ID de la obra: 551

Masen Manor

Het
R
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1
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planificada Mini, escritos 631 páginas, 248.601 palabras, 36 capítulos
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Capítulo 1

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Nota de la autora: En Estados Unidos sí hay castillos, aunque son pocos y muy espaciados; el más grande y popular es The Biltmore, en Asheville, Carolina del Norte. Pero este es completamente ficticio. Me inspiré en un castillo abandonado en Bélgica. . Capítulo 1 Agosto de 2001 EDWARD . Mis pasos eran silenciosos al atravesar la entrada principal de Masen Manor. Negué con la cabeza cuando el nombre me golpeó de lleno. Masen. Hacía muchísimo tiempo que ya no era un Masen. Pasé por el vestíbulo principal, la sala de trofeos y el comedor. Apenas le dediqué una mirada al gran retrato que colgaba sobre las mesas. Era una completa farsa, una sarta de mentiras envueltas en una pintura al óleo de un hombre que apenas soportaba cuando estaba vivo, pero no era más que un símbolo. Representaba al fundador de Masen Academy, una figura histórica perfecta creada para silenciar las preguntas. Era el rostro que se había mantenido firme con el paso de los años, mientras nosotros cambiábamos de roles como actores en una obra de teatro. La verdad era que mi padre jamás habría cedido su propio espacio personal para educar mentes jóvenes. No, él era demasiado egoísta para un acto así, lo que hacía aún más satisfactorio usarlo como símbolo con el paso del tiempo. Una parte de mí esperaba que lo viera, que observara este castillo mientras cientos de estudiantes pasaban por aquí rumbo a universidades de la Ivy League, carreras prósperas y vidas plenas. Habian pasado ochenta años desde que reabrí las puertas de la casa de mi infancia como internado. Esperaba que viera a cada uno de ellos… y que lo odiara. Nada de lo que hice fue suficiente para él antes; casi podría apostar que cualquier cosa que haga ahora sería recibida con el mismo desprecio… o incluso más. Finalmente recorrí el área de los dormitorios y entré al ala este a través de la puerta que permanecía oculta y siempre cerrada con llave. La destrucción me rodeaba, me anclaba, y me mantenía enfocado, a pesar de las muchas, muchas veces que me ofrecieron limpiarla y repararla. Me senté en la ventana que daba a la parte trasera del castillo. Ya había caído la noche. Había sido un día brillante de verano, así que no había escapatoria del encierro, pero no necesitaba salir. Probablemente era mejor que no lo hiciera, de todos modos. Hoy no. Hoy, lo mejor era quedarme encerrado. Dos figuras aparecieron en los terrenos debajo de mi ventana. No podrían haber sido más opuestas, aunque lo intentaran. Una era alta y musculosa, con piel cobriza, un corazón que latía con fuerza y ojos casi negros. No aparentaba más de veinticinco años, aunque tenía por lo menos el doble. La otra era pálida, delgada, y tenía cicatrices en casi cada centímetro de su piel impenetrable. Su corazón era tan silencioso como el mío, y lo había sido desde la Guerra Civil. —Maldita sea, Edward… puedo sentir tu autodesprecio desde aquí. Deberías bajarle un poco, hermano. Todavía me faltan dos profesores por instalar. Los pensamientos de Jasper eran tan claros como si estuviera en la habitación conmigo, hablando en voz alta. Su cabello rubio brillaba bajo la luz de la luna mientras me dirigía una sonrisa burlona. Solté una risa baja, diciendo: —Mis disculpas, Jasper… al menos por lo de la mudanza, pero ya era hora de hacer algunos cambios. Lo sabes. Él sonrió, asintiendo, y miró a su alrededor. —Cambiaron el personal de limpieza y cocina el año pasado, así que tiene sentido mover a algunos profesores este año. Esme puede aguantar unos años más, de todos modos. —Como si Esme pudiera mantenerse alejada —dije con sorna, sonriendo hacia ellos. —Cierto —dijeron ambos hombres con una risa al unísono. El más oscuro de los dos cruzó los brazos sobre el pecho. —¿Vas a preguntar o no? —No —murmuré para mí mismo, aunque sabía que su oído era tan agudo como el nuestro—. No quiero saberlo, Jacob. —Sí quieres —dijo con una risa. Me sonrió desde abajo, y negué con la cabeza al ver cómo nada lograba derribarlo: ni su destino en la vida, ni su trabajo… ni siquiera su condición lograba tumbarlo—. Vi a mi madre. Tenía un mensaje para ti, considerando qué día es hoy, y creo que deberías escucharlo. Resoplé, puse los ojos en blanco y empecé a levantarme del alféizar de la ventana. —Edward, espera —pensó hacia mí. Cuando miré hacia abajo, continuó hablándome con pensamientos en lugar de voz—. Dijo que te dijera que ha estado observando las señales porque sabe cuánto deseas que sea diferente, pero no lo será. Dijo que este año lo cambiará todo, y que mi bisabuela tenía razón con lo que te mostró. Cada predicción se ha cumplido, amigo. Sabes que tiene razón. Incluso las cosas más pequeñas se han cumplido. Me llevé las manos al cabello, negando con la cabeza. —Dios… si eso es cierto, entonces… —Suspiré, dejando que la voz se desvaneciera mientras los miraba desde la altura—. Supongo que ya veremos, ¿no? —le dije, sin creer