Capítulo 2- frecuencia prohibida
10 de agosto de 2025, 20:34
> "Hay amores que se gritan en silencio.
Otros, se esconden entre estática y frecuencias perdidas."
La habitación estaba tibia, iluminada por la tenue luz de una lámpara de escritorio que lanzaba sombras bailando sobre las paredes empapeladas. El invierno golpeaba afuera, pero dentro del cuarto, las risas de las chicas tejían un calor propio.
── ¡Te juro que Wilm me miró en el mercado! ¡Y no solo una vez! -rió Hannelore, echando su cabello rubio hacia atrás con fingida coquetería-. Hasta mi madre lo notó.
── Ese muchacho sólo tiene músculos y cara de soldado de propaganda -murmuró Elisa, sentada a mi lado en el suelo, con las piernas cruzadas.
── ¿Y eso es malo? -intervino otra de las chicas, con un brillo travieso en los ojos-. Tal vez lo necesitemos si nos atrapan caminando después del toque de queda.
Rieron todas. Elisa me dio un codazo, señalándome con la cabeza.
── Vamos, Alice. Ya todas dijimos quién nos gusta. Ahora te toca.
Me tensé, mirando las sombras en la alfombra. El fuego de la chimenea crepitaba levemente, como si esperara mi respuesta también.
── ¿Es uno de la escuela? -insistió Greta-. ¿O de la sinagoga? Bueno... cuando todavía había sinagogas.
El ambiente se tensó apenas un segundo, pero fue suficiente. Elisa le lanzó una mirada de advertencia.
── Lo siento -murmuró Greta, con una sonrisa incómoda-. No lo decía a mal.
── Está bien -respondí, forzando una sonrisa-. No es de la escuela.
── ¿Entonces? ¿Quién es? -Elisa se inclinó con curiosidad.
Mi corazón latía con fuerza. Podía sentirlo en mis oídos, como un tambor lejano. Dudé un momento, y luego hablé.
── No sé su nombre -confesé.
Las chicas se miraron entre sí, entre confundidas y fascinadas.
── ¿Un misterio? ¿Un chico del campo? ¿Un forastero? -soltó Hannelore, encantada por la idea.
── No... no exactamente -tragué saliva-. Su voz es... diferente. Como una canción antigua que no puedes dejar de tararear. Es alegre, pero triste. Como si hubiera vivido muchas vidas.
── ¿Lo conociste en persona?
Negué lentamente.
── Lo escucho. Cada noche. Habla a través de la radio. Cuenta historias. Pone jazz. Ríe como si el mundo no se estuviera derrumbando.
Silencio. Incluso el fuego pareció callar un instante.
── ¿Estás diciendo que estás enamorada de... un locutor? -preguntó una de las chicas, confundida.
── De una voz -corrigió Elisa, mirándome de reojo.
── No es solo una voz -dije, con los ojos clavados en el vacío-. Es alguien que... me ve, aunque yo no lo vea. Cuando habla, siento que está justo al lado mío. Como si me hablara solo a mí.
Las chicas se rieron, aunque no con burla. Más bien con esa mezcla de ternura y extrañeza que se reserva para las personas que sueñan demasiado.
── Debes estar soñando, Alice -dijo Greta-. O has leído demasiados cuentos rusos.
── ¿Cómo suena? -preguntó Elisa en voz baja.
Miré hacia la ventana, donde la nieve golpeaba con delicadeza.
── Como... un cabaret del infierno.
Una risa antigua.
Un susurro en la niebla.
Como si la radio fuera su boca, y el mundo entero, su escenario.
Elisa me observó en silencio, con una expresión que no supe leer. Las demás volvieron a sus bromas, a sus risas de adolescentes que aún podían soñar con bailes, cartas de amor y soldados que no disparaban.
Pero yo seguí pensando en él.
En la voz que me hablaba cuando todos dormían.
En el hombre que no conocía, pero que me conocía a mí.
Y mientras fingía escuchar las conversaciones de las otras, mi mente ya se había sintonizado a otra frecuencia...
Una que no pertenecía a este mundo.
Las risas comenzaron a apagarse cuando Hannelore se levantó del suelo y rebuscó entre su bolso de mano. Tras unos segundos, extrajo una pequeña radio portátil de carcasa metálica, con una antena torcida y marcas de uso.
── ¡Miren lo que traje! La conseguí de mi hermano mayor -dijo con una sonrisa traviesa-. Se supone que no deberíamos tener estas cosas... pero ¿quién se entera?
Elisa arqueó una ceja.
── ¿Funciona?
── Claro que sí. Aunque no siempre capta bien -contestó, girando los diales-. Pero a veces agarra estaciones extrañas... como la que escucha Alice, ¿no?
