían evitar a toda costa avisar a las autoridades muggles, no querían alterar el fino equilibrio del secreto mágico por un solo individuo fanático. A pesar de que ha pasado más de una década desde la caída de Lord Voldemort sigue teniendo seguidores. No tantos como en la época oscura de nuestra historia, pero sus ideales seguían vivos. Se confirmó la identidad del asesino tras encontrar la marca tenebrosa sobre los cuerpos hechos mediante una maldición cortante, que el asesino hechizó para apareciera ante los ojos de alguien de la comunidad mágica. Mi cacería continuó hasta la madrugada. Durante la investigación salió a la luz el patrón de sus ataques: siempre tres víctimas consecutivas. Un niño de camino o vuelta del colegio, un joven en el Soho y una persona mayor en un parque. Todas con características parecidas. Si su primera víctima era una niña pelirroja con pecas, su siguiente víctima era una joven pelirroja y por último a una anciana con pecas. Así sucesivamente, no le importaba género ni sexo, solo le importaba seguir el orden y completar su ritual. Hoy le tocaba a un joven de cabello castaño con un lunar debajo del ojo derecho, y solo un muchacho encajaba con esa descripción. Saqué del bolsillo interno de mi abrigo un mapa degastado que mostraba toda la ciudad, con un único par de huellas de zapatos que se desplazaba sobre el papel: mi protegido. Y cuando el reloj dio las cuatro de la madrugada el joven salió del local, se acomodó el abrigo y se adentró en la ciudad. Lo seguí desde los tejados, pasando de uno a otro a golpe de varita para no llamar la atención. Aparecerse era demasiado ruidoso. Tras quince minutos llegamos a un barrio residencial iluminado con la escasa luz amarillenta de las farolas, con todos los residentes con las cortinas echadas y luces de sus residencias apagadas. Lo único que se escuchaba era los solitarios pasos del joven muggle, hasta que un llanto rompió la quietud de la noche. El chico se detuvo en seco, y yo con él. Buscó el origen de los lloros infantiles y dio con ellos en un estrecho y solitario callejón. Me asomé al borde del tejado, y vi como el chico entraba con precaución, evitando pisar la basura del suelo. —¿Hola? —preguntó el joven—. ¿Quién está ahí? De una oscuridad antinatural del fondo del callejón apareció un niño pequeño de cabello castaño. Desde la altura solo podía ver la corilla del niño y la mata de pelo del pequeño, y aun así sentí nauseas. No necesité verle el rostro al niño para saber que tenía un lunar debajo del ojo derecho, ni para saber que se trataba del niño asesinado hace tres días. Todos los insultos se me atragantaron en la garganta de la repugnancia. —Ayúdame, por favor —dijo el falso niño entre lloros. —¿Qué te ha pasado? —le preguntó asustado el joven, esta vez acercándose sin miedo—. ¿Qué haces aquí solo? ¿Y tus padres? —No lo sé… Hace tiempo que no están. —¿Sabes tú dirección o el número de teléfono de tu casa? El niño negó con la cabeza. —Vale —la voz del muggle sonó con determinación—. Te diré lo que haremos, primero te compraré algo de comer, después iremos al hospital y desde allí localizaran a tus padres con ayuda de la policía. ¿Te parece? —le ofreció la mano. —¿Me ayudarás? —preguntó el niño—. ¿Aunque haya sido malo? —Por supuesto que sí —dijo convencido el muggle, aunque extrañado. El niño clavo su mirada en los ojos del joven tras levantar la vista. —Serás el siguiente a mi colección, entonces. El muggle dio un traspiés para caer de culo. Me aparecí al lado de la víctima justo a tiempo para ver como el cuerpo del niño se distorsionaba para cambiar de forma y sacaba una varita del interior de su ropa. Mi hechizo aturdidor rebotó contra el del mortífago, y ambos se desviaron e hicieron añicos la pared del callejón. De inmediato alcé los escombros y se los lancé contra mi oponente, sin que hubiera contacto porque alzó un escudo. —Auror —la voz del brujo tenebroso estaba llena de asco y odio, el mismo que yo sentía—. Probarás todas las torturas posibles antes de que me aburra y te mate. Dedicaré tu muerte a mi señor tenebroso. Mi respuesta fue lanzarle el contenedor de basura, con la intención de que se lo llevara por delante. Sin éxito. El duelo comenzó. Los hechizos iluminaban el cielo nocturno y la calle residencial. Destrozamos coches, farolas, la acera y la carretera. Rompió una boca de incendio para manipular el agua e intentar ahogarme. Me aparecí sobre una de las farolas intactas para levantar los cables eléctricos del