una sola palabra, no porque no quisiera, sino porque, si era verdad, entonces mi vida estaba a punto de ponerse completamente de cabeza. Me puse de pie y noté la sonrisa burlona de Jacob. Se estaba burlando de mí en su mente, pero lo ignoré. Finalmente se alejó del castillo, dirigiéndose hacia la zona más salvaje de la propiedad. Con un estremecimiento que recorrió todo su cuerpo y un gruñido bajo y largo, su forma humana desapareció y, en su lugar, apareció un enorme lobo rojo. Oficialmente estaba en servicio y dejó el jardín para comenzar su patrullaje, que continuaría hasta el amanecer, por todo el terreno. Me senté en el sofá del rincón, clavando la mirada en el suelo. Mis manos se curvaron como garras al oír mencionar a la bisabuela de Jacob. No sabía si quería estrangular a la vieja gitana o agradecerle. Giselle había sido una condena constante en mi existencia durante cien años. De no haber sido por ella, no habría reconocido al hombre que ahora subía por las escaleras. Aunque, si no fuera por ella, tampoco me habría aferrado a una falsa esperanza durante todos estos años. Esa anciana representaba demasiado: la pérdida de mi humanidad, la esperanza de algo que no merecía, y el deseo constante de que estuviera equivocada… aunque nunca lo estaba. Y no había salido de mi mente desde que me di cuenta de qué día era hoy. Un movimiento llamó mi atención por el rabillo del ojo, y levanté la vista hacia Carlisle, que hizo más ruido del necesario al entrar. Estaba siendo cortés, dándome una oportunidad para huir, pero no lo hice. —Hijo, sé que te sientes… alterado, pero tienes que saberlo —dijo, apoyándose en el marco de la puerta—. Esme cree que la encontró. Negué con la cabeza, rechazándolo de inmediato. —No —susurré apenas. —Está bastante segura, Edward —declaró con cautela—. Acaba de llamar. La chica es exactamente como Giselle la describió. —Entonces no debería venir, Carlisle —gruñí, poniéndome de pie—. Manténla alejada de aquí. Esto… yo no puedo… No hay… ¡Mi vida, esta vida, la va a destruir! Nadie merece esto. Carlisle sonrió con tristeza. —Ya es demasiado tarde, hijo. Ella aceptó. Esme me pidió que te dijera que era imprescindible que viniera. —¿Por qué? —Edward, la chica… —Suspiró, apoyando una mano en mi hombro—. Primero que nada, la chica es brillante. Le irá muy bien aquí. Segundo, ella está… —Frunció el ceño, negando con la cabeza—. Hijo, está dañada. No había forma de que Esme no la trajera, y es muy posible que ni siquiera sea ella. —Pues me queda maldita sea la esperanza, ¿no? —bufé con amargura, odiándome por tener esperanza y odiando aún más a Giselle por haber plantado esa semilla en mi cabeza. Él negó con la cabeza. —Entiendo tu… temor, Edward, pero ¿quizá esto sea algo bueno? —preguntó, asegurándose de que lo mirara a los ojos—. Después de todo, Giselle no se equivocó conmigo, ¿cierto? Solté un resoplido, rodando los ojos, lo que hizo que él sonriera con suficiencia. —¿Crees que le dimos demasiado crédito? —le pregunté, queriendo saberlo de verdad. Él soltó una suave risa. —No lo sé, hijo. He aprendido en mi larga vida a no descartar cosas que están fuera de mi control, cosas que no son normales. Recuerdo una época en que los gitanos eran unos parias, cuando leer hojas de té o mirar en bolas de cristal era considerado brujería, algo que podía costarte la vida. Si no la hubiéramos localizado otra vez, si no le hubiéramos pedido que leyera tu futuro de nuevo, incluso diez años después de tu transformación, entonces diría que no. Pero a veces, la fe es lo único que uno tiene para seguir adelante en esta vida. Acertó con Esme… y con Jacob. —Sé que hoy ella pesa en tu mente, pero sinceramente no puedo decir que lamento que me haya traído a mi hijo, a mi amigo más antiguo —afirmó, sonriéndome—. Intenta ver las cosas buenas, Edward. Intenta ver lo que te dio aquella noche hace cien años, en lugar de lo que te quitó. Y prepárate, porque Esme traerá a la chica con ella para el inicio del nuevo año escolar. Si al final no resulta ser tu compañera, igual va a necesitar nuestra ayuda. Fruncí el ceño mientras él cerraba su mente rápidamente. Alcancé a ver un destello de una fotografía, una conversación cortada con Esme, su compañera, y vi unos ojos tristes, de un marrón profundo. —¿Qué le pasó? —pregunté en un susurro. —Nadie está seguro —respondió con firmeza, alejándose de mí—. Todo lo que Esme sabe es que necesita salir de la situación en la que está ahora. —Está bien —susurré de vuelta, sin comprender del todo sus respuestas crípticas. Justo antes de que llegara a las escaleras, lo llamé—. Oye, Carlisle… ¿Cómo se llama la chica? —Isabella Swan —dijo en voz baja, clavando sus ojos en los míos. Alzó una ceja, dándole peso al significado de ese nombre—. Prefiere que la llamen Bella. —Oh, Cristo —respiré, con la boca entreabierta. Hermoso cisne. Volví a sentarme, negando con la cabeza ante lo que acababa de decirme. Siempre había tenido una forma de plantear las cosas que me hacía replantear toda mi vida, pero a pesar de la memoria humana borrosa, podía recordar mi última noche con casi perfecta claridad. Y el nombre de esta nueva estudiante era… demasiado parecido para mi tranquilidad. ~oOo~ Agosto de 1901 