Las chicas volvieron sus ojos hacia mí. Me puse tensa.
── ¿Por qué no la ponemos? -preguntó Greta-. Queremos oír a tu locutor.
── Sí, Alice. Dinos la frecuencia -añadió Elisa en voz baja, aunque con una mirada curiosa.
Abrí la boca para negarme, pero las palabras no salieron. No quería que lo escucharan. No quería compartirlo.
Era mío. Solo mío.
Pero la presión era silenciosa, firme. Todas esperaban. Incluso el fuego parecía quedarse quieto.
Tragué saliva.
── Está... entre los 520 y 530. Hay que mover el dial con cuidado. Es muy sensible. No siempre aparece.
── ¿Y cómo se llama el canal?
── No tiene nombre. Solo aparece... cuando quiere.
Hannelore empezó a girar la perilla. Un chillido de estática llenó la habitación, seguido de fragmentos de música extraña, interferencia, voces distantes. Nadie hablaba. Incluso Greta dejó de bromear.
Y entonces...
-♬...Good evening, darlings...♬
La voz surgió como seda rasgada en la oscuridad. Grave, melódica, encantadora. Un eco de otra época, con acento sureño y una cadencia que parecía sonreír incluso al pronunciar las sílabas.
-Bienvenidos, viajeros del aire. Esta noche, bailaremos entre la niebla, contaremos cuentos que los mantendrán despiertos... y quizás, solo quizás, alguien escuche su nombre.
Sentí que el corazón me golpeaba el pecho. Las demás chicas miraban la radio como si hubiera comenzado a sangrar.
-A la señorita que canta en sueños, a la que escucha desde un rincón nevado... esta noche, mi voz es solo para ti.
Se me heló la sangre.
Las chicas voltearon lentamente hacia mí.
Elisa susurró:
── ¿Dijo... tú?
Quise hablar, pero no pude. Las palabras se habían ido. Sentí que él estaba ahí, detrás de la estática, detrás de la radio, mirándome a través del aparato como si me tuviera justo en frente.
-Y ahora, damas y caballeros, permítanme regalarles una pequeña melodía... para aquellos que han amado sin ver, sin tocar, sin saber si alguna vez... serán correspondidos.
La música comenzó. Jazz. Suave, melancólico, como si flotara sobre la nieve misma.
Las chicas escuchaban en silencio, embelesadas. Pero yo no escuchaba con los oídos.
Yo lo sentía en la piel.
Su voz.
Su risa.
Su poder.
Y algo más...
Una promesa.
La canción seguía sonando, suave y melancólica, como una despedida disfrazada de bienvenida. Las notas llenaban la habitación mientras las chicas permanecían en un silencio reverente.
Finalmente, la canción terminó. Solo quedó la estática.
── Wow... -susurró Hannelore-. Nunca había oído una voz así.
── Es... hipnótica -añadió Greta.
── ¿Estás segura de que no es un demonio de los cuentos gitanos? -bromeó otra, cruzando los brazos, aún con los ojos fijos en la radio.
── ¿Por qué te gusta tanto? -preguntó Elisa de repente, mirándome fijamente.
── ¿Eh?
── Esa voz. Ese hombre. ¿Por qué? Ni siquiera lo conoces. No sabes cómo es. No sabes si es viejo, joven, feo, peligroso... o si siquiera existe. ¿Qué tiene que te gusta tanto?
Me encogí de hombros, pero en el fondo... lo sabía. Lo sabía muy bien.
── Porque me habla como si ya me conociera. Como si supiera qué decir para que me sienta viva, aunque solo sea por unos minutos.
Y porque su voz... su voz suena como si no le tuviera miedo a nada. Como si pudiera bailar en medio de una guerra.
Las chicas quedaron calladas. Elisa frunció el ceño, pero no dijo nada más.
Entonces Greta soltó una risita.
── ¿Y qué vas a hacer? ¿Casarte con tu voz de radio? ¿Mudarte a América y buscarlo?
Reí suavemente, y me dejé caer sobre el colchón, mirando el techo con una sonrisa soñadora.
── Pues claro que sí. Voy a escaparme de Alemania, cruzar el océano en una caja de vinilos, y llegaré a Nueva Orleans en plena tormenta, con una maleta y una carta que nunca envié.
Las chicas empezaron a reír, mientras me animaba a continuar.
── Él estará transmitiendo como siempre, desde algún teatro abandonado, contando historias a fantasmas y tocando jazz con los muertos. Y cuando escuche mis pasos bajando por las escaleras, dejará de hablar.
── ¿Y qué hará entonces? -preguntó Hannelore, divertida.
