ID de la obra: 551

Masen Manor

Het
R
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planificada Mini, escritos 631 páginas, 248.601 palabras, 36 capítulos
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Epílogo

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Traducción autorizada al español del fanfic Masen Manor, escrito por drotuno. Sin fines de lucro. Personajes de Stephenie Meyer. Este es el final de esta historia… es largo y lleno de recovecos. Viene con ADVERTENCIAS… contiene todo lo que hace que mis historias sean clasificadas M, junto con una ADVERTENCIA DE PAÑUELOS que, según me han dicho, es absolutamente necesaria. PRESTA ATENCIÓN A LAS FECHAS… retrocedemos en el tiempo para poder avanzar. Con lágrimas, dejo que Edward cuente el final… . Capítulo 36 – Epílogo Junio de 1918 EDWARD . Emergí del bosque sonriendo al oír risas infantiles. Cuando llegué al jardín de Giselle, negué con la cabeza. No sabía quién estaba más feliz con esa convivencia: Carlisle, Esme o yo. Que las tres mujeres gitanas se hubieran mudado nuevamente con nosotros, un poco más de siete años atrás, había sido fantástico. Sabían lo que éramos -de hecho, lo habían predicho- y necesitaban nuestra ayuda. Carlisle y yo habíamos considerado remodelar la pequeña cabaña en el extremo norte de mi propiedad para ellas, pero Giselle y Sue insistieron en que estaban felices y cómodas donde estaban. Aun así, las visitábamos casi todos los días. Estaban afuera, cuidando el pequeño jardín de Giselle. Ella prefería cultivar la mayoría de sus vegetales y hierbas. Su hija, Sue, disfrutaba cultivar flores. Pero era la integrante más joven de la familia Black quien traía más alegría a todos nosotros. Leah. —¡Edward! —chilló, saltando de la mesa del patio donde parecía que Esme le estaba ayudando con las tareas escolares. Esme llevaba apenas unos años como inmortal, pero aportaba un sentido de plenitud a la familia. Había hecho a Carlisle más feliz que nunca, a pesar de la larga espera para tenerla a su lado, y poco a poco se estaba convirtiendo en la madre que yo necesitaba, la madre que había perdido. —Ah, señorita Leah —dije riendo, alzándola cuando corrió hacia mí—. ¿Qué andas haciendo? —Escuela. La señorita Esme me está enseñando Matemáticas, y dice que después toca Historia —respondió con una mueca. Sonreí, notando que había crecido desde la última vez que la vi, y eso que solo había pasado una semana. Acababa de cumplir siete años y tenía el cabello negro muy largo, trenzado en dos coletas, y los ojos casi negros. Había perdido varios dientes, así que algunos estaban apenas saliendo, lo que le daba un leve ceceo. Y no era nada tonta. —No necesito Matemáticas, Edward —susurró, ignorando las suaves risas de su madre, su abuela y Esme. Las tres ya se estaban preparando para cuando yo cediera con Leah. Siempre cedía con ella. Reí y le besé la sien. —Necesitas saber Matemáticas, Leah. Todos las necesitamos. —¡No! Voy a leer fortunas como la abuela —declaró, señalando a Giselle, cuya mente estaba llena de orgullo, aunque también de preocupación. No había tenido una vida fácil, así que esa idea la asustaba un poco. —Igual necesitas saber Matemáticas —le discutí, alzando una ceja mientras me sentaba a la mesa. —¿Por qué? —Porque tienes que saber contar todo ese dinero que ganes leyendo fortunas, oh, sabia gitana —la provoqué, haciéndole cosquillas en los costados. Ella chilló de la risa. —¡Edward, para! —suplicó, sujetándome las manos y examinando mis palmas—. Quiero leerte la tuya —susurró, trazando con un dedo las líneas. Sue y Giselle dejaron lo que estaban haciendo y se unieron a la mesa. Giselle me dio un beso en la frente, y le sonreí. Seguía siendo igual de hermosa que el día en que la conocí. Tenía poco más de cincuenta años, aún lúcida, aún amable. También insistía en que cada predicción que había hecho aquella noche se cumpliría. Hasta ese momento, la mayoría se había cumplido, pero la que nos dejaba más perplejos era la que requería más tiempo: mi compañera. Según Giselle, la conocería cuando llevara cien años en esta larga y oscura vida. No estaba seguro de creerlo, pero había días en los que deseaba que el tiempo volara. Giselle observó a su nieta con una sonrisa mientras Leah estudiaba mis manos. —Leah, ¿qué ves? —Veo… —comenzó, con el ceño fruncido—. Veo una línea de vida muy larga. Esme soltó una risa suave. —Me lo imagino. Le sonreí, sabiendo que Leah aún no entendía qué éramos. Aunque sabía que éramos distintos. Nuestra piel fría y dura no le molestaba, ni tampoco el color extraño de nuestros ojos. Su mente era aguda, incluso a tan corta edad, y veía el mundo en colores y risas. Su madre y su abuela eran más duras con la vida, pero Leah había vivido en esa casa desde que era una niña. La habíamos protegido de las cosas duras que enfrentaban las mujeres gitanas, cosas que Giselle y Sue ya conocían demasiado bien. Leah era una niña protegida, segura, feliz. —Mmm —murmuró, su ceño aún más fruncido—. Matrimonio. —Señaló una línea—. Sin hijos. Mmm. ¿No quieres tener hijos, Edward? Reí y la abracé. —¿Para qué querría hijos? ¡Te tengo a ti! ¡Tú ya eres suficiente problema! Rodó los ojos con dramatismo. —Siempre dices eso. No soy un problema. Esme dice que no soy un problema para nada. Reí de nuevo y me encogí de hombros. —Esme es demasiado dulce para decir lo contrario. —¡Ed-ward! —suspiró, empujando mis manos. Su mente era divertida, pero su amor por mí -por todos nosotros, en realidad- era tan claro como el agua. No sabía bien cómo clasificarnos. Sabía que su madre y su abuela nos respetaban, que éramos sus amigos, pero también sabía que no éramos como ellas. Nos veía como su familia. Lo más sorprendente era que se daba cuenta de que no envejecíamos. —¿Cómo sabes eso? —le pregunté sin pensarlo, haciendo que Esme soltara un suave jadeo—. Dilo en voz alta, Leah. —¿Qué? No envejecen. La abuela dice que tienes que esperar mucho tiempo por algo. Yo la he oído. Tuviste un cumpleaños, pero no hiciste nada. No como yo. ¡Yo tuve pastel! —explicó—. La abuela y mamá se quejan de tener canas, pero tú… y tú —señaló a Esme—. Ustedes no tienen ninguna. Solté un suspiro largo y profundo. —Ese es un gran secreto, Leah. ¿Crees que puedes guardarlo? —¿Estoy en problemas? —preguntó nerviosa, mirando a todos. —No, cariño. Para nada —la tranquilizó Esme, jugueteando con una de sus trenzas. La observé por un momento. —Ya eres una niña grande, Leah, así que probablemente es hora de contarte. Pero tienes que prometerme que solo lo hablarás con nosotros. Con ayuda de Esme, se lo explicamos en términos muy básicos: qué éramos. Omitimos las partes más oscuras de nuestra vida. La sangre, la ira, lo vil… ella no necesitaba saber eso. —¡Oh! —exclamó cuando al fin lo comprendió—. ¡Están malditos! ¡Como nosotros! Sonriendo, le besé la frente. —Bueno, ¿sabes qué? Esa es probablemente una muy buena manera de verlo. Sonrió orgullosa y me tomó la cara con ambas manos. Sus ojos oscuros me escudriñaron. —Entonces… espera. —Su voz se hizo un susurro mientras se