Evan
—¿Llevas la identificación? —preguntó mi madre. —Sí —la saqué del bolsillo para mostrársela. —¿La funda de varita? —prosiguió—. ¿Y la varita? Sus preguntas hicieron que se me escapara una sonrisa. —¿Te refieres a esta? —le señalé la funda que descansaba en mi cadera y la varita dentro de la misma. Mi madre suspiró y la sonrisa que me dedicó llegó a los ojos. —Por fin vuelves al trabajo, quiero que todo salga bien. —Aura, deja a nuestro hijo —dijo mi padre desde la cocina, mientras cocinaba junto a nuestro excéntrico elfo doméstico, Owen. Mi madre era una mujer de metro sesenta y cinco, de media melena tan rubia como la luz solar. Rostro fino y ovalado, amable y con brillo pícaro constante en sus ojos grises. Siempre ha sido una mujer inquieta, siempre sumergida en la crianza de sus numerosos hijos y la creación de sus artefactos mágicos. Por otro lado, mi padre era alto, de un metro noventa, cabello negro y ojos tan azules como el océano y mandíbula que se afinaba en su barbilla. También era amable y mucho más tranquilo que mi madre. Era firme, seguro y despertaba en el resto de personas un sentimiento de respecto. —¡Cómo has crecido! —dijo mi madre con los ojos llorosos. —Eso pasa por enterrarlo en estiércol de dragón —el tono burlón de mi hermano Jem hizo que pusiera los ojos en blanco. Sus ojos grises, iguales al de nuestra madre, se reían sin compasión de mí, su hermano mayor. —Deberías haberte enterrado también en estiércol, Jem —hizo acto de presencia Byron, nuestro hermano pequeño, acompañado de Zadkiel, nuestro primo. Eran uña y carne—. Al menos así habrías conseguido los centímetros que te faltan. Byron era el más salvaje de los cuatro, siempre con su lengua afilada y con mal temperamento. Le gustaba buscarle las cosquillas a Jem, como si se olvidara que él era incluso más despiadado. —Lo habría hecho, querido hermanito, si no te la hubieras comido toda cuando naciste —contestó Jem con tono inocente. Byron puso mala cara y Zadkiel solo rio, ganándose un codazo del primero. —¡Chicos! —gritó nuestra madre en reprimenda—. ¡La única que se puede meter con vosotros soy yo! —la rotundidad de sus palabras era abrumadora—. ¡Que no se os olvide! Y así, poco a poco, fueron llegando el resto de mi familia. Éramos cuatro hermanos. Yo era el mayor, seguido por Jem, Byron y Drake, que eran mellizos. Jem, con su metro noventa y tres, pelo castaño heredado de nuestro padre, ojos grises de nuestra madre, humor y carisma atraía a la gente como un faro. Byron, con su metro noventa era la versión masculina de nuestra madre, la misma independencia, pero con un grado de pasotismo extremo. Deseaba ser un dragonista tan bueno como nuestro padre y, aun así, no aceptaba su ayuda con facilidad. Drake, a pesar de tener la misma altura que su mellizo, el mismo cabello rubio y la casi misma complexión, no se parecía a él. De hecho, no se parecía a ninguno de nuestros padres. Y, aunque formara parte del grupo tranquilo de la familia, todos sabíamos que llevaba una carga sobre sus hombres que no quería compartir. Por último, estaban nuestras primas, Brooklyn y Mikayla, y Zadkiel, su hermano mayor. Brook y Mike eran gemelas idénticas, lucían un lustroso y ondulado pelo plateado de nacimiento, ojos con toques verdes y grises. No obstante, Brook era directa, sin pelos en la lengua, culo inquieto y su sinceridad, a veces, rozaba la crueldad. Mientras que Mike era la conciliadora, la reservada. Prefería llegar a un acuerdo mediante el diálogo y no tener un enfrentamiento abierto. Zadkiel, era parecido a Byron, pero con sus facciones mucho más marcadas. Mandíbula cuadrada, ojos azules y cabello rubio. Complexión de dragonista, musculoso, delgado y alguna que otra quemadura. Y después estaba Owen, el