El estruendo y las voces elevadas me sacaron del libro en el que estaba completamente absorto, obligándome a soltar un profundo suspiro. No debí haber vuelto a casa desde Harvard para pasar el verano. Debí haberme ido con mis amigos. Podía imaginarlos ya en Europa, ebrios de vida y libertad. El año que venía se suponía que sería mi último año, y esperaba graduarme y conseguir un puesto como profesor en algún lugar de Boston, quizá incluso en New Hampshire. No habría regresado a casa, de no ser porque mi madre me lo rogó. Carta tras carta, me suplicó que la visitara durante mi último verano libre. Estaba casi seguro de que sabía que no volvería. En lugar de recorrer Europa, estaba atrapado en el ala este de la mansión de mis padres, haciendo todo lo posible por ignorar los sonidos borrachos y beligerantes de mi padre. Sobrio, era frío, distante y desinteresado. Pero borracho, se transformaba en algo completamente distinto. Era un monstruo, especialmente con mi madre. Estaba acostumbrado a interponerme entre ellos, a desviar todo lo que él escupía, solo para darle un respiro a ella. Intentaba no pensar en lo que debía soportar cuando yo no estaba en casa. Cerré el libro de golpe y lo dejé sobre la mesa de noche antes de ponerme de pie. Tal vez pudiera convencer a mi padre de salir de casa, o al menos de encerrarse en su estudio. Me abrí paso por los pasillos serpenteantes, siguiendo los sonidos que cada vez eran más fuertes. Pasé junto a una de las sirvientas, que me dedicó una sonrisa triste. —No temas, Collette —dije con una leve risa, inclinándome cuando la anciana me besó en la mejilla. —Me alegra que esté en casa, joven Edward. Ella lo necesita —susurró, sonrojándose por lo inapropiado del comentario, pero yo conocía a esa mujer de toda la vida. Ella me había enseñado a leer, me había bañado, alimentado, todo lo que las dos personas que estaban abajo deberían haber hecho… pero no hicieron. Me sostuvo el rostro con las manos, examinándome. —Has crecido para ser un muchacho muy apuesto y dulce. Te pareces mucho a tu madre —dijo con una sonrisa, y noté una pequeña lágrima en su ojo—. Dime que sigues tratando a las jóvenes como un caballero. Sonriendo, me sonrojé y negué con la cabeza. —Estoy demasiado ocupado, Collette. La escuela me mantiene tan ocupado que no tengo tiempo para preocuparme por chicas —le dije, aunque desde hacía semanas tenía el ojo puesto en la hermana de un amigo. Ella chasqueó la lengua, dándome unas palmaditas en la cara. —Aun así —refunfuñó, besándome la mejilla otra vez—. Solo asegúrate de no volverte como ese bribón del pueblo. Reí y asentí. James era un mujeriego, sí, pero todo era en tono de juego, y la mayoría de las chicas con las que hablaba tampoco eran precisamente recatadas. —Sí, señora —cedí simplemente, pero ambos nos quedamos congelados al oír el sonido de un vidrio rompiéndose que venía de la biblioteca. La miré un instante, suspirando con fuerza—. Será mejor que… —Sí, probablemente deberías —asintió, señalando hacia la cocina—. Ven a verme luego. Hice ese pastel de limón que tanto te gusta. Le dediqué una sonrisa, pero seguí mi camino a través de la casa. Al entrar a la biblioteca, tuve que resistir el impulso de poner los ojos en blanco ante la escena que se presentaba ante mí. Mi padre sonreía mientras mi madre limpiaba pedazos de vidrio roto. Se tragó un buen sorbo de un líquido color ámbar, y no podía ni imaginar cuántos tragos llevaba encima. —Padre, quizá debería… —empecé a decir, pero se giró hacia mí con furia en los ojos, unos ojos que eran idénticos a los míos. —Quizá deberías meterte en tus propios asuntos, Edward —espetó, el labio curvado en odio—. ¿No deberías estar en el pueblo con ese inútil amigo tuyo? ¿O desperdiciando el tiempo arriba con la nariz metida en un libro? O… ¡ya sé! ¿Tocando el piano? Negué con la cabeza. Mi padre odiaba que no estuviera siguiendo sus pasos para convertirme en abogado. Aún más, odiaba que quisiera enseñar música. Ignorando sus palabras hirientes, me acerqué a mi madre y me arrodillé junto a ella. —Madre, basta —le supliqué en voz baja—. Collette se encargará de esto. Podrías cortarte. ¿Por qué no subes y te das un baño? Con los ojos muy abiertos, asintió. La ayudé a levantarse, rodeándola con un brazo para guiarla fuera de la biblioteca. Pero mi padre no estaba dispuesto a permitirlo. —Ella limpiará este desastre primero —gruñó, extendiendo una mano hacia ella. —No —negué con la cabeza, mirándolo—. No lo hará. Puedes hacerlo tú, o esperar a Collette, pero ella no lo va a hacer, padre. Su temperamento estaba al filo de una navaja, pero en su estado de ebriedad era lento y torpe. Trató de golpearme y alcanzó a extender el brazo hacia mi madre, pero logré esquivarlo y luego empujarlo. Con fuerza. Cayó de espaldas, pero su cabeza golpeó el borde de la chimenea, dejándolo inconsciente de inmediato. Me quedé paralizado, en shock y con miedo, pero mi madre se aferró a mi camisa. —Vete, mi dulce niño. Ve al pueblo, quédate en la posada si es necesario, pero dale tiempo para que se le pase —me urgió, empujándome hacia la puerta—. ¡Vete! —Madre, yo… Negó con la cabeza. —Estaré bien, hijo. Despertará sin recordar nada. Collette me ayudará a