suelo y poder electrocutarlo con el agua que mojaba sus pies, pero fue más rápido y alzó el vuelo envuelto en un velo oscuro. Hice lo mismo, pero envuelta en un velo blanco. Volvimos a intercambiar hechizos mientras volábamos sobre Londres, éramos dos nubes antagonistas que lazaban haces de luz como hechizos sin llegar a tocar al otro. Hasta que dos de nuestros dos hechizos conectaron durante unos segundos. La magia explotó y nos hizo perder el control. Aterricé sobre el tejado de gravilla en un edificio abandonado, rodé para incorporarme aprovechando la velocidad de la caída. Derrapé sobre el terreno, y en ese momento, vi el hechizo del mortífago que me rozó la mejilla y que me hizo volver a caer al suelo. Mi varita cayó a unos centímetros de mi mano y el golpe me dejó sin aliento por unos segundos. —Niña estúpida —el asesino soltó una horrible carcajada que no podría olvidar, como tampoco sus dientes amarillos y ojos vidriosos como los de un pescado muerto—. ¿Creías que podrías conmigo? —no se detuvo hasta estar a cinco centímetros de mí y alzó la varita con una sonrisa gloriosa y asquerosa en los labios. Y actué. Le hice un barrido con las piernas, rápido y contundente. El mortífago cayó de espaldas con un golpe seco, y en menos de un segundo tenía mi rodilla hundida en su pecho, empujándolo contra el suelo y invocando mi varita hasta mi diestra. Blandí mi varita, apoyándola sobre mi antebrazo izquierdo, apuntándolo. —¡Desmaius! —la luz roja salió disparada contra mi presa, sin que pudiera levantar la varita un palmo del suelo. La cabeza del sujeto cayó con un golpe seco contra la gravilla. Me levanté y evalué los daños de mi persona, por suerte, la ropa hecha un desastre y una herida en la mejilla que me escocía. —Encarceorus —conjuró una voz conocida. Unas cuerdas salieron volando hasta atar con fuerza a nuestro prisionero—. Buen trabajo, Azlyn. —Llegas tarde, Arlo —ataqué a mi supuesto compañero. Arlo Wright era un hombre de estatura media, nariz pequeña y ojos azules demasiado grandes para su rostro ovalado. Un cabello rubio coronaba su cabeza hasta los hombros. —Di mejor: gracias gran Arlo por desmemorizar a ese indefenso muggle. Puse los ojos en blanco. —Está a salvo —se apresuró a decir antes de que pudiera preguntar—. Imogen se está encargando de crearle un nuevo recuerdo. Suspiré aliviada. —Usó la poción multijugos para atraer a la siguiente víctima—. Arlo frunció el ceño molesto, sospechando lo que iba a decir a continuación–. Se transformó en Matthew. —Que hijo de… —detuvo sus palabras, pero su rostro estaba distorsionado por el asco más puro—. Ni muerto deja en paz a sus víctimas. Solo era un niño. ¡CRACK! Los fuertes chasquidos de aparición se esparcieron a nuestro alrededor, dando la bienvenida al resto de equipo de aurores del ministerio. —No le des más vueltas —le dije a Arlo—. A parir de ahora se pudrirá en Azkaban. Durante la siguiente hora, Arlo y yo hablamos con nuestra jefa, Amelia Green. Una mujer alta, de un metro noventa, de cabello tan rubio que parecía blanco y vestida con un vestido que ceñía sus ondulantes curvas. Sus ojos celestes eran firmes y no admitían ningún error estúpido bajo su supervisión. Otros aurores se encargaron de desaparecer con el detenido y Amelia a contarnos los desperfectos que causé al luchar contra el criminal. Por suerte, el equipo de contención mantuvo a todos los residentes durmiendo y ninguno salió herido por ser demasiado curioso. En esos momentos, el equipo de limpieza movía sus varitas con elegancia y vigor para arreglar todo el destrozo de la batalla. —Buena idea al atraerlo a una zona deshabitada, señorita Sullivan. Asentí como agradecimiento. —Señor Wright, buen trabajo en escoltar al joven muggle hasta los sanadores. Sin embargo, ha dejado sola a la señorita Sullivan demasiado tiempo. Intente que no vuelva a pasar. —Sí, señora —aceptó Arlo con voz solemne. Amelia era dura, pero justa. —Señorita Sullivan, me gustaría hablar con usted a solas —hizo un gesto para que la siguiera y así lo hice. Nos apartamos unos cinco metros del resto para tener algo de privacidad. —¿Sucede algo, jefa? —Sí —dijo sin irse por las ramas—. El departamento de misterios ha contactado con nosotros para pedirme que acepte tu traslado a su unidad —una mueca desagradable apareció en los labios carmesí de Amelia. —¿Cómo? —pregunté sorprendida. —Lo que has oído, señorita Sullivan —su voz sonó molesta—. A partir de mañana serás inefable.Nuevo trabajo
7 de agosto de 2025, 19:20