ponía seria—. Tú siempre vas a verte así, pero… ¿Y yo? —Tú vas a crecer y convertirte en una mujer hermosa —le dijo Esme. Eso causó una serie de pensamientos interesantes en la mente de Leah. Se imaginó a sí misma adulta, parecida a su madre, pero también pensó en mi rostro, que nunca cambiaría. —¿Siempre vas a estar aquí? —me preguntó de pronto. Mi pecho dolió ante la tristeza en su dulce rostro. —Leah, te lo prometo… Siempre estaré aquí para ti. —¿Para siempre? Besando su sien, traté de encontrar las palabras adecuadas. Finalmente, la miré directo a los ojos. —Mientras vivas. ~oOo~ Enero de 2005 Me incliné hacia adelante en la banca del muelle. El estanque estaba parcialmente congelado, y copos ligeros y esponjosos caían a mi alrededor. Apoyé los codos en las rodillas y hundí los dedos en mi cabello, agarrándolo con tristeza. Eché un vistazo por encima del hombro hacia la cabaña de Leah. Humo gris salía en espiral de la chimenea, y el llanto de un bebé llegó a mis sensibles oídos. Me volví de nuevo hacia Masen Manor. Lo había echado de menos, pero no lo suficiente como para cambiar nada de mi vida. Los últimos dos años en Chicago habían sido dos de los mejores de mi muy larga vida. Bella había florecido en Northwestern, y yo me uní a ella en algunas clases nocturnas. Al principio vivimos en la casa de Carlisle, pero eventualmente conseguimos un lugar propio. Seguía monitoreando la escuela, aún mantenía vigilancia sobre todo lo que pasaba en el castillo, pero el personal había sido cambiado nuevamente. Esme y Carlisle ya no trabajaban para la escuela, y se habían mudado a Chicago para estar más cerca de Bella y de mí. Incluso Jasper y Alice se habían aventurado a la gran ciudad, y Alice ya casi estaba lista para intentar la universidad, aunque seguía cambiando de opinión… o tal vez las visiones la detenían. No estaba seguro. Se había vuelto bastante buena ocultándome sus pensamientos últimamente. El acontecimiento más reciente era probablemente la razón. Volví a mirar hacia la cabaña de Leah y suspiré con alivio al ver a Bella abrirse paso por la nieve hacia mí. Tenía las mejillas rosadas, pero era la encarnación de la tristeza. Podía oler sus lágrimas desde donde estaba. —Ven aquí, dulzura —susurré, atrayéndola entre mis piernas una vez llegó al final del muelle—. Hace demasiado frío, amor. Sonrió, pasando los dedos por mi cabello para quitar los copos de nieve. —Estoy bien. Solo vine a ver cómo estás tú. Dios, era hermosa. Los últimos dos años habían provocado los cambios más asombrosos en ella. Seguía siendo la criatura menuda de siempre, pero se había llenado en lugares que me volvían loco la mayoría de los días. Su cabello seguía largo, con capas hermosas que le habían añadido hacía algún tiempo. Bella seguía siendo mi chica tímida y dulce que necesitaba momentos de silencio, no siempre hablaba en clase ni con desconocidos, pero había cumplido sus metas de poder responder cuando le hacían preguntas o pedir en un restaurante. Aún llevaba su pulsera de dijes, aunque algunos habían sido retirados para dar espacio a nuevos, y en su mano izquierda llevaba el anillo que le había dado apenas esa Nochevieja. Sin embargo, el cambio más grande era la ausencia de su cicatriz. Había desaparecido la piel elevada y dentada. Había decidido aceptar el regalo de cumpleaños que Carlisle le ofreció el día que cumplió dieciocho. Un cirujano plástico había eliminado el recordatorio físico de todo lo que había pasado tanto tiempo atrás. Había sido su decisión, después de su primer año en la universidad, y todos la apoyamos por completo. Solo quedaba una ligera pista, delgada y clara sobre su piel suave y cremosa. Algunos días la extrañaba, extrañaba verla, simplemente porque la había dibujado tantas veces a lo largo de mi larga vida, incluso antes de conocerla, pero en su mayoría, estaba feliz de que ella estuviera feliz, de que hubiera superado aquella noche sangrienta. Llevando su anillo de compromiso a mis labios, presioné un largo beso sobre él. —Estoy… —suspiré, dejando caer mi frente sobre su estómago—. No sé cómo sentirme, Bella. —Está bien estar triste, cariño —susurró contra la parte superior de mi cabeza mientras me abrazaba. Envolví mis brazos alrededor de su cintura, atrayéndola a mi regazo. Con todos los abrigos entre nosotros, fue una lucha, pero necesitaba tenerla cerca, necesitaba sentirla. —Lo sé, pero… ella no querría que yo estuviera triste. Se molestaría si lo estuviera, de hecho —dije en voz baja, dejando caer la cabeza contra la baranda del muelle detrás de mí. Alcé una mano para enderezarle el gorro de lana, apartando su cabello del rostro—. Ella… Dios, Bella… La conocí desde que usaba pañales. He… He estado recordando cada maldito minuto con ella aquí, y… —Mis fosas nasales se ensancharon, y negué con la cabeza—. No lo sé. A veces, esta vida… simplemente… —Duele —completó por mí. Asentí con la cabeza, mis ojos desviándose hacia el terreno removido recientemente detrás de la cabaña. —Todas se han ido —susurré en dirección a las tres lápidas de Giselle, Sue y ahora… Leah—. Todas. —No todas —replicó con suavidad, volviendo a pasar sus dedos por mi cabello. Sonrió un poco—. Tienes a Jake y a Nessie… y a Rebecca. Sonriendo con desgano hacia Bella, dije: —Que está bastante quisquillosa, por lo que oí. —Ajá —asintió—. Aunque probablemente está alimentándose de Jasper. Todos están un poco alterados allá adentro. —Seguro que sí —murmuré. Jacob y Nessie se habían casado el mismo año en que se conocieron. La pequeña Rebecca Leah Black había nacido apenas seis meses atrás. Era la imagen viva de su padre a esa edad. Mirándola, pregunté: —¿Has cambiado de opinión sobre eso? —No —afirmó con firmeza—. No necesito tener hijos para sentirme completa, Edward. Y este no es el momento para esa vieja conversación. Me preocupa cómo estás tú. Por favor, háblame. ~oOo~ Septiembre de 2005 Las mentes de mi familia se desvanecían. Nos estaban dejando solos en el bosque de Denali. Sonriendo de lado, miré a mi compañera, a mi esposa… un ronroneo vibró en mi pecho. Era perfecta. Y letal. —Escuché eso, Edward.Su sonrisa irónica me hizo soltar una carcajada y luego encogerme de hombros. Sus pensamientos ahora eran tan claros para mí como una campana. Ya no necesitaba estar físicamente conectado a ella para leer su mente, aunque vivía para tenerla envuelta en mí de todas las formas posibles. Aproximadamente a mitad de su transformación, la mente de Bella se abrió ante mí como una flor al sol. Pude hablarle durante la dolorosa quemazón de tres días. A veces, eso ayudaba, pero había horas en que Bella se sumía en un silencio absoluto. Eleazar y Carlisle solo podían suponer que era su humanidad, además de todo lo que había vivido, lo que provocaba que su escudo me bloqueara. Mi teoría personal era que, cuando era humana, la única vez que dejaba caer por completo su guardia era cuando estábamos juntos como uno solo. Planeamos todo, hasta el detalle de que fueran solo los dos. Incluso una boda breve y sencilla justo antes de dejar Chicago