moverlo. Me empujó un par de veces más y finalmente subí a vestirme. Durante todo ese tiempo, mis pensamientos giraban en torno a lo mismo: no debí haber venido. Debí haberme quedado en Boston, o quizá viajar con mis amigos, pero volver a casa había sido un error. Por suerte, Colin aún no había guardado los caballos ni el carruaje, y me lancé dentro, pidiéndole que me dejara en el pueblo. El chasquido del látigo resonó en el patio antes de que partiéramos. No era un viaje largo, así que cuando se detuvo frente a la pequeña taberna, mi corazón aún no había logrado calmarse. Colin abrió la puerta y preguntó: —¿Desea que lo espere, joven Edward? Negué con la cabeza. —No, pero quizá deberías buscar al nuevo doctor del pueblo… que revise a mi padre. —Es un hombre extraño, señor —replicó, pero asintió en señal de obediencia cuando alcé una ceja—. Sí, señor. Iré de inmediato. La verdad, a mí me agradaba el nuevo doctor. Sí, era extraño, pero el Dr. Carlisle Cullen había ayudado a mi madre durante una fuerte gripe cuando estuve en casa durante las vacaciones de Navidad. Era pálido, algo joven, pero sereno, inteligente y bastante sabio para su edad. No debía tener más de cinco años más que yo, y no llevaba ni un año en Hunter's Lake. Aparentemente, le habían gustado los Adirondacks cuando los visitó de joven, y por eso se propuso mudarse aquí tras terminar la facultad de medicina. Nunca lo dijo abiertamente, pero si tuviera que adivinar, diría que su acento era europeo… aunque no sabría decir de qué parte exactamente. La taberna estaba llena de gente, ruidosa, con personas de todo tipo, pero mi destino era la mesa abarrotada del fondo. James estaba rodeado de chicas de cabello y ojos oscuros, piel de un tono marrón precioso. Gitanas. Me dieron la bienvenida a la mesa, y las copas comenzaron a correr sin pausa. Había cambiado el vaso por una botella cuando James desapareció con una de las chicas. Quería decir que se llamaba María, pero no estaba seguro. Sin embargo, la que estaba a mi lado parecía tímida, incluso mientras me tendía la mano. —Ven, leeré tu futuro —me dijo—. Me llamo Giselle. La seguí sin cuestionarlo. Era hermosa, exótica y amable. Su habitación estaba encima de la taberna, y cuando entré, mis ojos tuvieron que ajustarse a la penumbra. Solo unas pocas velas pequeñas estaban encendidas, dándole al lugar un resplandor inquietante. Giselle me sonrió, y en ese instante pude ver que era mayor que yo, desgastada de esa forma en que la vida castiga sin tregua. Había sido usada, maltratada, y seguramente le habían roto el corazón más de una vez. —Siéntate, por favor —ordenó suavemente, y obedecí, dejando mi botella de whiskey sobre la mesa frente a mí. Ella se sentó despacio en la silla al otro lado, sus ojos recorriéndome de una forma que me hizo moverme incómodo en mi asiento. —Relájate, Edward. Veo tanto en ti —dijo en tono críptico—. Tantos colores a tu alrededor. Quiero ver en qué te convertirás. No creía en lo que practicaba, así que resoplé ante sus palabras. —Rara vez me equivoco —me dijo, con una sonrisa que delataba que no muchos creían en sus métodos—. Veamos… —suspiró, acercando una bola de cristal hacia ella. Estudió no solo la bola de cristal frente a ella, sino que también sacó un mazo de cartas grandes y coloridas, repartiéndolas de una manera específica. Yo seguía dando largos tragos de mi botella, cada vez más cerca de no preocuparme por nada, que era precisamente mi intención desde el principio: quería olvidar. Sus ojos se llenaron de lágrimas y apartó todo de un manotazo para detener mi siguiente trago. —Detente —ordenó, quitándome la botella—. Veo demasiado en ti, Edward. Basta. Escúchame. Veo… todo lo que se avecina. Todo. Hay muerte, tanto en casa como… y… tú. Fruncí el ceño, pero logró captar mi atención. —¿Cómo? —No puedo verlo con claridad, pero lo extraño es que… tu muerte no detiene tu corazón. Encuentras a tu alma gemela. Solté una risa sarcástica. —¿Y quién es? ¿Y cuándo? —Eso es lo más extraño. Veo tu muerte… aquí —dijo, señalando una carta—. Pero dentro de cien años, veo… a tu corazón completo. Conocerás a tu alma gemela. Ella vendrá a ti. Es… silenciosa, joven y hermosa —susurró, frunciendo el ceño ante eso—. Será tuya y solo tuya. Negando con la cabeza, empecé a ponerme de pie. La mujer no tenía sentido alguno. —¿Cómo podría morir y luego encontrar a esta chica perfecta? —No lo sé —dijo, deteniéndome para que no me levantara—. Debes tener cuidado, Edward. La muerte te rodea por completo. —Acercó la bola de cristal—. Veo que cambias a un padre por otro… uno mejor. Te conviertes en alguien diferente. —Levantó la vista hacia mí—. También veo un cisne hermoso. Te salva de la oscuridad y te muestra la luz. Está en todas partes a tu alrededor. Sus alas te envuelven como un ángel. Ella salva tu alma. Es a ese hermoso cisne al que debes esperar. Me acercó aún más. »Hay rumores, ¿sabes? Demonios que caminan sobre la tierra. Matan. Drenan. Beben la sangre de los humanos para vivir. Viven para siempre. Edward, prométeme que tendrás cuidado. —Está bien, lo prometo —balbuceé, poniéndome de pie con dificultad, tambaleándome. —Lo digo en serio —insistió, sujetando mi solapa—. ¡No dejes que la oscuridad te