excéntrico elfo doméstico de nuestra familia. Siempre fue una constante desde nuestra infancia. Logros, fracasos, festejos y disgustos, él siempre estaba ahí, con nuestros platos favoritos o con lo que necesitábamos para poder tener un pequeño momento de paz. Tenía un carácter que no dejaba pie a discutir mucho, y ese sentimiento se acentuaba gracias a los trajes de tweed y los pendientes en forma de lagrima que conjuntaba con sus prendes. Según el cambio de Owen vino a raíz de conocer a Dobby, el elfo doméstico libre. Mis padres no tuvieron problemas en adaptarse a los gustos del elfo. Esta era mi familia, grande, pintoresca, unida y desequilibrada. Porque por mucho que se estuvieran quejando, todos estaban presentes para darme su apoyo en este día. Después de un largo año de recuperación, entrar en una nueva rutina era más que agradable. —No tengo tiempo de comer, Owen —informé al elfo cuando nos llamó a comer. El elfo doméstico se giró como un resorte, sus pendientes de ónice brillaron con la luz que entraba por los grandes ventanales. Se arregló el traje como si estuviera ofendido y con un chasquido de dedos y un poco de chispas, apareció delante de él una bolsa compacta. —Se llevará el almuerzo, entonces, señorito Evan y no acepto un no por respuesta —dejo caer el paquete flotante a mis manos—. He preparado su almuerzo favorito. —Gracias —dije sincero. —Evan, hijo —la voz de mi padre sonó alegre y tranquila—. Tengo esto para ti –sacó una petaca plateada con el blasón familiar, los Draig: un dragón circular con las alas extendidas—. La encanté para que se llene con tu toma diaria, y para que te avise si al final del día no te la has tomado. Yo me encargo de la poción, no te preocupes, podré organizarme mejor con los dragones y San Mungo. —Gracias… Mi padre, sin que se le escapara nada, me dedicó una gran sonrisa tranquilizadora. —Quien hace al hombre son sus decisiones ante los azares de la vida. Sabrás que rumbo tomar a partir de ahora, y si por algún casual te sientes perdido, siempre nos tendrás. Y así era cómo mi padre podría hacer llorar a cualquier hombre de veintiocho años solo por su bondad. La red flu me llevó directo al pasillo contiguo del atrio del Ministerio. Este no había cambiado en mi ausencia. El suelo de madera negra seguía tan brillante que podías reflejarte en ellas, los aviones de papel volaban por encima de nuestras cabezas, derribando algún que otro sombrero de pico. La gran Fuente de los Hermanos Mágicos, ubicada en el centro del atrio, otorgaba una visión gloriosa de la comunidad mágica. Sus estatuas de oro vertían el agua en puntos estratégicos para considerarla una obra maestra. De resto, los trabajadores caminaban apresurados o adormilados. Durante mi trayecto hasta los ascensores, varias personas se detuvieron a saludarme y darme la bienvenida. Sus caras alegres y sorprendidas solo sirvieron para despertar una sensación agridulce en mi garganta. Si ellos supieran la verdad no estarían saludándome tan felices. Si supieran el por qué de mi ausencia de este año se alejarían e, incluso, buscarían la forma de echarme. Puede que la comunidad sufriera bajo el fanatismo de Lord Voldemort, pero sus ideales seguían en los huesos de muchos. Bajé hasta el noveno nivel, el más bajo del Ministerio, y al bajar del ascensor, me recibió la calma. No existía la posibilidad en el departamento de misterios el barrullo de los niveles superiores. Aquí el ambiente cambiaba a tal punto que la percepción del lugar era diferente. El suelo de baldosas negras estaban tan pulido que parecía que caminabas sobre agua estancada. Que las paredes, también oscuras, gritaban advertencias, en vez de darte la bienvenida, y que la entrada al departamento fuera un único pasillo con una