rumbo a Alaska. Era lo único que ella sentía que necesitaba que Renee y Chelsea vieran. Quería que supieran que era feliz, a pesar de la excusa que dimos sobre dejar la escuela por obligaciones familiares, porque una vez que nos fuimos, no volvería a verlas. Bella seguía siendo mi chica tímida, solo completamente en paz conmigo, así que le prometí que su transformación sería privada, a pesar de mis nervios. Nuestra familia Denali había desocupado su casa, aunque Carlisle no se fue muy lejos, simplemente porque le pedí que se quedara cerca. No estaba seguro de cuál sería mi reacción una vez que la mordiera. Mi preocupación resultó infundada. Nunca había sentido una atracción por su sangre, y fue aún peor una vez que mis dientes perforaron su piel. Su sangre fue amarga y repugnante en mi boca, lo que me dio el enfoque necesario para seguir inyectando mi veneno en ella. La última mirada llena de confianza de unos profundos ojos marrones se quedaría conmigo para siempre. Cuando despertó con ojos rojos y sedienta, estuve a punto de caer de rodillas ante su imagen. Cada centímetro de ella era perfección inmortal. Se veía mejor que cualquier predicción que Giselle, Leah o Alice hubieran tenido. Era elegante, fuerte y ágil. Sus labios se habían vuelto más oscuros, mientras que el resto de su piel era pálida y hermosa. La única "imperfección" que quedaba era la cicatriz muy fina que había dejado el cirujano plástico en su cuello. Solo quienes realmente la conocían sabían buscarla. Sus ojos se encontraron con los míos, y pude ver que el tono rojo empezaba a aclararse a un ámbar anaranjado. Y solo habían pasado menos de tres meses desde su transformación. Ella, como Alice, quería dominar la sed, los cambios de humor, y la nueva fuerza que era una amenaza para todo, desde manijas de puertas hasta teléfonos. Sin embargo, Bella tenía una ventaja. No solo se había preparado completamente para su cambio, a diferencia de nosotros, sino que su escudo disminuía la intensidad del aroma de la sangre humana. —¿Estás bien? —le pregunté, inclinando la cabeza hacia ella mientras caminábamos a paso humano por la ladera de la montaña. —Estoy bien —respondió con una sonrisa ladeada—. ¿A dónde me llevas? —A un lugar que he querido mostrarte desde hace mucho tiempo —le dije, levantándola en brazos en un parpadeo y llevándola a toda velocidad. Sonreí con su chillido y su risa musical. Seguía siendo mi sonido favorito en el mundo, aparte de oír mi nombre en sus dulces labios. Al encontrar mi viejo árbol, bajé a Bella sobre sus pies, colocándola de espaldas contra mi pecho. —Mira, amor —le susurré al oído, inhalando su aroma. Seguía oliendo a flores y frutas… y a su cacería reciente, pero ahora estaba completamente impregnada de mi esencia, desde mi veneno que fluía por sus venas hasta mi tacto que había recorrido casi cada rincón de su cuerpo. Mis ojos se oscurecieron ante ese último pensamiento, pero me obligué a concentrarme—. Aquí es donde venía cuando estaba en este lugar, Bella. Me sentaba aquí, extrañándote. ¿Recuerdas? —le pregunté, sonriendo cuando asintió. Sus recuerdos humanos eran borrosos, pero estaban intactos. Esa había sido su mayor preocupación antes de su transformación, considerando que Alice, al igual que el resto de nosotros, había olvidado ciertas cosas. Otra inquietud era que me olvidara a mí, a nosotros… a nuestro comienzo, así que le llevé todos los diarios que habíamos escrito a lo largo de los años, incluidos los de la universidad, y se los entregué. Se rio y me besó hasta que casi olvidé mi propio nombre. —Sí, lo recuerdo —susurró, contemplando el cielo nocturno, sus pensamientos centrados en la estrella más brillante, en cómo le había contado que deseaba en ella cuando estaba lejos de ella al inicio de la nueva vida inmortal de Alice—. Es tan hermoso. Tenías razón… puedes verlas todas. —Así es —asentí, sentándome al pie del árbol e instándola a hacer lo mismo, aunque optó por darle la espalda al paisaje y montarse en mi regazo—. Te traje para que vieras, Bella —le dije en tono juguetón, riéndome de su sonrisa sensual mientras pasaba los dedos por mi cabello. —Esta vista es mejor —replicó, su mente yendo a lugares que me hicieron gruñir en voz alta—. ¿Ah, sí? ¿Mi mente aún no te está volviendo loco? Negué lentamente, sabiendo que mis ojos ya estaban completamente negros. —No. Y cuando me lo preguntes dentro de cien años, la respuesta seguirá siendo la misma. Sonrió, inclinándose para que nuestras frentes se tocaran. —Me acordaré de hacerlo. Sonriendo con picardía, dejé caer la cabeza contra el tronco del árbol mientras llevaba su anillo a los labios para besarlo. —Estoy seguro de que lo harás, señora Cullen. Sus ojos se oscurecieron al escuchar el apellido, el que ella había elegido. Por más que apreciara mi apellido humano, me dijo que yo era realmente hijo de Carlisle, que mi verdadero padre no había valorado lo que tenía, así que prefería Cullen a Masen. Dijo que ese era el apellido de su verdadera familia. Solo tuve tiempo de registrar sus pensamientos antes de sentir sus labios sobre los míos. Se movía rápido, con una posesividad que igualaba a la mía, y amaba cada segundo de ello. Aún mejor era que Bella se sentía completamente cómoda tomando el control, un hecho probado cuando llevó sus manos al borde inferior de mi camiseta y me la quitó de un tirón por encima de la cabeza. Nos movíamos juntos como imanes, con precisión en cada movimiento y caricia, con la fluidez de la experiencia, pero como siempre, la experiencia era casi abrumadora. Algunas prendas fueron retiradas con cuidado; otras simplemente empujadas a un lado. Como siempre, hicimos una pausa por uno o dos latidos cuando nos unimos, cuando ella se deslizó sobre mí. —Dios, Bella —gruñí, mis ojos revirándose mientras pensamientos, emociones y un deseo feroz me inundaban. Mi boca quedó entreabierta mientras la observaba, incapaz de articular una sola palabra coherente durante unos segundos, mientras compartíamos el mismo aliento. El rostro de Bella se curvó en una sonrisa sensual y peligrosa al comenzar a moverse sobre mí, nuestros besos desordenados pero profundos. Aún llevaba puesta parte de su ropa, así que mis manos buscaron piel, zonas sensibles y sus caderas para guiarla. El tronco del árbol crujía y se balanceaba detrás de mí, con parte de la corteza desprendiéndose y cayendo al suelo. Nuestro ritmo era lento, deliberado, pero intenso y casi rudo, y ella sabía exactamente lo que hacía cuando sentí sus dientes rozar el costado de mi cuello. Bella había aprendido bastante rápido, después de su transformación, que los dientes añadían un elemento completamente nuevo e increíblemente erótico a nuestros encuentros. Nunca le permití usarlos cuando era humana, simplemente porque era demasiado, y yo nunca pude hacer lo mismo, pero ahora… ahora todo era posible. Con el toque adecuado, con un beso abierto perfectamente colocado, ambos nos deshicimos bajo ese árbol. La risa de Bella me hizo sonreír contra su cuello, donde inhalaba profundamente. Ella me