consuma! Su advertencia me dejó con una sensación extraña, llena de ansiedad. No sabía si era el whiskey, o quizás la extraña mujer. Respiré hondo, soltándolo con lentitud antes de acercarme a su puerta. Decidí que lo mejor para despejarme sería caminar de regreso a casa, a pesar de lo tarde que era. Mi madre me había dicho que me mantuviera alejado, pero algo similar a los nervios me invadió al pensar en ella. Algo se sentía mal, aunque quería culpar a la gitana por haber intentado asustarme. Giselle me sujetó una vez más antes de que abriera la puerta. —Te volveré a ver… aunque serás distinto. Negando con la cabeza, me alejé de ella rápidamente, tratando de apartar su extraño comportamiento de mi mente. Salí al cálido aire nocturno, respirando hondo para despejar la cabeza. Tomé el camino de salida del pueblo rumbo a Masen Manor. Necesitaba ver cómo estaba mi madre, quería dormir en mi propia cama, y tenía hambre. La oferta de pastel de Collette sonaba bastante bien. Una vez fuera del pequeño pueblo de Hunter's Lake, la iluminación se volvió casi inexistente. El bosque era oscuro y silencioso. Demasiado silencioso. No se oían los búhos cazando, ni animales nocturnos buscando comida, ni siquiera el aullido ocasional de algún lobo en la distancia. Simplemente… nada. Tomé el camino más transitado hacia mi casa, sabiendo que probablemente me tomaría unas cuantas horas llegar. Esperaba que, para entonces, mi padre ya hubiera dormido lo suficiente para que se le pasara la borrachera, o que al menos estuviera completamente desmayado. Mi idea era regresar a Boston temprano. Necesitaba alejarme de Edward Masen senior. Mientras caminaba, mi mente se aclaraba, y las palabras de Giselle daban vueltas en mis pensamientos. Nada de lo que había dicho tenía sentido. Ni una palabra. No estaba seguro de a qué jugaba, porque había pasado de ser coqueta a ponerse terriblemente seria. Y creía sinceramente cada palabra que me había dicho. Estaba a punto de desviarme del camino principal hacia la vereda que conducía a la casa de mis padres, cuando algo me golpeó con fuerza desde un costado. Me incorporé rápidamente y miré a mi alrededor, encontrando solo a una mujer hermosa parada frente a mí. —¿Maria? —pregunté, entrecerrando los ojos—. Pensé que James… —Ya terminé con él. Esperaba que tú y yo pudiéramos… eh, conversar —canturreó, acercándose a mí. Era hermosa, con cabello oscuro y ojos que parecían negros, y su piel casi resplandecía bajo la luz de la luna. Se movió más rápido de lo que esperaba y, de pronto, estaba justo frente a mí. Retrocedí un par de pasos, pero sonreí ante mi propio estado de ebriedad. —Quizá ahora no sea un buen momento, Maria —le dije entre risas—. Parece que he bebido demasiado. Y tu… ¿amiga? Giselle tuvo algunas cosas extrañas que decir. Probablemente lo mejor sea que regrese a casa. Frunció el ceño, o más bien hizo un puchero, haciendo que su labio inferior sobresaliera un poco. Era atractiva, y la hacía ver aún más encantadora. Me reí y me sonrojé cuando sus dedos se deslizaron por mi cabello, que nunca hacía lo que yo quería. —Oh, Edward… eso es realmente decepcionante —susurró, y su aroma era más embriagador que el licor que probablemente aún corría por mis venas—. Te encuentro… mucho más… delicioso que a James. Y él resultó ser… efímero en el amor. Reí, pero no pude evitar inclinarme hacia ella. Estábamos cara a cara, llevaba un hermoso vestido azul oscuro, y su cabello caía en rizos oscuros sobre sus hombros. —Temo no ser mucho mejor, Maria —confesé en un susurro, gimiendo cuando sus labios se encontraron con los míos—. Realmente no debería… Me besó, y su sabor, su aroma, su belleza me envolvieron. No pude resistirme. No me detuve a pensar por qué estaría sola en el camino a esa hora de la noche. No pensé en mi amigo James ni en lo que ella había querido decir con «efímero». Debería haber pensado en algo más que en mis deseos… pero no lo hice. Cuando necesité respirar, ella apartó sus labios de los míos, dejando una línea de besos largos y tentadores por mi cuello. Y de repente, la sensación pasó de ser seductora… a dolorosa. Mi piel, mi cuello, mi garganta, todo ardía como si estuviera en llamas, pero no podía luchar contra ella. Era más fuerte de lo que parecía, me sostenía con fuerza. Me sentía débil y pequeño en sus brazos, y gemí cuando sus dedos apretaron tan fuerte que escuché mis huesos crujir al romperse. El mundo, que ya era oscuro por ser medianoche, se volvió aún más negro. Luces y estrellas giraban tras mis párpados mientras ella me mantenía sujeto. El fuego estalló en mis huesos, por mis músculos, pero no podía resistirme. No podía apartarla. Mis rodillas tocaron el suelo al mismo tiempo que la presión de su agarre era arrancada de golpe. Intenté ver, tratar de entender qué ocurría, pero solo escuché gruñidos, rugidos… y luego… nada. El dolor era insoportable y no terminaba. Parecía que nunca volvería a estar bien. Me estaba muriendo, y mis pensamientos se dirigieron a Giselle. Tenía razón. Un rostro pálido, de cabello rubio, apareció en mi visión borrosa. —Edward… hijo, ¿estás bien? —¡Duele! Arde… —gemí, retorciéndome en la hierba y sujetándome el cuello—. ¡Dr. Cullen, por favor! —Maldición —murmuró—. Hijo, no puedo… Ya es demasiado tarde. Puedo terminar con esto por ti, o puedo decirte que el dolor parará eventualmente… pero serás… distinto. Más que eso… pero… —No quiero morir —suplicaba, aferrándome a algo, a lo que fuera—. Por favor… Me tomó el rostro entre las manos. —Yo tampoco quiero que mueras, Edward, pero tendrás que confiar en mí. ¿Puedes hacerlo? Creo que asentí. Creo que respondí antes de sentir que me levantaba en brazos como a un niño. Fue en ese momento cuando el fuego dentro de mí explotó en algo que iba más allá del dolor o la comprensión. Sentí como si las llamas del infierno lamieran cada centímetro de mi cuerpo. Ardí durante tres días, como Carlisle me contaría después, aunque en ese estado no tenía noción del tiempo. Ardí, sentía que el corazón me iba a estallar, que la piel se me carbonizaba. Parecía que nada podía detenerlo. Apenas escuchaba las constantes palabras de consuelo de Carlisle, asegurándome que no duraría para siempre. Gritaba cuando me tocaba, pero no soportaba estar solo. Cuando desperté, mi corazón ya no latía y el fuego había cesado, pero todo era distinto. —…no estoy seguro de cómo decírselo. Toda su vida ha cambiado ahora. Y tanta tristeza… Abrí los ojos, entrecerrándolos porque todo se veía más brillante, casi doloroso para la vista. Los olores, buenos y malos, eran intensos para mi nariz. Y podía escucharlo todo. Unos ojos dorados se encontraron con los míos cuando miré a mi alrededor. —Edward, ve despacio. Al principio te sentirás un poco abrumado. Tragué saliva, con la garganta aún resentida por el fuego que había soportado. —Su futuro ahora está… manchado. —¿Por qué? —pregunté. —¿Por qué qué? —¿Por qué está manchado mi futuro? —le pregunté. —¿Escuchaste eso? —preguntó en un susurro—. ¿Puedes oír esto, hijo? Tienes que mantener la calma. Habrá cosas que te van a impactar. Ya no eres… humano. Me incorporé demasiado rápido en la cama, y el cabecero se hizo añicos detrás de mí. —Si no soy humano… ¿entonces qué soy? —Oh, demonios… puedes leer pensamientos —murmuró, con la boca entreabierta por la sorpresa—. Hijo, necesito que te concentres en mí. Eres más que humano, pero ya no estás vivo. Lo que somos es… vampiros. Debes entender que ahora eres más poderoso… y eres inmortal. Negué con la cabeza, mirando a mi alrededor. —Mis padres… ¿dónde están? —Esto no será fácil. Tendrá que cazar pronto. Solo espero que intente seguir mi dieta… —Edward —dijo, sujetándome con fuerza por los hombros—. Te encontré tres días atrás, cuando vine a buscarte… con ella. —Hizo una mueca y negó con la cabeza lentamente—. Tu conductor me había mandado a buscar, para que viera a tus padres. Pero cuando llegué, ya era demasiado tarde. Tu padre… él… —¿Él qué? —gruñí. El sonido extraño que salió de mí me hizo quedarme en silencio un momento. —Le quitó la vida a tu madre… y luego se quitó la suya. Esa noche mandé a todos fuera de la casa. Les dije que estabas enfermo, pero, Edward… todo esto ahora es tuyo. Era demasiado: el ardor en mi garganta, los sonidos y olores abrumadores, y la noticia sobre mis padres. Salté de la cama y, en un arranque de furia ciega, destruí todo lo que estaba en mi alcance en Masen Manor. Nada quedó intacto, ni siquiera mi piano. Carlisle tuvo que intentarlo varias veces antes de lograr atraparme, detenerme, suplicándome todo el tiempo que me calmara. —Edward, hijo… —gruñó al fin, inmovilizándome contra el suelo—. No estás solo. Voy a ayudarte, pero tienes que calmarte. Puedo mostrarte esta vida, ayudarte. —¿Cómo? —jadeé, retorciéndome debajo de él, aunque ya no tenía fuerzas para seguir luchando—. Soy un demonio, una criatura sin alma. ¿No es así? La tristeza cruzó su rostro, pero asintió. —Tal vez… pero he intentado durante mucho tiempo vivir esta vida de la forma correcta. Hijo, voy a ayudarte, pero debes concentrarte. Pensarás con más claridad después de que hayas cazado. —¿Ahora soy un asesino? —Los ojos me ardían y me di cuenta de que quería llorar, pero ya no era capaz. —No, no tienes que serlo. Puedo enseñarte otra manera. ~ o O o ~ Agosto de 2001 Ahora que me había abierto a ellos, los recuerdos me asaltaban, y me dejé caer de nuevo en el sofá, con las manos aferradas a mi cabello mientras mi larguísima vida pasaba frente a mis ojos. Honestamente, no tenía idea de qué habría hecho sin Carlisle en los primeros años… o incluso ahora. Su paciencia era inagotable. Me guio, me aconsejó y me enseñó todo sobre esta vida, mientras su propia existencia había sido un tormento. Carlisle me contó que Maria había sido destruida esa noche por sus propias manos. La había destrozado en pedazos y luego los había quemado -la única manera de destruir a un vampiro. También me dijo que James había sido transformado, pero no había llegado a él lo suficientemente rápido, así que mi viejo amigo andaba como un renegado en algún lugar del mundo. De alguna forma, logró ayudarme a sobrellevar la muerte de mis padres, mientras decía a todos que estaba enfermo, con el fin de conservar mi hogar, mi herencia y mi nombre. Había sacado a todos los humanos de la casa, lo que me entristeció profundamente, especialmente por Collette. Falleció no mucho después. Me tomó casi un año dominar las