── Se girará lentamente, con una sonrisa. No será joven ni viejo, ni guapo ni feo... pero sus ojos me mirarán como si me hubiera estado esperando desde siempre.
── ¡Qué cursi! -rió Greta.
── ¡Déjenla, me encanta! -dijo otra-. ¿Y luego?
── Luego me invitará a bailar. Y bailaremos sobre las ruinas, con el mundo entero ardiendo a nuestro alrededor.
── ¿Y se besarán? -preguntó Elisa, cruzando los brazos con una sonrisa irónica.
La miré, y sin dudarlo, asentí.
── Sí. Y justo cuando me bese... la radio explotará.
Las chicas estallaron en carcajadas, lanzando cojines al aire.
── ¡Estás loca, Alice! -rió Greta-. Pero ojalá encuentres a tu fantasma jazzista.
── Ya lo encontré -susurré.
Solo Elisa pareció oírlo. Su expresión cambió apenas un instante, y bajó la mirada.
La radio seguía chisporroteando en la esquina, con la antena aún alzada... como esperando que él hablara otra vez.
── ¡Niñas! ¡Hora de dormir! -la voz de Álexei irrumpió desde la puerta con tono autoritario, aunque apenas ocultaba la sonrisa.
Todas dimos un respingo. Greta apagó la radio de golpe, y las demás comenzaron a acomodarse entre almohadas, mantas y risitas ahogadas.
── Vamos, vamos. Si nos escuchan despiertos a estas horas, nos van a castigar a todos -añadió mi hermano, cruzando los brazos.
── ¡Ya vamos, ya vamos! -respondió Hannelore, mientras se acurrucaba con las demás.
Álexei se quedó en la puerta un instante más, y su mirada se cruzó con la mía. No dijo nada. Pero sus ojos parecían advertirme sin palabras.
No hables más de esa voz.
Asentí levemente.
Luego se fue, cerrando la puerta.
Uno a uno, los murmullos se apagaron. La oscuridad cayó sobre nosotras como un abrigo pesado. Las chicas dormían profundamente antes de que la media noche pasara.
Pero yo no.
3:12 a.m.
El reloj marcaba la hora con un tic nervioso, como si cada segundo picara en mi piel.
Estaba sola, despierta, con la manta hasta el pecho. Sentía el aire helado recorrer la habitación, aunque mi cuerpo estaba cálido. Demasiado cálido. Como si ardiera por dentro.
Pensaba en él.
En su voz.
En sus palabras de esa noche.
"A la señorita que canta en sueños..."
"...esta noche, mi voz es solo para ti."
No podía quitarme eso de la mente. Su voz seguía resonando en mi pecho como un eco suave, como una nota sostenida después de una canción. Era ridículo, lo sabía. Era sólo una voz. Un desconocido.
Y aun así, lo sentía más real que cualquier otra cosa.
Me giré boca arriba. Cerré los ojos. Recé en silencio.
── Señor, limpia mi corazón. No permitas que me hunda en pensamientos impuros...
Pero ya era tarde. Las imágenes vinieron solas:
él, en un estudio oscuro, con la corbata suelta y los ojos brillando de humor peligroso.
Él, acercándose al micrófono como si fuera mi oído.
Su voz... en mi cuello. En mis pensamientos.
Mi respiración se aceleró.
Luché contra el impulso.
── Dios me está mirando... -me susurré, aterrada por lo que sentía.
Pero el calor en mi cuerpo no se apagaba. Al contrario.
Era como si esa voz hubiera encendido una llama en mi pecho, una que no podía apagar con rezos ni negaciones.
Mis manos temblaban. Una subió lentamente, casi por cuenta propia, rozando la tela de mi camisón, y se apoyó en mi abdomen, como buscando detener el fuego.
── No... no debo...
Y sin embargo...
El pensamiento de él -ese hombre sin rostro- fue más fuerte.
Más fuerte que la vergüenza.
Más fuerte que la culpa.
Más fuerte que Dios.
Unos minutos después, el silencio volvió. Mis mejillas estaban húmedas, y no sabía si era por el sudor o las lágrimas.
Me sentía vacía.
Sucia.
Culpable.
Me incorporé en la cama y me tapé el rostro.
── Lo he arruinado todo... -pensé.
Me obligué a arrodillarme junto a la cama, en silencio, temblando.
── Perdóname, Señor... No sé qué me pasa. No sé qué me está haciendo... esa voz... ese hombre. Pero no quiero perderme. No quiero caer.
El frío de la madera bajo mis rodillas era un castigo merecido. Apreté las manos con fuerza.
Y mientras oraba, allá lejos, como si la radio aún estuviera viva...
...una risa tenue se coló entre los resquicios del silencio.
-Hmmm... Buenas noches, querida Alice.