jaló de nuevo por el rostro. —Me encanta eso. Me encanta volverte loco. —Lo sé, amor —dije con una carcajada, besándola con fuerza—. Te encanta mandarme. —-Mmm —hizo, con una sonrisa irónica mientras rodaba los ojos—. Como si tú no lo disfrutaras. —Muchísimo. —Le di una palmada en el muslo—. Vamos, dulzura. Deberías cazar una vez más antes de regresar, ¿sí? Asintió, poniéndose de pie y vistiéndose rápidamente mientras yo también me acomodaba la ropa y me volvía a poner la camiseta. Los pensamientos de Bella revoloteaban de un tema a otro. Aprendí pronto que, aunque fuera callada, su mente no lo estaba; jamás se detenía. Pensaba en qué cazaría, luego se preguntaba si aún se sentiría tentada por los humanos, y después reflexionaba sobre nuestro futuro, sobre cuándo podría reintegrarse a la sociedad. —Lo estás haciendo increíblemente bien, Bella. No te preocupes por el tiempo. Tienes todo el que necesites, ¿de acuerdo? —le dije, atrayéndola hacia mí y envolviendo mis brazos alrededor de su cintura. Asintió, acurrucándose en mi cuello, su lugar favorito. Presionó un beso allí y luego se apartó. Esta vez, sus pensamientos me mostraron a su madre. Sabíamos que eventualmente tendríamos que fingir nuestras muertes. Y habíamos decidido que debía ser la de ambos, o su madre me buscaría para asegurarse de que estaba bien. Había llegado a amarme como a un hijo, pero sabíamos que eso no podía durar para siempre. —También tenemos tiempo para eso, amor. Alice está vigilando el momento adecuado. Lo que no dije en voz alta fue que Alice vigilaba el futuro de Renee. Florida estaba resultando ser un nuevo comienzo maravilloso para ambas, para ella y para Chelsea. Se mantenían ocupadas con nuevos amigos y eventos sociales, sin mencionar el cuidado de June, la tía de Chelsea. Harry Clearwater se había retirado de su trabajo como investigador privado y las había seguido hasta allá. Él y Chelsea se acercaban más cada día. Sabiendo eso, Bella y yo nos preocupábamos de que Renee quedara sola, así que pedí a Alice que se mantuviera atenta. Bella volvió a asentir, sonriéndome. —Lo sé, Edward —suspiró, aunque seguía sonriendo mientras se tocaba la sien con un dedo—. Solo que tengo… tantas cosas pasando aquí arriba. La besé por eso, por su franqueza verbal. Podía ver su mente, pero escucharla adaptarse a esta nueva vida era maravilloso de presenciar, y ahora entendía por qué Jasper prácticamente celebraba cada pequeño avance de Alice cuando recién había sido transformada. —Se vuelve más fácil, amor mío —le prometí—. Encontrarás un equilibrio. Ella negó con la cabeza, tirando de mi mano mientras nos dirigíamos de regreso por la montaña. —No, Edward… encontraremos un equilibrio. Y en un destello de cabello castaño y una carcajada que resonó por el bosque, salió disparada. Sonriendo, le di unos segundos de ventaja, porque aún era más rápido que ella. Aunque cuando la alcanzara… probablemente la besaría hasta dejarla sin aliento, simplemente porque podía. ~oOo~ Noviembre de 2007 El sonido de las risas de las chicas flotaba entre los árboles hasta el patio de Denali. Alice y Bella vivían por las historias de todos los miembros de la familia, pero especialmente adoraban las de Tanya porque casi siempre terminaban en alguna divertida conquista sexual. Aún más, amaban las historias cuando Tanya había arrastrado a Jasper o a mí a todo aquello. Entrecerrando los ojos al oír mi nombre, me levanté de la base del árbol donde estaba escribiendo en un nuevo diario para Bella y regresé a la casa. Al entrar, la ausencia de pensamientos provenientes de mi hermano me hizo detenerme en seco. —¿Qué? —pregunté cuando alzó la vista de su portátil. Una sonrisa peligrosa curvó la comisura de su boca. —Se supone que debería sentirme mal… pero no. —Giró el computador sobre la mesa, mostrándome lo que había estado leyendo—. ¿Vas a cumplir tu palabra, hermano? Un gruñido brotó de mí en cuanto vi el obituario que llevaba tanto tiempo esperando. Patrick Brown finalmente había muerto, por complicaciones del enfisema que había estado combatiendo durante varios años. —Carajo, ese viejo bastardo aguantó mucho más de lo que esperaba. —Mmm —coincidí con un murmullo—. Pero solo sobrevivió a uno de sus hijos. —Muy cierto —se rio Jasper con malicia, negando con la cabeza—. Aunque no al que yo quería. —Yo tampoco —murmuré, el labio curvándose con odio. Cruzamos una mirada oscura. Alec Brown seguía respirando, seguía viviendo del estado de Massachusetts. Su hermano, Demetri, había muerto en una pelea de baño poco más de dos años después de iniciar su condena —unos meses después de que transformé a Bella—, apuñalado repetidamente por otro recluso. El asesino de Charlie Swan estaba muerto y enterrado. Pero el que intentó matar a Bella dos veces seguía vivo, y eso no me dejaba en paz. —Lo quiero —declaré, las consonantes cayendo duras en la habitación—. La prisión es demasiado buena para ese h-h… —¡Edward! —llamó Bella, irrumpiendo en la sala como el rayo de sol que era. Incluso Jasper no pudo evitar devolver esa felicidad al ambiente. Sin embargo, era tan aguda, que enseguida notó la tensión entre nosotros—. ¿Qué? ¿Qué pasa? Metí las manos en los bolsillos delanteros de mis jeans, respiré hondo y solté el aire. Nunca le había contado el trato que hice con Patrick Brown, pero necesitaba corregir eso. —Tenemos que hablar, amor —dije suavemente, atrayéndola hacia mí—. Vamos a dar un paseo, ¿sí? —Está bien —susurró, mirando preocupada a Jasper, quien me hacía saber en silencio que averiguaría algo sobre Alec Brown. —Avísame —le dije, comenzando a guiar a Bella fuera de la casa, pero sus pensamientos captaron la mirada entre Jasper y yo, y cruzó los brazos. —Hablen… los dos. Con un profundo suspiro, me senté en la silla, tirando suavemente de ella hasta ponerla entre mis piernas. Le expliqué mi visita a Patrick Brown el día que ella fue puesta en observación en el hospital. Le conté todo sobre el trato que hicimos. Cuanto más hablaba, más sentía la rabia que Jasper percibía emanar de ella. —Entonces tú… pagaste para que Phil… y dijiste que… —Esperaría a que Patrick muriera antes de tocar a sus hijos. —Pero Demetri está muerto —dijo, y me estremecí al oír el gruñido en su tono, sin mencionar la mirada de ojos negros que me lanzó. Se alejó de mí, con las manos apretadas en puños, solo para apartarse el cabello de la cara. —Bella, lo siento… No te lo conté… —Una… puñalada en prisión fue demasiado benévola para él. ¡Él mató a mi papá, Edward! —soltó con un gruñido, esa rápida furia vampírica emergiendo como un hierro al rojo vivo, haciéndome retroceder otra vez. Incluso Jasper dio un paso atrás cuando su escudo se extendió un poco por la sala. —Estoy de acuerdo, amor mío —le dije con calma, extendiendo los brazos—. Ven aquí. Se acercó a mí, respirando con fuerza, y nunca la había visto más hermosa. Estaba absolutamente deslumbrante cuando se enojaba, pero solo con tocarla, se calmó. Sus pensamientos se centraban en Alec: la risa, la sonrisa helada que le había dedicado, sabiendo que había