emociones que me abrumaban. Me adapté bien a la dieta de Carlisle, porque el solo pensar en humanos amenazaba con quebrar mi cordura. No había forma de que pudiera cazar otra cosa que no fueran animales. Trabajó conmigo para que pudiera usar y controlar lo que él llamaba un don, permitiéndome aprender a diferenciar entre pensamiento y voz. Entre 1901 y 1903, cacé prácticamente todos los días. Me había convertido en un ermitaño conocido en la comunidad de Hunter's Lake, lo cual funcionaba a nuestro favor. Dejamos que pensaran que estaba enfermo tras la muerte de mis padres, y pronto nadie se acercó más a la casa. Viajábamos hasta Canadá para cazar, manteniendo Masen Manor como nuestra base. El interés de Carlisle por Giselle y sus predicciones era pura curiosidad. Una vez que le conté lo que recordaba que ella me había dicho aquella noche, intentó volver a Hunter's Lake para encontrarla, pero ya se había marchado. Nos tomó casi diez años, hasta 1911, localizarla en las afueras de Manhattan, y no estaba sola; su joven hija, Sue, estaba con ella. Vivían en la pobreza, apenas sobreviviendo. Sue tenía una niña pequeña, Leah, y ningún hombre a la vista. Cuando Giselle me vio, pude percibir su miedo, pero aun así me sonrió. Tenía unos cuarenta y tantos años en ese momento, y estaba aún más cansada y triste que antes. Sin embargo, esta vez, pude ver su mente cuando sacó sus cartas, miró en su bola de cristal e incluso me leyó las palmas. Lo que vi en su mente era tal como lo había descrito antes: unas grandes alas envolviéndome. Pero no era un ángel. Era un cisne hermoso. Era la única manera en que Giselle podía interpretarlo, pero vio los años volar, cien de ellos. En su mente, eran unos ojos marrones llenos de alma los que me miraban. Había una cicatriz sobre piel pálida que no lograba entender del todo, pero, sobre todo, me vio a mí. Vio cómo la miraba a ella: la expresión fría y endurecida de mi rostro había desaparecido, reemplazada por algo a lo que quería darle un nombre, pero no podía. Más aún, esa chica se aferraba a mí como si yo fuera su salvador, lo cual no tenía sentido, considerando que era un monstruo, un demonio salido del infierno. Me levanté de su mesa tan confundido como la primera vez. Ella dijo que mi vida no había terminado, solo mi corazón, que podía hacer lo que quisiera, y Carlisle estuvo de acuerdo. Cuando le dijo a Carlisle que en su futuro habría una esposa, él también quedó desconcertado. Los dos llevamos a Giselle, a su hija y a su nieta de regreso con nosotros a Hunter's Lake. Me comprometí a cuidar de ellas. Durante los primeros años vivieron en una pequeña cabaña en las afueras del bosque. No fue sino hasta que Jacob nació que los mudamos a mi propiedad por razones de seguridad. Vivían al borde de mis mil acres, en una casa pequeña al otro lado del bosque. Jacob era hijo de Leah, aunque llegó muchos años después. En el lecho de muerte de Giselle, me rogó que cuidara de su familia, juró que estaban malditos, que había una afección hereditaria que afectaba a los hombres, y que Jacob estaba en peligro. No entendí hasta el día que Jacob cumplió trece años y, de pronto, se transformó en un lobo. Lo mantuve en secreto, lo mantuve a salvo desde entonces, y él hizo lo mismo por mí, por Carlisle… y, con el tiempo, por Esme y Jasper. Vigilaban Masen Manor cuando nosotros no estábamos. Fue en 1919 cuando encontramos a Esme. El solo pensar en ella me hizo sonreír. Carlisle sugirió que viviéramos en otro lugar por un tiempo, así que ejerció la medicina en un pequeño pueblo a las afueras de Chicago. Era un lugar al que había ido antes, y no lo supe hasta después de que la transformó que ya la había conocido. Dijo que era muy joven en ese entonces -apenas una adolescente cuando la vio por primera vez, pero cuando la encontraron casi muerta tras un intento de suicidio, decidió que ya no podía vivir sin ella. Esme Platt fue lo mejor que nos pudo haber pasado a ambos. Se convirtió en la esposa de Carlisle, pero también en una madre para mí. Siempre sería una fuente de consuelo. Fue Esme, una vez que logró controlar su sed, quien nos ayudó a idear cómo abrir una escuela. Le encantaba la idea de moldear jóvenes mentes, pero sabía que debíamos ser cuidadosos con el hecho de que no envejecíamos. Descubrió que, si manteníamos clases pequeñas, rotábamos al personal con regularidad y nos alejábamos cada par de décadas para dejar que otros la dirigieran, podríamos fundar un pequeño internado. Seleccionábamos personalmente a cada estudiante, y con las conexiones de Carlisle y el nombre de mi padre, logramos que muchos de ellos accedieran a universidades en todo Estados Unidos. De hecho, fue en uno de esos viajes de selección que encontramos a Jasper. Carlisle y Esme estaban entrevistando a un estudiante en Texas para una posible beca cuando lo encontraron. Era 1942, y él los había estado siguiendo durante días hasta que finalmente lo acorralaron. Le habían intrigado sus ojos dorados, cuando los suyos eran rojos. Había sentido su paz, su felicidad, y no pudo evitar preguntarles al respecto, lo que reveló que era un empático. Era extraordinariamente poderoso, capaz de sentir y manipular las emociones tanto humanas como