puerta negra al final no ayuda a crear un ambiente acogedor. Sin embargo, esta vez, una figura de un hombre ocultaba la amenazante puerta. Era un hombre alto, de piel negra, cabeza rapada, rostro y mandíbula cuadrada. Ojos azabaches en forma de almendra con una perpetua seriedad enmarcados por cejas arqueadas y nariz ancha, perfecta para su rostro. Cuerpo ancho, esbelto y atractivo. —Te veo bien, chico —saludó Kingslate con voz profunda. —Lo mismo digo. El hombre esbozó una media sonrisa e hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera. —La reunión comenzará dentro de dos minutos. McAllen os explicará todo lo que necesitáis saber —explicó sin irse por las ramas. Kingslate era intimidante y podía ser duro con sus palabras. No obstante, era un mentor excelente. Tenía una paciencia infinita para enseñar y contestar a todas las dudas de los novatos. —¿A quienes? —no se me pasó por alto que él no estaba incluido. —A tu nueva compañera y a ti, la conocerás en breve. —¿Con quién estás tú, entonces? —pregunté lleno de curiosidad. —Con Brown. Pasamos las distintas puertas cambiantes hasta llegar al despacho de McAllen, un espacio amplio dominado con un gran escritorio de madera, con figuras flotantes de las distintas investigaciones que tenía bajo su cargo. Un reloj de arena con su arena paralizada, un cerebro que iban iluminándose con una luz roja en distintas zonas y una calavera con cuencas llenas de humo, entre otras cosas. La luz provenía de unos faroles mágicos. —Toma asiento, Evan —indicó con amabilidad McAllen, mi jefe de escaso cabello, ojos marrones y nariz ancha. Agradecí con un gesto y obedecí. Nada más hacerlo mi jefe me analizó de arriba abajo y tras unos segundos quedó satisfecho. —Me alegro que estés de vuelva —se acomodó hacia atrás en su asiento de cuero—. Se te ha echado de menos, eres una gran incorporación para el departamento. —He escuchado que ya no soy el nuevo. En ese momento se escuchó unos golpes en la puerta. —Justo a tiempo —contestó McAllen y con un movimiento de varita la puerta del despacho se abrió. Quien entró fue el mismísimo jefe del departamento de seguridad magia, Harry Potter, con su cabello azabache rebelde, ojos verdes como el césped y gafas redondas. Algunas arrugas de expresión se cernían alrededor de sus ojos y alguna que otra cana le manchaba el cabello. —Buenos días, Arnold —dijo el señor Potter, saludando al resto con un movimiento de cabeza—. Les presento a Azlyn Sullivan, la auror por la que preguntó. El señor Potter se apartó para presentar a la joven que iba detrás de él y me quedé mudo sin ningún motivo. Azlyn era una joven de apenas un metro sesenta y cinco, melena azabache hasta mitad de la espalda, abundante y de suaves ondas. Rostro en forma de corazón, labios carnosos, nariz recta y pómulos altos. Ojos negros, pestañas largas y cejas finas. Se podía intuir bajo su blusa un cuerpo esbelto, con suaves curvas y, sin poder evitarlo, me fije en su pecho. Me sentí como un maldito pervertido en el acto. No tenía quince años para que se me cayera la baba como un idiota. En efecto la chica era hermosa, más que hermosa, pero no había motivo para que me dejara la boca seca con tan solo mirarla. Ya podía escuchar la voz burlona de Jem recordándome que me hacía falta un polvo con urgencias. Al final, él tendría razón. Porque esta reacción no era normal, y me avergonzaba. —He escuchado que hiciste un trabajo excelente con Elmer Davies —halagó McAllen—. Te felicito. —Gracias, señor. —Tuviste un enfrentamiento abierto contra él, ¿cierto? —siguió McAllen con curiosidad. —Sí, señor. La voz de la chica sonó en mis oídos firme, segura de sí misma, encantadora y sexy. Definitivamente necesitaba desahogarme sexualmente y no ayudaba a controlar