puesto suficiente sedante en su leche como para tumbar a un caballo. Luego voló hacia la noche en que su padre murió, y le tomé el rostro para prepararme ante la oleada de recuerdos que llegaban con eso. La primera vez que me los mostró, quise arrasar con todo el bosque de Denali. A pesar de que eran recuerdos humanos borrosos, el miedo que los acompañaba era tan nítido como el filo de un cuchillo. —Bella, mírame —ordené, casi con un gruñido. Cuando abrió los ojos, revelando un negro intenso en lugar del hermoso dorado que había llegado a amar, negué con la cabeza—. Controla ese temperamento y ese miedo, amor. Ellos no te controlan a ti. Tomó mis palabras en serio, asintiendo un poco mientras miraba entre Jasper y yo. —Lo siento. —No te disculpes —dijimos los dos al mismo tiempo. —Necesito saber qué quieres, mi hermosa niña —le dije, rindiéndome finalmente a mis planes de venganza contra Alec Brown si ella simplemente decía la palabra. El bastardo podía pudrirse en una prisión federal si eso era lo que ella deseaba—. Dejo esto en tus manos. ¿Lo dejamos? ¿O…? —Quiero verlo —susurró, y sus ojos temblaron ligeramente. Jasper soltó una risa. —Bueno, Bella, eso presenta un problema. No podemos simplemente ir a visitarlo. Estás haciendo un trabajo increíble como neófita de dos años, hermanita, pero… con ese temperamento y ese escudo, es bastante probable que reduzcas el lugar entero a escombros. Bella le sonrió brevemente antes de volverse hacia mí. —Eso fue un cumplido… —Sí, señora —me reí, apartándole el cabello del rostro—. Estás haciendo un trabajo fantástico, Bella, pero esa sería una visita muy emocional. No es algo que recomendaría hacer en una sala llena de gente visitando a reclusos. Sus hombros se hundieron un poco, sus pensamientos derrotados. Pensaba que Alec dormiría su vida entera en prisión, y para ella, ese castigo no era suficiente. —Estoy de acuerdo, dulzura, pero… —inhalé profundamente—. Pero si lo organizamos, no va a sobrevivir. —Me encogí de hombros, pero señalé con la barbilla a la pequeña chica de cabello negro azabache que acababa de entrar en la habitación—. ¿Alice? Bella se giró hacia Alice, quien negó con la cabeza. —No, no vivirá. Hay dos resultados. Ya sea que sea Edward o tú, Alec no sobrevivirá al encuentro. Pero si lo organizamos bien, entonces pueden… matar dos pájaros de un tiro. Literalmente. Bella frunció el ceño, pero se volvió hacia mí. Mi mente vio lo que Alice estaba planteando; si montábamos una escena para que pareciera que Alec Brown había escapado, podríamos fingir nuestras muertes al mismo tiempo. —Oh, Dios, Alice… ¿En serio? —me quejé, pensando que eso destrozaría a Renee. —¡No! —gritó, negando con la cabeza—. ¡Así no! Estás armando todo como si Alec viniera por ti y tú fueras a matar a Renée. No, tú… —Sonrió con un dejo inquietante y se encogió de hombros—. Tú haz lo que tengas que hacer con Alec, pero nosotros vamos a montar… eh, un accidente con él… y usaremos un cadáver sin identificar de la morgue como si fuera Bella. Alec desaparecería del mapa, y por fin podría servir de algo haciéndose pasar por ti. El plan funcionaría, pero yo no haría nada hasta que Bella diera la señal. —Oh… —murmuró Bella, bajando la mirada—. Yo… yo no… Se me rompió el corazón otra vez por ella, porque aún no estaba lista para decirles adiós a Chelsea y a Renee. Aunque no se vieran cara a cara, hablaban con frecuencia. Algunas mentes más se acercaron, pero la que probablemente más necesitaba dio un paso al frente. —Bella —dijo Carlisle con suavidad—. Desearía… desearía que fuera diferente, pero… No puedes quedártelas para siempre. Lo siento. Eventualmente, Chelsea y tu madre empezarán a hacer preguntas. —Lo sé —susurró, algo que solía repetir cuando estaba luchando por dentro—. Esperarán nietos y querrán verme y… lo sé. Nadie más dijo una palabra, pero las mentes a su alrededor la envidiaban un poco, incluyéndome a mí. No habíamos tenido la oportunidad de mantener nuestras conexiones humanas, así que una parte de nosotros quería consentirla. Pero la realidad era que ella no podía seguir siendo parte de la vida de su madre. Sin embargo, Bella levantó la vista hacia Carlisle con un exceso de amor por él. Lo veía como lo más cercano a un padre que había tenido desde Charlie, y parecía que eso nacía de su tiempo juntos cuando ella estuvo en el hospital. —Solo… un poco más, Carlisle. ¿Sí? —le suplicó, y mis ojos ardieron ante el dolor en la mente de Carlisle mientras la abrazaba. Incapaz de decirle que no, simplemente respondió: —Está bien, querida. ~oOo~ Poco sabíamos entonces que eso era exactamente lo que obtendría: solo un poco más de tiempo. No pasaron ni dos meses después de eso antes de que Bella recibiera un mensaje de voz de Chelsea, invitándola a Florida para su boda con Harry. Sin Alice, no estoy seguro de lo que habríamos hecho. —¡Dile que sí! —le siseó Alice a Bella justo antes de que llamara de vuelta a su madre—. Tienes que decirle que sí, o no funcionará. —¿Florida? Y… —Bella hizo un gesto señalando su cuerpo de arriba abajo, indicando los cambios físicos que había sufrido—. ¿Estás loca? La expresión de Alice se suavizó hasta volverse triste, pero cálida. —No vas a ir, Bella —explicó con suavidad—. Dices que sí, pero organizamos tu accidente entre ahora y entonces. No quieres que lo último que escuchen sea una negativa decepcionante, ni que se sientan culpables si lo hacemos cuando se supone que ya estás en camino. —Alice levantó la mano de Bella, que aún sostenía el teléfono—. Di que sí. —¿Es esto…? —Suspiró, mirándome mientras yo estaba sentado al borde de nuestra cama, haciéndome la pregunta silenciosa que no podía poner en palabras. —No, dulzura. No es la última llamada —le dije mientras me levantaba, rodeándola con un brazo y dejando un beso en su sien—. Puedes llamarlas tanto como quieras hasta que partamos hacia Boston. Ella soltó un largo suspiro de alivio, y por fin llamó de vuelta a su madre. ~oOo~ Febrero de 2008 La última llamada de Bella con su madre y Chelsea se dio justo cuando entrábamos a Boston. El plan era que íbamos a revisar la casa de los Swan, debido a una llamada de la compañía de alarmas. Para que fuera legítimo, Jasper y Alice habían volado primero, rompiendo la ventana trasera de la casa para generar una verdadera alerta. Jasper también recogería la información de Jenks que necesitaríamos para poner nuestras manos sobre Alec Brown. —Prométanme que tendrán cuidado —pidió Renee por teléfono. —Lo prometemos —respondió Bella en voz baja, y pude notar lo difícil que era esto para ella. Asintió y respondió en los momentos justos mientras hablaba con su madre, pero su mente estaba en todas partes. Solo estaba absorbiendo el sonido de la voz de su madre. Sin embargo, Chelsea fue la perspicaz cuando Renee le pasó el teléfono. —Isabella Marie, has llamado prácticamente todos los días esta semana. ¿Qué pasa? Habla, cariño —insistió. Bella me lanzó una mirada de pánico, pero balbuceó: —N-nada, Chelsea. Estoy bien. Solo las extraño. —Nosotras también te extrañamos —respondió, soltando un profundo suspiro—. ¿Está todo bien, Bella? ¿Tú y Edward…? —Oh, Dios, no… estamos bien. Perfectos, en realidad. —¿Y eres feliz, cariño? ¿Feliz de verdad? —preguntó Chelsea, y la frente de Bella chocó contra la ventana del lado del pasajero. La mente de mi esposa se aceleró; recuerdos realmente buenos pasaban a toda velocidad por su mente con la rapidez de su nueva inmortalidad. Una pequeña y dulce sonrisa se dibujó en sus labios, en parte porque sabía que yo podía ver lo que estaba pensando, pero sobre todo porque era feliz de verdad. Vi sonrisas, risas, nuestra familia, y amor… tanto amor. Para Bella, estaba en todas partes, pero yo era el centro de todo. Besos y bromas, música y piano, piel y caricias… seguía y seguía, casi al punto en que necesitaba detener el auto y demostrarle que yo sentía lo mismo, pero finalmente dio una respuesta. —Sí, Chelsea. Soy increíblemente feliz. No se me ocurre nada que pudiera desear o necesitar. —¿Y la universidad, Bella? ¿Planeas regresar después de lo de la familia en Alaska? La miré y asentí. Cuando planeamos su transformación después de su segundo año en Northwestern, la excusa había sido obligaciones familiares en Alaska. Afirmamos que una tía anciana de Esme necesitaba ayuda en su casa. Sin embargo, una vez Bella se sintiera cómoda, podía volver a estudiar si lo deseaba. —Eventualmente —respondió con firmeza. —Está bien, nena. Solo quería asegurarme de que todo estuviera bien. Justo antes de terminar la llamada, Bella dijo: —Oye, Chelsea… Si algún día mamá te pregunta si soy feliz, ¿le dirías? Asegúrate de que lo sepa, ¿sí? Chelsea rio. —Ay, dulzura. Ella ya lo sabe. Minutos después, me detuve frente a mi brownstone, apagué el motor y me giré hacia Bella. —Alice ya está adentro, amor. Ustedes dos esperen aquí. Las llamaremos cuando todo esté listo. Bella asintió en silencio, todavía entristecida por la llamada, pero no había mentido ni a Chelsea ni a su madre. Ni un poco. Antes de que pudiera bajarse del auto, la detuve, acercándola para besarla. —Lo siento mucho, Bella. —Me aparté un poco, tomando su rostro entre mis manos como si estuviera hecha de cristal, aunque ahora fuera indestructible—. Siento que no puedas conservarlas. Siento que tengas que sacrificar esta parte de tu vida por mí. —La besé otra vez—. Pero te lo prometo, mi amor. Pasaré el resto de nuestra existencia asegurándome de que seas tan feliz como esos recuerdos que acabas de revivir. Compartimos esa emoción, Bella. ~oOo~ Mi teléfono vibró en el bolsillo y lo saqué para ver el mensaje de Jasper. Miré a mi alrededor desde el auto, buscando algún observador. Cuando no encontré ninguno, me giré hacia la chica inquietantemente quieta a mi lado. Alice ya había entrado a la casa. Llevé una mano a su rostro, apartándole el cabello detrás de la oreja para poder ver bien su hermoso, aunque preocupado, rostro. —¿Lista? —No. Besé sus labios. —Podemos irnos. Jasper se ofreció a terminar todo, incluso lo del accidente. Tendríamos que dejar este auto y tomar el Mustang. Podemos estar de regreso en Canadá antes del anochecer. Ella negó con la cabeza, con los ojos fijos en su antiguo hogar. Ya no había mucho dentro. El piano de Bella y algunos muebles que había querido conservar estaban guardados, junto con la mayoría de sus álbumes de fotos. Los objetos que quedaron estaban cubiertos con sábanas blancas. Bella había dejado de intentar vender la casa, pero después de esta noche, pertenecería a Renee. —Bella, no tienes que verlo —repetí por, probablemente, la quincuagésima vez. —Sí tengo —suspiró, mirando sus manos sobre el regazo—. Necesito mirarlo a los ojos. Necesito decirle lo que hizo. Nunca me oyó hablar. Y necesita saber… que ya no le tengo miedo. Sus ojos cálidos, color miel, se encontraron con los míos, sus pensamientos calmos y centrados mientras revisaba una vez más su sed. Salí del auto y rodeé para abrirle la puerta, ofreciéndole mi mano. Ella la tomó y la llevó a sus labios para besar mi anillo de bodas. —¿Estás bien, dulzura? —verifiqué una vez más, y ella asintió. No estaba preparado para el olor de la casa, y Bella tampoco. Seguía siendo el mismo, aunque un poco rancio. Los recuerdos de Bella la invadieron en ráfagas borrosas: Charlie, Renee, Chelsea… momentos felices, tristes, cenas familiares, noches de películas y música de piano. El rastro que Jasper había dejado era espeso: sudor, miedo y rabia, y lo seguimos hasta el piso de arriba, hasta la habitación de Renee. Jasper estaba recostado contra el marco de la puerta, poniendo los ojos en blanco ante la lucha que ocurría detrás de él. Amarrado a una silla de madera en medio de una habitación casi vacía, había una figura alta con un overol naranja. Tenía la cabeza cubierta con una capucha negra, pero no iba a ninguna parte. Alice lo observaba mientras caminaba de un lado a otro. —¿Quiero saber cómo? —preguntó Bella con voz tan baja que Alec no pudo oírnos. Jasper sonrió de lado. —Unos repartidores bien pagados, un buen golpe en la parte de atrás de la cabeza y unos movimientos bastante rápidos de parte de Edward y míos… si me permito decirlo —dijo con una reverencia teatral y una sonrisa torcida. Luego apuntó con el pulgar hacia atrás—. Y, además, sacamos al imbécil del turno de cocina. Bella soltó una risita ante su humor, dándole una palmada en el hombro al pasar. Miró a Alice, quien le sonrió. —Esta habitación. Definitivamente —susurró Alice en tono conspirativo, guiñándome un ojo—. La reconocerá… y a ti… en cuanto le quites la capucha. Extendí la mano para despeinarla, pero ella esquivó con gracia, como si lo hubiera visto venir. —Arreglaremos la ventana rota de abajo —dijo, tomando la mano de Jasper. Entonces volví mi atención a Bella. Ella caminó lentamente alrededor de Alec, evaluando los latidos nerviosos de su corazón, el flujo de su sangre por las venas y su respiración agitada. El hombre estaba asustado. —¿En qué piensa? —me preguntó sin mirarme. Solté una risa baja, hablándole en un tono que el humano no pudiera oír. —Que está en confinamiento solitario o que va a ser… agredido. —Eew —murmuró ella, sacudiendo la cabeza. Ella llevó la mano a la capucha y la retiró de un tirón tan rápido que Alec se estremeció. Una vez superado el impacto inicial, miró a su alrededor, con los ojos muy abiertos al reconocer a la chica frente a él. La reconoció de inmediato, lo cual lo hizo buscar desesperadamente una salida. Ahora sabía que estaba atrapado. —Te irás cuando ella diga que puedes irte —le dije con calma, sin importarme que supiera de lo que era capaz a estas alturas. Señalé a mi esposa, que aún lo estudiaba con una expresión que gritaba asco—. Hasta entonces, te conviene portarte bien. No tengo idea de qué va a hacer contigo —agregué con total honestidad, porque ni siquiera Bella lo sabía aún. Sus labios se curvaron levemente ante eso, pero me miró, hablando como si Alec no estuviera allí. —Soñé con esto —dijo, asombrada, y luego asintió una vez—. Sí, éramos tú y yo… aquí. Yo ya era como soy ahora, aunque entonces no lo