inmortales. Era fascinante ver su mente. Lo que hizo que lo trajeran a Masen Manor fue el hecho de que él y yo compartíamos la misma creadora: Maria. Ella lo había transformado durante la Guerra Civil. Se sorprendió al saber que estaba muerta. Sabía que había salido del sur en busca de más candidatos para un ejército de neófitos, pero nunca volvió a verla ni a saber de ella. Era, en todo sentido, mi hermano, y desde entonces ha estado aquí. A veces se oculta en las sombras, como yo, pero ahora es el encargado oficial de los terrenos… al menos por los próximos años. Durante las décadas siguientes, intenté enseñar música, pero las mentes de los estudiantes pesaban demasiado. Eran ruidosas, llenas de secretos, y siempre estaban pensando en un millón de cosas. Ahora, gracias a los avances tecnológicos, podía dirigir la escuela desde las sombras y permanecer oculto. Seguía siendo mía, aún llevaba el nombre y rostro de mi padre en la entrada, pero según quienes investigaban, pertenecía a una gran firma privada de contabilidad. Pero en realidad, todo era mío. Esme enseñó los primeros años, Carlisle se hizo pasar por director, pero con el tiempo permitimos que los humanos hicieran ese trabajo. No fue sino hasta hace poco que Esme retomó el cargo de directora, asumiendo un rol más activo en Masen Academy. Ella y Carlisle habían vivido al otro lado del país, en Washington, durante muchos años. Era una nueva época, y a pesar de que algunos estudiantes mayores volverían, habría un nuevo equipo docente para recibirlos. Con un suspiro profundo, me levanté, caminé hacia la mesita de noche y saqué un viejo cuaderno de bocetos. Carlisle me había dicho que dibujara lo que Giselle había visto aquel día en 1911. Con mi nueva mente, con mi memoria eidética, había podido recordar cada cosa que vi en sus pensamientos. Dibujé alas, ojos oscuros y asustados, y a mí mismo. Sentándome de nuevo en el borde del sofá, pasé con cuidado las páginas del viejo cuaderno. Nunca pude ver el rostro de esa esquiva chica, solo piezas de un rompecabezas, pero dibujé todas, incluyendo la cicatriz irregular. También dibujé el nuevo futuro que Giselle había previsto la última vez que la vi: Masen Academy. Con cada página, mis trazos se volvieron más rabiosos e impacientes. En lugar de alegrarme por Carlisle al encontrar a su compañera, me volví celoso y retraído. Los ojos llenos de alma que Giselle había visto estaban ahí, pero los había dibujado con odio e ira. Mi curiosidad por sus predicciones se fue transformando en amargura. Odiaba estar solo, odiaba en lo que me había convertido, y ni siquiera la promesa de algo tan lejano podía aliviarlo. Empecé a pensar que todo lo que Giselle predijo era un mito. Ahora, había llegado el centenario, y no parecía real. Ahora comprendía exactamente lo que era, y forzar a la dueña de esos hermosos ojos a ver esa verdad me enfermaba. Le recé a un dios que estaba seguro había dejado de escucharme, para que la chica que Esme traía no fuera ella, porque si lo era… no sabía qué haría. —Edward —llamó Jasper desde el marco de mi puerta—. Hombre, ya basta con esa mierda. Ven a cazar. Lo necesitas. Sonriendo de lado, dejé el cuaderno a un lado. —No estoy seguro de que sea buena idea, Jasper. —Claro que lo es. —Entró por completo en la habitación, dándole un vistazo a mi espacio—. Bueno, al menos ya limpiaste este desastre, pero maldita sea, llegar aquí es como entrar a una casa embrujada. Reí y asentí al levantarme. —Bien. Es lo que se dice entre los estudiantes, ¿no? Que el ala este está embrujada. Su sonrisa fue ladeada y sus ojos dorados brillaron con diversión. —Sí, tal vez yo empecé ese rumor hace unas décadas. Había un chico… ¿Patrick? Ese mocoso no podía seguir una regla, aunque su vida dependiera de ello. Siempre fuera de la cama o donde no debía estar. Solté una risa, pasándome los dedos por el cabello antes de meter las manos en los bolsillos. Lo miré. —Carlisle dijo que Esme cree que esta nueva estudiante es ella. Sonrió con tristeza, inclinando la cabeza en ese gesto que conocía demasiado bien. Estaba leyendo lo que sentía. —La deseas, pero al mismo tiempo no —afirmó, y cuando asentí, me sujetó del hombro—. Quizá deberíamos ir a ver a Leah. Jacob dice que la anciana está preguntando por ti. —Me sacudió un poco—. Vamos. Cazamos, y luego vemos qué tiene que decir, ¿sí? No estaba seguro de tener ánimos para más predicciones, especialmente en el aniversario de aquella que cambió mi vida por completo, pero sentí que Jasper empujaba hacia mí determinación… y algo parecido a esperanza. —No juegas limpio —gruñí, lanzándome contra él. —Y lo dice el cabrón que puede leer pensamientos. Increíble —soltó, dirigiéndose a mi ventana y empujándola para abrirla. Saltó los cuatro pisos, aterrizando en silencio—. Vamos, hermano. Tenemos toda la noche, pero los estudiantes comenzarán a llegar en los próximos días. Salté junto a él, y desaparecimos en la noche. Nota de la traductora: ¡Bienvenidos a esta nueva traducción! Me alegra compartir con ustedes esta historia, como siempre, una gran creación de drotuno. Los invito a acompañarme con sus comentarios en el camino. Será un gusto leerlos.
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