mis deseos que sintiera admiración por esta desconocida. Elmer era conocido por su crueldad y por su apoyo abierto a la pureza de sangre, junto a los métodos radicales de los seguidores del señor oscuro. Seguido por el hecho de que era un excelente duelista. Por lo tanto, lo difícil de este caso fue descubrir la próxima víctima, combatir contra él y contener los medios de comunicación muggles. Porque Elmer nunca se molestó en ocultar su identidad, quería crear el caos en ambas comunidades. Por ello, ser consciente de que esta bruja no solo era talentosa, sino inteligente, era un cóctel para mis hormonas que creía agotadas. Desde hace un año no quería saber nada de esas historias y necesidades tan primarias. Quería y necesitaba tranquilidad, y mi estado anímico no estaba para enredar las cosas. Por mí y por la otra persona. Por eso, era más que un inconveniente sentir esta inexplicable atracción por alguien que acabo de conocer. —Gracias a ti también, Harry —continuó McAllen—. Sé que es una situación atípica, pero…. Potter alzó la mano para interrumpir con amabilidad. —No te preocupes, Arnold. Es una pena tener que aceptar el traslado, pero soy consciente que no me lo pedirías si no fuera necesario —las palabras del jefe de aurores tranquilizaron a McAllen—. Solo espero que lo que te traes entre manos salga bien y sin incidentes. McAllen suspiró casi con cansancio y resignación. —Muchas gracias, Harry. Siento las molestias. Harry sonrió y nos dedicó un gesto de agradecimiento con la cabeza antes de girarse hacia la chica, le dedicó unas palabras de animo y buena suerte antes de marcharse acompañado de Kingslate. Una vez solos, McAllen invitó a sentarse a Alzyn a la silla libre a mi lado. Maldije a todos los magos de la historia cuando pude oler su perfume de jazmín e hizo que me palpitara zonas privadas y ubicada detrás de la cremallera de mis pantalones. Como dicen: como éramos pocos, parió la abuela. —Azlyn, siento haber pedido este cambio tan repentino. Siento las molestias que he podido causarte al cambiarte de departamento —empezó McAllen—. Sin embargo, la situación la requiere —nos miró a los dos con intensidad—. Este es Evan Draig —le dediqué un movimiento de cabeza como saludo—. Será tu compañero durante el tiempo que pases con nosotros. Necesitamos que investiguéis y recuperéis, si es necesario, un objeto. Creemos que nuestros movimientos despertarán la atención de otros, por eso tu presencia aquí, Azlyn. Evan es un excelente mago y un combatiente diestro, es uno de mis mejores efectivos de campo. Sin embargo, consideramos necesario tener alguien experto en los duelos activos y experiencia en enfrentamientos reales —McAllen hizo una pausa y ver que ninguno de los dos no teníamos preguntas continuó—. Necesito que vayáis al Valle de Gales, busquéis la casa de Helga Hufflepuff y sustraigáis un objeto. —¿La casa de Helga Hufflepuff? —pregunté—. Eso podría estar llenos de antiguos hechizos… McAllen asintió. —Ese es uno de los motivos que quiero que vayas tú, Evan —aseguró el hombre—. Eres un Draig, una de las familias más antiguas de Gales. Sé a ciencia cierta que tu familia trabaja todavía con magia ancestral. Dudo mucho que tu padre no haya sido estricto con lo que respecta con tus estudios extraescolares. —¿Y qué es tan importante para las investigaciones del departamento de misterios para que hayan decidido emparejar a una cazadora de magos oscuros y a un experto de campo? —preguntó Azlyn—. Sin contar, que debemos localizar y asaltar el hogar de una de las fundadoras de Hogwarts. McAllen entrelazó los dedos, se inclinó hacia delante sin despegar la mirada de nosotros. —Queremos que encontréis el grimorio de Rowena Ravenclaw.Reincorporación
9 de agosto de 2025, 20:22