sabía. Sonreí, asintiéndole para que continuara mientras la veía recordar aquel sueño humano, borroso. —¿Qué pasaba, dulzura? —Bueno, su hermano también aparecía en esos sueños… así que eso es diferente. Y él no estaba atado… Le hice un gesto hacia Alec, dándole a entender que podía desatarlo si así lo deseaba, mientras me apoyaba en el marco de la puerta. —Está algo impactado de que estés hablando, Bella, pero cree que puede superarnos. Ella rio suavemente, acercándose a él. —Voy a dejarle la cinta en la boca para que escuche —dijo, con los ojos clavados en los de Alec. Negó despacio con la cabeza—. La prisión fue demasiado buena para ti. El asesinato de tu hermano no fue lo suficientemente sangriento. Entiendo que para ti yo solo era un pago, pero para mí… tú me robaste todo: mi infancia, a mi padre, casi litros de sangre. Todo aquí mismo —señaló el suelo entre ellos—. ¡Me robaste la voz! —espetó, acercándose a su cara, aunque sonrió con cierta satisfacción cuando él se sobresaltó—. Pero la recuperé —canturreó con una sonrisa. Lo estaba aterrando. Nada de lo que recordaba sobre «la pequeña Swan» concordaba con la mujer que tenía enfrente. Ni siquiera la «sexi adolescente» de la que Phil le había hablado parecía ser la misma. No sabía qué era lo diferente, pero sabía que ella era letal. Lo sentía en el aire, en los vellos de su nuca, en el sudor que le perlaba la frente. En lo personal, yo estaba más excitado que nunca. Era una fuerza imparable, pura sensualidad letal, y mi compañera. En ese punto, no me importaba lo que hiciera con él. Se incorporó por completo y llevó la mano a la cinta que cubría la boca de Alec. —Ahora entiendo por qué esperamos, por qué tu padre tenía que morir primero… Los ojos de Alec se abrieron más. —Oh, sí, esperamos… —dijo, mirándome—. Para que supieras lo que es estar completamente solo cuando mueres. Da miedo, ¿verdad? —preguntó justo cuando le arrancó la cinta. Alec gruñó, cerrando los ojos con fuerza por el ardor. —¡Maldita perra! —escupió, y yo crucé la habitación en dos pasos, mi puño estrellándose en su rostro con tal fuerza que Alec y la silla cayeron de lado. Sujetándolo por el frente del overol, lo puse de pie de un tirón, mirando su labio reventado. —Cuidado, Alec. Si crees que ella es peligrosa, no tienes idea de lo que yo haré contigo —lo amenacé, señalándole con el dedo—. Es un milagro que hayas durado tanto, y si tu hermano hubiera sobrevivido, estaría en una silla junto a ti. Le hice una promesa a tu padre de esperar hasta su muerte, y esa espera… terminó. —Señalé a Bella—. La escucharás con respeto, o me desquitaré contigo… Haré que lo que hiciste a ella y su padre parezca un juego de niños. Me enderecé, volviéndome hacia Bella, cuyos ojos ahora eran completamente negros por la mínima cantidad de sangre que había soltado en la habitación. —¿Dulzura? —la llamé—. Concéntrate en mí. Si lo quieres, el camino de regreso es largo y difícil. Especialmente en esta etapa de tu dieta. Ella negaba con la cabeza. Mi dulce chica estaba decidida a mantener un historial limpio. Era, sin duda, la criatura más fuerte que había conocido, mucho más de lo que yo fui con Phil. Por sus pensamientos, entendí que no era el olor de la sangre lo que le afectaba -su escudo lo contenía-, sino verla de nuevo, en esa habitación. —Ya no puede hacerte daño, dulzura —la tranquilicé, girándome para poner de pie a Alec de un tirón. Le arranqué la cinta de las muñecas atadas y lo sujeté con fuerza cuando intentó forcejear—. Aunque le pusiera un cuchillo en la mano. ¿Me entiendes? Sus labios se contrajeron, pero asintió. —A prueba de cuchillos, a prueba de balas… —Exactamente, amor mío, aunque… —ladeé la cabeza hacia el hombre que tenía sujeto—. Aunque Alec aún no nos cree. El tipo estaba demasiado asustado como para preocuparse por cómo sabía eso. Había alcanzado el punto de lucha o huida, y quería salir de la habitación… aunque no sin antes castigar a la «perra que no moría». Así que lo solté. El escudo de Bella reaccionó de inmediato, y Alec retrocedió un par de pasos. Cuando lo intentó de nuevo, ella retiró su escudo, y fue por él. El hombre no tuvo oportunidad. Lo pateó al mismo tiempo que lo sujetaba del cuello. La rodilla de Alec se fracturó y cayó al suelo. Bella lo mantuvo arrodillado frente a ella, tomándolo del cabello para obligarlo a mirarla. —Por cierto… ¿Tu hijo? Está prosperando. De hecho, fue aceptado en un internado privado. Se gradúa este año. ¿Tu exnovia? Se casó con un muy buen doctor. Solté una risa, negando con la cabeza, pero si algo dolió de verdad a Alec, fue eso. Su hijo, aún en el programa de protección de testigos, había sido misteriosamente aceptado en la Masen Academy, con beca completa. Mi risa lo enfureció, y sorprendió a Bella cuando se lanzó hacia mí, pero no dio ni un paso. El escudo de Bella creó una barrera entre nosotros, y al empujarlo con fuerza, lo lanzó contra ella. El cráneo frágil de un humano contra la dureza de una vampira. El impacto lo dejó aturdido, y ella lo tiró de nuevo al piso, esta vez sujetándolo del cabello por detrás. —Ya no es tan gracioso, ¿verdad, Alec? —susurró en su oído. Usando su uña, tal como yo lo hice con Phil, le hizo un corte en el cuello—. Así que… gracias por las risas… Sus pensamientos explotaron al instante: dolor, miedo y la certeza absoluta de que iba a morir. Ella había usado sus propias palabras contra él, y aunque no lo cortó profundo, al empujarlo con tanta fuerza, escuché cómo su cuello se rompía al caer al suelo. Su corazón dejó de latir. Me giré hacia Bella. —¿Estás bien? Ella asintió, levantando la vista hacia mí. —Quería drenarlo… pero después ya no… La atraje hacia mí. —Sí, eso será una lucha constante. Pero estoy muy orgulloso de ti. —No podía dejar que te tocara —dijo, negando con la cabeza—. No, nunca. —A prueba de humanos, ¿recuerdas? —le recordé, alzando una ceja. Soltó el aire y me sonrió con picardía. —No me hace menos protectora. —Sí, bueno… imagíname humano, Isabella. Y entonces hablamos de quién es el más sobreprotector, ¿Eh? —bromeé, gruñendo cuando me dio un codazo en el costado. Levantamos la mirada hacia Jasper y Alice, que ya habían regresado al piso de arriba. —Las llaves del auto, hermano. Nosotros nos encargamos del accidente. Carlisle me espera con una mujer sin identificar… Ustedes dos tendrán un accidente automovilístico e incendiario antes del mediodía. Le lancé las llaves de mi Audi, rodeando a Bella con un brazo. —Nos vemos en Denali. ~oOo~ Julio de 2014 El Parque Nacional Olympic era perfecto y verde, con una cubierta constante de nubes grises. Cuando Bella me mostró originalmente su carta de admisión a la Universidad de Washington en su último año, supe por qué. Quería un lugar donde pudiéramos estar cómodos, un sitio donde yo pudiera salir de día más a menudo. Con su dieta bajo control, finalmente accedí a mudarnos a Washington. Toda la familia vino con nosotros: Alice, Jasper, Carlisle y Esme; incluso la familia de Jacob vivía cerca, aunque todos estábamos repartidos por todo el estado. Alice y Jasper vivían más cerca de Port Angeles, mientras que Carlisle decidió aceptar un puesto en uno de los hospitales de Seattle. Bella y yo enseñábamos música en una pequeña escuela primaria en la costa, en un pueblito llamado Aberdeen. Encontramos una cabaña junto al mar, y pasábamos los fines de semana casi sin vestirnos. Era una vida que nunca creí que tendría. Mi celular vibró en el bolsillo mientras caminaba por el bosque. Bella y yo necesitábamos cazar, y a veces era más fácil correr hasta la casa de Jacob que manejar. Jacob y Nessie se habían mudado a un pueblo pequeño justo fuera de una reserva. Cuando finalmente le conté sobre la investigación que había hecho acerca de su «maldición», él la continuó para ver qué más podía averiguar. Una vez que Nessie supo todo al respecto, lo ayudó con rumores que había escuchado de niña. Encontraron una pequeña tribu de nativos americanos en Washington, cuya herencia incluía el cambio de forma, y desde la muerte de Leah, los Black vivían allí. Mi celular sonó esta vez, y sonreí al ver el identificador.—Sí, señorita Rebecca. —Tienes que apurarte, tío Edward… ¡Mi papá se va a comer mi torta! —Dile a tu papá que si pone un dedo en tu torta antes de que soples las velas, va a tener que vérselas conmigo —amenacé, sonriendo ante las risas de fondo—. ¡Solo se cumplen nueve años una vez! —¡¿Oíste eso, papi?! —Sí, sí… —oí murmurar a Jacob, pero estaba riéndose. —Gracias, tío Edward. —Cuando quieras, Becca. Salté sobre un tronco caído, sonriendo al percibir un aroma que reconocería en cualquier parte. —La estás malcriando —acusó Bella, apareciendo junto a mí y saltando a mi espalda con una risa. —Bueno, también malcrié a su abuela —dije con un encogimiento de hombros, pero me incliné hacia el beso que plantó en mi mejilla—. Al igual que malcrié a su papá, pero él nunca lo admitiría. Bella rio, pero se quedó colgada de mí hasta que salimos del bosque y llegamos al patio trasero de Jacob. Nos recibieron con entusiasmo, abrazos y sonrisas, pero fue la cumpleañera quien me hizo sonreír más. Corrió hacia Bella y hacia mí, y mi esposa la alzó en un gran abrazo. —Menos mal que llegaron —dijo efusiva, agarrándome la cara—. ¡Miren! ¡Robó glaseado! ¿Ven las marcas de dedos? Bella se rio, negando con la cabeza y pasándome a Becca en brazos. Era la viva imagen de Leah, y me dolía el corazón y me sanaba al mismo tiempo verla. Era ingeniosa y divertida, con cabello negro y piel bronceada. Sus ojos eran tan oscuros que casi parecían negros. —Bueno, entonces… Pongamos las velas antes de que se vuelva completamente loco —gruñí, mirando a Jacob—. No quisiera tener que romperle los dedos en tu cumpleaños. Jacob se rio, echando la cabeza hacia atrás.—Bah… Igual puedo vencerte. —Mmm —musité, rodando los ojos—. Tal vez… Ya estás viejo, hermano. Jasper soltó una carcajada, dándole una palmada en el hombro mientras yo dejaba a Becca para que se uniera a las chicas en la mesa. —¡Te lo dije! Era cierto. Conocer a Nessie, el nacimiento de Rebecca y, sobre todo, mudarse al otro extremo del país desde Masen Manor, había iniciado su envejecimiento. Aunque había aparentado veinticinco durante más del doble de ese tiempo, ahora parecía tener poco más de treinta. Envejecía más lento que un humano, pero aun así podía notarse. —¿Alguna novedad de los Quileute? —le pregunté mientras las chicas colocaban nueve velas en la torta. Jacob sonrió.—El hijo de uno de los miembros de la tribu tuvo una fiebre muy alta la semana pasada. Estoy vigilando el bosque por si aparece… algo nuevo. —Oh, diablos —me quejé—. ¿Entonces es cierto? ¿Todo? —Ya veremos. Yo también tengo curiosidad —respondió, encogiéndose de hombros. La mente de Carlisle estaba llena de preguntas, pero se las guardó para sí mismo, especialmente cuando llegó el momento de ver a Rebecca soplar las velas. —Pide un deseo, cariño —le susurró Bella al oído, y Becca asintió con una gran sonrisa. Sopló con fuerza, apagando todas las velas, y todos aplaudimos. Su presencia era exactamente como la de su abuela, un rayo de sol en nuestras largas vidas. Sabía lo que éramos todos, incluido su padre. Era una esponja cuando se trataba de aprender sobre su abuela y las mujeres que vinieron antes que ella, como su bisabuela y su tatarabuela. Mientras Jacob comía un pedazo de torta del tamaño de su cabeza, Jasper sacó su tableta para revisar su correo electrónico. Mantenía el seguimiento regular de Renee y Chelsea, sin contar a las amigos de Alice y Bella, Rose y Emmett, y la familia de Alice. Eso ayudaba a que las chicas no se preocuparan. Les daba la sensación de seguir cuidándolos. Bella y Alice se sentaron a cada lado de él, sonriendo ante las fotos que había recibido. —Oh, mira, Rose y Emmett tuvieron otro bebé… ¡esta vez es un niño! —chilló Alice con felicidad. —Con todos esos rizos rubios —añadió Esme, que estaba de pie detrás de ellas—. ¡Bien por ellos! —¿Algo de mi mamá? —preguntó Bella, y Jasper asintió mientras deslizaba su dedo por la pantalla. Ella suspiró al ver la foto que le mostraba, y negó con la cabeza—. Me preocupa que siga sola, Edward —me dijo, mostrándome la imagen. Antes de que pudiera responderle, fue Rebecca quien intervino. —No va a estar sola para siempre —aseguró, dando un gran bocado a su torta. Con glaseado en los labios, añadió—: Lo vi… en la bola de cristal de la abuela. Va a conocer a un policía. —Soltó una risita—. ¡Los vi besándose! Tío Edward, tú hablarás con él, asegúrate de que sea buen tipo. Todos nos quedamos quietos por un momento, porque hasta ese instante, Rebecca no había mostrado ninguna señal del talento de su abuela para prever el futuro. —¿Y lo es? —le preguntó Bella. —Sí, es genial. Tiene cachorritos —dijo entre otro bocado, encogiéndose de hombros, como si tener cachorros fuera suficiente garantía. La mente de Alice se disparó. Sus visiones eran rápidas y precisas, y mostraban desde ese policía con quien Renee estaba, hasta ella misma enseñándole a Rebecca a leer las cartas del tarot como lo hacía Leah. Veía cosas buenas por venir, incluido nuestro regreso a Masen Manor dentro de una o dos décadas, donde empezaríamos todo otra vez. Tomé a Bella en mi regazo, besé su mejilla y sonreí con todo lo que Alice me estaba mostrando. Bella rio, me tomó el rostro entre las manos y me besó en los labios. —¿Qué te está mostrando? Negué un par de veces, volví a besar a mi esposa, mi compañera, saboreando lo perfecta que se había vuelto mi vida. Había esperado tanto por ella, había luchado tanto por ella, y ahora… nada podía detenernos. —Nuestro futuro. Mi chica sonrió, rodeándome el cuello con los brazos. —¿Sí? ¿Y cómo se ve? —Hermoso, dulzura. Fin. Nota de la autora (traducida): No, no tengo pensado hacer una secuela de esta historia. Deb ;) Nota de la traductora: *Suspiro* Y nos despedimos de esta parejita y de esta hermosa historia. Les encomiendo pasar y saludar a drotuno para agradecerle por permitirnos leerla en español. El enlace está en mi perfil y en mi grupo de Facebook.
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